Una tragedia compartida I
No puede entenderse la historia económica, política y social latinoamericana sin repasar los hechos, tantas veces ocultados, con referencia a la contracción de las primeras deudas en todo el continente. Desde el mismo momento en que los pueblos latinoamericanos decidieron iniciar su proceso de independencia política y militar han estado sometidos económica y financieramente a través de varias herramientas de opresión, que operaron sincronizadamente, entre todas ellas mencionaremos dos que consideramos esenciales: los Tratados de Perpetua Amistad, Comercio y Navegación, firmados por ocho de las recientes naciones con la potencia imperial de la época, Gran Bretaña; y el sistema de deuda perpetua implementado desde entonces que ha de sujetar y oprimir a los pueblos latinoamericanos.
Los Tratados de Perpetua Amistad, se firmarán hacia 1825 como reconocimiento político y jurídico a las nuevas naciones latinoamericanas, pero les impone, en lenguaje diplomático, condiciones muy severas para su integración a las demás naciones. La libre navegación y el libre comercio, afectarán la raíz productiva de las nacientes naciones y sus frágiles economías.
Mediante cláusulas idénticas en los tratados se impondrán las condiciones de libre navegación de los ríos interiores y el manejo de los fletes, que han de ir perfilando la matriz productiva de cada país y las actividades económicas con características de mono explotación que les serán permitidas (todas ellas extractivas y sin mayor valor económico agregado), a través del manejo de los costos de los fletes y la disponibilidad de las bodegas, a cambio de la importación de los demás bienes y servicios, aún a costa de la destrucción de las incipientes y precarias industrias locales.
No sólo será el manejo de las bodegas o el costo de los fletes con que transportar los productos exportables sino el producido de los mismos, es decir, los ingresos disponibles de cada nación. Al descontarse de las exportaciones el costo del flete, el remanente es el ingreso neto disponible de cada país. Luego como los ingresos fiscales no alcanzaban a cubrir las necesidades estatales y de la sociedad, especialmente por el gasto suntuoso de las élites domésticas, la diferencia se habría de cubrir con endeudamiento, y allí estaban prestas a acudir en “ayuda” las casas de crédito, fundamentalmente británicas y en menor medida francesas.
Si bien los primeros endeudamientos estarán ligados a la lucha por la independencia de España, los siguientes responderán a los desmanejos financieros, la especulación y la anarquía fiscal.
El primer gobierno latinoamericano en firmar un empréstito con el extranjero fue el de la Gran Colombia en 1822. Pronto los seguirán Chile y Perú y para 1825, la mayoría de los países del continente estaban endeudados con el exterior.
Fueron los bonos de deuda latinoamericanos los que terminarán abriendo a manos extranjeras las puertas para la explotación de las minas de oro y plata de todo el continente.
Canning y Monroe
Para 1822, el gobierno de los EE.UU había dado reconocimiento a la independencia de Colombia y se aprestaba a realizar con ella distintas operaciones de aprovisionamiento militar, procedimiento que poco después sería ratificado por la llamada Doctrina Monroe (“América para los americanos” – del norte-).
El ministro británico de Asuntos Exteriores, George Canning, actuó con rapidez y nombró cónsules en Buenos Aires, Montevideo, Lima y Santiago de Chile, con instrucciones de iniciar conversaciones tendientes a la firma de acuerdos comerciales y crediticios. Objetivo logrado en pocos meses, superando las intrigas norteamericanas que alertaban a los gobiernos locales de las terribles consecuencias devenidas de la suscripción de esos tratados.
Con los acuerdos pronto cambiarán radicalmente las fuentes de recaudación de ingresos fiscales. Los antiguos tributos coloniales serán reemplazados por los ingresos provenientes de los derechos aduaneros. Así la mantención del Estado quedaba ligada a la política librecambista y a la importación de casi todo lo que se consumía. Sirva a modo de ejemplo que, el 80% de los ingresos fiscales de las Provincias Unidas del Río de la Plata, en el período 1820/30 provendrán de los derechos aduaneros. En México ese valor llegaba al 50% de los ingresos fiscales.
Con el florecimiento del comercio, se establecieron sucursales de las grandes firmas comerciales británicas, casi 100 establecimientos de ese origen se afincaron en los puertos brasileños, 40 en el puerto de Buenos Aires, 24 en Valparaíso – Chile -, 20 en Lima, 14 en México, y 10 en Montevideo.
Una invasión silenciosa en nombre del progreso y una aproximación indirecta al objetivo buscado.
Pronto toda la actividad económica se concentrará en los puertos, a través de estas firmas comerciales, que se expandirán con la constitución de las primeras entidades bancarias, sostenidas financieramente con una porción de los empréstitos. Lo mismo sucederá con las sociedades dedicadas a la explotación minera. A mediados de 1825 unas 25 compañías mineras latinoamericanas habían sido registradas en la Bolsa de Londres. Siete mexicanas, cuatro brasileñas, tres para Chile, Perú y Colombia, dos para Argentina (de la mano de Bernardino Rivadavia), una para Bolivia, una para la Federación Centroamericana y una para Haití.
La especulación con el oro y la plata latinoamericana encontrará a los mismos actores que gestionaban préstamos en la Bolsa de Londres y que a poco de andar alimentarán una burbuja financiera que estallará a fines de 1825.
Objetivos de los préstamos latinoamericanos
Los objetivos “literales” específicos de los empréstitos fueron variados, pero relacionados con el mejoramiento estructural de los países. Fines abandonados a poco de iniciarse el proceso de endeudamiento.
No cabe duda de qué políticos, diplomáticos, agentes financieros, comerciantes a ambas orillas del océano, banqueros e inversionistas, se contaron entre los beneficiarios de los préstamos.
El primer empréstito latinoamericano, el de la Gran Colombia (actuales Venezuela, Colombia y Ecuador) tuvo por objeto financiar la guerra de independencia en la que estaba embarcado el Gral. Simón Bolívar. El vicepresidente de la Gran Colombia, Francisco Antonio Zea, lo suscribió con la firma bancaria británica Herring, Graham y Powles, representantes de comerciantes y proveedores de armas.
Los bonos fueron tomados al 80% de su valor nominal.
Unos meses después, ya en 1823, el gobierno colombiano se enfrentó a un dilema: o suspendía los pagos comerciales, incluyendo a los proveedores de armas, o contrataba un segundo empréstito. La decisión fue el mayor endeudamiento. Esta segunda operación alcanzó los 4,7 millones de libras esterlinas, una de las más altas en toda la década financiera mundial.
Simón Bolívar en carta del 14 de junio de 1823 al vicepresidente don Francisco de Paula Santander dirá: “En fin, haremos todo, pero la deuda nacional nos va a oprimir…”
Y ampliará:
[...] la deuda pública es un caos de horrores, de calamidades y de crímenes, y el señor Zea, el genio del mal, y Méndez, el genio del error, y Colombia una víctima cuyas entrañas despedazan esos buitres: ellos devoraron con anticipación los sudores del pueblo de Colombia, ellos han destruido nuestro crédito moral, en tanto que no hemos recibido sino los más escasos auxilios. Cualquiera que sea el partido que se tome con esta deuda, es horrible; si la reconocemos dejamos de existir y si no será el oprobio de esta nación.
El siguiente cuadro nos muestra el desenvolvimiento financiero de aquellos años.
Fuente: Fenn, Charles. (1883) A compendium of the English and Foreing Fund. Londres. En: Marichal Salinas, Carlos. (2014) La deuda externa de Latinoamérica. Ed. El Colegio de México, México.
En el término de tres años se tomaron deudas por más de 20 millones de libras esterlinas, cuyo valor de mercado no superó los L 16.000.000 dado el corte sobre el valor nominal.
La experiencia del empréstito Baring sobre Buenos Aires, que destinó un 15% del mismo para “convencer” a la legislatura local en su aprobación, podemos inferir que de igual modo una cifra de suma importancia se destinó a corromper las estructuras gubernamentales y beneficiar a las élites locales.
Latinoamérica quedaba endeudada en más de 20 millones de libras esterlinas recibiendo mucho menos de la mitad de esa cantidad, cifra que escasamente ingresó a sus arcas y que fue destinada al pago de deudas pendientes con sus proveedores británicos, especialmente los militares.
Así la independencia latinoamericana del Reino de España no sólo se logró con el riego de sangre de sus soldados, sino también con las postreras generaciones de trabajadores que debieron tributar con su sudor y su sangre a los acaudalados banqueros ingleses.
Una independencia declarativa, pero sin efectivo poder de mando y conducción sobre los destinos de los pueblos y naciones.
Distintas fueron las experiencias de Brasil y Haití. El primero, Brasil, tomó empréstitos en 1824 y 1825 con la casa bancaria Rothschild para indemnizar al Reino de Portugal y lograr su reconocimiento de la proclamación de su rey Pedro I (hijo del monarca portugués). Desde entonces y hasta hoy, la casa bancaria tendrá incidencia en la historia política y económica brasileña.
En el caso de Haití, el empréstito de 30 millones de francos estaba destinado al reconocimiento francés de la independencia de la antigua colonia a cambio de indemnizaciones a los cientos de dueños de plantaciones que habían abandonado la isla a causa de la revolución de 1790.
Volviendo al circuito de los beneficiarios, éstos no solo incluían a los banqueros, sino también a los agentes representantes de las noveles repúblicas. Sin cuerpo diplomático designado y/o estable, debieron conformarse con la gestión de agentes representantes más ocupados en generar dinero para su patrimonio que acercar recursos a los erarios que representaban.
Parish Robertson y Bernardino Rivadavia en las Provincias Unidas del Río de la Plata, Antonio José Irisarri en Chile, Juan García del Río y James Paroissien en Perú, Borja Mignoni en México, son algunos de esos nombres que los pueblos no deberían olvidar (pero no para homenajearlos designando con sus nombres calles, plazas o instituciones).
Borja Mignoni, por ejemplo, acordó con la firma Goldschmidt la manipulación de los bonos del primer empréstito de México. Acordaron pagar al gobierno mexicano sólo el 50% del valor de los bonos emitidos, monto al cual se le descontaría intereses por adelantado, gastos y comisiones, recibiendo un neto aproximado del 35% del total suscripto; bonos que luego de la manipulación en la Bolsa de Londres, lograron colocar al 80%, logrando una utilidad de casi un millón de libras esterlinas. El escándalo consecuente obligó a los países latinoamericanos a enviar representantes permanentes, así surgieron embajadores como Vicente Rocafuerte y Mariano Michelena por México, o Andrés Bello y José María Hurtado por Colombia o Mariano Egaña por Chile, que formalizaron las relaciones entre las naciones que representaban y los banqueros.
Éstos incentivaban la actividad financiera referida a los bonos latinoamericanos porque no sólo recibían comisiones por las gestiones, sino que especulaban con sus alzas y bajas de cotización y administraban a su vez, el cobro de la venta de los productos exportados, sirviendo de intermediarios entre los exportadores y los importadores locales.
Así el comercio exterior, la minería y las finanzas eran manejados por una élite capitalista en Londres, lejos del alcance de cualquier política verdaderamente independentista en Latinoamérica.
Demos algunos ejemplos: la firma Barclays, negoció préstamos para México, Gran Colombia y la Federación Centroamericana, y especuló con la cotización de los bonos, a su vez era proveedora de armas y poseedora de minas de plata en el continente.
Herring, Graham y Powles negociaban bonos colombianos, suministraban armas a Bolívar e invertían en minas de oro y plata.
Goldschmidt también comercializaba bonos mexicanos, financiaba buena parte del comercio colombiano y especuló con minas de plata.
Entre las tres firmas y sus socios entre 1822 y 1825 intervinieron en más del 60% de los bonos latinoamericanos emitidos y no dudaron en manipular a su beneficio las cotizaciones bursátiles.
La crisis económica mundial desatada a fines de 1825 los sacará del mercado, quedando Baring Brothers y Rothschild, como los agentes financieros permanentes para todo el continente en la restante tres cuarta partes del siglo XIX.
Depresión y crisis en 1825
Podemos afirmar, contradiciendo a reconocidos historiadores europeos que, la primera crisis de deuda latinoamericana fue derivada de la crisis financiera europea, que arrasó con las economías nacionales tanto europeas como latinoamericanas, y no, como sostienen varios de ellos, que el origen de la crisis se produjo en Latinoamérica y luego se propagó al continente europeo, en un claro intento de exculpar la avaricia y especulación sostenida por el viejo continente y colocar a la víctima en el lugar del victimario para justificar los males que se han de ocasionar.
Desde octubre de 1825, la Royal Exchange daba indicios de que las cosas no venían bien, los precios de las materias primas sufrían una fuerte desvalorización. En noviembre, las firmas algodoneras sufrirían grandes pérdidas que resintieron el crédito. No es un dato menor que la industria algodonera entrara en crisis, una buena parte de la población inglesa dependía de su manufactura, es decir, afrontaban una peligrosa situación del orden social, no solo económico. Situación que se repetirá hacia 1860, cuando dará origen y comienzo a la Guerra de la Triple Alianza contra el Paraguay.
El Banco de Inglaterra exigió a las entidades bancarias que reforzasen sus reservas, lo que restringió aún más el crédito, llevando a la quiebra a varias empresas del ramo y a las mismas entidades bancarias comprometidas en sus acreencias en un efecto dominó.
A principios de diciembre, se anunció el cierre de la firma financiera Wentworth Chalmer & Co. de Londres, que estaba vinculada con varios bancos. Cuatro días después cerraba Peter Pole, Thornton & Co., agente de 47 bancos provinciales; la semana siguiente quebrarán 64 bancos de pequeña envergadura.
Si bien logró frenarse el pánico, la crisis financiera arrasó con centenares de firmas mercantiles, como dijo el banquero Baring: “debieron exprimir casi hasta la última gota a todos los granjeros, fabricantes y otros clientes del país, a los que pudieron exigir su dinero”, para salvar a sus bancos.
El pánico financiero se convirtió en recesión económica, y la recesión en depresión económica y se expandió al continente europeo, a través de los lazos que las firmas bancarias y mercantiles tenían con el viejo continente. La caída del banco Benecke en Berlín y de la Casa Reichenbach en Leipzig, repercutieron en la capital financiera alemana, Frankfurt, donde la firma Herts quebró debido a sus lazos con Goldschmidt de Londres. Uno de los cuatro principales bancos de Austria, Fries, también quebró en la primavera de 1826.
Idénticas repercusiones tuvieron las finanzas de Italia y Francia. La depresión de 1825 y 1826 es considerada la primera de las grandes crisis cíclicas del capitalismo moderno.
Reputados historiadores económicos del siglo XIX alegan que la crisis se debió a la insolvencia latinoamericana, sin embargo, no puede atribuirse a las economías latinoamericanas el origen de esta crisis porque por entonces las firmas bancarias habían retenido fondos de los empréstitos suficientes para cubrir las primeras anualidades de los servicios de la deuda. Hasta entonces Latinoamérica había respondido eficazmente a sus compromisos financieros, por lo que no puede culpársele de desatar la crisis, tal como lo manifestaron economistas de la talla de Sismondi, Tooke o Juglar.
La crisis empezó en Londres y repercutió en Europa y en toda Latinoamérica, con una baja generalizada de los precios de los productos exportables y consecuentemente en las finanzas gubernamentales del continente.
El comercio exterior se redujo en un 50%, salvo en Brasil que mantuvo un nivel estable.
La suspensión de pagos de la deuda externa latinoamericana
El gobierno peruano fue el último en proclamar su independencia y el primero en suspender los pagos, en abril de 1826. La quiebra en febrero de ese año de Goldschmidt, banquero oficial de aquel país, trajo enormes dificultades. El embajador mexicano, conjuntamente con el colombiano y el argentino trataron de convencer al representante del Perú para que tomara un préstamo a corto plazo de la rama francesa de Rothschild para hacer frente al vencimiento de abril, pero este lo rechazó alegando que solo prolongaría la agonía.
En lo que sería el primer gesto de solidaridad financiera latinoamericana, el embajador mexicano Vicente Rocafuerte previa aprobación de su gobierno, ordenó a su agente financiero, la banca Barclays, para que este transfiriera de la cuenta mexicana a la cuenta de la República de la Gran Colombia, la suma de libras esterlinas 63.000 para cubrir un pago de intereses que vencía en abril de ese año.
Aún cuando existían fondos para cubrir los vencimientos que se avecinaban, las naciones latinoamericanas sufrieron una caída en la cotización de sus bonos por efecto contagio debida a la insolvencia peruana.
El embajador Hurtado de México solicitó autorización a su país para transferir el saldo de 300.000 libras esterlinas del Banco Barclays al Banco de Inglaterra, basado en los rumores que dicha banca estaba relacionado a través de Herring, Graham & Powles con el quebrado Goldschmidt. La autorización nunca llegó y cuando en agosto cerró la banca Barclays, los fondos mexicanos quedaron atrapados en la quiebra.
Si bien todo comenzó con el no pago de la cuota de un préstamo al Perú, la caída de los bonos arrasó los estados financieros y para mediados de 1827, todos los países latinoamericanos, excepto Brasil habían suspendidos los pagos, abarcando una deuda de más de L 17.000.000, más sus intereses.
El mal manejo no puede atribuirse a las noveles naciones sino a los inescrupulosos y avaros banqueros ingleses y la corrupción inoculada a los gobiernos por los agentes financieros.
La situación de no pago no se recompondrá durante los siguientes 20 o 30 años.
A la sombra de la renegociación
A la salida de la crisis de 1825, las naciones latinoamericanas se hallaban en situaciones similares, carecían de metálico para pagar sus obligaciones, el presupuesto apenas alcanzaba para cubrir los gastos mínimos y estaban envueltas en graves problemas políticos internos que las colocaban al borde de la guerra fratricida, cuando por las armas se dirimían los proyectos políticos hegemónicos.
Carlos Marichal dice al respecto: “este círculo vicioso de problemas económicos, sociales y políticos era tan acuciante que los acreedores extranjeros difícilmente hubieran podido esperar una acogida favorable a sus pretensiones”.
Se crearon asociaciones de tenedores de bonos que protestaron reiteradamente ante el Ministerio de Asuntos Exteriores británico, aunque sin mayores resultados, dado que este priorizaba las relaciones comerciales a los reclamos financieros. De tomarse medidas abusivas sobre los erarios públicos latinoamericanos hubieran sido perjudicados los mercaderes ingleses que se verían afectados en sus comercios a favor de sus competidores franceses, alemanes y norteamericanos.
Sin afectar los lazos comerciales los reclamos por cuestiones financieras fueron reemplazados por lo que se dio en llamar “la diplomacia de la cañonera”. Los buques de la Armada Real fueron una constante amenaza para todas las naciones del hemisferio, ya sea mediante bloqueos o intervenciones militares directas, Argentina, México y Venezuela, cuentan entre otras páginas heroicas del pueblo en franca lucha contra la fuerza militar inglesa, francesa o norteamericana. Pero el comercio inglés siguió su marcha incólume sin detenerse por las cuestiones bélicas o políticas.
Se desintegró la Federación Centroamericana y la Gran Colombia; México fue invadido por los EE.UU y ocupada su capital; Chile declaró la guerra a la Confederación Peruana-Boliviana; Perú sufrió una guerra civil; pronto Uruguay sufriría la propia; Argentina fue bloqueada a través del Río de la Plata, en dos oportunidades y derrocadas sus autoridades con apoyo extranjero.
A mitad del siglo, la demanda internacional de determinadas materias primas trajo como consecuencia la implantación de gobiernos más o menos estables, afines a los intereses extranjeros y con ello, la renegociación y pago de las deudas contraídas a comienzos de la década de 1820.
Paradójicamente fue el guano, requerido como insumo, el que trajera los primeros acuerdos. En 1842, Chile reanudó los pagos a sus acreedores emitiendo nueva deuda que contemplaba un interés del 3% por los atrasos, así su deuda de L 1.000.000 se elevó a L 1.756.000, pagaderos con la exportación de guano y cobre. El guano produciría la confrontación bélica entre Chile y Perú - Bolivia; derramamiento de sangre que terminaría con el aislamiento costero boliviano hasta el día de hoy, con el enriquecimiento de las élites de cada país, un mayor endeudamiento por los gastos militares y el aseguramiento del cobro por parte de los acreedores. Y la instauración de un modelo político económico y social de brutal dependencia que continúa hasta el presente.
Perú reanudó el pago de sus deudas en 1849 con una emisión de nuevos bonos con la capitalización de intereses atrasados.
Costa Rica, disuelta la Federación Centroamericana canceló su parte de la deuda total de L 163.000, en una cifra cercana a las 14.000 libras esterlinas que fue abonada en 1844 por aquel país. Guatemala reanudó los pagos en 1856, habiéndose hecho cargo del 42% de la deuda (sobre un total de L 163.000) emitió por más del doble de su participación (de los 68.000 originales a 150.000 según la renegociación de 1856). Honduras reanudó los pagos en 1867 y sobre una deuda original de 27.000 libras emitió por 90.075. Nicaragua en 1874 y El Salvador en 1860 liquidaron sus respectivas partes.
El caso del Ecuador es significativo. Disuelta la Gran Colombia, en la partición debe absorber el 22% de la deuda de L 6.750.000, es decir, un millón quinientas mil libras, por la que se emitieron L 1.800.000 y se cancelaron los intereses entregando tierras fiscales. Método del canje de deuda por territorio, que sería propuesto en los siglos siguientes como solución al problema de la deuda.
Venezuela se hizo cargo de L 1.890.000 y emitió bonos en 1859 por L 2.470.000.
Colombia, que asumió el 50% de la deuda de la Gran Colombia en 1861 entregó bonos por los atrasos por valor de L 775.000 y en 1872 logró una reducción de la deuda a L 2.000.000.
México con una deuda original de L 6.400.000 reconoció en 1850 una deuda de L 10.200.000 incluyendo atrasos. En 1854 suspende nuevamente los pagos y logra un acuerdo parcial en 1863 y un arreglo final en 1888.
Argentina, tratado por separado de este informe, por el L 1.000.000 original reanudó los servicios en 1857 con la emisión de L 1.500.000.
Las moratorias latinoamericanas en el siglo XIX duraron entre 20 y 30 años, según los casos, dando magnitud al conflicto que incluyó guerras civiles, asesinatos, represiones, bloqueos e invasiones militares. Pero rara vez son mencionadas como uno de los causales de semejantes estragos en los libros de historia oficiales.
El caso mexicano
La más explosiva renegociación de la época fue el caso mexicano. La confrontación entre el gobierno y las potencias extranjeras desató la invasión militar en 1862.
Los empréstitos de 1824 y 1825 se habían agotado para 1827. La falta de ingresos fiscales no permitía hacer frente a todas las obligaciones contraídas. El presidente Guadalupe Victoria debe renegociar la deuda y recibe por contestación este “consejo” de Alexander Baring: “que alterase el sistema fiscal antes de prometer cumplir compromisos previamente rotos”. La misma receta de siempre: implantar una reforma tributaria que garantice una mayor recaudación de impuestos como salida de la insolvencia. Propuesta que tantas veces será repetida a lo largo de los siglos posteriores.
En su pensamiento económico existían dos soluciones posibles, o se volvía a implantar tributos de la era colonial que ahogarían a la población, o se debía tomar nuevos empréstitos. Dado que los mercados financieros internacionales estaban cerrados por el incumplimiento de los créditos ingleses, el gobierno cayó en manos de usureros locales. Especuladores como Manuel Escandón, Cayetano Rubio, Gregorio Martínez del Río y Manuel Lizardi, entre otros, aumentaron sus fortunas proporcionando préstamos a corto plazo a cambio del control de los principales rubros de la economía, incluyendo las aduanas y los puertos.
Cuando la situación parecía encausarse en una nueva renegociación con los acreedores externos, en 1836, los colonos de Texas declaran su independencia, y con ello, se desató un nuevo conflicto militar, esta vez con EE.UU.
En 1837 se aprobó la renegociación, México reconocía una deuda de 10,8 millones de libras esterlinas, la mitad de esa suma pagaderos en “Certificados de tierras”, a cuatro acres por libra esterlina, sobre los territorios de Texas, Chihuahua, Nuevo México, Sonora y California.
Como es de imaginarse, se colocaron pocos certificados dado el desarrollo de la guerra. Pero el recurso de canje de deuda por territorio ya estaba implementado.
El 50% restante pagadero en bonos. El agente financiero Manuel Lizardi y Compañía, realizó múltiples maniobras especulativas para engrosar su peculio particular. Las maniobras produjeron tal escándalo que la representación mexicana fue reemplazada en 1845.
Terminada la guerra México recibió una indemnización de 15 millones de dólares por la pérdida de los territorios de Texas, Nuevo México, Arizona y California, la mitad de esos fondos serán destinados a pagar intereses impagos, mientras se reconocía una deuda mayor por la capitalización por anatocismo (intereses sobre intereses), la única supuesta ventaja otorgada fue la baja de la tasa de interés del 5% al 3% anual.
Poco duró el acuerdo al estallar la guerra civil en 1856 por cuanto se interrumpió el pago de intereses. Los acreedores locales llegaron a acuerdos con las potencias extranjera (Gran Bretaña, Francia y España), para que éstas presionaran al gobierno mexicano, en busca de nuevas concesiones y convertir la deuda interna en pesos en deuda externa en oro.
El más escandaloso de esos contratos es el contrato Jecker de 1859, por el cual, de la mano de un agiotista local de origen suizo, el gobierno mexicano recibió medio millón en metálico entregando a cambio 15 millones en bonos. El gobierno francés otorgó cobertura diplomática a Jecker y presionó, a su vez, al gobierno mexicano para el reembolso de los bonos a valor nominal.
La situación política estalló y en la primavera de 1861 las fuerzas liberales conducidas por Benito Juárez tomaron el poder y se negaron a admitir la legitimidad de las reclamaciones de los acreedores, suspendiendo los pagos.
Las represalias fueron inmediatas, el 15 de noviembre de aquel año, el ministro de Asuntos Exteriores británico, Lord Russell, se reunió con el ministro español Istúriz y el francés Flahaut para firmar una convención que autorizaba la ocupación militar de los puertos mexicanos. Estas acciones terminarán con la invasión de estas tres potencias al suelo mexicano en 1862.
Las tropas francesas colocarán al archiduque austríaco Maximiliano al frente de un trono neocolonial ocupando el castillo de Chapultepec, durante tres años y con el apoyo de una camarilla de políticos conservadores mexicanos y con el respaldo de 30.000 soldados del ejército de ocupación francés, manejarán al país a su antojo.
En 1867 será derrocado y expulsadas las tropas francesas de la mano de las fuerzas liberales encabezadas por Benito Juárez. Gloria del pueblo mexicano.
Fueron años de moratorias latinoamericanas e intervenciones militares (bloqueos e invasiones) resistidas a sangre y fuego por los pueblos. Ricas en orgullo patrio y dignidad popular. Pronto con el correr de la segunda mitad del siglo, con el ascenso de camarillas afines a los imperios, las deudas serán renegociadas y la sangre de los pueblos vertida por verdugos locales en nombre de la libertad, la civilización y en contra de la barbarie.