La Pandemia y el nuevo momento geopolítico mundial
En el mes de febrero de 2020, cuando la pandemia se concentraba en la provincia china de Hubei, los analistas y editorialistas de la gran prensa “occidental” perteneciente a los países que lideran la OTAN hablaban del “Chernóbil chino”. La referencia era al accidente nuclear ocurrido en la URSS en 1986 y la interpretación era que el covid-19 mostraba, al igual que en la desaparecida potencia socialista, la crisis del régimen y la posibilidad de su desmoronamiento. En ese contexto, China defensivamente afirmó, a través del vocero de la cancillería, que el virus había sido llevado en octubre de 2019 por fuerzas de Estados Unidos que participaron en los juegos militares en Wuhan.
Dos meses después, la situación había dado un giro de 180 grados. Beijing desplegaba todas sus capacidades económicas, sanitarias, diplomáticas y cooperativas a nivel mundial, mientras las imágenes de las fosas comunes en Hart Island, New York, contrastaban con las imágenes de la construcción de un hospital en diez días en Wuhan o la llegada de donaciones chinas y equipos médicos a distintas partes del mundo. En lugar de analizar el “Chernóbil chino”, la famosa revista inglesa The Economist se preguntaba en su tapa y en referencia a las consecuencias geopolíticas de la pandemia, “¿China está ganando?” (The Economist, 16/4/2020).
Lo que ya mostraba esta guerra informativa en torno a la geopolítica de la pandemia era un nuevo nivel de la crisis de hegemonía y una agudización de las disputas en el mapa del poder mundial, particularmente a partir del momento en que China pareció tener controlada la pandemia (desde el 15 de abril no reporta muertos por covid-19), recuperaba rápidamente su economía y emergía como el principal actor de la cooperación mundial, profundizando su política de “poder blando”. Además, aportaba dinero extra a la OMS y se mostraba como defensora de las instituciones multilaterales creadas en plena hegemonía estadounidense, las cuales el gobierno “americanista” y anti-globalista de Trump se empeña por desarmar. Todo un símbolo de la crisis.
La Pandemia sirvió como catalizador para acelerar un conjunto de tendencias de la transición histórica-espacial mundial en que nos encontramos, a partir de lo cual se establece un nuevo momento de dicha transición, manifestándose entre otras formas como un nuevo momento geopolítico. Para analizar dicho momento es importante definir cuáles son dichas tendencias, por lo menos las principales:
- El ascenso de Asia Pacífico y de China en particular y, por otro lado, el declive relativo del Occidente geopolítico y de Estados Unidos en particular.
- Crecientes contradicciones político estratégicas, donde predomina un patrón de conflicto entre las fuerzas y potencias dominantes del anterior orden unipolar contra las fuerzas y potencias emergentes que apuntan a un orden multipolar, presionando para re-distribuir el poder y la riqueza mundial. Este es el trasfondo de la mundialización y generalización de la guerra híbrida: guerra comercial, guerra financiera a través de sanciones y bloqueos, guerra de información, guerras en distintos escenarios combinando formas regulares con irregulares, etc., profundizándose el devenir de la crisis de hegemonía a caos sistémico, según la conceptualización propuesta por el sociólogo italiano Giovanni Arrighi.
- Una crisis de hegemonía que se expresa, a su vez, como una crisis del orden mundial (establecido a partir de la posguerra y reconfigurado en 1980-1990), de sus instituciones multilaterales y de su legitimidad.
- Una crisis económica estructural que se observa con claridad desde 2008 y que está en relación a la crisis del capitalismo financiero neoliberal y de la globalización impulsada bajo ese proyecto, experimentada de las últimas décadas.
- Una transformación en las formas dominantes de organizar la producción en relación a un nuevo paradigma tecnológico, que se conoce como “cuarta revolución industrial”.
El COVID impactó sensiblemente en la economía mundial, que incubaba una crisis irresuelta desde 2008. Fuente Unsplash
Asistimos a la configuración de un mundo multipolar y al mismo tiempo con rasgos bipolares, junto a crecientes contradicciones entre el Norte Global y el Sur Global. Ello genera grandes desafíos para los países semiperiféricos –países de ingresos medios que combinan procesos y características de periferia y de centro, como Argentina y Brasil—tensionados entre la “involución” periférica o la constitución de alianzas para transformar el orden mundial y democratizar tanto el poder como la riqueza.
No es casualidad que esta crisis se compare con el colapso de 1929 o las caídas económicas de la Segunda Guerra Mundial, aunque a primera vista sus causas parezcan distintas. El crack de 1929 y la depresión económica subsiguiente se corresponden con el período de entreguerras en plena transición histórica del sistema mundial, con la crisis del orden mundial y con la agudización de la lucha interimperialista que devendría en guerra comercial y económica, carrera armamentística y tecnológica, guerra en escenarios secundarios y finalmente guerra mundial. El aire de familia entre la situación del pasado y la presente es que el mundo atraviesa por procesos similares, con el desmoronamiento del orden mundial. En este sentido, si en la crisis de 1929 Estados Unidos fue el epicentro, pero el golpe más fuerte se sintió en Europa y destruyó algunos de los pilares fundamentales de la hegemonía británica, ahora la pandemia tuvo como primer epicentro China –provocando un significativo golpe sanitario, económico y político— pero los principales impactos se están viendo en Occidente y en particular en Estados Unidos, acelerando su declive relativo y, en consecuencia, la crisis de hegemonía, que deviene en caos sistémico.
Incluso, en esta búsqueda de comparaciones históricas para comprender el presente –que siempre deben tomarse más como metáforas explicativas e ilustrativas que como teleológicas repeticiones—, dentro de los Estados Unidos hablan de que el momento actual se asemeja al momento “Suez” (Campbell y Doshi, 2020), comparándolo con la intervención fallida en Suez en 1956 que puso al descubierto la decadencia del poder británico y marcó el final del reinado del Reino Unido como potencia mundial.
La emergencia de un gigante: un nuevo umbral
Analizar a China significa adentrarse en una nueva escala que, como todo gran fenómeno cuantitativo, encierra profundas transformaciones cualitativas. La pandemia puso de manifiesto, con total claridad, esta cuestión. Emerge un nuevo umbral de poder, que se manifiesta en múltiples dimensiones, empezando por el ámbito de la salud: el 90 por ciento de los antibióticos se hacen en China, que además provee el 80 por ciento de materias primas para todos los medicamentos del mundo. Por otro lado, desde el 1 de marzo al 5 de abril, China exportó 3.860 millones de barbijos, 37,5 millones de trajes de protección, 16.000 respiradores y 2,84 millones de kits de detección de la Covid-19 (La Vanguardia, 5/4/2020). Además, tuvo la capacidad de quintuplicar su producción de barbijos en menos de tres meses y produce más de 110 millones diarios.
Estos números se corresponden con otros que ponen en evidencia la magnitud de lo emergente, así como su extrema velocidad. Veamos algunos datos.
Mientras hace veinte años las redes financieras anglosajonas y sus grandes bancos dominaban a nivel global, ahora los cuatro primeros bancos más importantes del mundo según activos son chinos. Además, entre las primeras diez compañías más grandes del mundo por ingresos tres son chinas y posee 124 de las 500 principales a nivel mundial (cuando en 2007 tenía sólo 25), mientras Estados Unidos tiene 121, según el índice Fortune Global 500. Por otro lado, China ya no lidera sólo las manufacturas de baja y media complejidad. Sus productos industriales de alta tecnología pasaron de constituir el 7% del valor mundial en 2003 a un 27% en 2014. La otra cara de la moneda es que el salario mínimo se ha triplicado en los últimos diez años.
En el delta del Río de las Perlas se está conformando una megalópolis de 70 millones de personas, que posee un PBI de 1,5 billones de dólares y se desarrolla como centro de alta tecnología mundial, en donde se destacan las ciudades de Guangzhou, Shenzhen (base de Huawei, Tencent y ZTE), ZhuHai, Macao, Hong Kong y Dongguan (donde se producen el 20% de los teléfonos “inteligentes” del mundo). Allí se construyó el puente marítimo más largo del mundo que une a Hong Kong, Zhuhai y Macao. Estas son algunas de las razones por las que en China se consumió en tres años (2011-13) la misma cantidad de cemento que Estados Unidos en un siglo. Por otra parte, por esa región pasan los componentes del 90% de los productos tecnológicos del mundo.
En 2019 China superó por primera vez a Estados Unidos en solicitudes de patentes. Esto se debe a que encabeza algunas tecnologías de vanguardia para la llamada cuarta revolución industrial –inteligencia artificial, internet de las cosas, 5G—, lidera la transición energética junto a otros países de Asia Pacífico, su masa de datos (Big Data) es muy superior a la de Estados Unidos y planea achicar su retraso tecnológico relativo en otras ramas como la robótica, los semiconductores y la industria aeroespacial a través del Plan Made in China 2025, que en los hechos rompe el monopolio tecnológico del Norte Global. Esta es una de las razones principales de por qué el Estados Unidos de Trump lanzó la guerra comercial contra China –pero también contra sus aliados y “vasallos” tradicionales, a los que les demanda sostener la primacía estadounidense, produciendo enormes tensiones.
El desarrollo del 5G es uno de los emblemas del ascenso tecnológico de China, protagonista de la multipolaridad. Fuente Asiatimes.
Estos datos nos muestran que China deviene de la fábrica del mundo hacia la conformación del mayor centro económico productivo-tecnológico del mundo, avanzando en todos los niveles de complejidad a una escala que plantea un nuevo umbral. La crisis desatada por la pandemia acelera este proceso. Ahora también compite por primera vez al máximo nivel junto a otros centros tecnológicos mundiales en el desarrollo de medicamentos y de la vacuna para el covid-19.
Como potencia emergente que ha logrado la supremacía productiva se vuelve más librecambista a la vez que la potencia declinante, o por lo menos sus fracciones más retrasadas y los grupos de poder asociados, exacerban el proteccionismo. Además de lo mencionado en el plano productivo-tecnológico, Beijing ya disputa los monopolios comerciales mundiales y disminuye su debilidad en el plano financiero. En este último punto, se destaca un dato central a partir de la pandemia, que se agrega al lanzamiento en 2018 de la plaza de comercialización de petróleo en yuanes: China se está convirtiendo en una plaza de reserva de valor en plena crisis.
La crisis acelerada por el coronavirus implica una gran destrucción de valor y, por otro lado, desde el punto de vista de la producción, lo que se va a acelerar es todo el proceso ligado a la llamada cuarta revolución industrial: la “economía digital”, el trabajo desde casa, la inteligencia artificial, la enseñanza virtual, etc. Se trata de dos caras de un mismo proceso de destrucción creativa, que conlleva todo un proceso de reingeniería social del que hoy vivimos adelantos bajo estado de emergencia y cuyo desarrollo es algo incierto todavía. Por otro lado, sus dinámicas superiores se observan en Asia Pacífico, en diferentes dimensiones y bajo relaciones de producción híbridas y nuevas formas de organización. En el caso de China significa la combinación de relaciones capitalistas típicas que explican un 30% del empleo y un 70% bajo otras relaciones de propiedad y de producción, entre las que se destacan las empresas de pueblos y aldeas de propiedad colectiva y las grandes empresas estratégicas estatales que conquistaron el mercado mundial y darán un enorme salto pos-pandemia.
Nuevo momento geopolítico
Actualmente estamos en el proceso inverso del que sucedió a fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX, en donde el imperialismo capitalista occidental encabezado por el Reino Unido logró subordinar y hacer declinar las economías más importantes del mundo, China y la India, convirtiéndolas en una semi-colonia y una colonia respectivamente, y generando un profundo proceso de periferialización en dichos países. Ello lo logró fundamentalmente por su poderío militar asociado con la revolución industrial, a partir de lo que se inició el proceso conocido como la “Gran Divergencia”, que grafica la enorme brecha de desarrollo entre ambas partes del mundo: el centro imperial occidental y sus periferias y colonias que pasaron a incluir al “reino medio”.
Luego del vertiginoso ascenso de Japón y de los tigres asiáticos, re-emerge China, el centro histórico de Asia Pacífico, que hasta principios del siglo XIX explicaba la mitad de la economía mundial. Si bien la re-emergencia de China tiene una larga historia que se inicia con la revolución de 1949, en el siglo XXI podemos marcar cuatro momentos claves, que marcan cambios fundamentales en el mapa del poder mundial y cuyo último momento, el quinto, es la actual pandemia.
En 2001 identificamos un primer momento clave. Después de recuperar Hong Kong en 1997 y Macao en 1999, últimos grandes vestigios coloniales territoriales de Occidente, en dicho año se consolida finalmente la Organización para la Cooperación de Shanghái (OCS) una especie de OTAN defensiva en Eurasia, en alianza con Rusia y los países de Asia Central, cuyas bases se habían fundado en 1997. Además, en aquel año ingresa a la Organización Mundial del Comercio y, por otro lado, marca todo un hecho de reafirmación soberana al derribar un avión espía norteamericano en su territorio. Por su parte, el gobierno de George W. Bush pone fin al encuadramiento geopolítico de “asociación estratégica en el siglo XXI” y pasa al de “competencia estratégica”. No resulta casual que, en el inicio de la transición geopolítica del siglo XXI, cuando se empiezan a producir reacciones en distintas partes del mundo contra el orden unipolar y el capitalismo financiero neoliberal, en América Latina re-emerjan los movimientos nacionales y populares.
El segundo momento se produce a partir de la crisis financiera global de 2008, con epicentro en Estados Unidos. Beijing produjo a partir de allí un gran giro apuntando sus enormes recursos excedentes al mercado interno. Para ello disminuyó en más de un 60% el financiamiento a Estados Unidos a partir de la compra de bonos del tesoro (rompiendo la trampa en la que se encuentra Japón). Ello quebró la dinámica de transferencia de excedente hacia Estados Unidos, que absorbe el ahorro global y financia su estructural doble déficit (fiscal y comercial). Además, expandió la inversión en ciencia y tecnología, y avanzó en la adquisición de activos estratégicos y expansión global de sus empresas, convirtiéndose en un jugador principal en la inversión extranjera directa, especialmente en América Latina, África y Asia. Hacia el 2009 se produjo el lanzamiento del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), articulando en un bloque a las potencias industriales de la semi-periferia en la búsqueda de reconfigurar el Orden Mundial, a partir de la democratización de la riqueza y el poder global. No es casual lo que mencionamos sobre que desde 2008 se haya cuadruplicado nominalmente el PIB de China (o crecido casi 140% en términos constantes): acumulación económica y fortaleza política van de la mano, manifestándose en este caso en la capacidad de ruptura de los dispositivos y mecanismos de la dependencia.
El tercer momento se produce en 2013 cuando Beijing lanza la revolucionaria iniciativa de la “Nueva Ruta de la Seda” (como se conoce popularmente el proyecto Belt and Road Iniciative) frente a las estrategias de contención impulsadas por Washington y sus aliados. Junto a esta iniciativa impulsa una nueva arquitectura financiera de escala mundial, como el Banco Asiático de Inversión e Infraestructura y el Banco de los BRICS, que ensombrecen al FMI y el Banco Mundial. A su vez, se profundizan las alianzas con Rusia en todos los planos para consolidar una estructura de poder en el continente Euroasiático que eclipsa la superioridad del “Imperio de Mar”. Estos movimientos exacerban las reacciones de Estados Unidos y el Occidente geopolítico y alimentan la guerra mundial híbrida y fragmentada que transitamos desde 2014.
En plena crisis de hegemonía y derrumbe del orden instaurado, se reconoce de facto una situación de conflicto generalizado, que da lugar a la multiplicación de enfrentamientos bélicos y al hecho de que Washington permanezca desde 2001 en guerra. Pero lo que queda claro a partir de 2014 es que, de una u otra forma y directa o indirectamente, este proceso involucra a las principales potencias. El mundo se encuentra inmerso en una contienda fragmentada e híbrida de nueva generación, donde se combinan elementos bélicos convencionales (entre Estados con ejércitos regulares) con “irregulares” o “no convencionales” y se juega en múltiples frentes –pensemos en los conflictos de Siria, Ucrania, Libia, Yemen, Irak, Afganistán, etc, pero también, bajo formas más difusas, en Cuba, Venezuela, Bolivia, Nicaragua y el conjunto de América Latina. Los enfrentamientos se multiplican más allá de lo estrictamente seguritario-militar y se despliegan hacia todos los ámbitos: informativos, psicológicos, tecnológicos, financieros y económicos. Por ello se habla de guerra comercial, ciberguerra, guerra de monedas, guerras financieras, guerra judicial (o lawfare), etc. A partir de aquí, la crisis de hegemonía comienza a tener elementos de una etapa de desorden mundial o “caos-sistémico”, lo cual se va a consolidar a partir de la Pandemia.
En 2016-2017 se desarrolla un nuevo momento a raíz del triunfo político que obtienen la fuerzas antiglobalistas en Estados Unidos y Reino Unido a partir del Brexit y la elección que consagra ganador a Donald Trump. Son los grupos de poder y fracciones de capital que se sienten perdedores en la globalización o entienden que ya no es funcional a sus intereses, que practican el unilateralismo en lugar del multilateralismo unipolar y se oponen en buena medida a las instituciones internacionales que el propio Estados Unidos construyó como parte de su hegemonía. Esto cambia la geoestrategia del polo principal del poder mundial. Comienza la guerra comercial y la guerra financiera se profundiza a través de bloqueos unilaterales y sanciones por parte de Estados Unidos. El orden mundial construido por Washington y sus aliados se derrumba. El enfrentamiento entre potencias lo formalizó Estados Unidos en el cambio de la estrategia militar presentada en diciembre de 2017, donde vuelve a ser central el enfrentamiento con Estados rivales que amenazan la prosperidad y los valores de (el dominio) de Estados Unidos en el mundo, especialmente China y Rusia. En sintonía con esta modificación, en marzo de 2019 la Unión Europea definió por primera vez a China como un “rival sistémico”, aunque presente en términos reales cada vez más diferencias con Estados Unidos. A esto siguió en diciembre la Declaración de Londres de la OTAN mediante la cual, también por primera vez, se subraya “la creciente influencia internacional china” que implica, por tanto, importantes “desafíos” para la organización. La OTAN expandió más allá de Rusia su foco de atención y localiza a Beijing como un reto significativo.
Con la crisis que transitamos se inicia un nuevo momento geopolítico. Mientras el polo de poder que hasta la pandemia era el dominante (aunque ya no hegemónico) muestra más signos de declive relativo, China se ha convertido definitivamente en un actor global y parece estar dispuesta a asumir ese papel. Ello se observa en distintos indicadores que hemos mencionado, pero también debemos analizar un elemento central que se pasa por alto. Por lejos, los países de Asia-Pacífico mostraron una capacidad socio-estatal muy superior frente a la pandemia. Su capacidad para controlar la enfermedad, tener un bajísimo número de fallecidos y a su vez mantener funcionando la economía los deja en una posición muy superior frente a otras regiones del mundo y, especialmente, en relación al desastre de Estados Unidos que combina una estrepitosa caída en la economía junto con un desastre sanitario.
En este escenario y como en los años de entreguerras del siglo pasado, la Argentina y América Latina se enfrentan crudamente al siguiente dilema: declive periférico bajo un proyecto financiero primario exportador y total subordinación geopolítica a Occidente o, por otro lado, un proyecto nacional de desarrollo productivo soberano y de democratización política y material, con sólidas bases populares e integración regional –lo que expresaron con distintos alcances primero el Yrigoyenismo y luego con mayor profundidad el Peronismo durante la primera mitad del siglo XX.
Lo nuevo de la presente transición es que avanzamos hacia un mundo post occidental, con lo cual nuestra subordinación periférica a un centro en decadencia puede implicar un declive más pronunciado. Pero también esta situación abre toda una oportunidad estratégica, hasta ahora desconocida, para Nuestra América y las luchas por su definitiva independencia.