La estrategia del caracol

Una exégesis de la película dirigida por Sergio Cabrera y estrenada en 1993.
Por Julio Cardoso *

La película más vista del cine colombiano: imaginar la fuga hacia un destino común, dejando al enemigo combatiendo con su propia sombra. La fortaleza del imperfecto. La inteligencia del humillado.

Siempre es tiempo de hacer y pensar la comunidad. Sin embargo, en la encrucijada política actual, es posible que estemos viviendo un tiempo de especial prioridad en relación a la construcción de los espacios comunitarios, en el sentido de que allí se está librando una batalla de fuertes efectos futuros.

La discusión pública de lo que ocurre a nivel del Estado, del gobierno, de los poderes hegemónicos, de la dirigencia en general y de los medios de comunicación es lo que concita nuestra mayor atención. Es más opaca la visibilidad de lo que ocurre a nivel del territorio, que apenas aparece bajo la forma del conflicto policial o del drama social.

Sin embargo, en las luchas de creación/destrucción del espacio comunitario -quizá como siempre, pero también como nunca antes-, se da hoy una disputa inédita, en la que se dirime cuáles serán las lógicas políticas, sociales y culturales que han de prevalecer en la organización y articulación de esos territorios. El lugar donde se manifiestan “las bases”, como se decía antes.

Hay mapas de esos territorios que estuvieron vigentes durante mucho tiempo y que han caducado. Algunos tienen la forma del control social. Otros están redibujándose. Y hay también nuevos cartógrafos bajando al territorio.

¿Qué hacer? ¿Con quién? ¿De qué manera? ¿Para qué? Por momentos se percibe una inclinación a creer que con la sola identificación del enemigo es suficiente. La mirada está fija en él. Se lo describe, se lo denuncia y se lo parodia con tal intensidad y perseverancia que es difícil no considerar que podría tratarse de discursos atravesados por esa oscura fascinación de quien se siente impotente frente a un misterio: “¿Cómo pudo haber llegado hasta ahí?” Es la pregunta que aún no ha encontrado su respuesta. Parece una evidencia el hecho de que prácticamente ninguna de las respuestas que circulan haya sido capaz de lastimar, de llegar hasta el hueso. Y es que no se ha tocado aún el corazón del acontecimiento.


Avanzados los 90, se escuchaba decir la frase del detective Philip Marlowe, esa creación de Raymond Chandler: “Estoy harto de maldecir a quien no puedo hacer daño”. Rabia. Desconsuelo. Acusaciones. Más rabia. Es el sentimiento que sobreviene cuando creemos conocer la construcción del enemigo pero no sabemos cómo construirnos a nosotros mismos. Y ahí estaba Sun Tzu para advertirlo también, en el Arte de la Guerra: aún en el supuesto de que conozcas a tu enemigo, “si no te conoces a ti mismo correrás peligro en todas las batallas”.

La Estrategia del Caracol es una muy divertida comedia dramática colombiana escrita y filmada en 1993 por Sergio Cabrera. Pone en primerísimo plano esa condición de todo proyecto autónomo y genuino: la necesidad del autoconocimiento, y la confianza y la alegría colectivas.

Es un verdadero manual de organización popular, sostenido en una epistemología propia, también popular, y sobre todo radicalmente distinta a la que da vida a su enemigo.

La Estrategia del Caracol propone maniobras distractivas en el laberinto enemigo para ganar tiempo, mientras se avanza en la construcción del territorio propio.

La película cuenta la epopeya a la que se lanza un grupo de inquilinos que ha sido intimado a un desalojo masivo e inminente. Colocados ante esta disyuntiva, los personajes de La Estrategia del Caracol parece que hubieran leído el poema Laberinto de amor, de Leopoldo Marechal: “pero ¿cómo salir de la noche doliente? (…) "En su noche toda mañana estriba: de todo laberinto se sale por arriba”.

El estribo del amanecer no está en el pasado ni en la teoría ni en la lógica del enemigo: está en esta “noche doliente” que vivimos. En nosotros. Por eso “estar en esta noche doliente” es la prioridad. En este presente. ¿De qué manera? Cercados por las urgencias. Débiles. Aislados unos de otros. La única certeza es que este laberinto es una construcción del enemigo. Es obra de cartógrafos coloniales. Permanecer ahí y aceptar su lógica equivale a morderse la cola.

La Estrategia del Caracol propone maniobras distractivas en el laberinto enemigo para ganar tiempo, mientras se avanza en la construcción del territorio propio, según planos y principios también propios. Hasta sus dispositivos de lucha son de su invención. El grupo comprende que hacer todo esto le llevará tiempo. Tiene su ritmo. Del enemigo solo tomará lo que le sirva para mantenerlo lejos. Por eso evita el enfrentamiento directo, mientras teje, urde y junta lo diverso. Y así van reunidos los creyentes y no creyentes, el ladrón y el revolucionario, el cura y el travestido, el enfermo y su fiel mujer, el abogado sin título y el cuentacuentos. Avanzan sin silenciar ninguna de sus voces. El grupo se acuna en sus propias contradicciones. Se alimenta de ellas. Tampoco elude su responsabilidad por los sacrificios que el colectivo le pide a cada uno. La gran preocupación es construir y preservar la unidad, encontrar la cadencia de un andar colectivo. Después, como dice un personaje, “nunca se sabremos si cavamos trincheras o tumbas”. Será el destino.

Sergio Cabrera, el director, y sus actores y técnicos, hicieron esta película de la misma manera que sus personajes cumplen con su peripecia. Se despojaron de sus vanidades y rencillas y arrancaron en el codo a codo con la comunidad. Y la hicieron. Tardaron cuatro años. Sobrellevaron penurias presupuestarias. Los técnicos actuaron, los actores hicieron producción y los guionistas escribieron a medida que se realizaba. Finalmente, la rompieron: en el estreno desplazó del “ranking” a Jurassic Park y su éxito desencadenó un resurgimiento de un cine que dirigía sus ojos hacia los problemas y las esperanzas de la sociedad colombiana.

La Estrategia del Caracol cumple con la expectativa de Rodolfo Kusch sobre lo que debiera ser el arte de una comunidad fundada en su propia cultura. “Una producción literaria, un ritual mágico o una máquina son estrategias para habitar el mundo”, escribía. Lo mismo que la ciencia, el arte y la cultura, si no son “saberes coloniales” son “saberes de salvación”, vale decir, saberes orientados al sostenimiento de la vida de la comunidad. Creación de su propia autonomía. Se escucha en el final: “Vamos a levantar un techo todos y lo vamos a hacer ahora mismo. Pero no porque la ley lo diga, sino porque lo necesitamos”. Es una película de los noventa para ver en el 2017.

* Primer director del CEIL Manuel Ugarte (UNLa) y del Observatorio Malvinas (UNLa).