La experiencia de la gobernación de Cuyo: desde el Estado crear un Ejército Continental
La invasión francesa a España en 1808 inició el proceso llamado “juntismo” tanto en el territorio peninsular europeo como en América. En este último, los actores sociales que se enfrentaron en los sucesos de mayo se dividieron en dos grandes frentes: uno partidario del absolutismo y el otro heredero del liberalismo revolucionario -el “evangelio de los derechos del hombre”, como lo llamara San Martín-. El frente absolutista estaba conformado por la burocracia virreinal, las familias ligadas al monopolio comercial y la cúpula eclesiástica. En el frente democrático se encontraba la pequeña burguesía liberal-revolucionaria liderada por Castelli, Moreno y Belgrano -que contaba con el apoyo de los activistas conducidos por French y Beruti (los “chisperos”)-, las fuerzas armadas expresadas en Saavedra, sectores populares de la Iglesia y la burguesía comercial nacida al calor del contrabando y establecida legalmente a partir de la declaración de libre comercio de 1809. Este último grupo contaba con un sector nativo y otro inglés, del cual sus mayores exponentes políticos eran Bernardino Rivadavia y Manuel García.
Cuando la Revolución se puso en marcha y se expandió a lo largo y ancho del territorio virreinal, se sumaron los gauchos, los pueblos indígenas y la población afroamericana esclavizada, dándole un carácter popular a la gesta independentista. De esta manera, se fue conformando el frente revolucionario integrado por el Ejército Regular dependiente de Buenos Aires, pero también por las fuerzas irregulares que respondían a los liderazgos locales; el “pueblo en armas en los términos de Clausewitz.
La Revista de Rancagua, Juan Manuel Blanes, 1872, óleo sobre tela, Colección Museo Histórico Nacional, Buenos Aires.
Emergió, por ejemplo, el liderazgo de Martín Miguel de Güemes quien en Salta organizó un ejército irregular integrado por hombres libres de la campaña –llamados gauchos- y también por campesinos. Mediante el “fuero gaucho” mantuvo a la población movilizada y organizó el batallón conocido como Los Infernales. En el Alto Perú Juana Azurduy, Manuel Ascencio Padilla, Ignacio Warnes, entre otros, también organizaron al pueblo para la defensa del territorio mediante la táctica de guerra irregular.
Belgrano, por su parte, que había recibido la misión de rearmar al Ejército del Norte, ante la imposibilidad de enfrentar al enemigo en las condiciones en las que se encontraba convocó al pueblo jujeño a abandonar su ciudad dejando detrás de sí “zona arrasada” para que los realistas no pudieran abastecerse. La heroica marcha del pueblo norteño en agosto de 1812 –bautizada luego como el “éxodo jujeño”- fue la estrategia excepcional que le permitió a Belgrano retroceder hasta Tucumán para luego enfrentar a los realistas en dos batallas decisivas (Tucumán y Salta) y así sostener la presencia revolucionaria en el norte.
En tanto, a partir de la llegada de San Martín al Río de la Plata en 1812 se produjo una reconfiguración de las fuerzas políticas y la burguesía comercial que hegemonizaba el gobierno del Primer Triunvirato fue desplazada. El espíritu liberal revolucionario de mayo volvía a la escena porteña ganando terreno la opositora Sociedad Patriótica. Con la instauración del Segundo Triunvirato y la Asamblea del Año XIII se inició una nueva etapa con vistas ya a la declaración de la independencia.
San Martín partió al frente del Ejército del Norte, pero, al convencerse de que en ese escenario sería imposible vencer a los realistas, delegó la defensa a los movimientos dirigidos por caudillos populares con base criolla e indígena que impedían eficazmente el avance de las tropas realistas. Dejando en sus manos la defensa del Altiplano, San Martín se concentró en preparar un Ejército continental capaz de derrotar de forma definitiva al absolutismo. Para esta tarea solicitó que se lo nombrara Gobernador de Cuyo: su plan consistía en atacar a los godos en Chile y desde allí llegar a Perú, punto máximo del poderío realista.
En Cuyo, San Martín mostró gran capacidad de ejecución y planificación tomando como ejes fundantes la participación popular, la toma de medidas que buscaban la igualdad social y el fuerte intervencionismo del Estado. Desde la primavera del 14 al verano de 1817, San Martín convirtió a Cuyo en un gran taller. El día que se emprendió el Cruce de los Andes, el Ejército contaba con 5423 hombres, 9280 mulas, 1500 caballos -junto a 16 piezas de artillería, alimentos, armas, forrajes y municiones-, un sistema de atención sanitaria integrado por 15 personas, 103 tipos de medicamentos1 y 71 clases de insumos médicos.
¿Cómo logró esto prácticamente sin contar con recursos previos? ¿Acaso fueron las joyas donadas por las damas mendocinas las que colaboraron con esta misión? Los libros escolares suelen retratar a las mujeres de familias acomodadas desprendiéndose de sus pertenencias. Sin embargo, en diversos estudios históricos se han calculado el valor de las joyas donadas llegando a la conclusión de que no resultó un aporte significativo en relación al conjunto de la inversión necesaria para semejante obra2.
San Martín recurrió al cobro de varios impuestos y a numerosas expropiaciones. Se confiscaron bienes de la Iglesia y tierras de españoles y americanos contrarios a la causa; se estableció un impuesto a la riqueza mediante un "derecho extraordinario de guerra" que se pagaba según el valor de la tierra. Además, se realizaron colectas populares de todo tipo de víveres y productos que resultaron mucho más suculentas que aquellas joyas donadas. Fue, sin dudas, la combinación de la planificación estatal con la participación popular la que hizo posible esta hazaña tan o más importante que las que vendrían después.
En tiempo récord, se montaron fábricas de pólvora y de artillería a cargo de Fray Luis Beltrán –un fraile franciscano secularizado- quien se ocupó de conducir la producción. Tenía a su cargo 700 obreros, algo impensado para aquel entonces. El Estado cuyano, además, impulsó la industria minera (salitre, azufre, bórax, plata y plomo) y la industria textil. Las tejedoras confeccionaban día y noche los uniformes en Mendoza, pero con lana traída de San Luis3.
La Maestranza, Paulino Iriarte, óleo sobre tela (s/f), Museo del Pasado Cuyano, Mendoza.
En el campo de la salud pública se implementó la vacunación obligatoria contra la viruela, tal como había ordenado el Cabildo de Mendoza. La misma, estuvo a cargo de los doctores Juan Isidro Zapata y Anacleto García Castellanos y como vacunadores se desempeñaron ocho frailes betlemitas y luego religiosos dominicos capacitados especialmente para la tarea. Además, se crearon dos juntas hospitalarias en Mendoza y San Juan para supervisar y administrar los establecimientos existentes4. A su vez, se crearos dos Hospitales Militares, uno en Mendoza y otro en San Juan y en los cuarteles de artillería y de granaderos comenzaron a funcionar establecimientos antivenéreos.
La mayor dificultad la encontró en la preparación del cuerpo médico y de enfermeros. Cuando se inició el Cruce de los Andes, el cuerpo sanitario contaba con 15 personas. Sostiene Agüero: “solamente tres tenían estudios completos. Los demás eran cinco Betlemitas (que por la vocación de su orden a la atención de enfermos tenían cierta práctica) y siete civiles. Entre estos civiles cinco eran llamados “practicantes” (¿empíricos tal vez?) y dos pseudo boticarios”5. Entre los nombrados, se encontraba el médico inglés de ideas liberales, James Paroissien, quien alcanzó el mayor grado militar (como Teniente Coronel), luego el Dr. Zapara –nombrado Capitán- y el Teniente Primero y cirujano Ángel Candia quien había integrado las Fuerzas Cívicas de los Pardos en Mendoza. El resto, eran practicantes: José Manuel Molina, Rodrigo Sosa, Juan Brisueño, José Gómez, Juan Manuel Potro, Fray Antonio de San Alberto, Fray José María de Jesús, Fray Agustín de la Torre, Fray Pedro del Carmen, Fray Toribio Luque. Los boticarios eran José María Mendoza y José Blas Tello.
Sostiene Alejandro Rabonovich: “San Martín calculaba que el 5 o 6 % de la tropa caería enferma durante el cruce de los Andes, por lo que organizó un hospital volante con capacidad de 200 personas”6. Entre los medicamentos que allí se encontraban -se contabilizaron 103 tipos de medicamentos7 y 71 clases de insumos médicos- se combinaban productos químicos propios de “un laboratorio alquímico medieval (azufre electo, vitrolo azul, piedra infernal, mercurio dulce, tártaro hermético, sal de Epson, tierra del Japón, tintura tebaica, Espíritu de nitro dulce, Éter vitriólico, etc.) con una infinidad de hierbas y extractos naturales dignos del mejor botiquín homeopático (azúcar de caña, sal de ajeno, cortiza de quina, polvo de canela, polvo de ruibarbo, flores de violeta, amapola y alhucema, azafrán, clavo de olor, mostaza, linaza, raíz de jengibre, miel de abejas, manteca de cacao, jarabe de horchata, etc.)”8. En la selección de los mismos intervinieron el Dr. Juan Isidro Zapata y el Dr. Cosme Mariano Argerich.
Los principales problemas que enfrentaron los soldados fueron el frío, la falta de oxígeno, “además de la sequedad de la piel y las mucosas (que se lastimaban y sangraban), y el apunamiento o “soroche” (que producía en los soldados disnea, astenia, cefalea, vértigo, pérdida de la conciencia, paresias y parálisis de las extremidades, delirio y, en ocasiones, la muerte), se presentaban alteraciones del estado de ánimo y trastornos en el sueño”9. Para atender dichas dolencias se había preparado el cuerpo sanitario.
Emma Abalos, Valeria Vietto y Virginia Garrote en su estudio El cuidado de la salud del Ejército de los Andes del general San Martín sostienen que el cuerpo sanitario estaba compuesto por “un jefe de sanidad cirujano mayor, un subjefe de sanidad cirujano, un ayudante de cirujano, dos asistentes del cirujano, dos empíricos, dos boticarios, seis subtenientes practicantes, otros quince hombres practicantes, seis cabos de enfermeros, veinte sirvientes de salas, un policía de sala, dos lavanderos, cuatro auxiliares de lavanderos, dos rancheros y un destacamento de milicia para la evacuación de los heridos”10. Asimismo, profundizan en los diferentes aspectos implementados para la promoción de la salud indicando que la misma, se orientó tanto a una valoración general del estado de la salud, a la protección nutricional y a la protección frente a los factores climáticos. El Cuerpo de Sanidad Militar era quien evaluaba el estado de salud de los soldados y solo se admitía aquellos que presentaran un “buen estado” según los documentos de la época. La alimentación presentaba un gran desafío: los alimentos eran escasos. Por eso, se recurrió al tradicional y ancestral “charqui” americano -carne salada y desecada al sol- que junto a ají y agua constituían la dieta con alto contenido en vitamina A y C, calcio y alto valor calórico y proteico. La infusión de yerba mate también fue central por poseer vitaminas C, B, ácido nicotínico y cafeína. En los campamentos tampoco faltaba el vino, aguardiente y el ron. En cuanto a la vestimenta, desde el momento en el cual comenzó la planificación de la expedición, constituyó una preocupación. De allí el esfuerzo realizado para desarrollar la industria textil artesanal. Se contaba con tres elementos centrales: las pieles para protegerse del frío, los zapatos de cuero forrado en lana y un tul para evitar la ceguera actínica. Era responsabilidad del Ejército otorgar a cada soldado los siguientes materiales: una manta-poncho, una casaca de paño, capote de correaje, dos chaquetas, dos corbatines, dos pantalones, dos chalecos, dos camisas y dos camisetas, dos calzoncillos, dos pares de medias, dos pares de zapatos, un gorro de paño, un gorro con visera y escudo, una manta de poncho de lana, un par de ojotas, un par de botas, una mochila, dos maletas y dos “tamangos” –zapatos- altos11.
Tal como sostienen Ábalos, Vietto y Garrote, la mirada holística de San Martín permitió planificar las tareas de cuidado a los soldados “desde el punto de vista de la enfermería, los cuidados sanitarios que recibieron los soldados del Ejército de los Andes, las medidas de promoción y prevención de la salud, los medicamentos e insumos disponibles durante la travesía, los cuidados terapéuticos administrados, la atención de los pacientes en estado crítico y de los cuerpos de los soldados fallecidos”12, fueron claves en el éxito de la campaña iniciada.
Paso de los Andes. Antonio Berni. En: Julio Rinaldini. Historia del General San Martín. Buenos Aires: Sudamericana, 1939, pp. 17-18.
De esta manera, se observa que la salud pública fue una preocupación constante de San Martín y que no dudó en recurrir a los múltiples conocimientos de la época –de diversos orígenes- para dar respuesta a la difícil situación sanitaria con la que se enfrentaría en la guerra. Por otro lado, “la preparación logística que contempló los instrumentos e insumos que serían necesarios para atender los problemas de salud y las heridas de combate, así como la incorporación de un hospital móvil a los recursos movilizados durante la expedición, constituyeron innovaciones importantes en la historia de la medicina militar de nuestro país”13.
Así, se levantó el Ejército de los Andes y emprendió la marcha. Hombres nacidos en diferentes regiones de las Provincias Unidas -y también de la Capitanía de Chile- se disponían a emprender la hazaña que cambiaría la historia de Suramérica. Era un Ejército diverso: se encontraban allí criollos y mestizos junto a los afroamericanos que habían obtenido la libertad por orden del Gran Jefe y se habían sumado a la Revolución. De esta manera, se emprendió el cruce de los Andes que iniciaría uno de los últimos capítulos de la lucha por la emancipación de la Patria.
2. RAFFO DE LA RETA, JULIO CESAR, “Prólogo a Epistolario selecto de San Martín”, citado en GALASSO, NORBERTO, Seamos libres y lo demás no importa nada, Buenos Aires, Ediciones Colihue, 2000. P. 148.
3. ASTESANO, EDUARDO, San Martín y el origen del capitalismo argentino. Buenos Aires, Coyoacán, 1962, pp. 42-43.
4. Sostiene Abel Luis Agüero que “En 1815 había en Cuyo un Hospital Betlemítico (de San Antonio) en Mendoza y otro, el Hospital de San Juan de Dios, en San Juan. San Luis no tenía hospitales y, peor aún, ningún médico estaba radicado en su jurisdicción”. En AGÜERO, LUIS ABEL, “Los médicos del Ejército de los Andes. Desde los inicios de la Gobernación de Cuyo por el General San Martín hasta la batalla de Chacabuco” en Revista de la Asociación Médica Argentina, Vol. 131, Número 2 de 2018, p. 32.
5. Ibídem, p. 33.
6. RABINOVICH, ALEJANDRO, Ser soldado en las guerras de la independencia. La experiencia cotidiana de la tropa en el Río de la Plata, 1810-1824, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2013, pp. 49-50.
7. Según Luqui-Lagleyze en su obra Algunos aspectos de la organización y desempeño de la sanidad naval durante la guerra de la independencia (1810-1820). [Buenos Aires, Armada Argentina 2005) el ajenjo era un tónico estimulante, febrífugo; el alcanfor era irritante y estimulante local, excitante de los centros respiratorios y vasomotores y se empleaba en neuralgias, cefalalgias y ataques maníacos; el alumbre era administrado como astringente en las “excrecencias fungosas” (micosis superficiales), las úlceras, necrosis y los dolores de las encías y los sabañones; el amoníaco inhalado era antiácido y estimulante de la respiración; el azufre se usaba como laxante y diaforético en los estreñimientos, sobre las enfermedades de la piel, en las respiratorias y hasta en las hemorroides; la cantáridas (mosca española) eran utilizadas para tratar las afecciones articulares como la artritis, la artrosis y el reuma articular agudo; el cremor tártaro se usaba como purgante en solución; la goma arábiga (savia extraída de la acacia) Se usaba para emulsiones y jarabes; la ipecacuana, como expectorante, vomitivo para las indigestiones o envenenamientos, expectorante para laringitis y bronquitis, antihemorrágica y antidisentería; el éter sulfúrico se usaba por inhalación como estimulante cardíaco, antiespasmódico y analgésico; la morfina como analgésico; el opio también como analgésico y para combatir el insomnio además como calmante muscular y como sudorífico; la piedra infernal (nitrato de plata) se usaba como cáustico (en cirugías se usaba para quemar y destruir carnosidades); la raíz de ruibarbo era tónico y purgante; la quina antiarrítmico se usaba en las fiebres altas; las semillas de mostaza como estimulante y hasta vomitivo, en tanto que en pasta o molidas se usaban como contra irritante o revulsivo; el tártaro antimonio se utilizaba como expectorante; el tártaro emético en neumonías como antiflogístico y como vomitivo; por último, el vitriolo blanco se usaba como vomitivo en envenenamientos y astringente de la diarrea.
8. Ibídem.
9. ABALOS, EMMA; VIETTO, VALERIA; GARROTE, VIRGINIA, El cuidado de la salud del Ejército de los Andes del general San Martín” en Revista del Hospital Italiano de Buenos Aires, mayo de 2018, p. 71.
10. Ibídem, p. 72.
11. Ídem.
12. Ibídem, p. 76.
13. Ídem.
Lecturas sugeridas:
- ABALOS, EMMA; VIETTO, VALERIA; GARROTE, VIRGINIA, El cuidado de la salud del Ejército de los Andes del general San Martín” en Revista del Hospital Italiano de Buenos Aires, mayo de 2018.
-AGÜERO, LUIS ABEL, “Los médicos del Ejército de los Andes. Desde los inicios de la Gobernación de Cuyo por el General San Martín hasta la batalla de Chacabuco” en Revista de la Asociación Médica Argentina, Vol. 131, Número 2 de 2018.
- ASTESANO, EDUARDO, San Martín y el origen del capitalismo argentino. Buenos Aires, Coyoacán, 1962.
- GALASSO, NORBERTO, La larga lucha de los argentinos. Y como la cuentan las diversas corrientes historiográficas, Buenos Aires, Ediciones del Pensamiento Nacional, 2008.
- GALASSO, NORBERTO, Los Malditos. Hombres y mujeres excluidos de la historia oficial de los argentinos. Buenos Aires, Editorial Madres de Plaza de Mayo, 2005.
- GALASSO, NORBERTO, Seamos libres y lo demás no importa nada, Buenos Aires, Ediciones Colihue, 2000.
- MATA, SARA, Militarización y liderazgos: Salta en la guerra de la Independencia. Salta: Boletín del Instituto Güemesiano de Salta, vol. 36 p. 117 – 134, 2012.
- MATA, SARA. Guerra, Militarización y Poder. Ejército y Milicias en Salta y Jujuy. 1810-1816, Anuario IEHS, Nro 24, 2009.
- RABINOVICH, ALEJANDRO, Ser soldado en las guerras de la independencia. La experiencia cotidiana de la tropa en el Río de la Plata, 1810-1824, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 2013.