Religión y política VI. La potencia política del delirio

Como cierre de la saga sobre religión y política, el autor plantea un escenario donde el discurso delirante "circula como una divisa más" y brinda algunas pistas para entender a qué responde su capacidad de fundar nuevas realidades políticas.
Por Aarón Attias Basso *

 

La política es un ensamble moviente compuesto de los materiales más heterogéneos: oro y reels, cemento y sponsors, litio y photo ops, adobe y tuits, cines y parlamentos, cobre e influencers, silicio y noticieros… La misma descripción general le cabe a la economía.  «Los mercados», figura  etérea y misteriosa, saben perfectamente todo esto, de allí su fuerza y su resiliencia. Es por eso que leen los portales como una guerra literaria, pues entienden mejor que nadie que el sentido es la materia prima fundamental, la que obra uniendo elementos que no tienen ninguna necesidad de formar parte de un mismo conjunto. Infinitos sucesos acontecen cada día, solo es preciso juntar tres o cuatro para mostrar una dirección y así marcar las coordenadas del juego del día. Quien lo vea primero ganará y podrá alimentarse de quienes lleguen tarde, sea por indecisión, por falta de data o por desconocimiento del lenguaje. No resulta extraño que la afirmación «Hay que aprender a leer las señales» aparezca en diarios financieros y en textos místicos.

En Cosmópolis hay un pasaje que expresa con genialidad la dependencia originaria de la economía respecto de la palabra. Me refiero a un pasaje en que un ministro de Finanzas debe renunciar porque construyó de manera equívoca una declaración, siendo el quid de la cuestión no lo que dijo o calló, sino el momento en el que hizo una pausa. El protagonista sostiene que «todo el país está analizando la sintaxis y la gramática del comentario (...) están tratando de interpretar el significado de la pausa». Desde una reductio ad absurdum, el autor ilumina la faz narrativa de las finanzas, con toda la importancia que estas tienen en la arquitectura semiótica del mundo contemporáneo.

Muchas veces a quienes afirmamos que el sentido es la materia fundamental, se nos escucha como si estuviésemos hablando con metáforas. Esto deja oculto lo más importante, a saber, que la vida en común requiere que alguien marque un camino, aunque más no sea para impugnarlo colectivamente y avanzar en la dirección opuesta.

En este mundo triunfan los poetas fantásticos, cuya magia a veces se basa (aunque oculta) en pociones matemáticas. Más allá de las condiciones en las que tuvo lugar su acumulación política, Milei ganó porque supo donarnos un paisaje —aunque este sea, para muchos de nosotros, un paisaje infernal. Apunta con euforia hacia un panteón de alien duces a los cuales debemos adorar e imitar, algo que en gran medida ya lo hacíamos antes de su llegada. En paralelo señala desde la altura —¡como un estilita!— al conjunto execrable de ratas y «degenerados fiscales» que deben ser desterrados por causar 108 años de decadencia nacional. He allí toda su virtud: convertirse en un agente de sacralización (pura e impura), en un creador de sentidos vividos como realidades, los que hasta su arribo eran imposibles de imaginar y que hoy son núcleos de la vida en común.

 

Imgen creada con inteligencia artificual subida a las redes del presidente Milei. Fuente: Wikimedia Commons.

 

Como sucede cada vez que ocurre una dislocación de envergadura, la oposición se halla desconcertada, no puede nombrar un futuro seductor y por ende se regodea en la indignación moral. Basta preguntarse cuál es la fantasía del peronismo en el siglo XXI para observar que gran parte de la dirigencia está más centrada en 1950 que en 2050. También se encontrará sin demasiada dificultad que, desde una facción de peso, la capacidad de seducción es sumamente baja, pues busca conducir desde la ineficaz coherencia de las diapositivas, bien sazonadas con estadística. Toca decirlo: «No fue magia» es una frase desafortunada; nadie quiere saber del esfuerzo, la rigurosidad, ni la técnica de gestión… todo eso forma parte del mundo desencantado, escasea de fuerza mítica.

Al frente está el león de judá, reviviendo el fantasma del comunismo —que, por lo visto, hoy en día solo asusta al proletariado—. Milei sabe muy bien de la potencia política del delirio. Mostrando lo que no está allí, habilita puntos de identificación de millones que encontramos cauce a nuestras frustraciones, que damos de comer a nuestros demonios, que (re)estabilizamos las diferencias que sostienen nuestro ser. Quienes lo adoran se agrupan bajo un grito a la vez sádico y moralizador: «¡No hay plata!»; quienes lo detestan claman por justicia y (¿por qué no?) por una revancha ejemplificadora. Pero lo más importante es que todos somos followers de Milei, él es el garante de nuestro goce político de hoy, su nombre es el eje en torno al cual dirigimos nuestra disputa por la sacralización, la lucha por los sentidos en torno a los cuales construiremos la vida en común.

Es tan cansador cuando los opositores lo acusan de ser cruel y delirante. ¡Claro que lo es! Si estos son los atributos de los grandes ceos. El modelo ejemplar es Musk, quién despidió a casi la mitad del staff de twitter al comprarla como puro gesto de dominio. El mismo que está embarcado en un sueño de una humanidad interplanetaria, parado en un mundo donde una de cada cinco personas no tiene electricidad.

 

Meme de revista Barcelona. Fuente: Facebook.

 

No es la primera vez que escuchamos enunciados delirantes. Por el contrario, estos son permanentes  y por ende los ejemplos abundan: «el Covid es parte de un complot de dominación mundial»; «el aborto es parte de un plan de control de las poblaciones del tercer mundo»; o, de más reciente aparición, «íbamos a un ritmo inflacionario del 17.000%». Otros, un poco más lejanos en el tiempo, cuando la Argentina vivía años de pleno empleo y restricción externa, son los de quienes sostenían que «Somos Venezuela» o que los gobiernos kirchneristas «se robaron un PBI». ¿Se imaginan un PBI en dólares apilados, como suele decirse, «uno arriba del otro»? ¿Quién podría negar la espectacularidad de la imagen? ¡Una proeza criminal digna de los máximos villanos! El discurso delirante circula como una divisa más. Claro que son enunciados absurdos, pero son delirios colectivos, son alucinaciones operativas que se ríen de la coherencia, esa obsesión del racionalismo progresista (y la raíz de su impotencia).

Aquí se revela toda la potencia del delirio. No como patología, sino como capacidad. El delirio como el poder de imaginar radicalmente, de destronar las clasificaciones que hasta un momento resultaban operativas y postular otras en su lugar, de destituir e instituir significantes. El delirio de erigir el tótem de la libertad de mercado sobre los restos del de la justicia social, tal como las iglesias de CDMX se elevan hoy sobre las ruinas de los templos mexicas… La política es la continuación de la guerra de dioses por otros medios.

Hoy estamos ante creencias antes subalternizadas y difusas que emergieron con fuerza y velocidad al ser estructuradas por la nominación y la encarnación de Milei, el engendro del espectáculo, del capitalismo desencajado, de la pulsión por el consumo y del standing, de la execración colectiva de la dirigencia política, del endiosamiento de los amos del capital. Por más que resulte difícil de digerir, hoy es él quien, como decía Scalabrini Ortiz1, se atreve a «erigir en creencias los sentimientos arraigados en cada uno, por mucho que contraríen la rutina de creencias extintas». He aquí una lección política de nuestro tiempo: creer en algo y nombrarlo sin pudor es condición necesaria para escapar del laberinto por arriba.

 

 
 
* Dr. en Ciencias Sociales. Docente en UNLa y en UBA. Investigador en CONICET-UNLa, FLACSO y en proyectos financiados por UBACyT y FONCyT.
Notas:

1. Scalabrini Ortiz, R. (2007). El hombre que está solo y espera. Buenos Aires: Biblos, p.37.



Imagen de portada: prensa La Libertad Avanza, tomada de cronista.com