¿Es necesaria una nueva Reforma?
“La Educación Superior es un bien público social, un derecho humano y universal y un deber del Estado. Ésta es la convicción y la base para el papel estratégico que debe jugar en los procesos de desarrollo sustentable de los países de la región”, enunciaba la declaración Final de la II Conferencia Regional de Educación Superior en América Latina y el Caribe de Educación Superior (CRES) del año 2008, realizada en Cartagena de Indias, Colombia.
En los próximos días -del 11 al 14 de junio- se llevará a cabo en la ciudad de Córdoba la III Conferencia Regional de Educación Superior en América Latina y el Caribe de Educación Superior. ¿Se mantendrá aquella definición de la Educación Superior como derecho humano universal? En un contexto regional donde los gobiernos conservadores ponen en jaque al Estado de derecho y al sistema democrático en su conjunto, quienes defendemos la Universidad Pública y gratuita, observamos con preocupación los posibles retrocesos en torno a este derecho conquistado por nuestro pueblo tanto en términos discursivos, como también en el plano de las políticas públicas efectivas. Por eso, consideramos necesario realizar una reflexión desde la historia del de la lucha por el derecho a la Educación Superior en nuestro país y en nuestra región.
Se cumplen 100 años del inicio de la llamada “Reforma Universitaria”. Suele vincularse este proceso a las jornadas acontecidas en la Universidad Nacional de Córdoba, donde un grupo de jóvenes se levantó en contra de un sistema que aún conservaba rasgos monásticos y medievales. Sin embargo, el movimiento reformista no fue solo cordobés ni argentino. Recorrió todo el continente nuestroamericano. En otros países -tales como Perú, México, Cuba- los jóvenes profundizaron los planteos y reclamos iniciales, y lograron articular su accionar político con los movimientos nacionales y populares que emergieron en las décadas subsiguientes. Pero, ¿qué pasó en nuestro país?
Este hecho, forma parte sin dudas, de un hito en la historia de la universidad argentina por la lucha por la ampliación de derechos. Pero todo proceso histórico debe ser analizado en su contexto, desde un pensamiento situado. La Reforma se produjo en el marco de la llegada del radicalismo al gobierno nacional. La asunción de Hipólito Yrigoyen como Presidente de la Nación en 1916, luego de la sanción de la Ley Sáenz Peña, comenzó una etapa caracterizada por el avance de la democratización en diferentes aspectos institucionales. Luego de una ardua lucha contra la oligarquía, que se había mantenido en el poder desde 1861, los sectores medios lograron acceder por primera vez al manejo de algunas instituciones del Estado. La Reforma fue un capítulo más de este proceso democratizador.
El gobierno radical no se mantuvo al margen del conflicto desatado en la ciudad de Córdoba. Nombró como interventor a José Nicolás Matienzo -y luego a José Salinas- y reconoció los reclamos de los estudiantes. La Universidad fue un terreno más de disputa entre el “Régimen” y la causa radical. Las conquistas alcanzadas frente a esta oligarquía conservadora y -en el caso de esta provincia altamente eclesiástica- se lograron mediante el ejercicio de la violencia. El mismo Manifiesto Liminar lo sostiene: “La rebeldía estalla ahora en Córdoba y es violenta…”.
¿Qué implicó, entonces, la “democratización” lograda en 1918? Significó el acceso de los sectores medios a la Educación Superior, la autonomía universitaria –en el marco de la lucha antieclesiástica-, el modelo de cogobierno con la participación de los estudiantes (diferente al modelo actual ya que, en aquel momento los trabajadores no docentes no tuvieron voz ni voto), la libertad de cátedra, entre otros aspectos. Pero, la gratuidad, el acceso de los/as trabajadores/as a la universidad recién llegaría años después, con el gobierno peronista. En particular, a partir de la decisión política de la eliminación de los aranceles universitarios del 22 de noviembre de 1949.
Pero, así como no podemos atribuirle -ni pedirle- a aquellos jóvenes reformistas argentinos de 1918 conquistas tales como la gratuidad, debemos rescatar otros aspectos políticos filosóficos que existieron –en algunos de los referentes- y que, con el tiempo, fueron silenciados u ocultados. La Reforma también fue antiimperialista, americanista y antipositivista. Con los años, parte del movimiento reformista abandonó estas banderas, para refugiarse en posiciones antidemocráticos y antipopulares. Basta recordar el apoyo que los estudiantes dieron a los golpes cívicos militares de 1930 y 1955. Aquello que Arturo Jauretche denunciaba como “el fubismo”, surgido al calor del distanciamiento de los sectores medios con los movimientos nacionales tanto yrigoyenista como peronista.
En estos días, escucharemos en amplios sectores de la comunidad universitaria, casi como un credo, el enunciado inicial del el Manifiesto Liminar: “La juventud argentina de Córdoba a los hombres libres de Sud América”. Pero, ¿cuántos reflexionarán sobre las críticas de Deodoro Roca, autor del manifiesto liminar, preguntándose si es posible una Reforma Universitaria sin una reforma social?
¿Cuánto se hablará de Manuel Ugarte? Único orador no estudiantil del acto fundacional de la Federación Universitaria Argentina (FUA) en abril de 1918. Este argentino silenciado –o maldito al decir de Jauretche- hacía tiempo venía denunciando la colonización pedagógica: “Las distintas zonas están tan dolorosamente aisladas entre sí, las informaciones que tenemos sobre ellas son tan deficientes que un argentino habla con más propiedad de Corea que de Guatemala y un paraguayo sabe más de Alaska que de Cuba. Mi propósito era romper con la tradicional apatía; vivir, aunque fuera por breve tiempo, en cada uno de esos países, para poder rectificar o ratificar, según las observaciones hechas sobre el terreno, mi concepción de lo que era la Patria Grande”. Años antes, entre 1911 y 1912 había emprendido una Campaña Hispanoamericana predicando incansablemente entre los jóvenes latinoamericanos el unioncismo y el antiimperialismo: “…No habría obstáculo serio para la fraternidad y la coordinación de países que marchan por el mismo camino hacia el mismo ideal. Sólo los Estados Unidos del Sur pueden contrabalancear en fuerza a los del Norte. Y esa unificación no es un sueño imposible”, había afirmado desde el diario el País en 1901. En Cuba, en México, Colombia, Venezuela, Perú, había dejado una huella que, sin dudas, permitió que los acontecimientos de la Argentina tuvieran una fuerte repercusión.
¿Cuántos citarán o recordarán a Alejandro Korn? Crítico de la universidad positivista, desvinculada de los problemas nacionales. “No voy a recomendar ni el modelo de las universidades germánicas, ni el ejemplo de las norteamericanas, no pienso inspirarme en la organización de los institutos franceses o italianos. Porque a esto se reduce entre nosotros el debate de los asuntos universitarios: a ponderar como eximio, como único, algún trasunto extraño. No podemos renunciar a la propensión simiesca de la imitación tan desarrollada en el espíritu argentino (…) La exigencia de plantear nuestros problemas como propios y resolverlos dentro de las características de nuestra evolución histórica”, afirmaba en La reforma universitaria y la autenticidad argentina en 1920.
Luego de la Reforma, no se quebró la histórica desvinculación de la Universidad con los problemas nacionales. No comenzó a saldarse sino hasta la emergencia del movimiento peronista. Sostenía Juan D. Perón: “Formaron generaciones descreídas –amantes de todo lo extranjero por el snobismo de poder aparentar una cultura que estaban lejos de poseer–, desamorados de la patria y de todo lo que ella representa, para terminar, rindiendo culto a lo más exótico, extravagante y ruin de otros pueblos y civilizaciones”.
Este desafío sigue aún pendiente. ¿Es necesario Reformar la Reforma? Creemos que sí. Debemos seguir avanzando en la construcción de una Universidad emancipadora, intercultural, descolonizada y descolonizadora, que explore y construya nuevas formas de construir conocimiento en relación a la propia cultura, a los problemas nacionales, para resolverlos con identidad desde una matriz latinoamericana. Que se aleje de modelos positivistas y cientificistas, de marcos teóricos y metodológicos exógenos, impuestos por el eurocentrismo donde las verdades son verdades universales. Una Universidad que recupere el legado de Simón Rodríguez, cuando expresaba, “¿Dónde iremos a buscar modelos? La América Española es original. Original han de ser sus Instituciones y su Gobierno. Y originales los medios de fundar unas y otro. O inventamos o erramos”. Una universidad que no sea excluyente, sino inclusiva. Que promueva el diálogo de saberes ancestrales y contemporáneos, que sea despatriarcal, cuestione los valores utilitaristas de la meritocracia y el individualismo y pueda crear en comunidad, a partir de pedagogías de la pregunta, al decir de Paulo Freire; una Universidad autónoma y democrática, que busque salir del claustro, no arancelada para que el derecho a la Educación Superior no sea mera retórica.
Porque el reconocimiento de la Educación Superior como derecho humano y como responsabilidad indelegable de los Estados, -tal como fuera planteado en el cierre del CRES del 2008 - implica el compromiso de todos y todas con la búsqueda de un sistema universitario público cada vez más amplio e inclusivo. Un modelo de Universidad que piense América desde América y a cada una de las “patrias chicas” –ficticiamente construidas- desde una dimensión regional. Porque entendemos que solo la integración educativa permitirá avanzar hacia la unidad latinoamericana, requisito primordial para el ejercicio de la soberanía de nuestros pueblos. Utopía compartida por tantos y tantas que a lo largo de nuestra historia pusieron sus ideas, sus obras y su vida con el fin de alcanzarla.