Jauretche, ese jurista
Jauretche, ¿ha realizado aportes específicos al conocimiento jurídico? ¿Puede su interpretación de la realidad ser utilizada para pensar el derecho en nuestro país, para los juristas, investigadores, operadores del derecho y estudiantes de abogacía? Sin lugar a dudas, su inclusión es necesaria en los programas académicos de materias como política, economía, sociología, entre otras posibles, pero ¿puede señalarse lo mismo para el derecho?1.
Don Arturo Jauretche se recibió de abogado en la Facultad de Derecho de la calle Las Heras de la ciudad de Buenos Aires, que le sirvió para conocer en sus pasillos a Homero Manzi, quien escribió un poema donde elogiaba a los jóvenes que hacían “esa mezcla pampeanamente rara de Yrigoyen y Marx”. Pese a esto, no se prestigiaba como jurista, sino que, como él decía, entre intelectual y argentino, optaba por lo segundo, y con todo. Sabía con honda convicción que ser intelectual, o jurista agregamos nosotros, en un país semicolonial, es una manera, en verdad, de negar y rechazar al país real y profundo.
¿Cómo conocer el país, su derecho y su revés?
La tendencia a universalizar y generalizar del conocimiento del derecho, cuando cada país y región tiene una legalidad propia y particular como expresión de su realidad específica, torna fundamental una conocida fórmula suya: lo nacional es lo universal visto desde aquí. Cualquier interpretación de la realidad debe asentarse sobre la constatación que “la incapacidad para ver el mundo desde nosotros mismos ha sido sistemáticamente cultivada en nuestro país”2, así como una autodenigración permanente de nuestras fuerzas colectivas propias, por razones congénitas irreparables, profesada constantemente por los grandes medios de comunicación, en un colonialismo cultural consecuente con la dominación económica que postra a la Argentina. Este colonialismo cultural cuenta con la prensa, como ese diario que, según Homero Manzi, legó Bartolomé Mitre para que le cuide sus espaldas, pero también con todo un sistema judicial especialmente edificado para hacer lo mismo con el orden oligárquico, a punta de leyes y pistolas. Como dice el historiador Juan Jara, “hemos sido educados durante años, y no solo durante el ciclo escolar, en el obsecuente catecismo que todo lo importado, solo por el hecho de serlo, es superior a lo nuestro”3. Una visión oligárquica del país se impuso en las ideas jurídicas, resumida en eso que decía Jauretche: “es una de las tantas abstracciones del liberalismo, como el derecho que todos tienen el derecho de dormir bajo los puentes, desde Felicito Alzaga Unzué al linyera o crotto, pero que, inexplicablemente, Don Felicito no ejerce, con un increíble abandono de sus derechos”4.
La caída del partido federal y de los caudillos, sería la exclusión definitiva de las clases inferiores, de los de abajo, de la participación política. El esquema civilización y barbarie opuso la ciudad y el campo, el propietario y el gaucho, la gente principal y los de abajo, la ciudad puerto europeísta y el interior atrasado, y lo revistió de las formas jurídicas de un republicanismo oligárquico en el cual, se destruía el interés nacional. Por eso Jauretche decía en Los Profetas del Odio, que los “doctores ya habían adquirido el hábito de actuar como agentes internacionales, y lo siguieron haciendo desde sus bufetes donde fundaron la dinastía de los abogados de empresas y maestros del derecho y la economía conveniente a la política antinacional”. La dinastía de la toga fue un componente esencial del orden socioeconómico dependiente y antiindustralista. Ahí está el origen de una doctrina judicial, cuya tradición oligárquica y elitista, atravesará, aunque no sin variaciones, el siglo XX hasta nuestros días.
Las Zonceras
En el “Manual de Zonceras”, Jauretche ha incluido en el capítulo de las Zonceras Institucionales, algunos de estos principios aparentes que nos impiden pensar la realidad desde una perspectiva propia, en el campo del derecho5. El cuestionamiento principal apunta al Derecho Público, al que denosta por ser uno de los tantos productos de importación, “sirvió en cambio para acomodar el país al tipo de economía colonial”, aunque rescata excepciones en el derecho público provincial. “Todo el resto del Derecho Público es un artificio como los telones de teatro. Una decoración mientras la obra dura en el cartel. La obra dura hasta que la presencia de la democracia efectiva -la del pueblo-, hace inconveniente su representación para la ‘empresa’ que la ha montado”. Su definición es que el derecho es “la ley nacida del común, es decir el derecho vivo; no tal como fue escrito en su origen, sino como ha resultado de su aplicación y de su interpretación por la sociedad que es el ente vivo y creador de derecho”.
Toma el caso del derecho anglosajón, ampliamente citado por la doctrina judicial sin que se llegue a comprender el hecho social: “Principiemos porque la igualdad ante la ley del derecho anglosajón no nace de una postura filosófica. Las Cartas que los barones le arrancaron al Rey no eran derechos abstractos; eran privilegios. Paulatinamente la costumbre fue ampliando el círculo de los dueños de esos privilegios y así a medida que el privilegio dejó de pertenecer a unos pocos para pertenecer al común en razón de los hechos, el derecho anglosajón fue el derecho de cada miembro de la comunidad”. Jauretche precisa a los derechos de las personas como producto de luchas de los sectores sociales, prerrogativas o privilegios que, con el tiempo, se generalizan hacia el resto.
De manera que el derecho no es una abstracción ni un concepto, sino un bien concreto, consecuencia de una relación social específica e histórica, que, además, está sujeta a la evolución constante. Jauretche menciona a Benjamín Disraeli, “un judío que fue el más grande constructor del Imperio Británico”, quien sostenía: "Para mí los derechos del hombre, son los derechos de los ingleses". En cambio aquí los derechos del hombre son una abstracción, cuando se trata del hombre de carne y hueso, concreto, ese que va a nuestro lado en la calle...”. Pone de resalto cómo la colonización pedagógica, en nombre del derecho constitucional a la igualdad entre nacionales y extranjeros, promueve el ingreso y dominio del capital foráneo en el país, pero “donde la actitud de la "intelligentzia" y sus zonceras se hace más evidente es cuando se trata de los grupos inmigrantes procedentes de países americanos: uniformemente estos que gritan por los mormones guardan silencio frente a las medidas que hostilizan la presencia de chilenos, paraguayos y bolivianos, con lo que continúan su actitud frente al "cabecita negra" porque el juicio que hay vale para el paraguayo, el boliviano o el chileno es el que valió para la inmigración a las ciudades industriales de santiagueños, tucumanos o correntinos”6. Se profesa, así, el derecho como una abstracción: el principio jurídico vale en todo el mundo menos en la realidad concreta y particular de nuestro pueblo. Como precisó alguna vez Jauretche, se indignan por las violaciones a los derechos en Rhodesia, con razón, los mismos que hicieron silencio con los fusilamiento de junio de 1956 en su propio país.
En otra parte, como recordando su condición de abogado, Jauretche reflexionó de una manera que podría servir como mensaje a quienes reciben el título flamante de Abogacía: “Rigurosa profesión la nuestra. Tal vez la más noble cuando se trata de la defensa del perseguido, ya comienza a hacerse ingrata en la querella donde el abogado no representa el interés social, como el agente fiscal, sino las pasiones particulares. ¡Qué decir, cuando, como en el caso, el abogado se pone al servicio de un gobierno extranjero para sumarse a la persecución de sus enemigos políticos!”7. Esto puede tomar un significado profundo si se lo liga a eso que también decía Jauretche, acerca de que “los que sabemos que solo somos eslabones, no podemos ser vencidos. Por eso hablamos siempre el lenguaje de los triunfadores”8.
Nombrar a Jauretche como un jurista podría ser una exageración si nos atenemos al sentido tradicional de la palabra, cuando Don Arturo se encontraba bien lejos y ajeno, tanto como puede estarlo quien quería que lo recordaran como un “paisano entre paisanos”, uno con ojos para ver mejor a la patria, “uno que se sabe uno cualquiera” como solía decir Scalabrini Ortiz. Será por eso, justamente, que su voz continúa siendo tan vigente como imprescindible para ayudarnos a no caer en las zonceras jurídicas e institucionales desorientadoras del camino.
2. Jauretche, Arturo. “Los profetas del Odio y la Yapa”. Bs. As. Ed. Corregidor/Peña Lillo 2002, pag. 159.
3. Jara, Juan Carlos. “Ojos mejores para ver a la Patria”, en el sitio web de Telam, 18/11/2010.
4. Diario Mayoría, 19/10/1949, citado en El Pensamiento Vivo de Arturo Jauretche, Bs. As. Centro Cultural Enrique Santos Discépolo, 2009.
5. Jauretche. Arturo. Manual de Zonceras. Bs. As., Ed. Corregidor/Peña Lillo. 2003.
6. Op. Cit., pág. 155.
7. Revista Hechos del Mundo, 20/05/1957, en Textos selectos de Arturo Jauretche, Bs. As.. Prólogo de Norberto Galasso y Germán Ibañez. Ed. Corregidor. 2004.
8. Jauretche, Arturo. Los Profetas del odio. Bs. As. Ed. Peña Lillo. Pag. 102. 1957.