Derechos Humanos: han sido 40 años

El autor traza, a la luz del momento presente, el recorrido de la lucha por los derechos humanos desde 1983 hasta nuestros días.
Por Pablo Llonto *

 

No podía tener peor cumpleaños la democracia que el pasado 10 de diciembre de 2023. Aquella fiesta anhelada, la celebración de cuatro décadas, quedó en nada. O mejor dicho quedó convertida en un insoportable manantial de intolerancia, odio, motosierra y gritos antiderechos.

El nuevo presidente de los y las argentinas, nunca mencionó la palabra Derechos Humanos en cada una de sus intervenciones durante el día de su asunción, un inimaginable día vulnerado, estropeado, porque se trataba nada menos que del Día Internacional de los Derechos Humanos.

Ese silencio que recorrió miles de casas mientras mirábamos azorados el escenario de un gobierno que nuestro país no merece, fue un silencio que pronto será un caudal enorme de bocas abiertas, de consignas nuevas, de pasos ligeros, de cantos para la ocasión, con el fin de recordar que aquí, en esta tierra, desde 1983 se lucha por cada uno de los Derechos Humanos.

La impotencia de aquel domingo se convertirá en furia o en gandhiana resistencia, llevadas por la silenciosa potencia de una frase tan universal como argentina, símbolo de un momento pasado, pero símbolo de un momento cercano en el futuro: Nunca más.

 

Fuente: Es Fotografía. Tomada de Laprimerapiedra.com.ar

 

Y hay un por qué.

Porque fueron cuarenta años de pañuelos blancos, de Madres y Abuelas de Plaza de Mayo presentes en todas partes reclamando la libertad de los presos, las libertades democráticas, la libertad de expresión, la libertad de enseñanza, las libertades todas, menos la libertad de explotar que no es otra que la "libertad, carajo" que vociferan los espantosos seguidores del espantoso presidente nuevo. Fueron cuarenta años de miles de sobrevivientes denunciando sus torturas, sus secuestros, sus compañeros/as vistos en los centros clandestinos. Fueron cuarenta años de juicios por delitos de lesa humanidad, mil doscientos represores condenados, trescientas dieciocho sentencias condenatorias a genocidas hasta el momento en que se escribe esta nota. Fueron cuarenta años de crecimiento y desarrollo de organismos de Derechos Humanos en cada rincón del país, de miles de mesas-debate, congresos, conferencias, conversatorios, formación de cuadros y militantes para que podamos afirmar que sabemos mucho más de Derechos que de contabilidades.

Fueron cuarenta años de recitar poesías, de componer canciones, de artistas llegados de todas partes para compartir escenarios entre pañuelos y viejas dignas que no bajaron las banderas. Fueron cuarenta años de mandatarios extranjeros que pidieron estar con ellas, o acercarse al Parque de la Memoria para arrojar un clavel al Río de la Plata y así homenajear a los desaparecidos. Fueron cuarenta años de sinsabores con indultos y leyes del dos por uno y jueces cobardes que sancionaban fallos llamados “el dos por uno” bajo la creencia de que bastaban papeles firmados para callar a una sociedad mayoritariamente encolumnada detrás de las banderas de Memoria, Verdad y Justicia.

Fueron cuarenta años de excavaciones en los cementerios, de crearse aquí el Equipo Argentino de Antropología Forense, de nunca dar por cerrado el doloroso capítulo de la búsqueda de restos. Fueron cuarenta años para descubrir centros clandestinos revelados por el firme andar de los y las víctimas y de más de un vecino que usó el dedo para señalarlos e indicárselos a la Justicia. Fueron cuarenta años y así pasamos de los poco más de trescientos sitios del horror hasta los ochocientos que engrosan la desgraciada nómina que hoy tenemos.

Fueron cuarenta años de remarcar que los desaparecidos son 30.000 y que por más barullo que hagan, serán 30.000 porque las cifras de las denuncias no mienten, pero sobre todas las cosas porque la inigualable certeza en el cálculo de las Madres de Plaza de Mayo (allá por los últimos meses de la dictadura) fue de una precisión pitagórica que hasta los militares debieron admitir. Fueron cuarenta años de construcción de memoria en cada baldosa colocada en las calles del país para recordar a una o a uno o a varios de los desaparecidos, o en cada esquina señalada que ahora lleva el nombre de un militante popular cuyo ejemplo seguimos honrando.

 

Marcha del 2x1 en Barcelona, 2017. Fuente: Cadena3.

 

Fueron cuarenta años de Educación y Derechos Humanos, con los sindicatos de docentes (públicos y privados) recorriendo las aulas para sembrar conciencia, para dictar clases sin olvidos y, con tan profundo corazón, que miles de miles de jóvenes se reúnen todos los años para trabajar el pasado de muerte y convertirlo en un presente y futuro de vida. Fueron cuarenta años de novelas, cuentos, películas (cuatro de ellas llegaron a competir por el Oscar) documentales, cortos, ensayos, biografías, retratos, esculturas, pinturas, grabados, fotografías, muestras, exposiciones, y mil formas de registrar a las juventudes maravillosas de los sesenta y setenta y sus sueños, pero también para registrar los distintos rostros del mal y de sus acciones genocidas.

Fueron cuarenta años de saltos de conciencia, de argentinas y argentinos que no pensaban en los Derechos Humanos y que un buen día los zarandeos de la culpa y de los dolores internos, los convirtieron en militantes de una causa que unió a los jóvenes de la democracia con los veteranos de las dictaduras sufridas. Fueron cuarenta años de cantantes, artistas, deportistas, profesionales, comerciantes, empresarios, periodistas, sindicalistas, que sumaron su grito y su trabajo a la colectiva misión de contar lo que había sucedido, cuando antes habían repetido aquello de “a mi nunca me pasó”. Fueron cuarenta años de ver a Diego Maradona dejar de lado el “no te metas” y sumarse con su remolino de emociones y sentimientos al lado de Hebe de Bonafini o de Estela Carlotto.

Fueron cuarenta años de políticas diversas, enredadas en un punto final, o en una obediencia debida, o en un indulto, pero finalmente ganadas por la Verdad y por la acción de políticos y políticas que encontraron el rumbo certero de acciones de gobierno, o legislativas, para que la obra mayor de la democracia saliera victoriosa en decretos, leyes, reglamentos, normativas internos donde se puede leer claramente o entrelíneas: ni Olvido, ni Perdón… Justicia.

Fueron cuarenta años de jueces y juezas que en un principio fueron mayoritariamente cómplices y cobardes, hasta que el peso de un pueblo inquebrantable y en las calles, logró que sus fallos en contra se convirtiesen en fallos a favor y entonces las frases jurídicas se deslizaran fácilmente por los expedientes: delitos de lesa humanidad, genocidio, imprescriptibilidad, obligaciones del estado argentino, Derecho Internacional de los Derechos Humanos.

Fueron cuarenta años de obstáculos y de insensibles sectores de la Argentina que, unidos bajo la miserable ideología del fascismo y el golpismo, pintarrajearon, mintieron, cobijaron carapintadas, crearon grupos negacionistas, intentaron golpes, y tuvieron (y creen tener) sus momentos de gloria, quizás mal llevados por algún resultado electoral que los puso al borde de una creencia que nunca les resultará certera y auténtica, la derrota del movimiento de Derechos Humanos.

Fueron cuarenta años de una Iglesia lastimada por jerarquías conservadoras que abrazaban al fusil y a los fusiladores, y que se retiraron de este mundo para que ocupen lugares la Iglesia de los curas villeros, de aquellos del Tercer Mundo y de los sacerdotes y monjas que predican con el ejemplo que no hay mejor mundo que aquel en el que se respetan todos y cada uno de los Derechos Humanos.

 

Marcha 2x1, 2017. Buenos Aires. Fuente: Bernardino Ávila, Página 12.

 

Fueron cuarenta años entremezclados por desfiles militares y cuadros de asesinos bajados por decisiones políticas firmes, con los sustos de unas Fuerzas Armadas aún no tan convencidas del camino democrático, pero que al menos en las tres últimas décadas sintieron el recambio que desplazó para siempre los nombres de aquellos generales, almirantes y brigadieres que marcharon con las cobardes manos llenas de sangre, de niños apropiados y de una picana en cada página de sus legajos.

Fueron cuarenta años de familias que se creían todo lo que se decía en casa, y que poco a poco, entre la voz de las Madres y de un pueblo que se desperezaba, comprendió cuántos engaños se cocinaron puertas adentro y cuántas patrañas merecían desmentirse puertas afuera. Tanto fue el hablar y preguntar, que hoy la Argentina tiene dos organismos de Derechos Humanos formados por familiares de genocidas que repudian el pasado accionar de sus padres o abuelos. Se llaman Historias Desobedientes y Asamblea Desobediente.

Fueron cuarenta años de transición entre una prensa cien por ciento cómplice del terrorismo de estado, a una prensa que se partió en dos y camina por ambos senderos. La hay reaccionaria y desinteresada por los Derechos Humanos (contra ella, hay mucho para hacer), pero la hay batalladora y sacrificada que en cada pueblo, cada ciudad, cada provincia, esa prensa pelea por la furiosa alegría de la Vida y por el respeto y la vigencia de la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Fueron cuarenta años de verdades que salían de abajo de las piedras y del frío y que contaban las historias de colimbas estaqueados y vejados en las rocas de Malvinas para preguntarle a un país todo qué es esto de reivindicar guerras y asesinos como la Tatcher o Galtieri, y que los delirios militaristas de esas conducciones jamás merecen un desfile.

Fueron cuarenta años de optimismo, pese al capitalismo; y por eso las Madres enseñaban en las rondas (mejor digamos marchas) que sus hijos las parieron a ellas para que combatieran al sistema económico salvaje de la codicia y la ambición, y que además de denunciar las desapariciones había que denunciar los despidos, los salarios bajos, las jubilaciones de hambre, las fábricas cerradas, los monopolios, la evasión impositiva, la riqueza fea y sucia que te agarra a trompadas y a los explotadores.

Fueron cuarenta años de búsquedas de nietos y nietas y que más allá de las diferencias, la sociedad toda o casi toda se alegra o esconde su alegría reprimida, cuando el número de los recuperados (mejor digamos restituidos) llega a 133, porque seguramente la Argentina no dirá adiós nunca al intento de hallarlos aunque peinen canas, aunque sean duros.

Fueron cuarenta años de pérdidas de centenares de luchadoras y luchadores que ya no están en la Plaza, o en las Plazas del país, pero que tuvieron la capacidad de proyectar sueños y esperanzas en otras generaciones, a tal punto que primero fue la variedad de agrupaciones de H.I.J.O.S y luego la reciente extensión del optimismo, llamada NIETES, que tomaron la responsabilidad de asumir todos los días un legado de solidaridad y generosidad plasmada en la bella consigna “La Patria es el otro”.

 

Marcha 2x1, 2017. Fuente: Infobae.

 

Fueron cuarenta años de construcciones colectivas, a veces con lucidez, muchas otras con sectarismos, que alumbraron una legislación nacional que puso los cimientos para tratar de terminar con las torturas, los mesianismos de las Fuerzas Armadas, las desigualdades, las discriminaciones, la violencia política, la indiferencia ante el hambre, la falta de pan, de paz, de trabajo, de salud, de educación, de vivienda. Sí claro, el pesimismo puede decirnos que poco de ello se logró, pero quien puede negar que en cuarenta años no estuvimos más esperanzados que en la dictadura por la utopía de un mundo mejor.

No habrá Mileis ni Villarrueles que pongan freno a la marea de cuarenta años de Derechos Humanos en la Argentina, y no porque se trate de un grito de confianza. Se trata de una simple razón: a pesar de ellos, los egoístas, los del afán de lucro, éste es el país de los Derechos Humanos.

 

* Periodista, escritor y abogado argentino especialista en derechos humanos.