Arriba, en el sur
El agudo ojo colonial
La imaginación geopolítica moderna, en la que se forjó la matriz de pensamiento de las élites gobernantes y que a la vez definió el espacio ideológico en donde debían desenvolverse las relaciones internacionales, explicó el orden mundial dentro de un esquema eurocéntrico. De esta manera el entramado cultural de occidente cristalizó un ideario que fue dominado por el llamado “viejo continente” que impuso sus propias reglas, desde una posición geoestratégica dominante que legó el viejo dominio colonial.
En consecuencia, las élites políticas del orbe ajustaron históricamente sus doctrinas a ese orden mundial imperante, a la vez que subsumieron a las culturas nacionales a ese esquema de poder desplegado a escala global. De esta manera, la influencia que desarrollaron las potencias occidentales, en base a su poderío militar y económico, influyó de manera decidida en la vertebración de los discursos que explicaron el mundo en las más diversas regiones del planeta. Un esquema que también fue la clave en orientación del “sentido común” con el que las poblaciones observaron la política y las relaciones internacionales, en un legado que se traduce bajo la forma de imaginación geopolítica.1
De esta forma, diversas prácticas coloniales fueron naturalizadas en las más variadas formas de conocimiento en todo Latinoamérica a lo largo de su historia, en un entramado que incluyó el reconocimiento del propio territorio.2 Desde esta perspectiva la modernidad europea se erigió como el "centro" de la historia mundial, en un proceso que se inició en 1492 y que desplazó a su vez a las demás culturas de la humanidad, no europeas, como su "periferia".3
Cabe aclarar en este sentido, que toda cultura por definición tiene un carácter etnocéntrico, pero en el caso del sistema/mundo fundado por la expansión europea de ultramar, se yergue como la única cultura que pretende identificarse como "universalidad-mundialidad". De tal forma que “el 'eurocentrismo' de la Modernidad es exactamente el haber confundido la universalidad abstracta con la mundialidad concreta hegemonizada por Europa como 'centro'”.4
En consecuencia el orden colonial, impuesto en el mundo a partir del siglo XV, supuso por primera vez en la historia, la creación de un sistema/mundo desplegado a escala planetaria, en donde el “viejo continente” no solo pasó a tener el control del mercado global, imponiendo su dominio comercial y militar, sino que, además inauguró un patrón de poder epistemológico universal, que se traduce en diásporas como centro/periferia o civilización/barbarie, que en el caso de la República Argentina recalaron en el imaginario nacional bajo la impronta del modelo agroexportador.5
De esta manera la imagen del sistema/mundo moderno se erigió imbuida de las relaciones de poder/saber que la modernidad impuso a todos los pueblos del mundo, dentro de un esquema en donde el mapa se posicionó como reflejo de esta imagen, hasta convertirse en su dispositivo reproductor por excelencia, al que apelaron recurrentemente los aparatos estatales para imprimir en el imaginario colectivo la cosmovisión que las grandes metrópolis reservaron a cada espacio nacional.
La Argentina catastral
Las campañas militares realizadas por el Estado Nacional a partir de la década de 1870 demandaron mensurar y registrar amplios territorios arrebatados a las poblaciones indígenas vencidas, por lo que, en ese período se crearon instituciones cartográficas abocadas a la delimitación de las fronteras con los países vecinos y a la confección del catastro dominial. Pero además estas acciones estuvieron acompañadas por el diseño de estrategias educativas que presentaron a los mapas como “metáfora de la nación”. En este sentido las cartas y planos integrados en los textos escolares fueron realizados por profesionales con una amplia y reconocida experiencia cartográfica.6
Dentro de este contexto fue confeccionado el primer mapa oficial que integró la Patagonia al territorio de la República Argentina, que fue editado en 1875 y estuvo elaborado por los ingenieros A. de Seelstrang y A. Tourmente, encargado por el Comité Central Argentino que era un órgano de la masonería. El mismo tuvo como destino su exhibición en el pabellón argentino de la Exposición Universal de Filadelfia realizada en 1876, que constituyó la primera feria mundial en los Estados Unidos, y fue celebrada en esa ciudad del estado de Pensilvania para conmemorar el centenario de la Declaración de Independencia estadounidense.
Por su parte, la provincia de Buenos Aires, una década antes a la aparición de este mapa produjo una serie de planos editados en 1864 y 1866, en los que incorporó a la Patagonia como una región bajo su jurisdicción, con la denominación de “Partido de Patagones”. En ellos se destaca su orientación sur/norte, la que interpela el sentido común de los argentinos del siglo XXI, quienes hemos naturalizado la idea de que el sector norte se ubica axiomáticamente en el extremo superior de los mapas. Por lo cual el territorio representado se carga de una significación que obtura la posibilidad de decodificar un mapa desde otra orientación cardinal, en un entramado de profundo alcance en nuestra cultura occidental, donde el valor simbólico carga de una profunda connotación positiva a lo alto o superior, y de un intenso valor negativo a lo bajo o inferior.7 En consecuencia el imaginario geopolítico que da sentido de orientación espacial a la comunidad se inscribe dentro de una composición iconográfica decididamente nortearribista.
Este ejemplo de que el ordenamiento cardinal de los argentinos fue naturalizado en el país luego de la consolidación del modelo agroexportador, se reafirma cuando observamos el modo en que se presentaron los mapas bonaerenses del siglo XIX en el texto “Catastro y construcción del Estado en la provincia de Buenos Aires y Uruguay (1820-1870): pistas metodológicas desde la geografía” de Pierre Gautreau, Joël Boulier, y Jean-François Cuénot, donde, pese a realizar una descripción técnica del desarrollo histórico del mapeo bonaerense, los autores no reparan en el sentido de la orientación utilizada en la época para la producción cartográfica. Por el contrario, editaron los planos con la orientación norte en el margen superior, ignorando sentido de la lectura gramatical como fue impresa su toponimia y por ende el sentido cardinal con que se concibieron estos mapas producidos en 1822, 1829 y la década de 1860.
Frente a esta situación planteada en torno a la orientación de la cartografía, surge el interrogante sobre la valoración simbólica que poseen las referencias cardinales en el imaginario nacional, los motivos que determinaron su normalización septentrional y las consecuencias que trae aparejada esta situación en la orientación geopolítica de los argentinos. Por lo que, cabe una primera consideración sobre este tema que es el técnico y que supone la unificación de la orientación de los mapas como un requisito importante para trasmitir información gráfica de manera clara y certera, sin que sea necesario la mediación de una explicación complementaria. De esta manera, a lo largo de todo el siglo XX, la orientación norte/sur en la composición de la cartografía argentina ha sido uniforme en los ámbitos oficiales, situación que trascendió el marco meramente técnico para institucionalizarse como la única mirada posible del mundo y de toda acción pedagógica, en donde esta mirada septentrional se naturalizó hasta convertirse en el reflejo inobjetable del planeta, exhibida en un pizarrón, en las páginas de un libro o en un sello postal como emblema de la cultura hegemónica.
De esta manera, el mapa geográfico presenta un mensaje visual que posibilita, en un solo cuadro, sintetizar la propia cosmovisión como una instantánea en donde se integra la extensión territorial a la cultura popular. Por lo tanto, este esquema constituye un diseño reconocido socialmente que lo torna conmensurable y a la vez que establece las coordenadas de referencia respecto a la situación de lugar, en un entramado que no está restringido solo al área representada a escala, sino que, además, constituye la base donde se organiza la percepción espacial en las sociedades modernas.8
Dentro de este orden de cosas, cabe destacar que no existe ningún tratado internacional o acuerdo que disponga la orientación cartográfica de alguna manera particular. Pero esta modalidad de orientar todos los mapas argentinos con el norte arriba, se instaura en el año 1879, cuando “se funda el Instituto Geográfico Militar y se ordena registrar cartográficamente todas las tierras que se fueran ganando a los salvajes. En un gesto probablemente europeizante, se comienzan a realizar los reportes cartográficos en el mismo estilo que en el Viejo Mundo, con el Norte en la parte superior de la hoja”.9
Por otra parte, junto al sentido gramatical que organiza la imagen de derecha a izquierda y de lo superior a lo inferior se puede reconocer un componente físico presente y que constituye un segundo aspecto a tener en cuenta en relación al arriba/abajo, que es el gravitatorio. En donde se ponen en juego las percepciones sensoriales relacionadas a la atracción que sufren todos los cuerpos hacia el centro del planeta. En este sentido, hay que recordar que los mapas geográficos son reducciones a escala de la superficie de un cuerpo tridimensional, y que en el caso de un planisferio, para su representación se trasporta a un plano la totalidad de una superficie esférica, en donde el arriba y el abajo está determinado por parámetros astronómicos y no cardinales. De manera que arriba de cualquier territorio del planeta se encuentra su cenit,10 y no otro sector terrestre.
Del sur celeste al norte terrestre
Existe un fenómeno astronómico vinculado a la rotación de la tierra que se observa a simple vista en el cielo nocturno, tanto en el hemisferio sur como en el norte, percibido como un efecto óptico que se denomina polo celeste. En virtud de que el observador al contemplar las constelaciones circumpolares distingue un movimiento concéntrico sobre el horizonte sur o norte, en dependencia del hemisferio en cual se sitúe el observador, con una elevación proporcional a la latitud en que se encuentre. Por lo que, desde la superficie terráquea cuanto más se acerque la mirada al polo sur geográfico los astros meridionales se aproximaran a su cenit, incrementando su altitud al ojo espectador. De igual manera, desde una latitud menor la percepción de estos sistemas de estrellas australes declina en el horizonte.
El conocimiento de estos fenómenos astronómicos, en gran medida relegados en la construcción de la cosmovisión de los argentinos, constituyó un pilar en el sentido de orientación de los pueblos originarios. De manera que las culturas indígenas suramericanas desarrollaron su cosmogonía, y su sentido de orientación espacial, a partir de la propia observación del universo que los circundó, en un esquema donde la referencia territorial se encontró estrechamente asociado al sistema estelar conocido como Crux, o Cruz del Sur Por la cultura occidental.
De ahí que, desde la Patagonia este sistema estelar estuvo signado como Choiols en lengua aónikenk, hasta la región andina donde se lo conoció como Chakana en aymara, para ocupar la centralidad cultural y a la vez organizar el sentido de orientación de las identidades del extremo sur de Nuestra América. Por consiguiente, hay que destacar que este signo georeferencial que adoptó la forma de chacana (concebida como un puente escalonado), o de Choiols (asemejado la huella del ñandú o choique), se observa elevado en el cielo, es decir arriba, al sur, de manera empírica comprobable, en un espacio celeste donde el colonialismo también clavó su Cruz y suprimió la cosmogonía originaria de nuestra cultura oficial, y por ende la posibilidad de dar continuidad históricas a las experiencias de los pueblos australes en la construcción de su cosmovisión.
Conviene subrayar en este punto, que estos planos bonaerenses fueron desarrollados a partir de correcciones y agregando nuevas observaciones a la carta de la Provincia que se elaboró en base a los croquis y apuntes del viaje a Salinas Grandes que realizó a fines del siglo XVIII el oficial de marina Don Pablo Zizur.11 En este sentido, resulta sugestivo considerar que si bien las expediciones comandas por Zizur durante la década de de 1780, entre las actuales provincias de Buenos Aires y de Río Negro, tuvieron un carácter netamente colonialista y sirvieron a las órdenes del Virreinato del Río de la Plata, sus diarios fueron las base de la cartografía bonaerense, recogiendo una importante cantidad de registros astronómicos y datos toponímicos aportados por las distintas identidades indígenas que habitaron esos territorios.12
Para concluir, es necesario hacer referencia a un singular alcance de la relación arriba/abajo, que es el ideológico. Resultando un ámbito en el cual el posicionamiento se entrelaza con las relaciones de poder, “donde el arriba se corresponde con quienes lo ejercen, en tanto que el abajo se relaciona con el lugar del sojuzgado o sometido por esa relación”13 dentro de un juego axiomático en donde la cultura geográfica se presenta como objetiva y las representaciones cartográficas como fieles reflejos del territorio.
Por lo cual, la carga ideológica en la disposición espacial es determinante en nuestra cultura occidental, pero queda totalmente solapada por el juego axiomático con que está imbuida la cartografía moderna al presentar a los mapas como reproducciones objetivas de la realidad. Cabe destacar que el mapa de Wit del Continente Americano, publicado del siglo XVII, fue realizado en plena expansión colonialista europea, cuando aún el territorio continental no había sido explorado en su totalidad, lo que se evidencia en su iconografía. Por consiguiente las ilustraciones que coronan al territorio son portadoras de una nutrida carga de símbolos religiosos y étnicos, dando cuenta por sí mismas de la diferenciación de valores éticos, culturales y morales asignados a cada espacio.
Novissima et Accuratissima Totius Americae Descriptio, Frederick Wit, Amsterdam, 1670.University of Washington Libraries (www.lib.washington.edu, entrada 14 de setiembre de 2017)
Concretamente, la diferenciación es notable entre quienes están situados en lo alto, donde se posiciona el ojo observador en un estado celestial, en contraste con el transcurrir terrenal de lo bajo, donde se es observado en una coronación ofídica, reptando al ras del suelo y por ende del pecado. Un tropo recurrente en la mayoría de las representaciones colonialistas, que erigieron a Europa en el epicentro moral y cultural del mundo, apelando al etnocentrismo. Una composición distintiva de este esquema es la proyección Mercator, que resultó en un paradigma moderno de la centralidad europea del orbe y es la de uso habitual para los planisferios en nuestro sistema escolar.
Para finalizar, siguiendo la línea de análisis de Agnew, se puede establecer que el mapa tiene muy poco de neutralidad, en tanto que responde a una determinada visión del mundo, lo que se verifica en toda producción cartográfica colonialista. Pero además, resulta una iconografía implícita en los mapas actuales, donde la representación de la organización jerárquica del espacio, que a la vez valora su importancia geopolítica, impone un imaginario en donde el poder de los mapas silencia estas características bajo un barniz de objetividad. Por lo cual se produce una relación semiótica, en donde el receptor asume la descripción de la imagen como un reflejo fiel de la naturaleza territorial.
2. En el año 2000 el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), bajo la coordinación de Edgardo Lander, publicó: “La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas latinoamericanas”, un compendio de trabajos de varios intelectuales latinoamericanos que participaron del simposio: Alternativas al eurocentrismo y colonialismo en el pensamiento social latinoamericano contemporáneo, desarrollado durante el Congreso Mundial de Sociología celebrado en Montreal del 24 de julio al 2 de agosto de 1998. Resultando un punto de encuentro y suceso fundante para la articulación de una perspectiva latinoamericana de pensamiento sobre temas claves como la colonialidad del saber y el impacto del eurocentrismo en las ciencias sociales de la región.
3. Lander, Edgardo y otros (2000). La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Perspectivas Latinoamericanas. CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, Buenos Aires. P. 28.
4. Lander, op.cit. P. 29.
5. Sobre el valor que adquirió el paradigma sarmientino “civilización y barbarie” en la sociedad argentina Arturo Jauretche desarrolló una importante obra, particularmente su trabajo Manual de zonceras argentinas es esclarecedor al respecto, señalando a esta diáspora como la madre que parió a todas las zonceras argentinas.
6. Para profundizar sobre algunos aspectos que caracterizaron en Argentina a la relación entre educación y geografía en los albores del siglo XIX se puede consultar: Mazzitelli, Malena. (2017). Imaginar, medir, representar y reproducir el territorio. Una historia de las prácticas y las políticas cartográficas del Estado Argentino (1904-1941). Editorial de la Facultad de Filosofia y Letras, Buenos Aires. P. 98.
7. Para profundizar sobre significado universal de categorías como la oposición arriba/abajo vinculadas a valores culturales como la bondad, la fuerza y demás se puede consultar el artículo Lo alto y 1o bajo, el tema del conocimiento vedado en los siglos XVI y XVII, en: Ginzburg, Carlo. (1989). Mitos, emblemas, indicios, morfología e historia. Gedasa, Barcelona.
8. Para ahondar en la relación que existe entre la cartografía y la construcción de la cosmovisión se puede consultar: KNOPOFF, Patricia (2013), “De Nortes, Sures y mundos al revés”, SEDICI, Repositorio Institucional de la UNLP. (http://sedici.unlp.edu.ar).
9. Knopoff, op.cit. P. 32
10. Se entiende por cenit o zenit, al punto astronómico que se encuentra en sentido vertical al lugar de la Tierra donde está situado el observador, alineado con la dirección de la gravedad en ese sitio.
11. GARAVAGLIA, Juan Carlos y GAUTREAU, Pierre (2011). Mensurar la tierra, controlar el territorio América Latina, siglos XVIII-XIX, Prohistoria Ediciones, Rosario. P. 129.
12. Para profundizar sobre los aportes cartográficos de Pablo Zizur se puede consultar: ENRIQUE, Laura Aylen (2016) “Tras los pasos de un pionero: el paisaje de la “frontera sur” a través de la mirada de Pablo Zizur a fines del siglo XVIII”, Revista TEFROS, Vol. 14, número. 2. Facultad de Ciencias Humanas, UNRC. (Pág. 6-40). Y: GORLA, Carlos María (1995) “El descubrimiento de la ruta terrestre entre Buenos Aires y el Río Negro”, Anuario de Estudios Americanos. Volumen 52, número 2. Escuela de Estudios Hispano Americanos.
13. KNOPOFF, Patricia y LACAMBRA, Emilio (2017), “¡Abajo los mapas! Hacia una horizontalidad orientada de la cartografía escolar”. El Ojo del Cóndor, Revista del Instituto Geográfico Nacional, Nº 8, Pág. 42-43, Buenos Aires.