La misión de la Universidad como batalla cultural
En este artículo continuaremos analizando el pensamiento de Ana Jaramillo sobre la misión de la universidad frente a los problemas del pueblo y de la Nación. Para ello, abordaremos la descolonización cultural y pedagógica, tópico estudiado por todo el Pensamiento Nacional Latinoamericano, a través de los títulos: La descolonización cultural. Un modelo de sustitución de importación de ideas (2014), El Historicismo de Nápoles al Río de la Plata (2012) y Aportes para una epistemología histórico jurídica para educar. Justicia y Dignidad Humana (2017), todos ellos con autoría de Jaramillo, más un libro del historiador Fermín Chávez —compilado por ella— Epistemología de la periferia (2012).
Una característica de estos libros es que fueron escritos durante lo que la militancia del campo nacional y popular denominó “la década ganada” —entre los años 2003 y 2015— porque en ese período se implementaron políticas públicas a favor de los sectores populares. Este fenómeno no solamente se dio en Argentina, sino también en la Bolivia de Evo Morales, en el Ecuador de Rafael Correa y en el Brasil gobernando por Luiz Inácio Lula da Silva.
En estas obras, Jaramillo recupera las corrientes epistemológicas surgidas en Europa, como el iluminismo y el historicismo, para analizar su llegada al Río de la Plata. Frente al atropello de las ideas racionalistas en nuestro continente, la autora batalla para recuperar conceptos nacidos y surgidos desde y para América Latina. Sin embargo, ambas corrientes nacen en Europa, el continente que nos conquistó económica y culturalmente: el Iluminismo lo hace de la mano de René Descartes, François-Marie Arouet Voltaire, Jean-Jacques Rousseau, en los siglos XVII y XVIII; en tanto que el Historicismo surge con Giambattista Vico, Johann Gottfried Herder y Benedetto Crocce, en los siglos XVIII y XIX.
Mientras el positivismo promovía ideas universales, generales y abstractas para todo tiempo y espacio, con la Razón como lugar revelado de las verdades, el historicismo proponía un pensamiento situado y particular que incorporaba pasiones, emociones, sentires, creencias. Esta confrontación excedió el plano de las ideas y se trasladó a la práctica. En nombre del Iluminismo, se cometieron los peores genocidios en el Río de la Plata durante los siglos XIX y XX. El exterminio del pueblo paraguayo, las montoneras federales, la mal llamada “Conquista del desierto”, que arrasó con los pueblos originarios, y posteriormente la instalación del Plan Cóndor, cuyo resultado fue la desaparición de decenas de miles de sudamericanos.
La rectora fundadora de la Universidad Nacional de Lanús sostiene que, durante el siglo XIX, el Gran Imperio Británico tenía que garantizar el auge de su Revolución Industrial, razón por la cual impuso la monoproducción y la fragmentación en América Latina. El objetivo era que cada país le proveyera de materias primas y, en el caso particular del Río de la Plata, la instalación del modelo agroexportador donde el intercambio se fundaba en ganadería y agricultura por productos manufacturados —lo que trajo como consecuencia la destrucción de las industrias locales. En el siglo XX, tras la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y durante la Década Infame en nuestro país (1930-1943), ese comercio desigual entre los países centrales y los países periféricos, tuvo que ser reemplazado. Comenzó en el Río de la Plata un proceso de industrialización por sustitución de importaciones, tema que sería abordado por muchos académicos y luego estudiado en las aulas de las universidades.
Sin embargo, y a diferencia de muchos de sus colegas, Ana Jaramillo investiga un tema central que no se cifra solamente en lo económico sino también en lo cultural. La autora sostiene que no solo el proceso de industrialización por sustitución de importaciones es fundamental para la liberación del continente frente a las potencias opresoras, sino también y sobre todo el modelo de sustitución de ideas. El Río de la Plata proveía a Europa de vacas, maíz, trigo; Brasil y América Central exportaban café y bananas; Chile enviaba estaño. Todo ello a cambio de productos manufacturados como ropa, muebles, maquinarias. En ese intercambio desigual también llegaban ideas colonizadoras como el iluminismo, el racionalismo, el positivismo o el utilitarismo.
En sintonía con esta propuesta, si bien Jaramillo recupera historicistas europeos, también despliega el pensamiento de exponentes latinoamericanos que son ocultados, silenciados, negados y censurados por la historia oficial, ya que responden a un pensamiento situado desde y para la periferia. La socióloga saca a la luz los pensamientos de los historicistas de la región Leopoldo Zea, Haya de la Torre, José Vasconcelos, Antonio Caso, Justo Sierra, Franz Tamayo, José Enrique Rodó, Arturo Jauretche, Rodolfo Puiggrós, Fermín Chávez. Entre los temas que destaca dentro de la concepción historicista, está la filosofía de la acción para la transformación de la sociedad. Jaramillo retoma la propuesta de José Carlos Mariátegui, enfocada en el socialismo indoamericano, hasta la Tercera Posición de Juan Domingo Perón, que frente al individualismo del capitalismo y el colectivismo de un Estado omnipresente, proponía una nueva y propia idiosincrasia. En este sentido, la autora de La descolonización cultural. Un modelo de sustitución de importación de ideas amplía su mirada de la Nación para pensar al continente americano como una unidad.
El iluminismo e historicismo en el Río de la Plata: Fermín Chávez
En Epistemología de la periferia, libro compilado por Ana Jaramillo, Fermín Chávez desarrolla las diferentes corrientes iluministas e historicistas que nacieron en Europa y que luego llegaron al Río de la Plata.
Frente al Iluminismo, que desarrolla una colonización de todo tipo pero sobre todo geográfica, Chávez propone un nuevo eje cultural desde la periferia —fundado en América Latina, Asia y África? opuesto a las potencias centrales, ubicadas en Europa y Estados Unidos, en la parte de arriba del mapa. El autor sugiere una nueva teoría de la periferia para revertir ese trazado global para, como proponía Arturo Jauretche, dar vuelta el mapa.
El europometrismo cultural —al que podemos sumar el norteamericanismo— significó ubicar al hombre y la cultura europea como medida racional de todas las cosas. Esto supuso un hombre ahistórico y antihistórico con el objetivo de hacer tabla rasa con el pasado. Frente a esta corriente, los autores del Pensamiento Nacional Latinoamericano proponen un hombre —al que podemos sumar una mujer— latinoamericano como medida existencial, pasional, emocional. Un hombre y una mujer que recuperen el pasado y los hechos históricos hacia una autoconciencia nacional.
El iluminismo, tal como lo define Chavéz, es un movimiento espiritual que se distingue por su fe total y dogmática en la unidad y en el valor de la razón universal. Para los iluministas, esta última es siempre idéntica a sí misma: igual en todos los hombres y en todos los tiempos. El historicismo también es un movimiento espiritual, sin embargo su fe es relativa y flexible, y su unidad o valor es el propio espíritu que sí cambia según los hombres y los tiempos. Por ello, el método propuesto por el racionalismo pretende ser objetivo y neutral, en tanto el historicismo se caracteriza por su subjetividad y parcialidad. Para Chávez, “su método [es] la historia de la cultura, de las ideas y de las estructuras espirituales”.
Retomando las ideas historicistas, y discutiendo con las ideas racionalistas, Ana Jaramillo invierte la frase conocida por Rene Descartes. Transforma la síntesis “Pienso, luego existo”, pues entre medio del pensamiento y la existencia se inscribe la satisfacción de las necesidades. Además, sostiene que “Nuestra lengua castellana es una de las pocas que diferencia el estar del ser. El pensamiento popular en la filosofía latinoamericana sigue siendo germinal y es un pensamiento moral que, a diferencia del pensamiento culto occidental y su racionalismo que ‘piensa y luego existe’, en la cultura popular latinoamericana, se existe y luego se piensa. Piensa desde su existencia, desde la emocionalidad, como creador, como los verdaderos filósofos, poetas o músicos. También el pensar popular trastoca la supuesta esencialidad ontológica del ser por el gerundio de ‘estar siendo’ para convertirse definitivamente en un ser cuya identidad sigue en construcción”.
En el Río de la Plata tenemos ejemplos tanto de iluministas como de historicistas. Mientras Fray Francisco de Paula Castañeda representaba a los segundos y fue exiliado por Bernardino Rivadavia —primer gobernante en nuestro territorio que contrajo deuda externa, no está demás recordarlo—, Domingo Faustino Sarmiento personificaba a los primeros, con su fórmula Civilización y barbarie, desarrollada en el Facundo, denigrando a los gauchos y junto a ellos a los sectores populares.
En la misma dirección, hay otros autores iluministas como Vicente Pazos Silva o Pazos Kanki, quien fuera el portador principal de esta corriente epistemológica difundiéndola en La crónica argentina, un diario de la época. Allí replicaba las ideas peyorativas hacia España tomando la versión del Imperio Inglés de la leyenda negra para justificar su predominio en el Río de la Plata, y además usaba sus artículos para oponerse a la propuesta de Manuel Belgrano de una monarquía inca en defensa a los pueblos originarios habitantes de nuestras tierras.
Según Fermín Chávez, un “antiiluminista por excelencia” fue Juan Manuel de Rosas porque es él quien se opuso a la intervención anglofrancesa en favor de los intereses soberanos. “Todo lo que huele a americano es bárbaro. El gobierno de Rosas es una monstruosidad, una aberración”, escribe Sarmiento en detrimento de lo propio, lo nuestro, lo que nos pertenece.
En otro espacio donde se ven representados las corrientes de pensamiento o proyectos políticos en pugna es en la literatura. Así como existió el Facundo de Sarmiento, se escribieron también los antifacundos. El Martín Fierro, escrito por José Hernández, se trató de un alegato al gaucho matrero que no se rebela contra la ley sino contra un orden injusto entre ricos y pobres. Por ello Fermín Chávez sostiene que la figura encarnada por Fierro, su accionar y pensamiento, conforma una categoría política y no una categoría de derecho penal. Otro representante del historicismo en la poética fue Bartolomé Hidalgo, que no sólo escribió poesía, conocida como los cielitos y asociada a la gauchi política, sino que luchó contra las invasiones inglesas. También formó parte de las filas de José Gervasio Artigas en la lucha por la unidad del Río de la Plata.
A través de este recorrido, Fermín Chávez señala los efectos materiales que tuvieron las ideas iluministas en tierras rioplatenses. No solo hubo un despliegue cultural a través de diarios y libros, sino también numerosas matanzas en su nombre. Las universidades también fueron parte de la cruzada. No olvidemos que la Universidad de Buenos Aires, creada en 1821, fue la principal institución iluminista donde se impartían ideologías a favor de los intereses colonialistas. Por tales razones, el Pensamiento Nacional Latinoamericano se propone dar batalla cultural a estas ideas y prácticas avasalladoras.
Pedro De Angelis: otro olvidado por la historia oficial
En El historicismo de Nápoles al Río de la Plata (2012), Ana Jaramillo rescata a otro maldito de la historia: Pedro De Angelis. Nacido en Nápoles en 1784, el historiador viaja al Río de la Plata en 1827 para trabajar luego junto a Juan Manuel de Rosas en la redacción de la Memoria histórica sobre los derechos de soberanía argentina en la región austral en el año 1846. Muere en lo que hoy es nuestro país en 1859.
Ana Jaramillo lo rescata, primero, porque es historicista. Frente al iluminismo-racionalista-internacionalista-imperialista es necesario el historicismo-romanticismo-nacionalista-antiimperialista. El eurocentrismo y sus pretensiones universalistas, sumado al optimismo del progreso perenne lineal y ascendente del género humano, conllevan el peligro de que sus normas uniformantes y sus estructuras supranacionales se transformen en idolatrías y aplasten las diferencias nacionales. Algo que el historicismo no puede admitir.
En segundo lugar, Jaramillo valoriza a De Angelis porque en el año 1852 elabora un proyecto de Constitución de avanzada (un año antes de la escrita por Juan Bautista Alberdi), ocultado por la historia oficial. Allí, en la segunda sección, en el artículo 5, De Angelis denuncia la usurpación de las Islas Malvinas por parte del Imperio Británico en 1833: “Del territorio de la República, la misma Asamblea dictará las medidas necesarias para hacer valer los derechos de la República sobre la Provincia de Tarija, las Islas Malvinas, y una parte del estrecho de Magallanes, ilegalmente ocupadas por las fuerzas extranjeras”. Recién con la reforma de 1994, en una cláusula transitoria, reaparece en la Constitución Nacional la defensa de nuestras islas como parte del territorio argentino.
Uno de los principales intereses del napolitano es la defensa de la soberanía de nuestro territorio. Ana Jaramillo destina un apartado especial, de suma importancia, para repasar la lista de invasiones imperialistas por parte de Gran Bretaña y Estados Unidos en nuestra región detallada por el historicista.
Además, De Angelis defiende la soberanía argentina frente a los atropellos franceses e ingleses codo a codo con Juan Manuel de Rosas, en el hecho conocido como la Vuelta de Obligado, cuando barcos de ambos Imperios quieren bloquear la libre navegación de nuestros ríos. Otro elemento clave del historiador De Angelis son las innovaciones en el Estatuto educativo, anticipándose a la Reforma Universitaria de 1918 donde se establece un plan general de enseñanza que para Jaramillo refuerza una posición antipositivista. En el mismo sentido, De Angelis promueve la enseñanza de estudios latinos debido a la importancia de los mismos. Esto es fundamental en un contexto donde las corrientes eurocéntricas se constituían como las hegemónicas.
La Patria Grande: la Patria de la Justicia
En su libro Aportes para una epistemología histórica jurídica para educar. Justicia y Dignidad Humana (2017), Ana Jaramillo propone una nueva epistemología jurídica frente al marco legal positivista que recorre muchas de las Constituciones latinoamericanas1.
La socióloga señala que la historia de las Constituciones en Nuestra América tuvo tres etapas. La primera data de principios del siglo XIX, con el surgimiento de las constituciones tras haber logrado la independencia de España en el marco de las relaciones de poder económico, social y cultural. De alguna manera, se copiaron e imitaron forzadamente las constituciones liberales de Europa, principalmente de Inglaterra, potencia con la que se establecían relaciones comerciales y financieras; de Francia, núcleo con las que se mantenían relaciones culturales; y también de la carta magna de los Estados Unidos de América. Al momento de intentar imponer una Constitución al resto de las provincias, Bernardino Rivadavia expresó los intereses de la elite ligada a las metrópolis y organizó las leyes en función de esa relación de dependencia. Por esas razones, en el siglo XIX el derecho fue solo el instrumento de las clases hegemónicas.
La Constitución argentina se escribe finalmente en el año 1853, y Juan Bautista Alberdi sienta sus bases ideológicas, donde reaparece el esquema civilización y barbarie que habilita las matanzas del siglo XIX. “Lo que llamamos América independiente no es más que Europa establecida en América” (Alberdi, 2009, p. 73), señala, negando así a los pueblos originarios, a los gauchos, en pos de una matriz racista.
Alberdi niega a los millones de habitantes de los pueblos originarios: “Recordemos a nuestro pueblo que la patria no es el suelo. Tenemos suelo hace tres siglos, y sólo tenemos patria desde 1810. La patria es la libertad, es el orden, la riqueza, la civilización, organizados en el suelo nativo, bajo su enseña y en su nombre. Pues bien; esto se nos ha traído por Europa, es ciencia de la libertad, el arte de la riqueza, los principios de la civilización cristiana. Europa, pues, nos ha traído la patria, si agregamos que nos trajo hasta la población que constituye el personal y el cuerpo de la patria” (Alberdi, 2009, p. 79).
Sintetizada en De Angelis, la matriz historicista, en cambio, sostiene que la patria es el suelo, es la tierra, el lugar de origen, es de quien la trabaja, es de quien la habita y es lo que precisamente Alberdi niega, o peor aún, la que adjudica al imperio.
Otra de las características iluministas de la Constitución de 1853 es su racionalismo, que cuestiona el espiritualismo del historicismo. Alberdi sostiene que “Una constitución no es inspiración de artista, no es producto del entusiasmo; es obra de la reflexión fría, del cálculo y del examen aplicados al estudio de los hechos reales y de los medios posibles” (Alberdi, 2009, p. 196). De esta forma, se aleja y se opone a los valores, los principios, las creencias, los sentimientos que movilizan a los pueblos a luchar por una patria libre, justa y soberana, que eventualmente dan forma a los marcos legales.
La segunda etapa de la historia de las constituciones en Nuestra América comienza a principios del siglo XX con la consolidación de la Revolución mexicana de 1910. Después de un baño de sangre en el que murieron casi dos millones de personas y el surgimiento de la conciencia popular del derecho a su tierra, México inaugura una de las primeras llamadas constituciones sociales a nivel mundial con la sanción de su Constitución en 1917. En ella, la función del Estado se modifica y comienza a hacerse cargo de intervenir en la sociedad y la economía para establecer una primera justicia distributiva. Reconoce así los derechos sociales como la educación laica, la asociación sindical de trabajadores y el derecho a huelga. También el dominio del Estado sobre las tierras.
Posteriormente a la mexicana, en América Latina se sancionaron otras constituciones que incorporaron los derechos sociales, como por ejemplo Perú en 1933, en Uruguay en 1934, en Bolivia en 1938, en Cuba en 1940, en Brasil en 1946, y en Argentina en 1949, entre otras.
Los derechos del hombre se declararon en Francia en el siglo XVIII. Dos siglos después, el 10 de diciembre de 1948, se sancionó la Declaración Universal de los Derechos Humanos en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Son hitos en la historia universal que buscaban proteger y promover los derechos individuales y colectivos del hombre y la mujer. Sin embargo, en línea con la construcción de una epistemología histórica jurídica descolonizadora, cabe destacar una omisión fundamental del relato liberal de la historia: Bartolomé de las Casas fue el fundador continental de los derechos en las Américas y del empleo, específico y concreto, del concepto “derechos humanos” dos siglos y medio antes, en el año 1552.
En Argentina, el 11 de marzo de 1949, durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón, se sancionó una nueva Constitución Nacional. Se agregaron derechos sociales (del trabajador, la ancianidad, la familia y la seguridad social), políticos (de reunión, elección directa del presidente, unificación de mandatos, reelección presidencial), humanos (hábeas corpus, condena al delito de tortura, limitación de los efectos del Estado de sitio, protección contra la discriminación racial, benignidad de la ley, contención de los “abusos de derecho”). En suma, la Constitución garantizaba el pleno goce los derechos socioeconómicos y tenía artículos específicos sobre la incorporación de los servicios públicos al Estado2.
Sin embargo, la Carta Magna de 1949 fue derogada por el dictador Gral. Pedro E. Aramburu, pocos meses después del golpe de Estado de 1955. El decreto, correspondiente al mes de abril de 1956, establecía: “declarar vigente la Constitución Nacional sancionada en 1853, con las reformas de 1860, 1866, 1898 y la exclusión de la 1949”. Se volvía a casi un siglo atrás.
La tercera etapa se da a comienzos del siglo XXI en el marco de los gobiernos nacionales y populares. Se crean las nuevas constituciones de Venezuela (1999), Ecuador (2008) y Bolivia (2009), reveladoras en términos de derechos. Sobre este punto, Jaramillo retoma a otro pensador nacional, Pedro Enríquez Ureña, quien sostiene que Nuestra América, por fin, se transformó en la Patria de la Justicia.
Reviste tanta importancia el constitucionalismo que, cuando el hondureño Manuel Zelaya promovía la necesidad de convocar a una asamblea constituyente para aprobar una nueva Constitución en su país, Estados Unidos, la potencia imperialista por excelencia, promovía un golpe militar en su contra.
La propuesta de modificación constitucional por parte de Zelaya tuvo dos narrativas. Una, la instalada desde el imperio, que alegaba que el presidente solo quería conseguir su reelección. La otra, con mayor conciencia regional, argumentaba que la nueva carta magna prohibía las bases militares extranjeras en el terreno nacional tomando como ejemplo la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela en su artículo 13 y que, posteriormente, es también retomada por la Constitución de Bolivia, en el artículo 10, inciso III. También fue una propuesta de Rafael Correa en la Constitución de Ecuador. El artículo 416, inciso 3, “Condena la injerencia de los Estados en los asuntos internos de otros Estados, y cualquier forma de intervención, sea incursión armada, agresión, ocupación o bloqueo económico o militar”, mientras el inciso 4 “Promueve la paz, el desarme universal; condena el desarrollo y uso de armas de destrucción masiva y la imposición de bases o instalaciones con propósitos militares de unos Estados en el territorio de otros”.
Honduras, sostiene Jaramillo, fue base de operaciones de Estados Unidos para declarar la guerra en América Latina en las décadas del 70 y 80. Promovió uno de los genocidios más cruentos en nuestro continente y, si bien se trata de un país pequeño y pobre, desde principios de siglo fue hostigado por el imperio. Honduras tuvo y tiene una importancia estratégica para las bases militares norteamericanas y su control geopolítico en América Latina y el Caribe. En el plano económico, el país gobernado por Zelaya ocupa el primer lugar a nivel mundial en la exportación de bananas, cuyas ganancias corresponden a la United Fruit Company, empresa estadounidense.
Las Constituciones de principios del siglo XXI en Venezuela, Ecuador y Bolivia, insiste nuestra autora, fueron de avanzada. Por ejemplo, en su preámbulo, la Constitución boliviana afirma la denuncia contra todo tipo de racismo y reivindica las luchas del pasado, desde la sublevación indígena anticolonial, pasando por la independencia, hasta las peleas populares de liberación. También incorpora una sección específica sobre los derechos de los pueblos indígenas originarios con una visión amplia e integradora que permite no solo visibilizar a toda una población como parte de nuestra identidad, sino recuperar sus luchas —como las de Túpac Amaru y Micaela Bastidas— y denunciar el racismo y el exterminio neocolonial de la actualidad —como en los casos de Santiago Maldonado, Ismael Ramírez, Jones Huala, Camilo Catrillanca. Además, en su artículo 265, promueve la integración latinoamericana en tanto reivindica la solidaridad entre pueblos hermanos. Esto es central en el Pensamiento Nacional Latinoamericano ya que, para poder ser un continente libre, es necesaria la unidad y el desarrollo industrial.
A modo de cierre
Hemos abordado cuatro libros de la doctora Ana Jaramillo que giran en torno a una nueva epistemología de la periferia. Así hemos visto cómo, frente a las teorías colonizadoras, la socióloga propone sustituir la importación de ideas por otras vinculadas a nuestra región.
Por un lado, fomenta la batalla de ideas e insiste en recuperar las concepciones historicistas europeas para amoldarlas a la Patria Grande. Por ello rescata la obra de Pedro de Angelis que, al ser asociado a Juan Manuel de Rosas, fue negado y ocultado por la historia oficial, aun cuando fue el primero en problematizar acerca de nuestra soberanía sobre las Islas Malvinas, a las que defendió como argentinas. Jaramillo destaca que el derecho como ciencia social hegemónica necesita ser deconstruido y, para tal fin, sugiere una nueva epistemología jurídica que cuestione las constituciones liberales y reivindique las constituciones nacionales y populares.
Además, los derechos no deben quedar congelados en un texto constitucional. Nuestra autora señala que entender que la realidad o la historia son creadas por los hombres —el mundo de las naciones y la sociedad civil— es al mismo tiempo ser conscientes de que se las puede transformar. Quiere decir que los cambios son posibles y dependen de las voluntades de los hombres y mujeres para mejorar sus condiciones de vida.
Jaramillo también destaca que las Constituciones de Venezuela, Ecuador y Bolivia de principios del siglo XXI tienen una fuerte impronta descolonizante, pues son textos que reflejan los intereses de los pueblos mejor que los intereses de los imperios. Considera, por estas razones, que el resto de los países de América Latina deberían seguir sus pasos.
“Sufran ustedes también, como aquellos que fueron jóvenes antes que ustedes, y gánense su verdad. Nosotros se la quisiéramos dar, pero no podemos: la verdad en el pasaje de nuestras manos a las suyas, se vuelven ramas secas, y está solo en ustedes el poder hacerlas reverdecer”. Esta es una cita de Benedetto Croce que Ana Jaramillo elige, y dedica a sus alumnos, tratando de transmitir la idea de que son los estudiantes los que reverdecerán la historia además de ser protagonistas en ese recorrido.
El filósofo Giambattista Vico señala que la historia es “corsi e ricorsi”, es decir, que la historia no avanza de forma lineal empujada por el progreso, sino en forma de ciclos, lo que implica avances y retrocesos. Es por esto que en los momentos de repliegue, es importante volcarse a la reflexión y prepararse para los tiempos de revueltas populares.
1. En la Especialización que dirigía, la de Pensamiento Nacional y Latinoamericano del siglo XX, dictaba la materia Democracia, pueblo y constitucionalismo social.
2. El artículo 39, que establece que el capital debe estar al servicio de la economía nacional y tener como principal objeto el bienestar social, y el artículo 40, que nacionaliza minerales, agua, petróleo, carbón, gas y servicios públicos. Con estas herramientas, la Constitución no establecía un régimen de monopolio estatal rígido para la explotación de servicios públicos en general, sino que se limitaba a prohibir su concesión a empresas capitalistas. También tenía el artículo 68 que nacionalizaba los Bancos.
Bibliografía:
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Constitución de Ecuador (2008). En línea: https://www.wipo.int/edocs/lexdocs/laws/es/ec/ec030es.pdf. Acceso 26/11/18
Chávez, Fermin (2012) Epistemología de la periferia. Remedios de Escalada: Ediciones de la UNla.
Cholvis, Jorge Francisco (2017) Los Derechos, la Constitución y el Revisionismo Histórico Constitucional. Remedios de Escalada: Ediciones de la UNLa.
Filipi, Alberto (2015) Constituciones, dictaduras y democracias. Los derechos y su configuración política. Buenos Ares: Ministerio de Justicia y Derechos Humanos. Presidencia de la Nación.
Jaramillo, Ana (2012) El Historicismo de Nápoles al Río de la Plata. Remedios de Escalada: Ediciones de la UNLa.
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Jaramillo, Ana (2017). Aportes para una epistemología histórico-jurídica para educar. Justicia y Dignidad Humana. Remedios de Escalada: Ediciones de la UNLa.
Jaramillo, Ana (comp.) (2016). Atlas Histórico de América Latina y el Caribe. Lanús: Edunla. Tomos 1, 2 y 3. Disponible en: http://atlaslatinoamericano.unla.edu.ar./
Sampay, Arturo Enrique (2013). Obras Escogidas. Compilación de Ana Jaramillo. Remedios de Escalada: Ediciones de la UNLa.