John William Cooke: el eslabón perdido
Las graves diacronías correspondientes a las tradiciones históricas de la izquierda argentina
En un texto del año 1999, que introducía unos apuntes para una biografía de Rodolfo Ortega Peña (1936-1974), Eduardo Luis Duhalde (1939-2012) identificaba unas graves diacronías correspondientes a “las tradiciones históricas de la izquierda argentina: la incapacidad de expresar, al mismo tiempo y en un solo proyecto político, la cuestión social, la cuestión nacional y la cuestión democrática” (Duhalde y Alen, 2024: 11). Resulta evidente que, veinticinco años más tarde, esa tara no se ha superado.
Ad portas del siglo XXI, mientras Duhalde escribía sus apuntes, no eran inusuales las propuestas y miradas sintéticas que se planteaban la posibilidad de trascender esas graves diacronías. Varios procesos históricos concretos, internacionales y locales, invitaban a dar ese paso: desde la irrupción del zapatismo mexicano a la rebelión popular argentina del 19/20 de diciembre de 2001. Incluso los dispares experimentos del progresismo en Nuestra América ofrecieron un contexto mucho más proclive a la síntesis, más allá de que hayan alentado unas claves escasamente radicales, es decir, sin propuestas de cambios estructurales y sin modificaciones sustantivas en las correlaciones de fuerzas (sociales y políticas). Hoy todo parece haber regresado a fojas cero. Cada expresión de la izquierda ha retornado a sus antiguas representaciones. Dado que las viejas certezas lucen más desfasadas que nunca, esta vez cuesta ver una respuesta sensata en el repliegue sobre lo conocido. Ese territorio está en proceso de desintegración. Y las diacronías se presentan en un estado de mayor agravamiento.
Es más, la izquierda argentina, concebida en un sentido muy amplio (un sentido aproximado al que proponía Duhalde en su trabajo), se muestra cada vez menos versátil, menos idónea para alcanzar una síntesis de tamaña trascendencia histórica. Se trata de una síntesis que exige altas dosis de predisposición crítica dado que, en el fondo, su objetivo no es otro que el de aunar teoría y práctica, historia y ética.
Para constatar esta caracterización de la izquierda argentina, solo nos basta con esgrimir como argumento la asfixiante realidad del monólogo impuesto por las clases dominantes en estos días. Un monólogo que, entre otras cosas, promueve la injusticia, la desigualdad y la resignación frente a ellas. La conciencia satisfecha de las clases dominantes no es más que la expresión consumada de su exagerado poderío social. También podríamos considerar las inmensas dificultades a la hora de consolidar una política “sincrónica”, afín al radicalismo plebeyo. Esas graves diacronías han sido y son funcionales a la reacción ultraliberal y neo-colonizadora en curso.
El proceso histórico de las últimas décadas, además, nos plantea la necesidad de considerar otra “cuestión” por largo tiempo invisibilizada o deliberadamente relegada. Esta cuestión, por factores vinculados a la propia tradición histórica de la izquierda argentina, y por otros ajenos, agrega nuevas cuotas a la “confusión diacrónica” de la izquierda argentina. Nos referimos a la “cuestión identitaria”, ya sea étnica, sexual, de género, inmigrante, etc. El tratamiento de esta cuestión, por las complejidades que conlleva, por la índole de las tensiones que plantea, amerita un trabajo aparte. Aquí, solamente, nos limitamos a señalarla.
Tapa del Nº 31 de la revista Izquierda Nacional. Fuente: CEDINPE (https://www.cedinpe.unsam.edu.ar/autores/5408/izquierda_nacional).
Uno de los efectos de las diacronías señaladas por Duhalde consiste en que la memoria popular queda siempre trunca. No se construye una cadena de conocimientos, saberes y sentires compartidos por las clases subalternas y oprimidas. Colapsan los encuadres históricos. No se genera la conciencia de una herencia democrática común de/para las clases subalternas y oprimidas, y estas no logran acceder a una visión del mundo propia e independiente. Prima el desacuerdo sobre los elementos que constituyen la tradición nacional, popular, democrática, radical y plebeya. Este desacuerdo produce una historicidad que no logra orientarse de cara al futuro y que, por consiguiente, no está en condiciones de satisfacer las demandas políticas más sustantivas: las que están orientadas a la liberación/emancipación de las clases subalternas y oprimidas.
Esta y otras discordias generan una situación de desarraigo para la izquierda argentina. Las posibilidades de construir una verdadera nación dueña de su soberanía, con sujetos fácticos concretos y con fundamentos nacional-populares genuinos, se ven perjudicadas. Esas diacronías afectan el desarrollo de una conciencia de los antagonismos sociales sustantivos y conspiran contra las visiones totalizadoras de la praxis política que incluyen pasado, presente y futuro y proponen una continuidad de la voluntad de crear modos de vida dignos (y alternativos).
Por otra parte, esas diacronías, con sus cuestiones escindidas, hacen que la praxis no se constituya en criterio de verdad teórica. De esta manera, no dan cuenta del sujeto que reclama un proceso de liberación/emancipación. Inhiben los procesos constitutivos de una fuerza política orgánica que haga posible la proliferación de espacios de base en los que se debatan estrategias y proyectos liberadores/emancipadores. Por separado, en forma aislada, ninguna cuestión constituye ese sujeto, por el contrario, lo mutilan, lo desarraigan y lo despolitizan: componen individuos unidimensionales. De ahí la importancia de la articulación y la síntesis.
Proponemos una hipótesis que abreva en la literatura nacional rastreando claves políticas: estas diacronías, pueden relacionarse con la historia de Megafón, el personaje central de Megafón o la Guerra, la última novela de Leopoldo Marechal (1900-1970), publicada en el año 1970. Megafón, representación de lo popular, más específicamente, de una “minoría intensa” de lo popular, iniciador de una “vanguardia” llamada a encarnar la “crítica histórica”, entabla diversos combates (visibles e invisibles, terrestres y celestes) tendientes a universalizar lo particular, lo que no deja de ser un modo de dar cuenta, de manera sincrónica y políticamente unificada de las tres cuestiones señaladas por Duhalde. Finalmente, el héroe terminará derrotado y descuartizado y, aunque más tarde su cuerpo será reconstruido, nunca se hallará el falo que será reemplazado por una pieza de terracota (Marechal, 1988)1.
Una interpretación posible: la fragmentación del cuerpo de Megafón, es decir, del cuerpo de lo nacional-popular (lo que implica su desmembración ideológica), persistirá hasta que se encuentre el falo, porque su temporal reemplazo ortopédico (o “lingüístico” si nos atenemos a algunas operaciones intelectuales más recientes), carece de capacidad de producir significación y habilita las articulaciones superficiales (o débiles) del sujeto. Este tipo de reemplazo sólo puede generar una unidad frágil y puros simulacros de liberación/emancipación, en fin: una historia hemipléjica. Para la reconstrucción definitiva de ese cuerpo (“unidad hermosa”) no valen los contenidos simbólicos que adquieren el lugar del fundamento ontológico, sino los contenidos materiales de la totalidad, los fundamentos objetivos reales. Vale lo concreto y lo histórico y social. Vale la confrontación política de un proyecto alternativo que, inevitablemente, conduce a una crisis orgánica. (¿Habrá que repensar el tipo de guerra propuesto por Megafón/Marechal en una nueva clave?). Al final del libro, Marechal dice: “Se trataría de buscar y encontrar el miembro viril de Megafón […]. A esa búsqueda o encuesta del falo serían invitadas las nuevas y tormentosas generaciones que hoy se resisten a este mundo con rebeldes guitarras o botellas molotov, dos instrumentos de música” (Marechal, 1988: 366).
Retomando el hilo principal de este breve ensayo, conviene aclarar que, cuando las clases subalternas y oprimidas están inmersas en coyunturas históricas defensivas, cuando las correlaciones de fuerzas socio-políticas se tornan adversas, estas diacronías suelen quedar un tanto desdibujadas y, a pesar de su carácter determinante, pasan a un segundo plano. Recobran relevancia cuando se modifican estas correlaciones de fuerzas a favor de las clases subalternas y oprimidas, cuando estas clases pasan a la ofensiva y asumen la iniciativa política (el proyecto de liberación/emancipación). Ahí, por lo general, afloran todos los aspectos irresueltos, las disociaciones, la ambigüedad de algunos significantes (por ejemplo, el de “oligarquía”), etc. Ahí se generan unos escenarios históricos paradójicos, cargados de polémicas y confrontaciones intestinas, pero también de situaciones idóneas para la resolución de estas diacronías.
Si, por un lado, la izquierda vinculada al nacionalismo popular, inserta en “frentes políticos nacionales” (que, casi siempre, son bloques sociales amplios, “poli-clasistas”, centrados en el objetivo del “desarrollo”) que la condenaban a la connivencia con sectores de las clases dominantes, con los “poderes fácticos” y con los “partidos del orden”, se vio limitada a la hora de avanzar en proyectos anticapitalistas (lo que terminó mellando también su filo antiimperialista y sus posibilidades de garantizar la autodeterminación estatal); por otro lado, la izquierda vinculada al socialismo revolucionario, no construyó frentes políticos nacionales y bloques sociales alternativos, no logró arraigos significativos en la “vida popular”. Su vocación de poder no fue convincente (cuando la tuvo) o se desentendió de todo criterio de viabilidad histórica.
Ambas izquierdas fallaron en la construcción de bloques históricos nacional-populares. La fusión real no llegó a concretarse, los desajustes entre las estructuras y superestructuras se hicieron notorios y el resultado fue el empobrecimiento teórico, ideológico y político de las clases subalternas y oprimidas. Ambas izquierdas, cada una a su modo, terminaron propiciando los “simulacros de actividad”.
Por un lado, la avenencia de clases frente a la incompatibilidad de intereses y el abandono del clasismo llevaba a resignar la posibilidad de desarrollar las premisas más radicales de la democracia, mientras que la retórica anticapitalista perdía toda eficacia, dado que las opciones políticas propiciadas por la izquierda vinculada al nacionalismo popular ratificaban al capitalismo periférico (“fallido”) como horizonte, la alejaban de todo ejercicio crítico verdadero y la posicionaban a un paso de la apologética burguesa del ser capitalista. De este modo, al no atacar el núcleo de las relaciones de clase, se distorsionaban las metas del anticapitalismo y, por ende, las del antiimperialismo. Por el otro lado, el aislamiento social, el sectarismo, la falta de un análisis materialista integrador y la abstracción como emplazamientos para pregonar el socialismo, tampoco contribuyeron al despliegue de esas premisas.
Tapa de "Megafón, o la guerra" de Leopoldo Marechal en la edición de Seix Barral. Fuente: Google Libros (https://www.google.com.ar/books/edition/Megaf%C3%B3n_o_la_guerra/eMVFEAAAQBAJ?hl=es&gbpv=1&printsec=frontcover).
Por causas muy diversas, ambas izquierdas fueron incapaces de confrontar eficazmente con las clases dominantes y con las opciones pro-mercado, tanto en el terreno propuesto por esas clases, como en el terreno que se supone propio de las clases subalternas y oprimidas. Fallaron en la confrontación con las determinaciones de la sociedad capitalista. Faltaron las intervenciones materiales, sociales, políticas y culturales que, asumiendo la experiencia cotidiana como punto de partida, favorecieran la singularización del “ser nacional”, el “ser de clase” y el “ser democrático”.
Si la izquierda vinculada al nacionalismo popular fue capaz de captar el sentir popular (sentir al unísono) no pudo evitar caer en el error de sobredimensionar las posibilidades de ese sentir, considerándolo un sucedáneo del desarrollo teórico e, incluso, de la afirmación ideológica y de la lucha de clases. La izquierda vinculada al socialismo revolucionario, por su parte, se precipitó en el formalismo y en una rigidez teórica e ideológica desvinculada de toda experiencia popular concreta; en ocasiones sobredimensionó matices y nimiedades. Una no se atrevió a constituirse en facción hegemónica, propuso juegos de equivalencias y articulaciones discursivas; la otra solo quiso ser facción mínima e impermeable y no supo ser hegemónica. Una quedó atrapada en el revisionismo acrítico, “culturalista” y folklórico; la otra tuvo dificultades a la hora de construir un imaginario histórico propio de las clases subalternas y oprimidas. Ninguna de las dos quiso, pudo o supo construir una binaridad que se correlacionara con las contradicciones reales de la sociedad argentina.
De esta manera, la primera se aferró a unos presupuestos que la acercaban a las clases dominantes y la convertían en subsidiaria, mientras que la segunda desconoció las experiencias de las clases subalternas y oprimidas y, muchas veces, rechazó la auto-identificación asumida por estas (que, usualmente, no seguía lineamientos adyacentes a la tradición del marxismo-leninismo) pero que, aún en su indeterminación, constituían un irrenunciable plafón para cualquier praxis transformadora.
La izquierda vinculada al nacionalismo popular buscó la integración a una comunidad histórico-política que distaba de ser homogénea (social, ideológica y políticamente) y que solo estaba dispuesta a contenerla con la condición de que esta negara los antagonismos sustantivos y proclamara la conciliación de clases como único horizonte posible. Esta integración exigió y exige una operación de restricción de la nación, su reducción a un concepto puramente cultural. Va de suyo, esta comunidad no estaba exenta de componentes verticalistas, conservadores y organicistas lo que generaba incompatibilidades con la cuestión anticapitalista y la cuestión democrática.
Por su parte, la izquierda vinculada al socialismo revolucionario le dio la espalda en bloque a esa comunidad histórico-política. No reconoció la verdad de sus momentos de resistencia común a los proyectos de las clases dominantes. Negó sus componentes crítico-transformadores y sus posibilidades de proyección y extensión. Ignoró sus núcleos de buen sentido. Al no reconocer a esa comunidad histórico-política como punto de partida para la construcción de una comunidad plebeya (la comunidad autoorganizada), no intervino en sus contradicciones y no contribuyó a que estas tuvieran una resolución radical.
En cada caso, tanto la cuestión nacional como la cuestión clasista, funcionaron como coartadas antidialécticas.
Si la izquierda vinculada al nacionalismo popular fue pragmática y menos popular que “populista”, la segunda fue elitista y sectaria. Ambas izquierdas, con pocas excepciones, desatendieron la cuestión democrática: por verticalismo, dirigismo, vanguardismo y/o jacobinismo. Pocas veces confiaron en la potencia de las bases, en su poder instituyente. Desestimaron la deliberación colectiva, con sus lógicas y sus ritmos, no siempre compatibles con las exigencias de la “pequeña política”, pero fundamentales de cara a una “gran política”. Lo cierto es que pocas veces se dedicaron a crear poder popular. Cuando lo hicieron, amenazaron con resolver las graves diacronías o, por lo menos, perfilaron las vías más apropiadas.
El cookismo como respuesta a las graves diacronías correspondientes a las tradiciones históricas de la izquierda argentina
Sostenemos que en la figura y en la praxis militante de John W. Cooke (1919-1968) aparecen algunas claves para pensar los modos de resolver el problema de las graves diacronías correspondientes a “las tradiciones históricas de la izquierda argentina”. El cookismo, una vez delineado históricamente, fue una respuesta intelectual y política proclive a diluir estas graves diacronías. ¿Acaso hubo una respuesta mejor? En Cooke, la cuestión social, la cuestión nacional y la cuestión democrática aparecen como momentos interrelacionados. No como momentos complementarios, sino como momentos co-constituyentes en un proceso histórico signado por la confrontación social y política. Cooke concibió lo nacional-popular bajo el signo del socialismo y produjo algunos insumos indispensables para producir estructuras de fundamentación (autónomas y sintéticas) para una política radical.
Conviene aclarar que, hacia fines de la década de 1960 y a comienzos de la de 1970, esa síntesis adquirió, como pocas veces en nuestra historia, el carácter de una fuerza social concreta; es decir, logró manifestarse como síntesis crítico-práctica. La izquierda argentina estuvo cerca de expresar, al mismo tiempo y en un solo proyecto político, las tres cuestiones. Principalmente por esto, ese tiempo histórico conserva indeleble su carácter paradigmático. En este sentido, la figura de Cooke constituye una especie de “eslabón perdido”; una figura de enlace poco común en nuestra historia. La cifra de una historicidad satisfactoria. ¿Acaso el falo de Megafón?
Cuando hablamos de la praxis militante de Cooke nos referimos a sus funciones como diputado nacional durante el primer peronismo (1946-1951) y como interventor del Partido Peronista de la Ciudad de Buenos Aires (1955); como delegado de Juan Domingo Perón en los tiempos de la resistencia peronista contra la Revolución Libertadora/Fusiladora (1955-1958); como colaborador de Ernesto “Che” Guevara en los primeros años de la Revolución cubana y en el marco del plan continental del Che; como factotum principal –junto a su compañera Alicia Eguren– de Acción Revolucionaria Peronista (ARP), agrupación fundada en 1963 y que fungiría como gran paraguas ideológico y como “organización madre” de diversas organizaciones políticas revolucionarias de las décadas de 1960 y 1970. En fin, la praxis militante de Cooke prefiguró al peronismo revolucionario. Asimismo, Cooke luce la estampa del precursor de la denominada “alternativa independiente y revolucionaria” de la clase obrera y el pueblo.
John William Cooke junto a su pareja, la militante y escritora Alicia Eguren. Foto: Télam, tomada de https://accion.coop/cultura/agenda/una-mujer-comprometida/
Claro está, como parte fundamental de la praxis militante de Cooke, incluimos la acción parlamentaria y su obra escrita: sus artículos teóricamente más compactos, por ejemplo: “Bases para una política cultural revolucionaria” (Cooke, 2009); sus documentos políticos más lúcidos, por ejemplo: “Aportes a la crítica del reformismo en la Argentina (Cooke, 1973). También su correspondencia con Perón, esclarecedora en múltiples aspectos e imprescindible para quien aspire a comprender al peronismo y una parte significativa de la historia argentina del siglo XX (Cooke, 2007). Por supuesto, están sus libros: La lucha por la liberación nacional, Apuntes para la militancia y, especialmente, Peronismo y Revolución. El peronismo y el golpe de Estado. Informe a las bases (Cooke, 2011). Este último constituye una pieza clave en la historia del pensamiento nacional y emancipador, un texto repleto de claves interpretativas de la historia argentina (pasada, presente y futura) y de elementos fundamentales para una crítica de la razón reformista.
Sin dudas, Cooke fue uno de los ensayistas más potentes del siglo XX en Argentina. También desde ese rol, contribuyó a profundizar los contenidos ideológicos del peronismo. En la década de 1960, alcanzó una cima en el nivel de teorización sobre la praxis que la clase trabajadora argentina había venido desarrollando desde los orígenes del peronismo.
Cooke fue la figura emblemática de la síntesis conceptual, ideológica y política más radical y potente en Argentina. Dado que buscó allanar el camino que conducía a un momento sincrónico de la izquierda argentina, apeló a las mediaciones dialécticas y pensó en términos de “superación” (destrucción, conservación y elevación). Lejos de todo subjetivismo idealista, Cooke propuso una síntesis crítica entre Graco Babeuf y el “Chacho” Peñaloza, entre Eva Perón y Rosa Luxemburgo, entre Octubre del 17 y el 17 de Octubre. Claro está, nos referimos a una síntesis crítica del significado histórico de cada figura y cada acontecimiento.
En Cooke, la interpelación clasista no se realiza en contra de la interpelación nacional y viceversa. Para Cooke la clase trabajadora era la única clase capaz de abarcar los intereses de la nación entera. Con los tonos propios del “leninismo nacional”, Cooke reclamaba la hegemonía del “proletariado extenso” en la revolución democrática. Con Cooke el socialismo se arraigaba y dejaba de ser monocultural. Por su parte, la apuesta por la democracia de base y al fortalecimiento de algunas instituciones de la sociedad civil popular aspiraba a que la clase trabajadora sea artífice y protagonista de su propia liberación.
En Cooke, lo nacional-popular trasciende el capitalismo y gana en consistencia. Lo nacional-popular no se asimila a la articulación de las necesidades de acumulación del capital con un tipo de dominación política que busca dar cuenta, acotadamente, de algunos intereses populares. Lo nacional-popular en Cooke no se confunde con la ideología del consenso y la reconciliación, con el proyecto republicano-radical y con una modalidad de construcción política (e incluso como forma de estructurar y concebir “lo político”) que solo puede alcanzar su clímax, la máxima expresión de su plasticidad, en los momentos de auge del ciclo económico, en los momentos más favorables de/para la acumulación de capital.
En Cooke, lo nacional-popular se presenta, básicamente, como autodeterminación de las clases subalternas y oprimidas y como alianza autónoma de estas clases (o, por lo menos, con potencial autónomo). El cedazo de la autodeterminación resulta clave, porque confiere a los discursos antioligárquicos y antiimperialistas unos sentidos no burgueses, sentidos anticapitalistas. (Hoy, ese cedazo, adquiere una relevancia similar de cara a los discursos antineoliberales o antineofascistas). Este es un gesto cookista fundamental que vale destacar en tiempos donde diversos sectores apelan a una discursividad nacional-popular que se inspira en imaginarios neodesarrollistas y que ha naturalizado algunos elementos del neoliberalismo.
Cooke no buscó lo subjetivo en la ontología discursiva (simbólica) de lo social. No prescindió de la materialidad de las relaciones sociales, de las condiciones propias de las relaciones de producción, reproducción y propiedad. No concibió subjetividades huérfanas de materia. Luego, concibió la lucha de clases como hecho histórico, no como principio abstracto. Así, lo nacional-popular incrementó su pasión imaginativa y su inteligencia de la oportunidad al confrontarse con los contenidos materiales de la totalidad (que no se refieren, únicamente, a la materialidad del lenguaje) y con sus antagonismos estructurales.
Cooke no se sustrajo a las consecuencias plebeyas extremas del peronismo. Es bien conocida su rigurosamente sartreana definición del peronismo: el “hecho maldito del país burgués”. De ahí su empecinamiento en precisar los contenidos ideológicos del peronismo y su opción por profundizar aquellos que poseían proyección democrática, liberadora y emancipadora. La vocación de Cooke por estar en exceso respecto de la ideología “reformista” y/o “populista” habilitó un pasaje sustancial. Cooke planteó la radicalización del populismo como un momento llamado a excederlo y a habilitar un horizonte transformador de las estructuras sociales y políticas. Eso, entre otras cosas, lo convirtió en un hereje de una parte de la izquierda vinculada al socialismo revolucionario.
Tapa de Peronismo y revolución en la edición de Papiro de 1972. Fuente: CEDINPE (https://cedinpe.unsam.edu.ar/content/cooke-john-w-peronismo-y-revoluci%C3%B3n-0#4231_tabla_contenidos).
Pero esa operación de ningún modo conspiró contra el ejercicio de una crítica implacable a todo aquello que hacía del peronismo una fuerza compatible con el sistema. Su señalamiento de las luchas de clases al interior del peronismo, sus análisis sobre el rol de las burocracias sindicales y políticas, convirtieron a Cooke en el hecho maldito del peronismo burgués, en un hereje del peronismo y de una parte de la izquierda vinculada al nacionalismo popular.
A casi sesenta años de su muerte, no abundan las herederas y los herederos de Cooke. Tampoco existen firmes criterios de discernimiento respecto de los modos más adecuados de administrar esa herencia. El proceso histórico de los últimos cincuenta años arrasó con los viejos mundos materiales y simbólicos. Además, para las heterodoxas y los heterodoxos suele ser más difícil tener herederas y herederos. Si a eso le sumamos la no pertenencia de Cooke a espacios orgánicos con continuidad en el tiempo, nuevas complicaciones aparecen. Resulta difícil sostener que el Partido Justicialista (PJ), en el estado actual de sus definiciones y su praxis, sea un espacio idóneo para Cooke. Luego están las dificultades propias de un proceso de reapropiación institucional de una figura maldita. Este tipo de figura siempre tiende a desbordar las instituciones.
Pero Cooke nunca ha dejado de interpelar a quienes aspiran a construir una patria justa, libre y soberana, a quienes pretenden construir un bloque de poder hegemonizado por las clases subalternas y oprimidas. Tal vez uno de los grandes desafíos para la política argentina consista en lograr que algo cercano al pensamiento de Cooke devenga fuerza colectiva. De ese modo, posiblemente, las clases subalternas y oprimidas recuperen, junto a la fe en sí mismas, alguna perspectiva política.
En tiempos de desintegración social y de degradación de las identidades plebeyas-populares, en tiempos de liviandad política y de razones subreformistas, en tiempos de política gestionaria y de politicidad prescriptiva, en tiempos de pensamientos andrajosos e instintos decadentes, Cooke sigue exponiendo verdades incontrastables. Blanco sobre negro, nos muestra los fundamentos clasistas de la nación y de la unidad nacional (las clases dominantes no necesitan ser liberadas/emancipadas), los fundamentos nacionales de la clases subalternas y oprimidas, y los fundamentos democráticos de ambas.

1. Uno de los personajes de la novela, “Barroso” se inspira, precisamente, en Eduardo Luis Duhalde, mientras que el personaje de “el dialéctico Barrantes”, su inseparable compañero, se inspira en Rodolfo Ortega Peña. Ambos son calificados como “filósofos de la historia”.
Referencias:
- Cooke, John William; La lucha por la liberación nacional. En: Cooke, John William: Obras completas [Tomo V]), Buenos Aires, Colihue, 2011. Eduardo L. Duhalde Compilador.
- Cooke, John William; Apuntes para la militancia. En: Cooke, John William: Obras completas [Tomo V]), Buenos Aires, Colihue, 2011. Eduardo L. Duhalde Compilador.
- Cooke, John William; Peronismo y revolución. El peronismo y el golpe de Estado. Informe a las bases. En: Cooke, John William: Obras completas [Tomo V]), Buenos Aires, Colihue, 2011. Eduardo L. Duhalde Compilador.
- Cooke, John William: “Bases para una política cultural revolucionaria”. En: Revista La rosa blindada, Año I, Nro. 6, 1965. En: Cooke, John William: Obras completas [Tomo III]), Buenos Aires, Colihue, 2009. Eduardo L. Duhalde Compilador.
- Correspondencia Perón-Cooke: En: Cooke, John William: Obras completas [Tomo II), Buenos Aires, Colihue, 2007. Eduardo L. Duhalde Compilador.
- Cooke, John William: “Aportes a la crítica del reformismo en la Argentina”. En: Revista Pasado y Presente, Buenos Aires, Año IV, (2/3) nueva serie; 1973, pp. 373-401. Nota introductoria de Juan Carlos Portantiero.
- Duhalde, Eduardo Luis y Alén, Luis Hipólito, Tribuno de la plebe. Vida y muerte de Rodolfo Ortega Peña, Colihue, 2024.
- Duhalde, Eduardo Luis: “Introducción”, en: Duhalde, Eduardo Luis y Alén, Luis Hipólito, op. cit.
Marechal, Leopoldo, Megafón o la Guerra, Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1988.