Plan de Operaciones, ¿fin de la polémica? (II)

Segunda parte sobre los debates alrededor de la autenticidad del Plan de Operaciones. En esta entrega, el autor coloca las instrucciones del documento a la luz de las políticas desarrolladas por la Primera Junta.*
Por Juan Carlos Jara* *

 

Si convenimos en que el Plan es una completa superchería, conclusión que pese al título de su libro y su afán de demostrarlo ni siquiera Bauso termina de conceder (ver p. 426), lo que deberíamos preguntarnos es si el documento, indisputablemente real más allá de quién lo haya redactado, es compatible o no con los escritos de Moreno y, más importante aún, con la política concreta practicada por la Junta durante los primeros siete meses de su gestión.

Luis V. Varela, en su “Historia constitucional de la República Argentina”, fue uno de los primeros en señalar esa compatibilidad:

 

No vamos a discutir si este plan de gobierno pertenece o no al Doctor Don Mariano Moreno; pero podemos afirmar, en presencia de los primeros actos de la Junta Gubernativa a que él pertenecía, que esas ideas fueron las que dominaron en los acuerdos de los gobernantes de aquellos días.1

 

En efecto, si pasamos de las ideas propuestas en el Plan al contenido de la política llevada a cabo por la Junta en los meses de hegemonía morenista, no encontraremos divergencias evidentes. Es más, Noemí Goldman, partidaria de la apocrificidad del Plan, ha sostenido que si Álvarez de Toledo pretendía redactar un plan adjudicándoselo a Moreno, es lógico que el escrito fuera lo más fiel posible al pensamiento del Secretario de la Junta2. “El simulador ha procurado remedar el modelo”, diría Groussac en su primera réplica y en similar sentido se expresa el propio Bauso, quien redobla la apuesta al reconocer que “el Plan de Operaciones siguió puntualmente a los hechos” (p. 345, nota 403). Llegados a este punto la discusión se tornaría abstracta, irrelevante girando alrededor de la autoría real o ficticia de un documento y no de la materialidad de los hechos que de alguna manera ese mismo documento parece corroborar. Pero dejemos eso y analicemos algunos de los principales puntos esbozados en el Plan.

 

Terrorismo

El más notorio y repetidamente señalado de esos puntos es indiscutiblemente el de la violencia “pueril” en la consideración de Bauso3 que el redactor del Plan aconseja en varios pasajes del mismo.

La primera pregunta que nos surge es ¿por qué calificar de pueril (o excesiva, o absurda) la violencia terrorista propugnada en el Plan si era lo común en la guerra de esa época? En el artículo 1°, inciso 5, con respecto a los “enemigos declarados y conocidos”, se prescribe concluyentemente que “la menor semiprueba de hechos, palabras, etc., contra la causa, debe castigarse con pena capital”. ¿Fruto del jacobinismo de Moreno? Es posible. Pero ni Vertiz ordenando la brutal ejecución de Túpac Amaru y los suyos en 1781 ni el arequipeño Goyeneche mandando a la horca y el escarnio público a los sublevados de La Paz solo tres meses antes de la Revolución, se caracterizaban precisamente por ser admiradores de las ideas robespierrianas. Y eso por mencionar solo dos casos más o menos coetáneos. No, no había puerilidad ni rasgo alguno de sadismo en el Plan ni en las tajantes Instrucciones de Moreno a Castelli (12-9-1810) y a Belgrano (22-9-1810), ni en la propuesta de ajusticiar a los miembros de la audiencia, luego transformada en deportación (22-6-1819), previa golpiza al oidor Caspe; ni mucho menos en los fusilamientos de Cabeza de Tigre (26-8-1810) y de Potosí (15-12-1810). Era simplemente actuar en defensa propia adoptando las modalidades bélicas de la época. José de Darregueira, primer conjuez patriota luego de la expulsión de los oidores realistas, lo reconoce a minutos de asumido el poder por la Junta:

 

La independencia ya está hecha. O seremos independientes por nuestros propios esfuerzos, o lo seremos en la horca.4

 

Más rotundamente aún lo explicitaría Domingo Matheu, uno de los vocales de la Junta:

 

El compromiso o la sentencia que entre los miembros de la Junta se prestaron fue de eliminar a todas las cabezas que se le opusieran; porque el secreto de ellos era cortarles la cabeza si la vencían o caían en sus manos y que si no lo hubieran hecho así ya estarían debajo de tierra.5

 

De hecho cuando Matheu afirmaba esto Moreno ya estaba no bajo tierra pero sí en el fondo del mar, y muy probablemente por obra de sus enemigos.

 

Fusilamiento de Santiago de Liniers en Cabeza de Tigre. Fuente: Museo Nacional del Cabildo y la Revolución de Mayo.

 

Podríamos enumerar muchos testimonios más, de los que abundan en la Gazeta y otros documentos de la época, pero no vamos a extendernos en este punto, por considerarlo largamente zanjado por la crítica histórica. Nos limitaremos a agregar esta conclusión de David Peña:

 

Lo que llama a ironía es asistir al asombro contemporáneo, que aún perdura, respecto de la crueldad de algunos de los revolucionarios de esta incipiente nacionalidad de América, que, además de ser una crueldad de juguete ante la que registra la historia de todos los demás pueblos del mundo que han conquistado a tal precio su independencia o libertad, se borra en absoluto ante el espectáculo terrible que ofrecen las naciones del viejo mundo, actualmente en guerra, a los cien años de aquella nuestra emancipación.6

 

Esto lo escribía Peña en tiempos de la Primera Guerra Mundial. Posteriormente, como se sabe, la humanidad conocería otros ejemplos aún más trágicos y elocuentes de ese “espectáculo terrible”…

 

Economía

Hace algunos años, en un breve y modesto trabajo sobre el cual el Dr. Bauso ha tenido la gentileza de detener su atención, decíamos que “uno de los aspectos frecuentemente minimizados o soslayados por ciertos comentaristas es el que se vincula con la concepción económica del Plan”, verdadero proyecto de nacionalismo económico desplegado en los 14 incisos que conforman su artículo 6°7. También enumerábamos allí las principales propuestas del programa morenista en la materia: confiscación de fortunas parasitarias (incisos 1, 2 y 3), control del comercio exterior y de la fuga de oro y plata (incisos 10 a 13), prohibición de importaciones suntuarias (inciso 4) y la expropiación de la riqueza minera del Alto Perú y su exploración y explotación directa por parte del Estado (incisos 5 y 8).

Si bien es cierto que las medidas económicas formuladas en el Plan no coinciden en su totalidad con lo actuado por la Junta, debemos tener en cuenta que se trataba de propuestas a largo plazo a adoptar una vez el Estado estuviera consolidado “sobre bases fijas y estables” (art. 6°, inciso 2). Sin embargo, algunas de ellas fueron efectivamente tomadas y discurren en el sentido apuntado por el Plan. Norberto Galasso las enuncia así: creación de un fondo para impulsar la industria minera, distribución de tierras fijando límites para evitar la formación de grandes haciendas; mantenimiento de los aranceles a la importación, pese a la presión de los ingleses (los rebaja el Primer Triunvirato); censo para conocer recursos naturales disponibles; fundación de una fábrica estatal de fusiles en Buenos Aires (octubre), otra en Tucumán (noviembre) y otra de pólvora en Córdoba8.

Con la creación del virreinato del Río de la Plata (1776) y la ulterior apertura del puerto de Buenos Aires al comercio con España y otras plazas extranjeras, el centro de gravedad económico de la colonia sostiene Manfred Kossok9 se había ido desplazando gradualmente del polo limeño al de Buenos Aires, convirtiendo a esta en la nueva capital comercial del Sur. A partir de allí surgirán en el ámbito rioplatense dos posiciones enfrentadas: la del grupo monopolista español que naturalmente veía al comercio libre como su principal enemigo, destinado a despojarlo de sus privilegios, y los sectores de la burguesía portuaria partidarios de la introducción, en forma irrestricta, de manufacturas europeas, particularmente provenientes de Inglaterra. Pero si profundizamos el análisis advertiremos la presencia de otro sector, mucho más débil es cierto, el de los productores regionales que opuestos desde ya al sistema comercial monopolista se veían también amenazados por la competencia de la producción europea con la que les era imposible rivalizar. “La ideología mercantilista dirá J. E. Spilimbergo tercia decisivamente en el supuesto diálogo entre los defensores del monopolio y los del librecambio, en estas décadas que preceden y preparan el movimiento de emancipación”10. Punto de vista alternativo e invisibilizado en buena parte por la historiografía oficial y que de algún modo se refleja en una línea de pensadores que van desde Félix de Azara y Miguel Lastarria hasta Lavardén, Vieytes y otros intelectuales nucleados en la Sociedad Patriótica Literaria y Económica y el Telégrafo Mercantil de Cabello y Mesa. Nos hallamos así en presencia de una suerte de vanguardia prerevolucionaria que lejos de relegar la economía rioplatense a un mero papel de sumisión colonial, y siguiendo las huellas del movimiento liberal español, busca crear las condiciones adecuadas para el desarrollo de un capitalismo autónomo en el Río de la Plata. Manuel Belgrano, vocal de la Primera Junta y para algunos posible autor o inspirador del artículo sexto del Plan, participó de esas ideas, lo que se puede rastrear en muchos pasajes de sus trabajos como secretario del Consulado y muy especialmente en sus escritos del Correo de Comercio. Citaremos solo uno de estos últimos, referido al comercio exterior, que se publicó en los números 27 a 29 de dicho periódico. Allí enumera, al estilo del Plan, una serie de máximas de las que elegimos estas cuatro bien elocuentes:

 

El modo más ventajoso de exportar las producciones superfluas de la tierra es ponerlas antes en obra, o manufacturarlas.

 

La importación de mercancías que impiden el progreso de sus manufacturas y de su cultivo, lleva tras de sí necesariamente, a la ruina de una nación.

 

La importación de las mercaderías extranjeras de puro lujo en cambio de dinero, cuando éste no es un fruto del país como es el nuestro, es una verdadera pérdida para el Estado.

 

La importación de las cosas de absoluta necesidad no puede estimarse un mal, pero no deja de ser un motivo de empobrecimiento para una nación.11

 

Difícil resulta deslindar estos objetivos de política proteccionista propiciados por Belgrano de las medidas de riguroso intervencionismo que encontramos en el Plan, tendientes a lograr, a través del impulso del Estado, una base material que cumpliera el rol de una burguesía industrial prácticamente inexistente. Roberto Ferrero expone en pocas líneas cuál fue el dilema crucial de los revolucionarios:

 

Ni América Latina ni el Río de la Plata disponían aún de una poderosa burguesía nacional interesada en la unidad hispanoamericana, vale decir: en la construcción de un gran mercado interno, y dispuesta a apoyar a su representación política como el “Tercer Estado” había apoyado en Francia a Robespierre y los suyos. Sin esa base social, los esfuerzos de los revolucionarios del Año X giraron en el vacío.12

 

La caída del “impío Moreno” (como lo llamó Saavedra) y con él la del núcleo más avanzado de la revolución, constituye el gran drama del proceso transformador iniciado en Mayo.

 

Las aristocracias hispano-criollas no habían forjado la Independencia para las despreciadas “castas” del pueblo, sino para consolidar en su regazo la totalidad de la renta nacional. No estaban dispuestas a compartirla ni con la monarquía española, ni con los Grandes de España ni con la burocracia virreynal, y menos con las masas oprimidas que la producían con su trabajo, por lo que tampoco estaban dispuestas a dejarse “robar” la revolución por un ala plebeya y jacobina sin respaldo en alguna clase propietaria.13

 

Artigas lector de la Gazeta y hombre de indiscutible prestigio popular en la campaña luchó por amalgamar los intereses de esas masas oprimidas, a las que movilizó y acaudilló, con el programa revolucionario, nacional y democrático desplegado por el secretario de la Junta y sus amigos. También terminaría derrotado, pero esa es otra historia.

 

Portada del primer número de la Gazeta de Buenos Aires, aparecido el 7 de junio de 1810. Fuente: Wikipedia.

 

Política exterior

Los artículos 7°, 8° y 9° del Plan hacen referencia a la política exterior del gobierno. Los tres dirigen especialmente el foco a la relación de la Junta con Inglaterra y Brasil y por ende a la situación conflictiva con la Banda Oriental. Bauso opina que esa insistencia sería una prueba más de que el Plan fue obra de un grupo de intrigantes ligados a la corte de Río con el fin de que esta “desconfiase del gobierno de Buenos Aires y lo asumiera un enemigo amenazante” (p. 275). Otra es en cambio la postura de Miguel Ángel Scenna quien ve razonable la preocupación por esas dos potencias “ya que ambas concentraban prácticamente el total de las relaciones exteriores del gobierno revolucionario”, y en tanto aliadas “podían constituir un obstáculo insuperable para la Revolución”14. En similar sentido apunta Fabián Herrero:

 

Se ha insistido que una de las preocupaciones claves desde el comienzo de la guerra revolucionaria es la situación de la Banda Oriental ya que desde allí, se sospecha (y con razón), pueden venir los golpes decisivos de los españoles.15

 

Con la intención de superar ese obstáculo el Plan propone en su artículo 8° promover la insurrección en la Banda Oriental y en Río Grande do Sul, mediante la actividad de agentes y emisarios que “entablarán secretamente negociaciones en las provincias del Brasil para sublevarlas, haciéndolas gustar de la dulzura de la libertad y derechos de la naturaleza”. Esta política, cuyo objetivo final era el desmembramiento del Brasil y el reparto de su territorio con Inglaterra es calificado por Bauso de “fantástica” e “ilusoria” conquista y por lo tanto indigna de Moreno, quien de ser el plan auténtico “resultaría ser un alucinado irresponsable, extraviado como no se lo conoció en ningún otro escrito ni decreto público” (pp. 274 y 275). Sin embargo, varias páginas más adelante el mismo autor reconoce que “desde 1811 circulaban impresos de los revolucionarios de Buenos Aires que instaban a la revolución de los esclavos de Río Grande” (p. 340).

Otro dato demostrativo de que, fantástica e ilusoria o no, la intención de “conquista” sí existió, lo constituye el testimonio de Carlos Guezzi, enviado de la corte de Brasil, que en diciembre de 1810 se entrevista con Moreno en dos oportunidades. Luego del encuentro envía un memorial a sus superiores en el que asegura:

 

Moreno es el Robespierre del día, y los demás son nulos para el bien como ardientes instrumentos de la tiranía. Todos juntos pretenden fundar una república.

 

A lo que agrega:

 

Entre sus proyectos favoritos está el de llevar la revolución al Brasil. Ya dieron esto por hecho a principios de diciembre: ignoro sobre qué noticias, y su regocijo fue extremo.16

 

Por su parte, Enrique de Gandía, un historiador hoy poco estimado17 pero cuyas versación e independencia de criterio no se pueden discutir, sostiene que la estrategia de incorporar Río Grande a las Provincias del Río de la Plata es “un proyecto inteligentísimo que los gobiernos de Buenos Aires tenían entre manos desde hacía largo tiempo”18.

 

En efecto continúa: en 1808 Martín de Álzaga se trasladó a Montevideo y estudió a fondo la posibilidad de conquistar Río Grande del Sud. Ese estudio fue presentado a Liniers por el mismo Álzaga y contiene, en general y en particular, las mismas ideas que Moreno aparece desenvolviendo en el Plan. (…) La idea alzaguista y morenista de conquistar Río Grande del Sud se encuentra, pues, en un documento de 1808 y en el Plan de 1810.19

 

Por último, cedámosle la palabra a Eduardo O. Durnhöfer, quien abonando lo anterior comenta:

 

Moreno, de su puño y letra, dejó sentados dos conceptos fundamentales en el documento que él mismo tituló: ‘Apuntaciones sacadas de una memoria rural del Río de la Plata escrita por don Félix de Azara’. Eran estos: 1°) El peligro lusitano: había que proteger la frontera del Brasil y decía textualmente, ‘por donde día y noche se avanzan los establecimientos portugueses sin respetar fe ni tratados´. 2°) Necesidad de poblar las fronteras. Al respecto manifestaba: ‘si no las poblamos habrán antes de cuatro años cortado a nuestras Misiones y apoderádose de ellas como ya lo han hecho de su comercio’. En otra parte del manuscrito expresa: ‘abriendo el comercio del Río de la Plata y dada de balde la citada extensión de tierras a los particulares con los ganados alzados que pudiesen amansar, no se habría agolpado tanta gente en las ciudades y se habría visto en menos de cinco años la campaña poblada…’. Más adelante leemos: ‘habríamos entrado en posesión no solo de lo dicho, sino igualmente de la laguna Miní y de toda la preciosa provincia portuguesa del Río Grande; y tendríamos en necesaria dependencia a todo el Brasil’.20

 

Si bien el proyecto de reparto de Brasil con Inglaterra podría parecernos inviable y fantasioso, lo indiscutible es que la “conquista” de Río Grande no lo era, como tampoco se hallaba lejos de las intenciones de los hombres de Mayo llegar a hacerlo.                                                                                                                

Resumiendo: todo el libro de Bauso planea sobre la convicción íntima del plagio, pero lo único que logra probar fehacientemente es que párrafos completos de la introducción y la conclusión fueron copiados literalmente de la obra de Regnault-Warin. ¿Interpolación de un amanuense comedido (¿el “jovencito que escribía en la secretaría de Moreno” mencionado por Saavedra en su Memoria?21), de un enemigo de la Revolución, de un amigo “exaltado y terrible”? Poco importa en definitiva pues haya sido el Plan obra de Moreno, de un anónimo patriota, de un espía realista o simplemente de un reaccionario novelista francés, si fue creído auténtico por tantos destacados historiadores de filiación política diversa es porque se trata de un plan congruente con los hechos, las circunstancias y las ideas de los hombres de Mayo encargados de llevarlo adelante. Por eso podemos decir sin temor a equivocarnos que, pese al resonante sí que meritorio descubrimiento de Bauso, el enigma continúa.

 

 

*Extracto de un trabajo más extenso próximo a publicarse.

* *Historiador, poeta y ensayista.
Notas

1. “Historia constitucional de la República Argentina”, La Plata, Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, 1910; p. 251.
2. Noemí Goldman, “¡El pueblo quiere saber de qué se trata!”, Bs. As., Sudamericana, 2009.
3. En p. 378 la califica además de “excesiva y absurda”.
4. Enrique Ruiz Guiñazú, “El presidente Saavedra y el pueblo soberano de 1810”, Bs. As., Estrada Editores, 1960; p. 239.
5. Domingo Matheu, “Autobiografía. Escrita por su hijo Martín Matheu”, Biblioteca de Mayo, Tomo 3, Bs. As., Senado de la Nación, 1960; p. 2327.
6. David Peña, “Historia de las leyes de la Nación Argentina”, Bs. As., Ateneo Nacional, 1916; p. 87.
7. “El programa de la Revolución”, Ensayo preliminar al Plan Revolucionario de Operaciones, Gualeguaychú (Entre Ríos), Tolemia, 2012; p. 11.
8. Cfr. “Mariano Moreno, el sabiecito del Sur”, Bs. As., Ediciones del Pensamiento Nacional, 1994; p. 65 y ss.
9. Manfred Kossok, “El virreinato del Río de la Plata”, Bs. As., La Pléyade, 1972; p.68
10. J. E. Spilimbergo, op. cit; p. 32.
11. “Correo de Comercio”, T. 1, N°28, 8 de septiembre de 1810; p. 212 y 213.
12. Roberto Ferrero, “Mayo y la unidad latinoamericana en el Bicentenario”, Córdoba, Ateneo Simón Rodríguez, 2010.
13. Ídem.
14. Miguel Angel Scenna, op. cit.; p. 77.
15. Fabián Herrero, “Buenos Aires en tiempos de Revolución. Centralización y confederación americana”, Anuario de Estudios Americanos, vol. 67, N° 2, Sevilla, España, julio-diciembre, 2010; p. 673.
16. Enrique Ruiz Guiñazú, “El presidente Saavedra y el pueblo soberano de 1810”, op, cit.; pp. 327 y 328. En ese mismo capítulo R. Guiñazú demuestra cómo ya alejado Moreno del gobierno, la política exterior de la Junta Grande se torna mucho más prudente y conciliadora, sobre todo con Brasil.
17. “El inefable Enrique de Gandía”, lo llama Bauso (p. 395).
18. Enrique de Gandía, “La revisión de la historia argentina”, Bs. As., Ediciones Antonio Zamora, 1952; p. 235.
19. Ídem; pp. 235 y 236.
20. Eduardo O. Durnhöfer. “Moreno: el origen de la República. Sus reveladores manuscritos inéditos”, Bs. As, sin mención de editor, 1985; p. 107.
21. “Memoria autógrafa”, en Biblioteca de Mayo, T. II; p. 1058.