El Qhapaq Ñan en la integración regional
«(…) un acercamiento al saber y al conocimiento de las culturas andinas, implica un primer y necesario gesto de desaprendizaje. Un gesto que se vuelva contra toda la historia de colonización, inferiorización, negación, invisibilización, asimilación y genocidio cultural. Este es nuestro punto de partida, la inevitable colonialidad constituyente de nuestra historia y nuestro presente».
Manuel Fontenla
«(…) lo que no se globaliza se balcaniza (…) lo que se desglobaliza se regionaliza».
Alfredo Jalife-Rahme
El Qhapaq Ñan está constituido por un complejo sistema vial (caminos preincaicos e incaicos) que durante el siglo XV el Imperio Inca unificó y construyó como parte de un gran proyecto político, militar, ideológico y administrativo que se conoció como Tawantinsuyo. Esta red se encuentra distribuida en parte del territorio argentino y se extiende por otros cinco países de América del Sur (Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia y Chile), lo cual ofrece oportunidades de integración regional y continental, así como procesos de investigación conjunta en diferentes disciplinas, dada su complejidad. Estas complejidades constituyeron las bases principales que lograron el reconocimiento del Qhapaq Ñan, por parte de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), para integrar la Lista de Patrimonio Cultural de la Humanidad. Además, fue calificado como un ejemplo de buenas prácticas y un modelo de cooperación internacional para identificar y conservar un Patrimonio Cultural. En la actualidad, son 780 kilómetros y 291 sitios los declarados Patrimonio Mundial en la categoría de Itinerario Cultural.
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En este sentido, cumple con todas las condiciones para contribuir al desarrollo social, ambiental, educativo y económico de nuestras comunidades a través de la investigación, conservación, restauración y puesta en valor social del mayor monumento prehispánico de la historia sudamericana; sin olvidar el impacto que puede tener en el impulso a las actividades turísticas, pero también sobre la cultura, sobre los usos, costumbres y tradiciones de las comunidades, sobre la estructura social y sobre el patrimonio. En síntesis, sobre el desarrollo de nuestros pueblos y comunidades bajo criterios de participación y justicia social.
Hoy en día nos encontramos subsumidos en un mundo gobernado por la globalización financiera, caracterizada por políticas económicas neoliberales donde prevalecen las reglas del mercado y la competencia individualista. Sin embargo, podemos pensar que esa situación ya es el pasado. Hoy lo podríamos denominar como postliberalismo:
(…) el liberalismo clásico es reemplazado por una postmodernidad sin alma que busca romper los lazos que unen el hombre a todas sus identidades colectivas, tanto la religiosa como la étnica o de clase. El objetivo final aparente es crear una sociedad de productores/consumidores compuesta por mujeres y hombres solitarios que buscan llenar el vacío de su vida con el consumo excesivo de productos inútiles (hiperconsumismo). Del mismo modo, los Estados nacionales también estarían destinados a desaparecer para ser reemplazados por las únicas dos instituciones que tienen lugar en el mundo postliberal: el mercado y los medios de comunicación. En este momento, en un mundo sin religión, sin Estado y compuesto por individuos atomizados y sin ningún tipo de identidad, ni siquiera la sexual, vendría el último paso de la postmodernidad: la sustitución del individuo, objeto de culto por parte de los liberales clásicos, por el postindividuo (Dugin, A., 2013: 9).
En este difícil y complejo contexto con futuro incierto, la globalización —y la elite que se beneficia de ella— tiende a intentar que desaparezcan las fronteras entre los países, que se eliminen los límites territoriales de los Estados Nacionales (símbolos de la Ilustración y la Modernidad) para convertirlos en grandes agrupamientos regionales que constituyan una gran nación global, un sistema mundo cuya esencia sea una cultural global caracterizada por el consumismo desenfrenado, la hipertecnología, el hedonismo y la robótica. Sería el sueño utópico del capital (y los dueños de éste): poder circular libremente, a nivel planetario, sin tener que subordinarse a ningún control ni regulación nacional, o supranacional. Hoy en día, el Liberalismo como ideología salió victorioso en Occidente y extiende, rápidamente, su influencia en todo el mundo, utilizando muchos métodos viejos pero, también, otros nuevos y diferentes. Podemos decir que «El liberalismo es el destino maligno de la civilización humana» (Dugin, A., 2013: 171).
Estaríamos dirigiéndonos hacia una tendencia muy conflictiva, porque busca la homogeneización cultural a escala planetaria: la manifestación de una única cultura global. Desde este punto de vista, serían subordinadas, o incluso suprimidas, las identidades culturales locales, regionales y nacionales afectando las relaciones internacionales y las propias relaciones internas dentro de los Estados. Y por supuesto, serían suprimidas, subordinadas, o incluso eliminadas, las restantes culturas. Sería el fin de la Historia (en términos de Fukuyama) y el fin de las diversas culturas, cuyas resistencias locales quedarían subordinadas a la hegemonía de una cultura global. «La Modernidad tiene un rasgo característico: está planteando su paradigma universal. Por eso su estructura es global. Esta estructura de la contemporaneidad global está atacándonos en todas las sociedades. Es un reto para todos. Antes de proponer alternativas (que pueden ser locales o universales), hay que discernir su esencia. Podemos decirlo de otra forma: el asunto del concepto «ser» cambia según el contexto cultural, mientras que «no ser» puede ser total. El modelo global del orden mundial nos propone «no ser». Aceptándolo nosotros estamos entrando en la zona de estandarización. Rechazándolo (pero eso sería posible sólo después de que tomáramos conciencia de todo lo que decidimos rechazar) estamos conquistando el derecho de ser en toda la extensión de la palabra, el derecho de ser nosotros mismos (salvar nuestra identidad) y hacernos a nosotros mismos (es decir, crear esa identidad)» (Dugin, A., 2013: 9). Desde esta mirada, la idea liberal de «individuo» supone la alienación de la persona humana y promueve la deshumanización del mundo y la desaparición del «ser» como existencia.
Entonces, la importancia del Qhapaq Ñan como Patrimonio Cultural de la Humanidad —y como otro camino posible a la integración regional— radica en que esta ruta representa la manifestación del «ser» andino, de la resistencia cultural de las comunidades andinas ¿sudamericanas? por rescatar y salvaguardar sus conocimientos, identidades y tradiciones. Una ruta hacia la cultura andina, hacia el «ser andino en el mundo», recuperando la relación del sujeto con las raíces de su «ser», su existencia en la comunidad y con sus tradiciones, entendidas estas no como algo del pasado sino como algo eterno.
Cultura e integración regional
Desde hace más de un siglo, las relaciones internacionales entre las naciones estuvieron fuertemente influenciadas por las cuestiones culturales. De hecho, en la actualidad, la dimensión cultural es considerada «(…) como una de las cuatro dimensiones fundamentales de las relaciones internacionales y de la política exterior: la política propiamente dicha; la económica, financiera y comercial; la de defensa o de las fuerzas armadas, y la cultural» (Harvey, E., 1991:18). Esto se debe a que la cultura genera profundos cambios en la sociedad, ya sea por su efecto democratizador al permitir el acceso masivo de millones de personas a la información, la educación y el conocimiento cultural; incluso «(…) da a un número creciente de individuos en todo el mundo, y más allá de las fronteras nacionales, conciencia del pasado de su propia comunidad (la identidad cultural), a la vez que de la herencia y de las vivencias de otras culturas contemporáneas» (Harvey, E., 1991:18). Pero también genera una situación de interdependencia cultural, tanto en los ámbitos nacionales, como locales y regionales de los estados. Esto se evidencia «(…) en función de un proceso de uniformización de las costumbres, que crea referencias y valores de conducta de marco planetario por la influencia de los medios de comunicación» (Harvey, E., 1991:18). Por otro lado, genera complejos procesos que derivan en una doble tendencia: «(…) la exaltación de la identidad cultural de las naciones de las comunidades locales y de las minorías de todas clases, por un lado; y el reconocimiento de una emergente civilización de lo universal, por el otro; dentro de un marco de multipolaridad hacia la que tiende el mundo en lo político, lo económico y lo cultural» (Harvey, E., 1991:18).
En este contexto, se vuelve fundamental producir un sólido marco jurídico de normas y legislaciones regionales de gestión y salvaguarda del Qhapaq Ñan, ya sea bajo la forma de acuerdos, convenciones y tratados referidos a una problemática jurídica nueva de intereses y relaciones que tengan como eje la integración regional.
La importancia regional del Qhapaq Ñam como patrimonio cultural
Podemos pensar al Qhapaq Ñan, y los sitios arqueológicos asociados a este, como el vínculo de las comunidades locales con su historia, con sus antepasados, con su territorio, con sus tradiciones; además de ser un fuerte elemento fortalecedor de la identidad cultural. Su declaratoria como Patrimonio Mundial no sólo es una revalorización y un fortalecimiento de la identidad y la diversidad cultural andina, sino que al mismo tiempo se convierte en una posibilidad para generar iniciativas de desarrollo, que contribuyan a la conservación del bien, del medio ambiente y a la mejora de la calidad de vida de nuestros pueblos y comunidades.
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Hoy en día, el paisaje cultural del Qhapaq Ñan continúa transmitiendo un mensaje universal: la habilidad humana para convertir uno de los escenarios geográficos más duros del continente americano en un entorno habitable. Sin embargo, para lograr que las comunidades y los visitantes a los distintos segmentos de la Ruta puedan interpretar y comunicar los valores del patrimonio asociado, es menester desarrollar un turismo responsable hacia estos valores culturales e históricos, y hacia las comunidades locales que habitan en sus territorios. Esto se logra, también, estableciendo metas claras y objetivos precisos que resalten los valores sostenibles del turismo, ejerciendo una supervisión constante sobre ellas ya que, en la práctica, muchos programas de turismo sostenible ofrecen oportunidades pero suponen una ardua tarea que exige tiempo y esfuerzos considerables y, en muchas ocasiones, implica la intervención de distintos grupos de presión —a veces antagónicos—. Esta situación genera que los programas turísticos presenten problemas de concepción, aplicación y mantenimiento en los aspectos sociales y ambientales. Un camino a la solución es fomentar estrategias y soluciones regionales para la gestión de los problemas generados por el turismo, apoyados en un marco jurídico específico que regule las actividades.
Aquí la relación entre comunidad y patrimonio cultural se vuelve más estrecha, ya que gracias a la participación de las comunidades locales se mantiene el conocimiento de las técnicas tradicionales de gestión de carreteras y, además, son los actores sociales principales para mantener las calzadas y sus características asociadas, conservando los más altos grados de autenticidad del camino, ya que la reutilización de los materiales históricos sigue siendo mucho más eficiente que la introducción de nuevos materiales y técnicas de restauración.
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En estas cuestiones se visualiza la importancia de la participación de la comunidad para mantener la autenticidad del patrimonio y, de ésta manera, se refuerza el vínculo con el turista ya que el entorno visual de la mayoría de los componentes de Qhapaq Ñan es muy interesante: atraviesa paisajes muy hermosos, cuya belleza depende de la regulación de los frentes de vista, ya que son muy frágiles y deben ser monitoreados para garantizar que cualquier desarrollo moderno en el paisaje tenga el mínimo impacto visual posible. Hay que considerar que varios sitios son de difícil acceso y su lejanía y aislamiento los ha preservado en muy buenas condiciones durante siglos: muchos componentes del Qhapaq Ñan están localizados en entornos rurales que han estado libres de las transformaciones modernas; por ejemplo, los valores intangibles asociados y las prácticas de gestión siguen siendo muy sólidos, especialmente en algunas secciones muy remotas de la red de carreteras, lo cual contribuyó a la protección de los mecanismos de gestión auténticos. Todavía existen hoy muchas comunidades que siguen teniendo fuertes asociaciones con el Qhapaq Ñan y continúan siendo los guardianes de las estructuras ceremoniales, a pesar de los impactos derivados de las múltiples actividades humanas.
Sin embargo, la importancia de preservar el trazado real de la Ruta en las áreas que están siendo urbanizadas, o aquellas que son cultivadas por las comunidades, deben destacarse y legislar su uso como parte de los acuerdos de gestión y planificación. Varias comunidades locales expresaron explícitamente su interés en las actividades turísticas que pretenden ser gestionadas y administradas por ellas e impulsadas a nivel comunitario. Por ello, la presentación e interpretación de los valores del Qhapaq Ñan depende de que las comunidades locales compartan sus experiencias e historias con los visitantes (turistas), a partir de desarrollar sólidas estrategias de gestión y planificación.
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El Qhapaq Ñan en la integración regional
Si tomamos en cuenta la complejidad territorial del Qhapaq Ñan, reflejada en la superposición de entidades político-administrativas intervinientes (naciones, provincias y municipios), la diversidad de comunidades y manifestaciones culturales que habitan en sus entornos, de intereses en conflicto (algunos fuertemente antagónicos), de paisajes y recursos naturales con diversos niveles de deterioro y riesgo por los cuales atraviesa la ruta, de modelos de desarrollo económico y socio-territorial (Buen vivir, Bienes Comunes, Neoliberal, Keynesiano, Comunitario), se vuelve fundamental construir acuerdos y consensos para lograr que se generen políticas públicas regionales sobre turismo cultural, sostenidas en marcos jurídicos fuertes que consideren al patrimonio cultural como una política de desarrollo con criterios de justicia social y comunitaria, buscando favorecer la integración regional de los pueblos que lo habitan. En primer lugar, acuerdos para desarrollar herramientas y mecanismos de acción que permitan incentivar investigaciones de base para conocer muy bien los impactos (negativos y positivos) de dicha actividad y, en segundo lugar, para poder tener el conocimiento necesario para la toma de decisiones con participación de las comunidades.
El gran valor del Qhapaq Ñan radica en que puede llegar ser un posible camino hacia la integración regional latinoamericana y de sus comunidades
En este sentido, es fundamental considerar al Qhapaq Ñan como una totalidad, como un Patrimonio que debe ser manejado con criterios de integración regional, teniendo en cuenta las múltiples escalas de análisis y la participación, recomendación y supervisión de las comunidades para lograr su efectiva protección, recuperación y salvaguarda; por consiguiente, es necesario incentivar políticas públicas de protección a nivel regional que trasciendan fronteras territoriales, y que repliquen en las comunidades este sentido de integración histórica y cultural pero de manera consensuada, ya sea a partir de la aplicación de técnicas eficaces de colaboración y comunicación (por ejemplo, cartografía participativa ambiental), o procesos de elaboración de un plan de gestión que aliente la participación de las comunidades y los grupos interesados.
El gran valor del Qhapaq Ñan radica en que puede llegar ser un posible camino hacia la integración regional latinoamericana y de sus comunidades (o de una parte de ellas), teniendo en cuenta que permitiría contribuir a generar estrategias de desarrollo —con criterios de justicia social— para los pueblos y sus territorios, principalmente fortaleciendo la planificación del turismo y su relación con el patrimonio universal excepcional que representa. También porque puede llegar a ser un modelo a tomar en cuenta para otras rutas potenciales como Patrimonio de la Humanidad; por ejemplo, la ruta de los esclavos en el Caribe y su extensión a las caravanas de esclavos en el continente africano, ofreciendo una posibilidad de desarrollo socio-comunitario a estos territorios tan relegados y abandonados.
El Qhapaq Ñan nos conduce a comprender gran parte de nuestra historia y la magnitud de nuestra herencia andina, nos ofrece la posibilidad de que las comunidades locales todavía puedan seguir tejiendo un futuro de esperanza a partir de identificar, investigar, registrar, conservar, restaurar y poner en valor la red de caminos inca que aún subsisten en sus territorios, nos ofrece una excelente oportunidad para revalorizar la cultura y profundizar sobre el conocimiento del pasado, con el fin de proyectarnos hacia un futuro distinto que nos permita crecer como naciones multiculturales, herederas de la diversa, enriquecedora y prodigiosa cultura andina. Es una obra que trasciende el tiempo y atraviesa las fronteras territoriales, dominando la difícil geografía e integrando los Andes, los desiertos, las costas y las selvas. De allí la importancia que adquieren las políticas educativas destinadas a que los estudiantes lo conozcan, para poder conservarlo y preservarlo para las próximas generaciones. La región andina presenta un potencial turístico enorme pero, sin embargo, ésta actividad (como otras) debe ser ordenada, regulada, promocionada, desarrollada, legislada, gestionada y administrada dada sus constantes impactos ambientales, sociales y culturales sobre los lugares y sitios patrimoniales.
El Qhapaq Ñan posee numerosos sitios inscritos en la lista del Patrimonio Mundial y se debería establecer un plan de gestión integral para lograr salvaguardar, al mismo tiempo, el patrimonio natural —cuya biodiversidad es una de las más ricas del planeta— y el patrimonio cultural (material e inmaterial) que incluiría las tradiciones de las comunidades locales. Esto permitiría proteger el sistema de forma integrada para promover un itinerario natural y cultural de dimensión continental, un camino para la tan ansiada integración, para el desarrollo de las comunidades con criterios de justicia social, para la planificación del turismo y su relación con la salvaguarda del patrimonio andino y, por sobre todas las cosas, para el desarrollo local, regional y nacional a través de una propuesta que refuerce la identidad presente y aporte lineamientos sólidos para el uso sostenible de los recursos naturales y culturales de nuestras comunidades.
HARVEY, E. (1991) “Relaciones culturales internacionales en Iberoamérica y el mundo”, Tecnos, Madrid.
JALIFE-RAHME, A. (2007) “Hacia la desglobalización”, Jorales Editores, México DF.