Argentina 2050: un argumento de esperanza

El sistema global se encuentra atravesando transformaciones estructurales de manera sostenida que conducen a un nuevo paradigma mundial. Si bien esta evolución conlleva numerosos y complejos desafíos, este texto argumenta que el panorama mundial emergente presentará oportunidades históricas para la República Argentina, cuyas características estructurales le permitirían adecuarse a dicha realidad y dar saltos cuantitativos y cualitativos en su desarrollo como potencia mediana y regional.

El actual orden internacional fue consolidado al finalizar la Segunda Guerra Mundial en 1945 y fue producto de una estrategia de contención estadounidense para evitar la supremacía soviética en Eurasia. En función de ello, Estados Unidos, apoyándose en una pluralidad de aliados en la periferia de la masa continental euroasiática, consolidó un sistema económico global basado en la libre navegabilidad de los océanos y asegurado por su supremacía naval. Esta estructura logró simultáneamente desarmar el antiguo entramado imperial europeo e inaugurar el proceso de globalización.

Si bien este sistema logró su objetivo estratégico primario en 1991 con la disolución de la Unión Soviética, actualmente se encuentra en claro deterioro. Por un lado, Washington, tras haber emprendido diversas y contraproducentes aventuras militares en las primeras décadas del siglo XXI, se encuentra recalibrando su presencia global, al tiempo que enfrenta crecientes contradicciones internas. Por otro lado, Eurasia comienza a ser hogar de numerosas potencias regionales cuyo accionar en el tablero internacional está marcada por una progresiva autonomía. Entre ellas se destacan la República Popular China, la segunda economía global; la Federación Rusa, en proceso de reconstrucción de su zona de influencia a través de la conquista militar; y la República de la India, el país más poblado del mundo que podría llegar al 2030 como la tercera economía más grande. A esto se le agregan el surgimiento de nuevas potencias regionales tales como la República de Turquía, la República de Indonesia, y la República Islámica de Irán.

Lejos de significar esto el advenimiento de una “Nueva Guerra Fría”, término comúnmente empleado en diversos círculos académicos y periodísticos, nos encontramos ante la emergencia de un fenómeno geopolítico de naturaleza claramente distinta. Si hemos de buscar paralelismos históricos, se puede observar el mundo del tardío siglo XIX: una estructura internacional que ostenta un conjunto de potencias comparables en sus capacidades e influencia, donde ninguna es lo suficientemente poderosa para lograr una supremacía global pero cada una capaz de defender sus intereses esenciales y sus respectivas áreas de influencia. Este fenómeno implica un nuevo capítulo de la globalización, marcado por una mayor competencia entre potencias y una probable multiplicación de conflictos. A los conflictos vigentes al momento de la escritura de este texto¹, se le agregan múltiples hipótesis de conflictos tales como una Guerra en Taiwán, una Segunda Guerra de Corea, una crisis político-social en Estados Unidos, un conflicto en el Mar del Sur de China, una invasión azerí a Armenia, un estallido en Kosovo, una guerra egipcio-etíope, una crisis interna en Egipto, una crisis interna en Etiopía, un colapso en Pakistán, una Guerra Israel-Irán, y una guerra del agua en Asia Central, entre otros.

Manifestantes iraníes queman una bandera de Israel durante una concentración en rechazo al ataque a su embajada en Damasco. Foto: Reuters.

De manera paralela, se puede observar el paulatino pero inevitable desarrollo de una crisis que no tiene precedente en la historia humana: el inminente colapso demográfico por envejecimiento de la población y caída de la natalidad, que comienza a azotar a la mayoría de las economías más avanzadas. La combinación de los procesos de urbanización, tecnificación de la producción agrícola, extensión de la expectativa de vida, reducción de la mortalidad infantil, ampliación del acceso y eficacia de métodos anticonceptivos, incremento en la participación femenina en la fuerza laboral, mayor accesibilidad y duración de la educación formal, aumento de la desigualdad económica, subida del valor de los bienes inmuebles, y vertiginosas transformaciones culturales han resultado en un descenso sostenido de la tasa de natalidad a lo largo del mundo en las últimas décadas².

Esta situación se encuentra agravada por el hecho de que, en muchos países, la generación de los baby-boomers, aquellos nacidos aproximadamente entre 1945 y 1960, representan tanto la generación más numerosa como la generación más próspera en la historia humana. A medida que esta cohorte pase a retiro en los próximos diez años, el mundo será testigo de la mayor reducción de trabajadores y mayor aumento de jubilados hasta la fecha. Si se toma en cuenta que los sistemas previsionales suelen estar basados en el cálculo de tres trabajadores por cada jubilado, la viabilidad misma del sistema enfrenta desafíos cada vez más críticos, que se aceleran en la medida de que las presiones demográficas alientan la migración de esos mismos trabajadores. A su vez, en sistemas de democracias liberales, la posibilidad de una solución política al asunto se ve complejizado debido a que el peso demográfico de los baby-boomers los vuelve un factor preponderante en toda contienda electoral.

Por otro lado, la inmigración, la solución más comúnmente citada y empleada para los problemas demográficos, también tiene sus complejidades. Por un lado, las migraciones masivas pueden ser desencadenantes de problemas políticos, sociales y culturales, como se ha podido apreciar en años recientes en el caso europeo. Por otro lado, se puede observar cómo la caída en las tasas de natalidad se ve acompañada por un crecimiento de sentimientos anti-inmigratorios; como lo ilustran las últimas elecciones en el Parlamento Europeo³.

En los casos nacionales más severos, la tasa de natalidad se encuentra marcadamente por debajo de la tasa de reemplazo de 2.1 niños por mujer. Este problema se vuelve aún más preocupante cuando se toma en cuenta que en muchos casos esto está sucediendo en muchas de las principales economías del mundo tales como China, Japón, Rusia, Alemania, Italia, Canadá, Corea del Sur y España⁴.

Los países desarrollados sufren un marcado descenso de su tasa de natalidad y, por lo tanto, un acelerado envejecimiento poblacional. Foto: Domenico Stinellis / AP.

Debido al carácter inédito de este fenómeno, existe una escasa comprensión de su impacto, extensión y posibles ramificaciones. A su vez las teorías económicas se basan en el crecimiento de la misma y aún queda por verse en qué medida este objetivo es obtenible en un escenario de reducción poblacional. Si bien mucha fe se ha depositado en las posibilidades de la Inteligencia Artificial y la Automatización, nada garantiza que esos avances logren materializarse y emplearse en los plazos y en la escala necesarios para impedir los efectos adversos del envejecimiento poblacional.

A pesar de la creciente complejidad de este panorama geopolítico global, la República Argentina cuenta con una serie de ventajas que le podrían permitir no solo evitar los escenarios más adversos sino también prosperar en este nuevo ambiente.

En primer lugar, el surgimiento de un mundo multipolar multiplica las opciones diplomáticas de Buenos Aires, permitiéndole un mucho mayor margen de maniobra en el escenario internacional del que contó el país en los períodos bipolar y unipolar. A medida que los mercados emergentes de nuevas potencias se expandan y se consoliden, Argentina se encontrará ante nuevas posibilidades en materia de intercambio comercial, técnico-científico y militar. A su vez, su locación geográficamente remota (en relación a las principales masas continentales y poblacionales) le permitiría evitar caer presa de esferas de influencia en competencia y la mantendrían a una distancia segura de las más probables hipótesis de conflicto. Aún ante un escenario de guerra termonuclear, el Cono Sur sería una de las zonas notablemente menos afectadas por este panorama catastrófico⁵.

En segundo lugar, si bien hemos sido testigos de una caída pronunciada de la natalidad en Argentina en los últimos años, este país sudamericano aún posee un “bono demográfico”; es decir, Argentina cuenta aún con una población lo suficientemente joven para mantener una economía funcional y en crecimiento hasta mediados de siglo. A su vez, el crecimiento poblacional previsto que resultaría en alrededor de 52 millones de personas para el año 2050 presenta algunas ventajas particulares. Por un lado, el crecimiento poblacional va a asegurar un cierto nivel de crecimiento económico intrínseco y sostenido. Por otro lado, una fuerza laboral relativamente joven va a generar oportunidades económicas, en un ambiente internacional donde la mano de obra va a convertirse en un bien escaso y codiciado. Finalmente, este crecimiento demográfico moderado en términos relativos también asegura que, aún en el caso de que el país atraviese décadas ininterrumpidas de desempeño económico adverso, Argentina se convertirá en una sociedad sustancialmente más próspera en términos de PBI per cápita.

Según la proyección del FMI para el año 2024, la económica nacional cerrará el año con un producto bruto interno de aproximadamente 600.000.000.000 de dólares, lo cual la coloca en el puesto número 25 del ranking global⁶. Si el país fuese a enfrentar un crecimiento promedio del 2 por ciento anual los siguientes 35 años (un resultado paupérrimo para una economía en desarrollo), concluiría la década del 2050 con una economía de 1.200.000.000.000 de dólares. Si esto se combina con un crecimiento poblacional de alrededor del 20 por ciento, esto representaría un PBI per cápita superior a los 20.000 de dólares. En escenario de un crecimiento promedio del 4 por ciento durante el mismo período (cifra más optimista pero ciertamente aún dentro de lo alcanzable), Argentina podría alcanzar los 1.200.000.000.000 para 2042 y cerraría la década de 2050 con 2.400.000.000.000. Y, ante el mismo escenario de crecimiento poblacional, contaría con un PBI per cápita superior a los 40.000 dólares; comparable a la actual Italia.

Personas haciendo fila por una búsqueda laboral en la Argentina. Foto: ellitoral.com

En tercer lugar, Argentina es depositaria de considerables recursos naturales y críticos cuya demanda se mantendrá elevada en décadas venideras. Su producción agrícola se basa en tierras fértiles menos dependientes de fertilizantes que otras regiones del mundo, cuenta con una amplia red de sistemas fluviales y ostenta una ubicación y diversidad geográficas adaptables al cambio climático⁷. A su vez, posee amplios recursos minerales estratégicos en un escenario global donde la demanda de ciertos metales tales como el litio y el cobre se mantendrá elevada por décadas⁸. Finalmente, Argentina mantiene índices de desarrollo humano relativamente altos y una población altamente urbanizada lo cual le permitiría ampliar su base manufacturera y desarrollar aún más su sector de servicios^9-10.

En cuarto lugar, Argentina es un país bien anclado geográficamente con claras fronteras naturales tales como la Cordillera de los Andes, las mesetas del Altiplano, los bosques y junglas del norte-noreste y el Océano Atlántico. Estas barreras naturales combinadas con la ubicación austral del continente hacen de Argentina un territorio prácticamente inexpugnable en términos militares. A esto se le suma una extra capa de seguridad geopolítica al no tener ninguna hipótesis de conflicto plausible con sus países vecinos ni ningún compromiso militar extra-territorial. Por otro lado, en términos domésticos, el país está compuesto por un territorio mayoritariamente chato en el cual la mayoría de la población, la economía, la producción agropecuaria, los ríos navegables y los puertos marítimos se encuentran en su franja central. Esta realidad territorial y demográfica dificultan de manera sustancial cualquier posibilidad de una balcanización viable de la nación.

En quinto lugar, una sólida tradición de paz interestatal y la ausencia de hipótesis de conflictos locales posibilitan la continuación de procesos de integración regional. Esto a su vez representa una gran oportunidad estratégica en un mundo multipolar, dentro del cual la consolidación de una economía regional sudamericana más afianzada les permitiría a sus países miembros mayor autonomía y estabilidad frente a vaivenes del sistema económico global.

Fragmento de un mapa de la Argentina. Foto: Pixabay.

Esto no significa que Argentina no enfrente problemas significativos. Sus recurrentes crisis económicas y financieras han llevado a una degradación importante de su base productiva e institucional, generando niveles récord de pobreza y desencadenado una fuga de cerebros entre los sectores más altamente calificados de la sociedad. A su vez, el país enfrenta una sustancial polarización política y crecientes niveles de criminalidad.

No obstante, estos factores no alteran las ventajosas condiciones estructurales previamente enumeradas. A pesar de las crisis recurrentes, el sistema político y democrático de la república ha demostrado una resiliencia notable; lo cual representa una herramienta clave para su capacidad de adaptación y corrección. Si bien es difícil subestimar la gravedad de la coyuntura nacional actual, ninguno de los problemas que atraviesa el país representa fundamentalmente un peligro existencial; es decir, ninguno de los problemas que enfrenta hoy Argentina puede conducir a la desaparición de Argentina. Y, en un escenario global en el cual numerosos países de gran importancia no cuentan con esa misma suerte, este dato va a significar un capital geopolítico de inmenso valor.

Si bien los factores estructurales son prometedores, el aprovechamiento de los mismos en todo su potencial permanecerá como el gran desafío colectivo de la sociedad argentina en décadas venideras. Los intereses desalineados de los diversos componentes de la clase política, el sector privado, el sector estatal y la sociedad civil han dificultado la formación de consensos hegemónicos estructurales; condición sine qua non para el desarrollo de políticas cohesivas y sostenibles en el largo plazo. En vista de ello, se presenta la compleja pero fundamental tarea de forjar consensos que posibiliten un marco político-estatal que provea un modelo de desarrollo sostenido en el tiempo, con un sector privado dinámico, y respaldado por principios de justicia social que le otorguen legitimidad popular.