“La soberanía argentina sobre Malvinas es una bandera que Cuba jamás va a arriar”

Entrevista al Dr. Pedro Prada, embajador de Cuba en Argentina. Una extensa charla que aborda los hitos fundamentales de la relación bilateral, el significado de Malvinas y Guantánamo, la integración regional, el bloqueo norteamericano y más.
Por Carlos Javier Avondoglio *

 

Pedro Prada Quintero nació el 21 de octubre de 1959, pocos meses después de la caída del dictador Fulgencio Batista y de la entrada de Fidel Castro a La Habana, acontecimientos que sellaron el triunfo de la Revolución cubana. En 1982 se graduó como licenciado en Periodismo y Filología Rusa en la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), formación que luego amplió con estudios de posgrado en la Universidad de La Habana, alcanzando el título de Doctor en Ciencias de la Comunicación. Durante más de una década trabajó en diferentes medios de prensa, incluido el diario Granma, y fue corresponsal en Nicaragua, Angola y la URSS. Su trayectoria en la función pública comenzó en 1994, cuando ingresó al Ministerio de Relaciones Exteriores, donde ocupó diversos cargos. Desde 2019, tras seis años al frente de la Dirección General de América Latina y el Caribe perteneciente a dicha cartera, se desempeña como embajador de Cuba en Argentina. Está casado y tiene una hija y un nieto, quienes, al igual que él, han nacido y vivido bajo el bloqueo norteamericano.

En conversación con Allá Ité, Prada resalta aspectos nodales de la historia de la relación cubano-argentina, teje un paralelismo entre Malvinas y Guantánamo, y fundamenta la importancia estratégica de la integración regional frente a las apetencias del vecino del norte. Además, explica las raíces y objetivos del bloqueo estadounidense sobre la isla, y analiza los impactos sociales y políticos de las nuevas tecnologías.

 

Carlos Avondoglio (CA): ¿Cómo caracterizaría la relación bilateral entre la Argentina y Cuba en la historia y en el presente?

Pedro Prada (PP): Las relaciones entre Argentina y Cuba son relaciones de mucha fraternidad, de pueblo a pueblo, basadas en vínculos entrañables que se abonan desde el siglo XIX, y que tienen expresiones muy altas como el servicio que prestó José Martí como cónsul general de Argentina en Nueva York, a fines del siglo XIX, integrando también la delegación argentina a la Conferencia Monetaria de Washington, junto con quien después sería presidente de la Argentina, Roque Sáenz Peña. Allí, ambos desempeñaron un papel extraordinario al revertir el intento de imponer el dólar como moneda universal en América Latina.

Después, en el en el siglo XX, la expresión más alta podríamos decir que es Ernesto Guevara, el Che. Pero entre uno y otro, hay muchas personalidades de las letras, la política, las artes y el conocimiento científico, dramaturgos, diplomáticos, médicos y profesionales de todo tipo que se movieron entre los dos países y que fueron marcando diferentes etapas. Incluso en periodos oscuros —como fue el de la ruptura de relaciones a principios de la década de los años 60, o durante los años de la dictadura militar— esa relación extraordinaria entre argentinos y cubanos se mantuvo. Por eso estamos hoy aquí, 50 años después del restablecimiento de relaciones.

 

Cuadro de José Martí y José de San Martín en la embajada de Cuba en Buenos Aires. Foto: Carlos Godoy.

 

CA: Puntualizando por un momento en la figura del Che Guevara, ¿qué importancia le otorga en esa relación?

PP: El Che es una figura extraordinaria. Pésele a quien le pese y duélale a quien le duela, es el argentino más universal. Yo admiro y respeto mucho al Papa Francisco y sé que es un argentino muy universal, pero es indudable que el Che ha trascendido el tiempo, las culturas, las religiones y las épocas, y sus ideas se siguen proyectando hacia el futuro. Un hombre de una profunda vocación humanista, que no vaciló en poner su vida por delante para defender las verdades en las que creía. Como lo definió Fidel, el Che es un paradigma de ser humano. No solo por la coherencia entre las palabras y los hechos, sino por una ética política y una ética personal, un sentido de la moral, una comprensión del valor de la cultura y las ideas como forma de elevación del ser humano.

Nosotros fuimos afortunados en Cuba porque dos de los principales líderes de la Revolución cubana fueron intelectuales de talla mayor: Fidel y el Che. Eso quizás contribuyó mucho a que, desde el principio, las ideas, el programa y los proyectos de la Revolución tuvieran una visión de futuro y un alcance tan grande, como aún lo siguen teniendo. El Che es, además, la expresión de la rebeldía necesaria que, junto con las buenas dosis de reflexión, debe acompañar a los pueblos. A pesar de que todos los días lo tratan de matar, de que todos los días tratan de arrojar sobre su figura y sobre su ejemplo montañas de mentiras, calumnias y ofensas, siempre emerge. Dicen unos versos de Pablo Milanés que “lo que brilla con luz propia nunca se puede apagar, su brillo suele alcanzar la oscuridad de otras cosas”.

CA: Una pregunta más sobre la relación bilateral. Por los años que lleva aquí, con seguridad sabe lo que significa la cuestión Malvinas para los argentinos, la herida colonial que ésta representa. ¿Se puede trazar un paralelismo entre Malvinas y Guantánamo?

PP: Vamos por partes. Guantánamo es la consecuencia de los acuerdos que las potencias de la guerra hispano-estadounidense impusieron al final de la contienda independentista de Cuba. Cuando ya España estaba derrotada, le abrió el camino a Estados Unidos para intervenir en Cuba e imponer una neocolonia en nuestro país. Cuando se proclamó la república (a partir de un acuerdo en París de espaldas a los cubanos), la Constitución fue redactada en Washington y su presidente fue designado en Washington. Es decir, no había la menor dosis de independencia, y a pesar de todo eso, no lo consideraron suficiente, e impusieron una enmienda constitucional por la cual la nueva república de Cuba se veía obligada a ceder partes de su territorio para bases navales y carboneras. Además, se permitía que Estados Unidos pudiera intervenir militarmente en la isla cuando considerara afectados sus intereses, lo cual hizo en tres oportunidades durante la primera mitad del siglo XX. Afortunadamente, solamente ocuparon el territorio de Guantánamo, y muy pronto la base demostró su ineficacia como enclave militar. Sin embargo, se constituyó en un centro de apoyo y amparo a las dictaduras militares que sufrió Cuba en la primera mitad del siglo XX, en un centro de promoción de la prostitución y el juego en la región de Guantánamo, y en un lugar donde, después de la revolución, se cometieron muchos crímenes, se facilitó el apoyo a grupos terroristas y armados que existían en la isla, y se cometieron muchas violaciones a la soberanía cubana.

 

Pedro Prada. Foto: Carlos Godoy.

 

La base no sólo es ilegal e ilegítima desde el punto de vista jurídico, en el sentido de que es el resultado de un tratado espurio impuesto a la fuerza a Cuba en condiciones de absoluta desventaja, sino que es un acto de colonialismo, de ocupación del territorio de un país, porque ellos reconocen que están ocupando. Hasta 1959, incluso pagaban a los gobiernos de Cuba la ridícula cifra de 4000 dólares anuales por el arrendamiento del territorio. Obviamente, desde 1959 nosotros nos negamos a cobrar esos cheques. Recuerdo que alguna vez un periodista norteamericano entrevistó al presidente Fidel Castro. Estando en el despacho de él, Fidel abrió la gaveta y le mostró los cheques, colocaditos uno atrás del otro, que nunca habían sido cobrados. Fidel era un hombre que defendía mucho el valor de la verdad y la honestidad.

Malvinas es también un acto de usurpación, de piratería, de ocupación ilegal e ilegítima de un territorio que, por geografía y por historia, pertenece a la Argentina. Entiendo que el Reino Unido ha permanecido ahí más tiempo y que, sobre todo desde la segunda mitad del siglo XX para acá, han usado a las Malvinas como una extensión de la OTAN en América Latina para defender los intereses de Estados Unidos porque para eso existe la OTAN, para defender los intereses de Estados Unidos. Por ello no es casual que en la guerra de las Malvinas, Estados Unidos haya estado del lado de Inglaterra y haya apoyado la intervención militar a pesar de que decían que no lo hacían, que estaban buscando soluciones negociadas.

Cuba ha tenido una posición histórica sobre el tema de Malvinas. Esa posición fue esbozada por primera vez por líderes políticos y líderes juveniles cubanos a principios del siglo XX. El presidente de la Federación Estudiantil Universitaria de Cuba y fundador del primer Partido Comunista, Julio Antonio Mella, cuando organizaba las ideas para crear una movilización contra las dictaduras en América (en Cuba estaba la dictadura de Gerardo Machado y en otros países también había situaciones muy complejas para los trabajadores) y fomentaban la idea del Socorro Rojo Internacional (que era una coalición de organizaciones solidarias del ámbito de los trabajadores), defendía siempre la inclusión entre las reivindicaciones de la clase trabajadora y de los estudiantes de aquella época del derecho de la Argentina a ejercer soberanía plena sobre las Islas Malvinas, Georgias y Sándwich del Sur.

Cuando se crea la Asociación Cubana de Naciones Unidas, que es una organización no gubernamental que existe en Cuba hace más de 75 años (es decir, es pre-revolucionaria), esta incluye entre sus banderas y sus luchas por las que presionaban a las Cancillerías de turno en nuestro país la inclusión de la defensa de los derechos argentinos sobre las Malvinas. Si se revisa la historia de Naciones Unidas, desde los años 40 y 50 vas a ver a los delegados de Cuba apoyando y defendiendo, en aquellas jóvenes e incipientes Naciones Unidas, el derecho argentino a la soberanía sobre las Malvinas.

De más está decir que cuando la Revolución llega al poder, se formula una nueva política exterior en la que intervienen mucho las ideas de Fidel y del Che, pues ahí se va a configurar un reposicionamiento mucho más radical que se observa en el copatrocinio de Cuba a la resolución 2065 de Naciones Unidas, que instaba a alcanzar una solución negociada entre Argentina y el Reino Unido a esta problemática colonial. Era el momento de los grandes procesos de descolonización en África, Asia y el Caribe, y Cuba no tuvo reparos en defender que la descolonización de Malvinas formara parte de esa agenda también.

Esa posición se ha mantenido invariable y fue especialmente evidente durante la guerra de Malvinas, a partir de todo el apoyo que brindamos. En aquel difícil momento (estamos hablando de los años de la dictadura cívico-militar), nosotros no tuvimos reparos en invitar a la Argentina a participar de la cumbre de los No Alineados que tenía lugar en La Habana. El presidente Fidel Castro se reunió con el canciller argentino de la época y se mantuvo un intercambio de mensajes con la Junta Militar en el sentido de la disposición de Cuba de apoyar hasta las últimas consecuencias el derecho de Argentina, que no era el derecho de los militares: era el derecho del pueblo argentino, de la nación Argentina, del Estado argentino. Era el derecho a plantar la bandera albiceleste en las islas Malvinas y a ejercer plena soberanía, sentida, real, en todos esos territorios. Y hasta hoy esa posición se mantiene sin una sola fisura. Pueden tener la más absoluta seguridad de que la soberanía argentina sobre Malvinas es una bandera que Cuba jamás va a arriar.

CA: Dirigiéndonos al plano regional, ¿qué tan importante es la integración latinoamericana para Cuba? ¿Qué mecanismos piensa que podrían propulsarla y afianzarla?

PP: Cuba tiene como legado una visión de su existencia como república libre, soberana, independiente y democrática integrada al concierto de naciones de América Latina y el Caribe. Toda la obra de José Martí, cuyo ideario es el cimiento de la ideología de la Revolución cubana y de la filosofía de vida de todos nosotros, tiene la idea de ver a América Latina constituida como una gran nación.

Cuando en el año 1890, Martí se batía en Washington contra la imposición del dólar, contra la unión aduanera de las Américas, estaba defendiendo el derecho de ese conjunto de naciones a existir al margen del gran imperio que estaba surgiendo en el norte del hemisferio. En vísperas de caer en combate en los campos de Cuba, escribió una carta que se considera su testamento político y donde dejó bien definido que, con la independencia de Cuba, él quería impedir que se extendieran por las Antillas los Estados Unidos y cayeran con esa fuerza sobre nuestras tierras de América. “Cuanto hice hasta hoy y haré, será para eso”, dijo en aquella oportunidad. Esa visión es la que llega a nosotros y se siembra en el pensamiento de muchas generaciones de patriotas cubanos, incluidos los que lideraron y condujeron la revolución triunfante de 1959, y de aquellos que se sumaron a ella como el propio Che, quien, en su proceso de formación y maduración como individuo y como revolucionario, venía de la experiencia de haber recorrido toda América del Sur y Centroamérica hasta llegar a México, y de haber vivido las diferentes realidades de nuestros países y adquirido una noción muy madura de la necesidad de integrarnos.

 

Cuadro de José Martí en la embajada de Cuba en Buenos Aires. Foto: Carlos Godoy.

 

Durante los primeros años de la segunda mitad del siglo XX, se trató de confundir esa visión integracionista con una supuesta expansión soviética en el marco de la Guerra Fría. Todas esas visiones maquiavélicas lo único que demostraron fue que lo que trataban de asegurar era la división, la fragmentación, y que no se afectaran los intereses de la potencia dominante en nuestra tierra. Desde allá hasta hoy, hemos venido experimentando situaciones análogas, porque se dio un paso muy grande en el año 2005 en Argentina tan grande como aquel de Washington en el siglo XIX, cuando se le dijo “No al ALCA”. Sin embargo, nuestros adversarios que para nada son bobos sino muy inteligentes, en una era de globalización económica, de transnacionalización de las economías, empezaron a construir acuerdos de libre comercio individuales que en la práctica terminaron construyendo ese ALCA que querían para dominarlos a todos. Y hoy, cuando tú ves la estructura del capital en cualquiera de las naciones de América Latina, te das cuenta que son las empresas de Estados Unidos las que están controlando la economía y la política, porque son las que financian la política, son las que controlan los gobiernos. Entonces, esa realidad constituye la piedra de toque de por qué hay que avanzar hacia un proceso diferente.

Durante muchos años, los latinoamericanos hemos tratado de construir unidad e integración. Está la experiencia del Grupo de Río, que era un proceso genuinamente latinoamericano; los centroamericanos tienen la experiencia del SICA (Sistema de Integración Centroamericano), que es lo más acabado en materia de integración, porque tiene una rama económica, el SIECA (Secretaría de Integración Económica Centroamericana) y todo un andamiaje de estructuras que facilita las cosas. Yo diría que es la zona de Nuestra América mejor integrada.

A fines del siglo XX, comienza a darse un proceso de maduración de estas ideas integracionistas que tiene su expresión máxima con el advenimiento, en la división de los dos siglos, de gobiernos de izquierda o nacionales-populares. Llega Hugo Chávez al poder en Venezuela, Lula en Brasil, Correa en Ecuador, Néstor en Argentina, Evo Morales en Bolivia. Así se van sucediendo un grupo de procesos, y comienza a imponerse esa nueva realidad. En el año 2008 se convoca a una cumbre en Brasil, donde están presentes todos los países de América Latina y el Caribe; los 33 países de América Latina en el Caribe sin exclusión. Y están presentes todos estos mecanismos de integración que existían desde antes, como el Pacto Andino. En aquel momento se disuelve el Grupo de Río, que era el más universal, y, con el empuje de la recién creada UNASUR, se da paso a una nueva construcción que nos incluye a todos: la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), cuya conformación se acuerda en una cumbre en Cancún y se establece en otra cumbre en Caracas en el año 2012.

Aunque la CELAC nace como un mecanismo de concertación política, que es todavía un proceso muy inicial, se va erigiendo paulatinamente como un actor relevante de la comunidad internacional, a la que comienzan a prestarle atención los nuevos polos internacionales de poder que se consolidan desde comienzos de este siglo. Estamos hablando, en primer lugar, de los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), que empiezan a acercarse de una manera diferente a nuestra región. A partir de ese momento, vamos a los organismos internacionales en bloque. Era impresionante que los europeos iban a las discusiones en bloque a través de la Unión Europea; los asiáticos lo mismo, con la ASEAN; los africanos unidos mediante la Unión Africana; los islámicos con la Conferencia Islámica; mientras que a los latinoamericanos y caribeños no nos permitían ir unidos. Eso es lo que sigue tratando de impedir hoy ese mismo país que impuso condiciones a la independencia de Cuba, intervino en la guerra de Malvinas en contra de Argentina, y ha venido sometiendo a la Argentina a ciclos periódicos de endeudamiento a través del poder que ejercen los organismos financieros internacionales, de manera que cada vez que Argentina se levanta, la ponen nuevamente de rodillas, porque están conscientes de que Argentina es un país con un potencial humano y económico extraordinario, que realmente compite con las posibilidades del gigante del norte.

 

Foto: Carlos Godoy.

 

Nuestra vocación es defender siempre el proyecto de la integración latinoamericana y caribeña. Y hoy no nos preocupa tanto el cómo, sino dar todos los días pasos hacia adelante, a favor de esa integración. Potenciar todo lo que nos une, y apartar del camino todo lo que nos divide. Defender la región como una zona de paz, libre de armas nucleares. Es sintomático que América Latina y el Caribe, a pesar de todos los conflictos que se han dado, de todos los problemas que hemos tenido y de todas las dictaduras, es la única región del mundo donde no se han verificado graves o grandes guerras durante estos últimos 60, 70 años. Alguien me puede decir la “Guerra del Fútbol” en Centroamérica, el conflicto entre Argentina y Chile, pero son escaramuzas en comparación con los conflictos que se han vivido en Europa, en África, en Asia. Por tanto, los latinoamericanos y caribeños tenemos esa ventaja, esa vocación de haber alcanzado la paz y haberla sabido mantener, de ser la única región del mundo que tiene tratados firmes, fuertes y verificables de proscripción de las armas nucleares. Eso que en otros lugares del mundo es un sueño en el que se le va la vida a las grandes potencias, los latinoamericanos hace rato lo resolvimos. Por eso nos molesta tanto cuando meten armas nucleares en Malvinas o en la bahía de Guantánamo.

Por supuesto, hay otras organizaciones y mecanismos que han surgido para apoyar esos procesos integracionistas, como es el ALBA-TCP (Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América - Tratado de Comercio de los Pueblos), pero el ALBA tiene más bien un enfoque de concertación política, cooperación y solidaridad. Queremos llegar más lejos y ahí es muy importante poder recuperar el papel que desempeñó la UNASUR.

A nosotros no nos ciega la pasión a la hora de reconocer que la locomotora de la integración latinoamericana está en América del Sur, y de reconocer, además, que esa locomotora tiene dos grandes máquinas: en el sur del continente, Argentina, y en el norte de América del Sur, Venezuela. Fueron los dos centros de la de la lucha de la Independencia: las huestes de San Martín y las huestes de Bolívar. Se habla siempre de la discusión de Guayaquil… no hay que preocuparse tanto de si en Guayaquil colisionaron los dos gigantes; hay que hablar de que los dos gigantes completaron su obra en el pacto de Guayaquil. Y desde luego, más al norte, México, que es la otra gran máquina de esa locomotora de la integración. Tenemos ese privilegio: tres grandes países, con grandes historias, una gran tradición, una gran vocación de visión continental y que pueden echarse al hombro al resto de los 30 hermanos.

CA: ¿Cuáles son, a su juicio, las principales consecuencias que ha tenido el bloqueo sobre la sociedad cubana? ¿Qué perspectivas hay de que esto se revierta en un mundo que va dejando atrás la unipolaridad?

PP: Ante el fracaso de todas las estrategias militares, de la invasión, de los actos terroristas, de los planes de atentados contra los líderes revolucionarios y de los sabotajes a la economía, el bloqueo fue concebido como una manera de rendir al pueblo de Cuba de la peor forma. El documento que da inicio a esta línea de actuación por parte de los Estados Unidos es un memorándum del entonces subsecretario de Estado, Lester Mallory, dirigido a sus jefes, en el cual decía que en Cuba no encontraban una oposición creíble al gobierno de Castro, y que la única manera de derrotarlo era privándolo de recursos materiales y financieros, disminuir el valor de los salarios reales, provocar hambre, sufrimiento y desesperación para que el pueblo derroque al gobierno. Esto fue escrito en febrero de 1960 y el documento original puede levantarse en un sitio web que se llama Archivo de Seguridad Nacional, donde se desclasifican los documentos oficiales del gobierno de los Estados Unidos. Ahí está, para quien dude del bloqueo, para el que piense que esto es un invento de los cubanos.

Durante más de 60 años, han estado utilizando esa política, primero a través de órdenes ejecutivas y luego mediante leyes, para impedir que en el futuro cualquier gobierno de los Estados Unidos pudiera, por una decisión administrativa, eliminar el bloqueo. Solamente el Congreso de los Estados Unidos puede hacerlo, porque es una ley federal. Además, esa ley prescribe que, para levantar el bloqueo, nuestro país tendría que devolver todas las propiedades que tenían los estadounidenses en Cuba. Fíjate: en el año 60, cuando empiezan las nacionalizaciones, había empresas de 42 países. Todas las empresas de 41 de esos países fueron indemnizadas, menos las de Estados Unidos, pues su gobierno les impidió cobrar las indemnizaciones. Si lo hubiera permitido, desde el año 82 se habría cerrado ese capítulo, porque Cuba proponía un sistema de pago de indemnizaciones por diferentes plazos, que era aceptable de acuerdo a lo que establece el derecho internacional. Nacionalizar empresas no es un acto ilícito, es un acto de derecho para el cual están facultados todos los Estados nacionales y que debe respetar ciertas normas, incluyendo las indemnizaciones. Y Cuba cumplió con las indemnizaciones. El caso de Estados Unidos es un caso especial, por soberbia y porque, en realidad, para ellos, Cuba no debería ser un Estado soberano. Eso está en el ADN de la clase política estadounidense. No es cosa de republicanos o demócratas: los padres fundadores de los Estados Unidos Thomas Jefferson, John Quincy Adamas decían, desde fines del siglo XVIII, que la isla de Cuba era, acaso, la más jugosa adición que podían hacer a la Unión Americana. En la visión del país que querían armar, la frontera sur pasaba por Cuba... Pero nunca contaron con los cubanos. De manera que el hecho de la existencia de Cuba como un Estado independiente y soberano es “una Némesis” para ellos. Luego, no pudieron apropiarse de Cuba al final de la guerra contra España, lo cual, historiadores de hoy, con una visión imperial y soberbia, le recriminan al presidente William McKinley, que era el que gobernaba Estados Unidos en 1898, por haber sido un tibio y no haberse apropiado definitivamente de Cuba para colocar la frontera sur de Estados Unidos ahí.

 

Foto: Carlos Godoy.

 

Fíjate de dónde vienen las aguas. El bloqueo expresa hoy la forma más completa de rendir a un país para ponerlo completamente bajo su dominio, bajo su control. Durante el gobierno de Trump, se hizo especialmente grave con la aplicación de 243 medidas que habían sido estudiadas como en laboratorio, no para golpear al gobierno ni a las empresas, sino para golpear a las familias cubanas. Fueron especialmente diseñadas con una crueldad extrema. Adicionalmente, una semana antes de abandonar la Casa Blanca, Trump decidió incluir a Cuba en la lista de países patrocinadores del terrorismo. Esto es una lista espuria, que excluye a muchos verdaderos patrocinadores del terrorismo. Pero la inclusión de Cuba no sólo es injusta, sino que es un acto de una crueldad extrema porque esto pone a Cuba en una condición de paria del sistema financiero internacional, y le cierra los accesos a financiamientos y a bancos en todas partes. Desgraciadamente aunque esto está cambiando en nuestros días el sistema financiero internacional está controlado por la banca estadounidense. El código Swift, por el cual se mueven todas las operaciones bancarias, es estadounidense. No hay manera de que ellos no fiscalicen una operación que realiza Cuba y, desde luego, Cuba tiene prohibido el uso del dólar en todas sus operaciones.

El bloqueo ha causado daños extraordinarios a Cuba. En términos numéricos, estamos hablando de miles de millones de dólares: más de 1.500 millones de dólares anuales, con un acumulado de 140.000 millones de dólares en todos estos años que, si se calculan al valor del oro, equivalen a más de un billón, o sea, más de un millón de millones de dólares.

Pero los números son fríos. Los números no te dicen toda la verdad, y alguien puede querer cuestionarlos, aunque están hechos sobre la base de un riguroso sistema que tiene Naciones Unidas para calcular estos fenómenos. Lo más grave es que al menos cinco o seis generaciones de cubanos han nacido, vivido, sufrido y muchos ya han muerto en condiciones de bloqueo. Yo nací bajo condiciones de bloqueo, mi hija nació bajo condiciones de bloqueo, mi nieto nació bajo condiciones de bloqueo, por tanto te puedo decir que ha sido muy duro para nosotros enfrentar esa realidad. Si no fuera porque nos animan profundas convicciones de la justeza de nuestra causa, de la justeza de nuestros derechos, de las ideas que animan el proyecto humanista de la Revolución cubana, y del derecho que tenemos los cubanos para decidir libremente el sistema político, económico, social y cultural que deseamos para nuestro país, y de construirlo, de cambiarlo, de perfeccionarlo. Ese es un derecho que nadie nos lo puede cuestionar, que nadie nos lo puede quitar. Nosotros tampoco se lo cuestionamos a otros, pero, por favor, que respeten el nuestro, y que no mientan ni manipulen los hechos ni las verdades para atacarnos o pretender hundirnos.

Nosotros no tenemos esperanzas de que los gobernantes de Estados Unidos cambien esa política, ni a corto, ni a mediano plazo, y difícilmente a largo plazo. El bloqueo lo vamos a derrotar los cubanos con nuestro trabajo, con nuestra creatividad, con nuestra iniciativa, haciendo nuestra voluntad, buscando alternativas y salidas al país dentro y fuera de su frontera, y con la solidaridad, el apoyo, el acompañamiento de millones de seres humanos de cientos de países que todos los años votan mayoritariamente en Naciones Unidas para exigirle a Estados Unidos que levante el bloqueo. Yo creo que es el acto democrático más importante que se da en el seno de las Naciones Unidas. Ha habido momentos en que han sido 190 países condenando el bloqueo y demandando ponerle fin, y se han quedado Estados Unidos e Israel solitos defendiéndolo. En ese sentido, nos sentimos muy acompañados. Pero hay que recordar todos los días que el bloqueo es una guerra económica, comercial y financiera que se le hace los cubanos; es una violación flagrante y masiva de los derechos humanos de todo el pueblo de Cuba, y es también un acto de genocidio según la Convención de las Naciones Unidas contra el genocidio, que en su artículo 1, inciso c, tipifica este tipo de política de bloqueo como una manera de someter a un grupo humano.

CA: Quizás Estados Unidos no cambie, pero el mundo está cambiando. Llegando al final, y teniendo en cuenta su formación en la materia, ¿qué relieve le otorga a los nuevos dispositivos comunicacionales en las disputas de poder que signan esta era transicional? Y en segundo lugar, ¿cómo afectan esos dispositivos a Cuba en el marco de las limitaciones que padece fruto de los condicionamientos de la potencia hemisférica?

PP: Ya en el Rubicón de los dos siglos, se veía venir un cambio de los paradigmas comunicacionales y de las maneras en que el mundo se iba a comunicar en el siglo XXI. Recuerdo, a finales de los años 90, con la aparición de Internet, cómo empezó a modificarse esto. Ya era visible que la relación en las redes de Internet iba a comenzar a desplazar a otras prácticas comunicacionales, sociales y culturales, inherentes a la cultura que la humanidad había construido durante cientos de años. Lo problemático está en que sectores de propietarios de esas redes comenzaron a diseñar también su uso para otros fines, para los fines de dominación, de control del pensamiento, sobre todo después del derrumbe de la Unión Soviética y de la desaparición de los Estados socialistas europeos.

 

Ciudad de La Habana. Foto: Pixabay.

 

Fue entonces que se creó la idea peregrina de una supuesta desideologización que no era más que una reideologización, el impulso de una colonización cultural y el sometimiento de la humanidad a un pensamiento único. El imperialismo, en ese momento, vio que aquellos desarrollos tecnológicos iban a ser el instrumento para lograr esa homogeneización informativa, cultural e ideológica que querían imponerle a la humanidad. Esto se expresa en los productos culturales que consumimos como el cine, el arte, la música y la literatura; en los medios de comunicación; en el tipo de valores culturales que se venden como universales, glamorosos; en los ideotipos humanos que nos venden como los ideales, que dicen que hay que ser alto, rubio, de ojos azules, y si no naciste con los ojos azules, fabrico lentillas y te las vendo para que te pongas los ojos azules, y tengo tintes duraderos para que el pelo se te mantenga clarito, y blanqueadores de la piel, y modas que son para personas que tienen una figura que no es la nuestra. Así, mediante el desarrollo de las nuevas redes, nos van poniendo todos esos patrones culturales que traen conflictos a las sociedades.

Este instrumento facilita también la introducción de prácticas culturales nocivas, como la difusión del odio. Bien lo decía un personaje de triste recuerdo que fue jefe de la CIA, Allen Dulles, en el año 54: promover la incultura, el odio y el desprecio al semejante, el enfrentamiento, el desprestigio, los más bajos valores o contra valores humanos, la envidia. Esto no es algo que ha brotado de casualidad como la hierba, como el pasto puede crecer a merced del sol, el aire y la lluvia. Esto ha sido bien meditado, bien calculado, y no por gusto vemos en nuestros días los conflictos que se están dando, sobre todo con los dueños de las grandes redes (como Facebook o X) y la manera en que tratan, desde esas plataformas, de inducir el pensamiento de las sociedades, de manipularlo, de lograr que ese pensamiento se convierta en conductas que después son nocivas. Entonces aumenta la criminalidad, y gente que tú no pensabas que pudiera blandir un arma, un cuchillo o una pistola para matar a otra, lo hace por un reto que vio en Internet.

Los que somos comunicadores tenemos una extraordinaria responsabilidad. En realidad, todos los seres humanos, todos los profesionales que trabajamos en el campo de las ideas, de la cultura, del conocimiento, de las relaciones internacionales, tenemos la obligación de enfrentar esas prácticas. No enfrentar a la tecnología, porque las tecnologías no son ni buenas ni malas, eso depende del uso que les demos los seres humanos. Podemos hacer que esas tecnologías contribuyan mucho al bien de la humanidad, a que, en vez de desunir o de fomentar el odio, fomenten el amor, el entendimiento entre los seres humanos, la solidaridad, los mejores valores humanos. Yo creo que es una gran responsabilidad. Puede parecer algo peor que el desafío de Sísifo, que tenemos que rodar la piedra todos los días cuesta arriba y cada vez que nos caemos con la piedra abajo, volverla a subir. Pero hay que hacerlo. Eso somos los seres humanos: luchadores que toda la vida empujamos piedras cuesta arriba hasta alcanzar la cumbre. Así pues, lucha es lo que se nos viene.

 

* Lic. y Prof. en Ciencia Política (UBA). Integrante del CEIL Manuel Ugarte (UNLa) y del Centro de Estudios para el Movimiento Obrero (CEMO).
Producción fotográfica: Lic. Carlos Godoy Quiñones.