Luis Alberto de Herrera, “el emboscado”

El autor pondera el aporte de Luis Alberto de Herrera al revisionismo histórico en la margen oriental del Río de la Plata.
Por Facundo Di Vincenzo *

 

I. Introducción. La cuestión nacional y la historia

El historiador, ex jugador de futbol1 y ensayista uruguayo, Gerardo Caetano (Montevideo, 1958), en un libro muy recomendable: Historia mínima de Uruguay (Caetano, 2023) en donde, como dice en la presentación, debe someterse a la difícil y apasionante tarea de explicar toda la historia del Uruguay en pocas páginas—, comenta que políticos, historiadores y escritores han intentado atender aquello que el pensador, historiador, ensayista y teólogo, Alberto Methol Ferré (Montevideo, 1929-2009), llamó “el problema de la nación en Uruguay” (Methol Ferré, 1971). Tras revisar algunas perspectivas que buscaron dar solución a este problema (Real de Azúa, 1990) (Methol Ferré, 1971) (Ardao, 1967) (Pivel Devoto, 1966), Caetano enumera cuatro cuestiones que considera relevantes al momento de tratarlo: 1) la búsqueda de relatos persuasivos respecto a un pretendido “pasado fundante”; 2) una relación privilegiada con la política y en especial con los partidos en tanto “usinas” de imaginario nacionalista; 3) una preocupación especial por el papel configurador del “afuera”; y finalmente, 4) el replanteo incesante acerca de la cuestión de la viabilidad.

Siguiendo la idea de Caetano, relacionada con considerar a los partidos políticos en su búsqueda de poder “simbólico” y, en consecuencia, de originalidad, podemos observar que se ha usado y abusado de la historia rioplatense, como ocurrió con el caso del Partido Colorado y su concepción sobre la “uruguayidad”. El Partido Colorado ha generado, al decir del ensayista, escritor, poeta, periodista y militante de un nacionalismo latinoamericanista, Manuel Ugarte (Buenos Aires, 1875-1951), una visión de “Patria Chica”, basada en elementos fuertemente cosmopolitas, asentados sobre un conglomerado de valores e ideales universales que provienen de un más allá de las fronteras del país; en definitiva, aspectos en donde la división entre “lo interno” y “lo externo” no es precisa. El Partido Colorado construyó un relato en donde la inmigración europea de fines del siglo XIX e inicios del siglo XX fue el factor constituyente y constitutivo de la identidad uruguaya (Caetano, 2023).

Repasemos. La historia de la República Oriental del Uruguay tuvo varios puntos “de quiebre”. Uno de ellos fue el que dio origen al Partido Blanco y al Partido Colorado. La fundación de los dos partidos se enmarca durante la denominada “Guerra Grande” que se desarrolló en toda la región de la Cuenca del Plata entre marzo de 1839 y octubre de 1851. En realidad, las dos facciones, los “blancos”, encabezados por Manuel Oribe (Montevideo, 1792-1857), y los “colorados” de Fructuoso Rivera (Durazno, 1784-1854), se habían dividido en 1836, tras el desenlace de un conflicto latente entre las fuerzas comandadas por Rivera, Comandante General de Campaña, y quienes promovían, como Oribe, una organización Nacional integrada al acontecer de los vecinos federales del Rio de la Plata, sin injerencias del Imperio del Brasil ni de las potencias imperiales extranjeras. Rivera, en cambio, se encontraba íntimamente vinculado a los unitarios que motorizaban la desvinculación entre Buenos Aires y las provincias, además de participar desde 1835 con los liberales brasileños en la promoción de la independencia de la provincia de Rio Grande Do Sud (Guerra de los Farrapos o Revolución Farroupilha desarrollada entre 1835-1845).

 

Obra "Brigadier General Manuel Oribe" de Eduardo Carbajal. Óleo sobre tela de 65cm de alto x 50cm de ancho. Fuente: Wikipedia.

 

En consecuencia, Rivera, aficionado a guerras de segmentación, mantuvo durante buena parte de su vida una relación estrecha con los enviados diplomáticos de Francia e Inglaterra, quienes veían en él un instrumento para romper cualquier iniciativa de unidad entre las Provincias hermanas. Oribe no desconocía esta tensión, y en 1836 propuso el uso obligatorio de la divisa blanca que llevaba el título: “amigos del orden” o “sostenedores de la legalidad”. En respuesta, Rivera distribuyo distintivos celestes, pero como se desteñían fácilmente por las lluvias y soleadas, lo cambió por el colorado del forro de los ponchos. Las divisas se estrenaron en la Batalla de Carpintería, en donde fue derrotado Rivera. Un dato de color de esta batalla es que, en su fuga, Rivera perdió todo su equipaje, que entre otras cosas contaba con numerosas cartas de unitarios y de diplomáticos ingleses y franceses. El historiador uruguayo Vivían Trías (Las Piedras, 1922-1980), señala que hasta contaba con una carta del mariscal Santa Cruz de Bolivia, en la cual se le ofrecía una provincia argentina a cambio de su participación en un futuro conflicto contra Oribe y Rosas (Di Vincenzo, Facundo – López, Javier, 2023).

No es casual entonces que los “colorados”, más cercanos a los ideales promovidos desde el Atlántico Norte (Francia – Inglaterra), hablen recurrentemente de libertad (de comercio), promuevan la inmigración europea (contra los indios y gauchos –quienes debían desaparecer o ser exterminados) e incorporen la educación y el corpus teórico de Francia e Inglaterra despreciando el pasado español y católico, al que juzgan como oscuro, medieval y atrasado. Y tampoco es casual que en 1906, durante el gobierno de José Batlle y Ordoñez (Montevideo, 1856-1929), cuando por iniciativa del Partido Colorado se propuso un homenaje al líder unitario, liberal y porteño, Bartolomé Mitre, al que presentaban como: “Legislador eminente”, “soldado de la libertad y el derecho” y “compañero de Garibaldi”2; el periodista, diplomático, historiador, intelectual y político uruguayo, reconocido como el principal caudillo del Partido Nacional “Blanco” durante el desarrollo de la primera mitad del siglo XX y una de las principales figuras políticas e intelectuales de Uruguay en esa etapa, Luis Alberto de Herrera y Quevedo (Montevideo, 1873-1959), desde su asiento en la cámara de diputados, se opusiera efusivamente a tal “atropello” para la historia de los orientales.

 

II. El Partido Nacional “Blanco” y la Historia Oriental

El Partido Nacional o Blanco se liga indisolublemente a la historia de la República Oriental del Uruguay. Podríamos trazar una línea cronológica con mojones trascendentales de Uruguay y del Partido Blanco por igual: la recuperación y vindicación de la figura de José Gervasio Artigas en el proceso Revolucionario (1810-1820), con su carácter local, nacional pero también federal e interestatal, con la Liga de los Pueblos Libres integrada por Misiones, Corrientes, Entre Ríos, Córdoba, Santa Fe y la Banda Oriental; la figura de José Antonio Lavalleja y los treinta y tres Orientales que cruzaron el Río de la Plata para iniciar la lucha contra el Imperio Portugués (1825-1830); la defensa de la soberanía oriental en Paysandú por Leandro Gómez durante el bombardeo previo a la Guerra de la Triple Alianza (1864-1865); los levantamientos del caudillo Aparicio Saravia en 1897 y 1904; y finalmente, el mismo Luis Alberto de Herrera, en sus cruzadas por revisar la historia, en su gesta nacional por la neutralidad y su exigencia de sostener siempre los intereses del pueblo oriental en los turbulentos tiempos de entre guerras (1914-1945), por salvaguardar la soberanía en aquella época que el historiador argentino Tulio Halperin Donghi llamó la “tormenta del mundo” (2013).

Luis Alberto de Herrera es, probablemente, uno de los principales responsables de este vínculo estrecho que existe entre el Partido Nacional y la historia de la República Oriental del Uruguay. Como el Partido Nacional, como los “blancos”, la acción de Luis Alberto de Herrera, podríamos decir, camina junto a la historia contemporánea del Uruguay desde sus inicios como soldado de una de las últimas montoneras gauchas rioplatenses, en la tropa comandada por Aparicio Saravia; como actor político o “gauchipolítico”, exponiendo temas y cuestiones históricas que la narrativa de la historiografía colorada, liberal y porteñista quería ocultar o silenciar; y como jefe del Partido Blanco en derrota.

 

Luis Alberto de Herrera. Foto: Archivo El País.

 

En el prólogo a un libro de Luis Alberto Herrera publicado póstumamente por Coyoacán3, La Formación Histórica Rioplatense (1961), Alberto Methol Ferré lo caracteriza como “el primer revisionista de la historia uruguaya posterior al ciclo artiguista” en momentos totalmente adversos, de hegemonía del relato historiográfico “colorado” (Methol Ferré, 1961: 8-9). En otra parte del mismo texto, rescata su lucha contra la influencia extranjera durante las guerras mundiales generadas por los europeos:

 

Cuando a fines de 1940 se plantea la instalación de bases militares norteamericanas en el Uruguay, la resistencia de Herrera fue inquebrantable: “¡Bases jamás!”. No sólo era defender la soberanía uruguaya: tampoco quería dejar convertir al país, como decía, en un “Caballo de Troya”, no podía permitir un revolver sobre el corazón argentino. Y en aquellas horas se movilizaron todas las fuerzas contra él. Pronto los stalinistas fueron el elemento de choque. Fue el tiempo de la consigna stalinista de “Herrera a la cárcel”, aplaudida por los infaltables “demócratas” del imperialismo. Su férrea neutralidad le costó a Herrera el golpe de Estado de 1942, dado por Baldomir e inspirado por Estados Unidos (no fue la única vez que los yanquis se le cruzaron al camino: también en 1959 […] pero esa batalla fue una etapa culminante de su vida política. (Methol Ferré, 1961: 13).

 

A continuación, tomaremos tres elementos que han sido trabajados por Luis Alberto de Herrera y que han constituido, a nuestro criterio, el corazón de su obra como pensador nacional del Uruguay.

 

III. Luis Alberto de Herrera y la formación histórica rioplatense

1. Las influencias extranjeras en Uruguay. El problema de la independencia

Para Luis Alberto de Herrera las influencias foráneas están en la política, en la economía, en la cultura, pero también en los relatos historiográficos, por ejemplo, en el generado por el batllismo y el mitrismo, imaginarios hegemónicos e institucionalizados en los dos márgenes del Río de la Plata desde mediados del siglo XIX hasta, al menos, la mitad del siglo XX.

Comparando los modelos educativos de uno y otro lado del Plata, en Uruguay el problema fue aún peor, porque el relato educativo no tuvo el “tinte gauchesco” que difundieron en Argentina autores como Ricardo Rojas (Rojas, [1909], 1971), con su nacionalismo de panteón, de esculturas y de escuelas, o Manuel Gálvez, y su nacionalismo de costumbres y tradiciones preexistente a unos cuantos kilómetros del Atlántico, “pampas adentro” (Gálvez, [1910], 2010). Solamente quedó Luis Alberto Herrera para revisar la verdadera historia del Uruguay. Escribe Herrera:

 

Es abrazando las peripecias que llenan un siglo, leyendo la síntesis de sus enseñanzas, pesquisando orígenes, que se adquiere el concepto exacto sobre nuestra emancipación y sobre la influencia fronteriza: la independencia del Uruguay es, sobre todo, obra de sus hijos: ella se funda, a pesar de Argentina y a pesar del Brasil. Nos guardamos decir que nuestro esfuerzo, sólo, crea aquel resultado. Nuestra autonomía la decide el consejo diplomático de Inglaterra, tan oído en la Corte de Río de Janeiro. Ni con Brasil, ni con la Argentina, dice la divisa de nuestro localismo; pero, completándola, procede agregar: ni contra uno, ni contra otra. (1961: 35)

 

2. Los orientales fueron un pueblo antes de ser un Estado nación

En una época en donde el relato batllista, la historiografía oficial uruguaya, comenzaba a construir “un imaginario” que, como dice Gerardo Caetano, ha sido uno de los imaginarios más efectivos, en donde la Nación se forjaba a partir de la inmigración proveniente de Europa, borrando de la historia a todo el tiempo anterior, el pasado indígena y el colonial, quitando al gaucho y al indio como actores centrales en la conformación del pueblo oriental, en definitiva, ubicando en el centro de la escena al inmigrante, Luis Alberto Herrera escribe que el pueblo oriental es anterior al Estado nación que pretende imponer la narrativa oficial batllista. Aquel pueblo que es más “oriental” que “uruguayo”: en el sentido de haber nacido ligado a las invasiones inglesas que sacudieron los dos márgenes del Plata, a la Revolución del 10 que movió las aguas del Río, al federalismo oriental de Artigas, que sublevó a las provincias del Litoral llegando hasta Córdoba frente a la embestida del porteñismo autoritario de las primeras décadas revolucionarias. Escribe Herrera:

 

Forjados en la fragua de la guerra, fuimos pueblo de soldados; así lo imponía el destino azaroso. […] Las virtudes combativas, que son atributo del temperamento uruguayo, no se conciben brotando en el quietismo. Si en vez de comunidad pastora, nacida en país pródigo, hubiéramos constituido una asociación de suerte precaria, o de arraigo agrícola, presentaría diversas cualidades el tipo nacional. El producto del hombre, a pesar de las soberbias, obedece en su desarrollo las mismas leyes físicas que gravitan sobre el más humilde de los seres. No pidamos al hijo de la planicie rasgos de montañés. El cuadro no evoca las torturas de la escasez. […] Nacido en territorio tan generoso, bien regado, lleno de sol, propicio a las contradanzas del guerrillero con una posición estratégica en cada verija del terreno, nuestro criollo, su producto, debió ser recio de alma y de cuerpo, aventurero, varonil, voluntario de todas las justas intrépidas. Nuestro tipo retrata, con fidelidad, las cualidades del ambiente, y como éste posee caracteres propios, su creación humana se repite. Explicable es que se destaque a pesar de las inmigraciones. […] la memoria de Artigas está ahí para comprobarlo con extraordinaria intensidad. Bien designado está el bravo caudillo: “Jefe de los Orientales”. (1961: 24-25)

 

Fuente: Internet.

3. La Revolución Francesa y los jacobinos como elemento colonizador en América

Uno de los aportes a la historia de las ideas y a la historia del pensamiento en Iberoamérica realizado por Luis Alberto de Herrera es, sin dudas, la lectura de la Revolución Francesa y su influencia en América Latina e Iberoamérica. Una de las narrativas hegemónicas de un lado y otro del Atlántico, de un lado y otro del Rio de la Plata, es la que posiciona a la Revolución Francesa iniciada en 1789 como la causa, por un lado, del fin del absolutismo en España y, por otro, de las revoluciones de la independencia en América. Este relato creó un imaginario en el que la idea de pueblo surge a partir de las ideas revolucionarias que llegan de Francia; de alguna manera se relaciona con la lectura en donde los hombres y mujeres de las Américas estaban desconectados, divididos por castas, desvinculados, hasta que llegan estas ideas de “libertad”, “fraternidad” e “igualdad” que rápidamente encarnan en los seres que habitaban estas tierras permitiendo el agrupamiento en “pueblos” que claman por su emancipación.

Para Luis Alberto de Herrera la historia fue otra. El absolutismo europeo no fue absoluto en América, en el sentido de ser permeable al poder regional y local: hacendados, comerciantes vinculados al puerto, a la producción minera y al autoabastecimiento, funcionarios, propietarios criollos, congregaciones, sacerdotes e iglesias; todos ellos tenían reuniones recurrentes en un espacio institucionalizado, como lo eran los cabildos en el periodo colonial. Estos cabildos dieron pie luego al fenómeno de las Juntas de Gobierno (Rosa, 1974) (Kossok, 1986) (Mayo, 2004) (Chiaramonte, 2007). En los primeros años del siglo XIX, en un contexto particular de cierta decadencia de la organización del virreinato, cuestionado por las Reformas Borbónicas y sus abusos, los cabildos fueron el lugar a tomar para formar nuevas Juntas de Gobierno, integradas con parte de los sectores que ya participaban en estos espacios, más otros sectores que representaban al ascendente sector rural; aquello que el Historiador Tulio Halperin Donghi llamó “la ruraralización del poder” (Halperin Donghi, 2002). Mal podían encastrar en este mecanismo de organización política las ideas de la Revolución Francesa. De hecho, mal encastraron, generando un torbellino de violencia entre los “ilustrados” y los “bárbaros” que representaban los intereses de los pueblos. Escribe Herrera:

 

Reprochar al caudillaje la responsabilidad del desastre cívico sudamericano importa confundir el efecto con la causa. La enfermedad puede agriar el carácter pero no es, a buen seguro, la acritud de carácter la razón de ser de la enfermedad. ¿Podían las entrañas de América dar fruto superior al caudillaje? El caudillaje fue consecuencia lógica, impuesta, de la condición moral y política de la sociabilidad indígena. ¿El medio hacía a Rosas, o Rosas hacía al medio? La anarquía fundamental fue la creada por las ideas de los apóstoles dominados por el republicanismo de 1789; ella engendró la anarquía derivada: las marejadas montoneras son su consecuencia natural. Lo singular es que cuando el plagio se culmina con figuras como Rosas, Quiroga, Francia, Melgarejo y toda la serie de tiranos que fueron el fruto obligado del medio ambiente y de la época, la declamación nativa, que hermosea a los hombres ejecutivos, feroces, del terror europeo, se vuelve airada, fulminatoria, contra los representantes típicos del Terror americano. ¡Como si aquéllos fueran mejores que éstos y como si éstos no tuvieran muchas más atenuaciones que aquellos!

La declamación unitaria, apoderada de la cátedra en el Río de la Plata, siempre ha querido infamar con el tilde de barbarie a las multitudes de la campaña, encarnando en el montonero Artigas los mayores desenfrenos. En cambio, la capital porteña era, para ella, el símbolo de la libertad municipal y del porvenir espléndido, asaltado por el gauchaje sanguinario. Frente a la Revolución de Mayo, lanzada en ese rumbo de absolutismo político, se levantó la gloriosa resistencia artiguista. (1961: 48)

 

IV. Luis Alberto Herrera: el emboscado

Ernst Jünger, novelista, filósofo, militar y entomólogo alemán, soldado y sobreviviente de la Primera y de la Segunda Guerra Mundial, (Heidelberg, 1895-1998), escribió muchos libros y muy recomendables: El teniente Sturm, Tempestades de acero, La emboscadura, Radiaciones. Diarios de la Segunda Guerra Mundial, entre tantos otros. En uno de ellos, traducido al castellano como Tratado del rebelde, aunque el título original es: der waldgang. Recordemos que el pueblo germano y su idioma tienen una tendencia a construir a partir del ensamble, de construir a partir de sustantivos compuestos. La palabra “wald” quiere decir bosque y “gand” viene del verbo gehen que significa “caminar”; en síntesis, sería algo así como: “aquel que camina por el bosque”, “ir al bosque”, o “el emboscado”.

 

Campaña presidencial de Herrera para las elecciones de 1922. Fuente: https://reporter.um.edu.uy/la-primera-eleccion-presidencial-de-luis-alberto-de-herrera-1922/

 

Jünger, como Herrera, vivió tiempos adversos a su ideología como a su proyecto político y cultural. De allí que algunos piensan que este libro de Jünger fue en realidad un manifiesto sobre cómo contrarrestar a esos embistes. cómo plantear una resistencia, cómo caminar mientras uno se encuentra “emboscado”, y, hasta quizás, cómo lograr un ataque desde el bosque hacia afuera. Escribe Jünger: “Irse al bosque constituyó realmente un acto por medio del cual el proscripto proclamaba su voluntad de depender de su propia fuerza y afirmarse tan sólo sobre ella” (2022: 22).

Luis Alberto de Herrera no es un rebelde, ni mucho menos. Sin embargo, el contexto colonizador lo ha empujado a decidirse por la rebeldía, a vivir emboscado, a refugiarse en las vivencias del pueblo en el que combatió, la comunidad que defendió con la espada y con la pluma. Herrera habla de la historia oriental, estudia, recuerda y revisa el pasado para mostrar a los que llegan de los barcos que hay una historia y una identidad que es propia de estas tierras, una identidad que incluso se brinda para recibirlos y construir un porvenir juntos.

 

* Prof. en Historia (UBA) y Dr. en Historia (USAL). Coordinador de la Especialización en PNL del siglo XX (UNLa), de la que es egresado. Docente (UNLa). Director del área de Revisionismo Histórico del Centro de Investigaciones Históricas (DHyA-UNLa).
Imagen de portada: Luis Alberto de Herrera como encargado de negocios de Uruguay en América del Norte. Estados Unidos, c. 1903. Fuente: Wikipedia.

Notas:

1. Caetano integró el plantel del Club Atlético Defensor que logró el Campeonato Uruguayo de Fútbol 1976, cortando una racha de más de 40 años de dominio de Nacional y Peñarol. Se retiró del deporte profesional a los 22 años, luego de padecer una rotura de ligamentos cruzados.
2. Giuseppe Maria Garibaldi (Niza, 1807-1882) fue un militar, revolucionario, mercenario y político italiano. Junto con el rey de Cerdeña, Víctor Manuel II; el intelectual Giuseppe Mazzini; y el estadista Camillo Benso conde de Cavour; fue uno de los principales líderes y artífices de la Unificación de Italia. Entre su derrotero como mercenario y aventurero, llego al Uruguay, donde actúo como marinero del bando colorado. Garibaldi asumió un rol clave en la guerra, siendo el jefe de la Legión italiana conformada en 1842.
3. La editorial dirigida por el político, historiador, editor y escritor argentino, promotor de la corriente política e ideológica llamada “la Izquierda Nacional”, Jorge Abelardo Ramos (Buenos Aires, 1921-1994).


Bibliografía mencionada:
- Achugar, Hugo (Coord.). Cultura, Mercosur. Política e industrias culturales. Montevideo: FESUR/Logos, 1991.
- Ardao, Arturo. “La independencia uruguaya como problema”. En: VV.AA., Uruguay. Las raíces de la independencia. Montevideo: Cuadernos de Marcha, nº 4, 1967.
- Caetano, Gerardo. Historia Mínima de Uruguay. Buenos Aires: Prometeo Editorial – El Colegio de México, 2023.
- Chiaramonte, José Carlos. Ciudades, provincias, estados. Orígenes de la Nación Argentina. Buenos Aires. Emecé, 2007.
- Di Vincenzo, Facundo – López, Javier. El Caudillismo en el Rio de la Plata más otros ensayos de Historia, Historiografía y Pensamiento Nacional. Lanús: Cooperativa Editorial Azucena, 2023.
- Gálvez, Manuel. El diario de Gabriel Quiroga. Buenos Aires: Taurus, 2010 [1910].
- Halperin Donghi, Tulio. Argentina y la tormenta en el mundo. Ideas e ideologías entre 1930 y 1945. Buenos Aires: Siglo XXI, 2013.
- Halperin Donghi, Tulio. Revolución y guerra. Formación de una elite dirigente en la Argentina Criolla. Buenos Aires: Siglo XXI Editores, 2002.
- Herrera, Luis Alberto. La Formación Histórica Rioplatense. Buenos Aires: Coyoacán, 1961.
- Jüngerm, Ernest. Tratado del Rebelde. Buenos Aires: Editorial Argos, 2022.
- Kossok, Manfred, El Virreinato del Rio de la Plata, Buenos Aires, Hyspamerica, 1986.
- Mayo, Carlos. Estancia y Sociedad en la Pampa (1740-1820). Buenos Aires: Biblos, 2004.
- Methol Ferré, Alberto. “Prólogo” al libro de Luis Alberto Herrera, La Formación Histórica Rioplatense. Buenos Aires: Coyoacán, 1961.
- Methol Ferré, Alberto. El Uruguay como problema. Montevideo: Ediciones de la Banda Oriental, 1971 [1967].
- Pivel Devoto, Juan. “Prologo”, en: Herrera y Obes, Manuel – Berro, Bernardo Prudencio, El Caudillismo y la Revolución Americana, Montevideo, Ministerio de Instrucción Pública y Previsión Social, 1966.
- Real de Azúa, Carlos, Los orígenes de la nacionalidad uruguaya, Montevideo, Arca, 1990.
- Rojas, Ricardo, La restauración nacionalista [1909], Buenos Aires, Peña Lillo Editor. Buenos Aires, 1971.
- Rosa, José María. Del Municipio Indiano a la Provincia Argentina. Buenos Aires: A. Peña Lillo Editor, 1974.