El Arte de la Guerra de Sun Tzu y las oportunidades para América del Sur
Disertación del director del Centro de Estudios de Integración Latinoamericana “Manuel Ugarte”, Francisco Cafiero, en el marco del 10mo Simposio Internacional sobre el Arte de la Guerra de Sun Tzu: El Arte de la Guerra y los aprendizajes para la Civilización, celebrado el 5 de Diciembre del 2024 en la Ciudad de Beijing, China. El Simposio fue organizado por la Sociedad China de Investigación sobre el Arte de la Guerra de Sun Tzu y la Academia de Ciencias Militares del Ejército Popular de Liberación. El presente discurso fue pronunciado en inglés, más tarde traducido al español y editado finalmente para su publicación en Allá Ité.
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Respetadas autoridades políticas, personal militar, comunidad diplomática, damas y caballeros.
En primer lugar, quiero agradecer a la Academia de Ciencias Militares y al Programa de investigación de la Sociedad China del Arte de la Guerra de Sun Tzu por organizar el 10º Simposio Internacional de El Arte de la Guerra y los aprendizajes para la Civilización. Me complace mucho estar en la hermosa ciudad de Beijing.
Los pensamientos milenarios de El Arte de la Guerra de Sun Tzu continúan inspirando, influyendo y asistiendo en la toma de decisiones a muchos líderes en todo el mundo, y su obra se ha consolidado como una genuina “escuela de pensamiento”.
Sus enseñanzas resultan fundamentales visto el contexto global al que asistimos. Vivimos en un mundo cambiante, que se transforma y se reconfigura a un ritmo acelerado. Hay diferentes interpretaciones sobre lo que se observa y analiza de la situación mundial actual. Entonces, ¿cómo se ve el mundo desde América del Sur según quién les habla? Muchos analistas y académicos coinciden en que el mundo se encuentra en una etapa de transición de poder que gira de Occidente a Oriente. Y, como ha sucedido antes en la historia, todas las transiciones producen una sensación de desorden. Siguiendo este marco conceptual de análisis, se observa que el mundo también exhibe tensiones y manifestaciones de reconfiguración de bloques comerciales, políticos y militares; disputas geopolíticas, y una sucesiva interconexión de crisis: climática, alimentaria, sanitaria, energética, migratoria, económica-financiera y de deudas públicas. Todo está entrecruzado con los rápidos cambios tecnológicos que transforman el mundo y con las modificaciones en las formas de producción. La aparición de robots que continúan sustituyendo a los humanos en el ámbito laboral, y el uso creciente de la inteligencia artificial en la vida cotidiana de cada vez más personas, es un ejemplo concreto de lo que estamos presenciando. El expresidente de Uruguay, José “Pepe” Mujica, sugirió la iniciativa de gravar con impuestos a los robots para garantizar ingresos debido a la pérdida de empleos humanos. En consecuencia, veo un mundo al que suelo describir con las “4i”: incierto, inestable, inseguro e injusto —en términos de la distribución de la riqueza y las consecuentes desigualdades sociales—.
Es incierto porque parece que nos estamos acostumbrando a convivir con la incertidumbre. Las consecuencias aún desconocidas de la pandemia del COVID-19 son un punto de inflexión y un ejemplo de ello. ¿Estaremos cerca del estallido de una tercera guerra mundial o es un acontecimiento poco probable? No lo sabemos con certeza, pero si ocurriese, a muchos no les sorprendería. Hay un hecho que me llamó la atención: ocho días antes de los ataques de Hamás a Israel del pasado 7 de octubre del 2023, Jake Sullivan, asesor de Seguridad Internacional del Gobierno de los Estados Unidos de América, declaró en una conferencia que la región de Oriente Medio estaba más tranquila de lo que había estado en dos décadas. A mi entender, un alto funcionario de una potencia mundial que conduce una cartera estratégica es asesorado mediante altas fuentes de información antes de afirmar sus dichos, y por eso me temo que, hasta para las personas que más información tienen, las incertidumbres bien pueden convertirse en imprevisibilidades.
Es inestable, pues todas las interconexiones consecutivas de crisis que mencioné anteriormente (climática, alimentaria, sanitaria, energética, migratoria, económica-financiera y de deudas) provocan inestabilidades en muchas regiones del mundo. Las Naciones Unidas declararon que, en los últimos dos años, más de 108 millones de personas se vieron obligadas a migrar por conflictos, tensiones, razones económicas o climáticas. Desde los inicios de los conflictos internos en Siria, se registró la migración forzada de más de 6 millones de personas. Las tensiones políticas y la falta de previsibilidad económica en Venezuela en los últimos diez años provocaron la migración de cerca de 6 millones de venezolanos a otros países. Desde que se inició la guerra de Rusia y Ucrania, según fuentes de las Naciones Unidas, cerca de 14 millones de ucranianos dejaron de vivir en su país. En relación a la falta de alimentos se estima que cerca de 2.4 millones de personas no tienen acceso sostenible a los alimentos, mientras que 900 millones de personas están en el umbral de la seguridad alimentaria. La falta de agua potable o de fuentes de energía, que esencialmente impactan en pueblos de países menos desarrollados, tienen también efectos desestabilizadores. En relación con el cambio climático, por ejemplo, en la base científica de mi país en la Isla Orcadas, en la Antártida, el Servicio Meteorológico Argentino mantiene el registro del clima desde el año 1904, y de aquella fecha a la actualidad ha habido un incremento de dos grados en la temperatura en dicha zona, por lo tanto: ¿qué se puede esperar en latitudes más al norte de la Antártida, donde habitan la mayoría de los seres humanos?
Según el observatorio climático europeo “Copernicus”, el año 2023 fue el año que registró las temperaturas más altas desde 1850. Resulta imperativo asumir cada vez mayores compromisos concretos en los órdenes locales, nacionales, regionales e internacionales para hacer frente a las causas que traen inestabilidad en tantos pueblos.
Es inseguro, ya que como sostiene la Universidad Autónoma de Barcelona en su informe “Alerta24”, durante el año 2023 se registraron 36 conflictos armados con consecuencias internacionalizadas en el mundo. Por otro lado, el Departamento de Operaciones de Paz de las Naciones Unidas, estima que de las 11 misiones de paz establecidas en el planeta, cerca del 80% del personal militar desplegado en las mismas se encuentra en el continente Africano dada la complejidad multidimensional de sus conflictos. Para el Instituto Internacional de Estudios Internacionales de Inglaterra, durante 2023 el presupuesto mundial destinado a la defensa alcanzó su máximo histórico, con un gasto de más de USD 2,2 billones, representando un incremento del 9% respecto a 2022. Parece que estamos lejos de haber aplicado las lecciones aprendidas de lo ocurrido en el pasado, y lamentablemente el conflicto armado, como factor de inseguridad, es un asunto recurrente de la agenda global.
Y por último dije que era injusto, como lo prueba el hecho de que el 74% de la riqueza mundial se concentra en el norte global, generándose un marcado desequilibrio con el sur global. Desde el año 2020, las cinco personas más ricas del mundo han multiplicado su riqueza, mientras que 5.000 millones de personas han visto reducidos sus ingresos en el mismo período. Y según el informe del 2023 sobre los ultra ricos, hay 395.000 personas cuya sumatoria de fortunas asciende a los USD 45 billones, mientras que la riqueza total en el mundo, donde se estima que habitan cerca de 8200 millones de personas, fue de USD 454 billones. La desigualdad y la ausencia de una equitativa redistribución de los recursos impactan en la calidad de vida de millones de personas, particularmente sobre aquellas que viven en regiones periféricas.
Ahora bien, ¿quién tiene la capacidad de ordenar estas turbulencias, fricciones y consecuencias que acabo de mencionar? Juan Gabriel Tokatlian, profesor universitario, analista y escritor de relaciones internacionales, propone el concepto de “orden no hegemónico” para describir la situación mundial actual, afirmando que no hay ningún país o coalición de países con la suficiente capacidad hegemónica “ordenadora”, resultando en un sistema mundial fragmentado, cargado de fracciones y desencuentros.
En este mundo está América Latina, que es una región preciosa y relevante. Está libre de conflictos armados interestatales, y es importante mencionar que ha superado muchas disputas y tensiones mediante el diálogo político, la diplomacia y el respeto al derecho internacional. De hecho, en los últimos sesenta años, la región fue testigo solo de dos acontecimientos vinculados a la seguridad internacional global: la conocida crisis de los misiles de 1962 en Cuba y la guerra de las Islas Malvinas de 1982.
Es una región que está libre de armas de destrucción masiva. Es rica en recursos naturales —renovables y no renovables—, minerales, tierras cultivables, reservas de agua dulce, pulmones verdes, biodiversidad, capacidades productivas, y sus pueblos, nuestros pueblos, comparten lenguas e historias similares. Se trata de una región donde el 80% de sus habitantes viven en ciudades. Las costas de nuestros países están rodeadas por los dos océanos más importantes del mundo, el Atlántico y el Pacífico con dos pasos que los conectan: el Canal de Panamá en la zona de Centro América, y el el Estrecho de Magallanes en América del Sur. No quiero abundar en la importancia estratégica que revisten los océanos, pero entre el 80% y el 90% del comercio internacional se transporta por los mares.
Sin embargo, tenemos serios asuntos pendientes por resolver con nuestros pueblos. Por ejemplo, el Banco Mundial ha declarado que América Latina es la región más desigual del mundo en términos de distribución de la riqueza. Dentro de las diez naciones más desiguales del mundo, tres son de nuestra región: México, Colombia y Costa Rica. En paralelo a ello, la inseguridad interior resulta un anhelo urgente de resolver. Según la ONU, nuestra región es la más violenta del planeta: mientras que la tasa de homicidios en el mundo es de 5,8 por cada 100.000 habitantes, en América Latina es de 25 por cada 100.000 habitantes.
También tenemos desafíos políticos a encarar, como por ejemplo la necesidad de una mayor y duradera integración política regional. Hemos sido pioneros en mecanismos internacionales regionales para integrarnos, pero al mismo tiempo nos hemos convertido en campeones de no cumplir con lo acordado. No obstante, quiero destacar la relevancia y utilidad de la cooperación militar regional, ya que esta ha sido clave para fomentar la confianza mutua, la contribución a la paz y a la estabilidad.
Somos conscientes de que como región cubrimos muchas de las demandas y necesidades que tienen Estados Unidos, China, India, Europa y Medio Oriente. En este siglo XXI y en pleno proceso de cambios tecnológicos, debemos aprender del pasado y no repetir la historia de volver a ser países periféricos, como sucedió en los siglos XIX y XX.
El escritor uruguayo Eduardo Galeano argumentaba que el subdesarrollo no es una etapa del desarrollo, sino su consecuencia. El subdesarrollo latinoamericano proviene del desarrollo de otros.
En esa región se encuentra Argentina, el octavo país más grande del mundo. Estamos llenos de recursos naturales, minerales estratégicos, metales, agua dulce, reservas de energía convencional y no convencional, biodiversidad y la capacidad precisa para alimentar a más de 400.000 millones de personas. Tenemos una baja densidad poblacional, con cerca de 47 millones de habitantes, una buena base de capacidades industriales y un importante potencial tecnológico. Contamos con una sólida tradición en sostener una educación pública, gratuita y de calidad. Por ejemplo, tenemos 62 universidades públicas nacionales que cada año forman a muchos profesionales gracias a los aportes de la administración nacional. Y, lo más importante, somos un pueblo de paz.
Argentina es un país bicontinental, ya que nuestro territorio se encuentra en dos continentes: el americano y el antártico. Junto con Chile, tenemos la proyección geográfica natural más importante hacia la Antártida. El Atlántico Sur tiene una relevancia enorme; por sus aguas navegan más de 200.000 barcos anualmente, su ubicación confluye con el Océano Pacífico, siendo a su vez la puerta de entrada al continente antártico, y esto se entremezcla con una escala de recursos vitales que allí radican, y que sin dudas despiertan interés en la comunidad internacional. Se estima que en el Atlántico Sur radica la mayor reserva ictícola de biodiversidad marina del planeta y de volúmenes importantes de hidrocarburos. Pero parte de nuestro territorio en el Atlántico Sur, las Islas Malvinas, Sandwich y Georgias del Sur, están ocupadas de forma ilegal e ilegítima por una potencia extranjera: el Reino Unido de Gran Bretaña. La usurpación de nuestras tierras y mares viola el derecho internacional y los tratados, y el Reino Unido desoye la resolución 2065 de las Naciones Unidas. Los recursos naturales, en un territorio internacionalmente reconocido en disputa, son explotados por los británicos, violando normas y leyes. A su vez, el Atlántico Sur fue declarado por la comunidad internacional como una zona de paz y cooperación, y el Reino Unido quebranta toda decisión de los Estados ribereños no solo ocupando tierras que no le pertenecen, sino también militarizando el área y ejerciendo una amenaza concreta para el pueblo argentino y los países de América del Sur.
Frente a esto, tenemos una tradición política basada en reclamar en todo foro o reunión internacional por el ejercicio de la soberanía sobre las Islas Malvinas, para que se conozca la situación colonial de la que somos víctimas y la amenaza que padecemos.
Para ir cerrando y recuperando las enseñanzas milenarias de esta escuela de pensamiento, Sun Tzu sostenía que el mayor arte de la guerra es someter al enemigo sin luchar. Y ese debe ser un objetivo estratégico permanente en beneficio de los pueblos de paz.
En tiempos de transiciones globales que provocan tensiones e inestabilidad, América del Sur, y en particular Argentina, tiene mucho que ofrecer para contribuir al beneficio de la estabilidad regional y global.
