Escenario mundial. Cómo arranca la nueva década
Con rapidez se comprendió lo que se sabía: el 2021 no resolverá por su mera presencia los dilemas planteados durante el extraño y repudiado 2020. La humanidad tiene la costumbre de moverse mediante procesos con extensiones que exigen el descenso de la ansiedad característica del militante que -con autenticidad- anhela modificar las estructuras aceleradamente. Todo lleva su tiempo. Y aunque hay días que congregan años, lo cierto es que las transformaciones demandan firmeza, pero también paciencia.
Los imprecisos resultados de las elecciones norteamericanas, la ocupación del Capitolio, la asunción de Joseph Biden y la andanada mediática sin precedentes –ni siquiera Saddam Hussein en su momento congregó la furia de los grandes medios como logró hacerlo Donald Trump-, son datos que exigen ahondar en la derivación. Esos elementos están entornados por un planeta sumido en la pandemia y con niveles de producción en baja.
Veamos. Europa está cerrada sobre sí misma y cada una de sus naciones bloquea fronteras mientras sugiere a los pobladores mirar los partidos desde casa. El crecimiento del coronavirus en España ha sido récord en el arranque del año, y se registran situaciones semejantes aunque no tan espectaculares sobre Italia, Alemania, Gran Bretaña. Sus economías siguen en baja y los alineamientos políticos resultan gaseosos. Hoy como ayer, ingleses y alemanes barajan sus propias opciones con la intención de resolver senderos más definidos recién cuando escuchen el golpe del diario del lunes en las puertas de las casas de gobierno. Por lo pronto la Unión Europea se adelantó a firmar un acuerdo económico estructural con China antes del arribo de Joseph Biden a la presidencia y evitó así monsergas y presiones de la debilitada potencia norteña.
Rusia admitió la creciente de los contagios y las muertes. Con una economía sólida y diversificada enfrenta la situación en descenso relativo y con optimismo simultáneos. Los acuerdos alcanzados en las cercanías, pese al bombardeo comunicacional y algunas provocaciones internas –Bielorrusia, Kirguistán- persisten con respaldo popular asentado en la búsqueda productiva propuesta. Crimea sigue siendo una incógnita y el congelamiento del conflicto que implicó el virus no impedirá su relanzamiento. Atenti: China es la única economía que creció a pesar del Covid 19. Y eso que se lleva el lauro correspondiente al creador del problema, hipótesis muy difundida aunque todavía no confirmada. No solo siguió adelante, en realidad mejoró: El balance comercial chino alcanzó un superávit de USD 535.000 millones, la cifra anual más alta desde 2015.
Las referencias concretas son significativas. Según los últimos datos publicados por la agencia aduanera china, las exportaciones crecieron el pasado mes de diciembre un 18,1 % en comparación con el mismo mes un año antes, una cifra superior al 15 % pronosticado. Las importaciones se aceleraron en diciembre hasta un 6,5% interanual superando tanto el 5% de crecimiento esperado como el aumento del 4,5% registrado en noviembre. El superávit comercial sumó USD 78.170 millones solo en el último mes del año pasado, el incremento más grande desde el 2007. En el transcurso de todo el año, las exportaciones chinas crecieron un 3,6 % mientras que las importaciones se contrajeron un 1,1 por ciento. Desde hace un buen tiempo, lo hemos explicado, han redescubierto la pólvora.
Al igual que en el caso ruso aunque con distintos guarismos, la relación con los aliados se mantiene estable. Varias naciones del Pacífico que otrora eran orientadas por Gran Bretaña, los Estados Unidos o ambos, se volcaron hacia un vínculo más intenso con el coloso asiático y esa determinación no se revirtió durante el año en que vivimos en peligro. Si bien tiene otras características, la presencia asiática en África también pervive. El continente negro -¿se le puede llamar así o habrá que consultar con la FIFA?- está en problemas: a diferencia de la suavidad con la que impactó la pandemia sobre comienzos del 2020, la segunda oleada lo está sumiendo en un mar de contagios. El asunto se complica porque las deficiencias estructurales heredadas de la destrucción imperial impiden que los Estados y sus sistemas de Salud abarquen semejante territorio. Según sus investigadores y epidemiólogos a lo largo del 2021 las vacunas sólo podrán llegar al 20 por ciento de los mil 300 millones de habitantes que pueblan sus 54 países. Demás está indicar que sus escuetos PBI van hacia atrás y sólo el aporte financiero pekinés evita una catástrofe.
En América el panorama es conocido para el lector, aunque no por ello menos preocupante. Los Estados Unidos en su conjunto –gobierno republicano, oposición demócrata y buena parte de la población- no creyeron en la gravedad de la pandemia, la utilizaron para lanzar acusaciones cruzadas con ostensible sustrato político y pretendieron priorizar una economía que, luego de tres años de crecimiento, igual descendió. La caída en el tenue desarrollo norteamericano elevó el ya notorio deterioro social y sigue convirtiendo esa región en un lugar cruel, donde las grandes corporaciones, muy especialmente las financieras, persisten en apropiarse de recursos colectivos para lanzarlos sobre sus agujeros negros. Todo cuestionamiento a ese esquema, que durante un tiempo sobrevivió con limitaciones, es bombardeado brutalmente por los medios de comunicación que tienen la instrucción de catalogar como corrupto y populista todo intento de progreso. ¿Hay quienes no lo creen? Bueno, siempre están los editoriales de La Nación para guiarse con otra perspectiva.
Esas caracterizaciones, que suelen manar con la protección de pundonorosos jueces y duros 007 que ligan con el supra poder, serán aplicadas también a la vecindad de El Chavo. Andrés Manuel López Obrador enfrenta un grave dilema con el cambio de gobierno a su vera, pues su proyecto era, razonablemente, consolidar América del Norte con iniciativas industriales a uno y otro lado del muro. A poco de asumir advirtió que no le preocupaba la cuestión migratoria pues su esfuerzo estaría orientado a promover fuentes laborales para evitar un desempleo constituido en base de la misma. El buen trato alcanzado con Donald Trump lo ha puesto en el foco de las campañas y las perspectivas inversoras se pueden reducir. Lo mismo para la tríada Guatemala – El Salvador – Honduras: Biden ya anticipó que cesará la ayuda económica pactada con el mandatario saliente porque considera que los gobiernos de esos países están atiborrados de “corrupción”. Colombia, tan ligada a la Unión Europea como a las autoridades que retoman el control del Norte, sí será abastecida con el argumento de combatir al “narcotráfico” y, por supuesto, al “populismo” chavista.
En tal dirección, Venezuela y Nicaragua padecerán la continuidad de un hostigamiento que no repara en la ventaja democrática que llevan sobre los mismos estadounidenses que los enjuician ni sobre las referencias más importantes de la Organización de Estados Americanos, siempre listas para justificar con aires institucionales golpes, desestabilizaciones y conspiraciones. Dentro de las causas de las acciones violatorias de los derechos soberanos, se combinan el diseño geoestratégico con los recursos naturales. Bolivia, aunque siga en la mira, dio cuenta de la solidez de un espacio social difícil de desmembrar: en un año revirtió un salvaje golpe lumpen policial asentado en la media luna conservadora y esa potencia hidrocarburífera no será hueso sencillo de roer. Brasil, hundido por la estupidez de devaluar la emergencia sanitaria, asistido por Cuba y Venezuela y carente del respeto obtenido otrora, Lula mediante, en los BRICS, enfrenta por estas horas el inicio de un período decisivo en el cual los opositores internos tendrán que ponerse los pantalones largos aunque eso moleste en el cálido clima que lo caracteriza. Las movilizaciones populares chilenas continúan, pero la ausencia de un pensamiento nacional que las hilvane con Suramérica puede derivar en modificaciones tenues, alcanzadas con grandes costos humanos. La salvación trasandina tiene dos caminos enlazados: Bolivia y la Argentina. Pero para transitarlos, esos valientes movilizados necesitan saberlo.
La Argentina, después del ajuste y el endeudamiento liberal, buscará ponerse de pie en base al andar pausado de una gestión que necesita llevarse bien con demasiados actores. Nuestra potencia del Sur posee recursos, know how, posibilidades de auto capitalización en base a un mercado interno que cuando se lo impulsa se evidencia dinámico, una realidad geoestratégica formidable y al mismo tiempo un fuerte anclaje interno rentístico y mediático que tironea hacia la destrucción. El Gobierno también espera el sonido del diario del lunes. La esperanza de un andar soberano y productivo anida en la base de sustentación del mismo. El renovado vigor de la pandemia y la falta de control pleno de variables trascendentes (YPF, Energía, BCRA) configuran un panorama muy difícil de afrontar en el marco planetario del cual venimos hablando. Pero es ese mismo sostén, más profundo que en otros territorios, el que permite atisbar una salida que lo sitúe en la solidez creciente que necesita toda nación para desplegarse. Mientras llega la vacuna, los tremendos impactos que recibe la gestión desde los medios concentrados pueden considerarse, además, esbozos de aciertos propios.
Esta pandemia no ha revertido las grandes tendencias observadas antes de su nacimiento. Los Estados que resolvieron fortalecerse y apostar a la producción y la investigación científico técnico sostienen un crecimiento que los llevará a cruzar y superar los volúmenes de las potencias occidentales. El mensaje que Eurasia está emitiendo hacia las grandes empresas es súmense a nuestro desarrollo: lo harán con nuestro control financiero y tendrán ganancias si se atienen a las reglas marcadas por nuestros gobiernos (Acuerdo UE – China); no se adentren en Asia ni en Medio Oriente porque tendrán problemas de seguridad (Rusia - Irán). Pero hay lugar para crecer juntos.
Sin embargo, ninguna hegemonía se despide sin dar algún tipo de pelea. La pandemia sirvió a los enormes bloques financieros para ralentizar esas transformaciones, reducir la dinámica con que las movilizaciones sociales impregnan el andar general, deteriorar los indicadores de producción de bienes de producción y consumo, atenuar las investigaciones al enfocarlas únicamente sobre la temática sanitaria. Todo ello acompasado por una acción comunicacional vertical y antidemocrática única en la historia humana. Estimamos probable que mientras bregan por reposicionar sus intereses de base (especulación, armas, drogas) los más perspicaces apunten hacia un proceso de integración con las corporaciones inversoras y productivas a modo de mal menor. Si logran un éxito pleno, mediante un improbable relanzamiento del Consenso de Washington, unos cinco mil millones de personas estaremos de sobra. Si su fracaso es total, la humanidad empezará a resolver los abrumadores desafíos que tiene por delante.
Es probable que la última variante se imponga finalmente, pero que el tramo inmediato que nos toque vivir sea difuso porque salvo Urquiza nadie se retira del campo de batalla sin extremar sus esfuerzos. Poco después de la Revolución Francesa el clima cultural y político parecía indicar que la misma no había existido. Pero existió y ya nada fue igual. Pasa que los grandes procesos no se fijan en un puñado de horas tras las cuales surge clara la aurora y alegre el manantial. Tiene sentido evocar aquél diálogo pergeñado por Quino: Manolito : Decime, Felipe ¿es cierto que en la escuela los maestros pegan a los chicos? Felipito : No, eso era antes, hoy las cosas han cambiado mucho. Manolito : ¿Ahora son los chicos los que pegan a los maestros? Felipito : ¡No, hombre!… ¡Tampoco! (se va y lo deja solo a Manolito) Manolito : ¡Como siempre!… ¡Aquí los cambios nunca son de fondo!
Es que aún restan centurias de lucha para establecer ese orden magnífico que imaginamos, lector. Cada avance cuesta mucho. Como filosofía de vida, esa realidad desliza por debajo una discusión al interior mismo de cada persona que anhela un mundo justo: zambullirse con alma y vida en los combates presentes aunque los resultados sean parciales o convertirse en un anarquista eterno para el cual todo se resume en el Triunfo Agrario: “¡Hay que dar vuelta el viento como la taba, el que no cambia todo, no cambia nada!”. Esta última postura sirve para mandarse la parte en un baile de la facultad, pero aleja al insatisfecho perenne de las hermosas y duras peleas que los pueblos, pese a todo, han resuelto librar.