Plan de Operaciones, ¿fin de la polémica?

Primera de dos entregas en torno de una larga controversia político-historiográfica cuyo capítulo final continúa escribiéndose.*
Por Juan Carlos Jara* *

 

Cierta tarde, hace varias décadas, el joven estudiante de Medicina Diego Javier Bauso descubrió en la vidriera de la librería y editorial Plus Ultra, en el barrio porteño de Congreso, la promoción de un libro que llamó su atención de inmediato. “Plan Revolucionario de Operaciones” era su atractivo título y su (presunto) autor, Mariano Moreno. Intrigado por el contenido del volumen de apenas 90 páginas, Bauso no vaciló en adquirirlo y, “al finalizar la pesada y a la vez asombrosa lectura” se vio ganado por la perplejidad. “El documento aparecía plagado de una pueril violencia que era justificada con un lenguaje innecesariamente crudo. La política de conquistas allí propuestas era a todas luces ilusoria. El estilo por otro lado, tampoco coincidía con el que había utilizado Moreno en el resto de sus escritos”. Y en consecuencia se preguntaba el azorado lector: “¿Era realmente de Mariano Moreno ese plan de operaciones?”1.

Resulta ciertamente curioso que alguien que ignoraba la existencia del texto atribuido a Moreno, y que evidentemente desconocía el más célebre y enconado debate de la historiografía argentina, pudiera en cambio discurrir con tanta seguridad acerca de las formas y el estilo literarios del prócer. Pero dejemos ese punto y prosigamos.

El hecho es que a partir de aquel momento, ya desatada su curiosidad, el joven Bauso se entera de la encarnizada disputa entablada entre los historiadores que negaban la autenticidad del Plan y quienes no dudaban en aceptarla. Entre los primeros se hallaban Paul Groussac y Ricardo Levene, eminentes representantes de la historia mitrista; entre los segundos, Norberto Piñero (difusor del texto) junto a autores de tan opuestas tendencias ideológicas como Enrique Ruiz Guiñazú (nacionalista), Enrique de Gandía (liberal) y Rodolfo Puiggrós (marxista). Intuitivamente inclinado hacia los partidarios de la apocrificidad, Bauso reconoce en sus tribulaciones de aquella época que si bien “las palabras y la forma no eran propias de Moreno” algunos de los pensamientos incluidos en el Plan “podrían llegar a dar esa idea” (p. 13)2. ¿Se refiere a la “pueril violencia” que propondría el texto? ¿A “la política de conquistas a todas luces ilusoria”? ¿Acaso a las drásticas medidas propuestas en materia económica? Lo veremos más adelante.

Así las cosas, ya graduado, nuestro personaje —hoy reputado neurólogo y jefe de la sección de Movimientos Anormales y Parkinson del Hospital Italiano de Buenos Aires— no cejará en su labor investigativa sobre el pasado del país y sobre la figura de Moreno en particular, hasta que un día la musa de la historia lo ilumina poniendo ante sus ojos un ejemplar del periódico El Mentor Mexicano, publicado en la capital azteca el 7 de enero de 1811. Allí, su redactor, Juan Wenceslao Barquera, incluye un párrafo que llama la atención del médico-historiador, ya que dos de sus cláusulas se asemejan como gotas de agua a otras tantas frases del Plan atribuido a Moreno. Son estas:

 

El mejor gobierno es el que hace feliz al mayor número de individuos. Cuando la constitución del Estado afianza a todos el goce de sus derechos sin consentir su abuso, ha resuelto el gran problema del contrato social (El Mentor Mexicano).

El mejor gobierno, forma y costumbres de una nación es aquel que hace feliz al mayor número de individuos (art. 6 del Plan), [y] […] cuando la Constitución del Estado afiance a todos el goce legítimo de los derechos de la verdadera libertad, en práctica y quieta posesión, sin consentir abusos, entonces resolvería el Estado Americano el verdadero y grande problema del contrato social (Introducción al Plan).

 

Curiosamente, agregamos nosotros, en su célebre Discurso de Angostura (1819), Simón Bolivar expresó:

 

El sistema de gobierno más perfecto es aquel que produce mayor suma de felicidad posible.

 

¿Simple coincidencia? ¿Ideas que estaban en el aire? ¿Prueba de la inautenticidad del Plan? ¿Cómo es posible —se pregunta el Dr. Bauso— que “dos movimientos independentistas americanos separados por miles de kilómetros y sin ninguna relación cierta, con pocos meses de diferencia —el Plan lleva fecha de agosto de 1810—, dejan por escrito no solo el mismo concepto sino que utilizan casi exactamente las mismas palabras”? Pero hay más. Al final del artículo el redactor mexicano asegura, y así lo podrá corroborar Bauso más tarde, que el citado párrafo fue tomado de una novela francesa, El cementerio de la Magdalena, publicada por primera vez en París en 1800 por el escritor de esa nacionalidad J.J. Regnault-Warin.

 

"El cementerio de la Magdalenta", en su edición original. Fuente: Librairie Giard.

 

En realidad, podemos acotar, tanto Bolívar como Regnault, como asimismo el enigmático redactor del Plan, no dejan de ser tributarios de la famosa frase de Bentham en el sentido de que el objetivo de la actividad política es "la mayor felicidad del mayor número de personas”(Un fragmento sobre el gobierno, 1776).

Lo concreto es que acuciado por la intriga, como todo buen investigador, Bauso accede a través de google books al texto del novelista francés y, además de confirmar la exactitud de la cita de Barquera, encuentra, como premio a sus desvelos, que largos párrafos de la novela son idénticos a otros del susodicho Plan (exordio y conclusión, básicamente). Fuertemente conmocionado por el descubrimiento —cualquier interesado en estos temas puede imaginar que fue así—, nuestro hombre se pregunta cómo puede ser que plagiando “una baladí novela de época” no solo se lograra “un aceptable documento doctrinario”, sino que este haya sido tan eficaz y convincente como para no despertar sospechas en sus contemporáneos ni en otro lector del documento a lo largo de doscientos años3. “Parece algo imposible de alcanzar” —razona. Y se responde a renglón seguido: “Allí está el impensado genio del redactor. Y, por qué no, la impericia de nosotros, los ingenuos lectores” (p. 117). “El arte de estos intrigantes —explica más adelante— fue lograr con esta artimaña un escrito lo suficientemente creíble como para que nadie llegara a sospechar del engaño” (p. 119). No deja de ser llamativo que estos “intrigantes” dotados de “arte” y “genio” (“impensado” pero genio al fin), no fueran al mismo tiempo —siempre según Bauso— “demasiado intelectuales” y “probablemente” carecieran de los conocimientos suficientes para “imaginar un largo discurso doctrinario” (p. 119), razón por la cual debieron “esforzarse algo”, acudiendo al recurso de espigar en los tres tomos de la novela los trozos, frases y palabras que sirvieran mejor a su avieso cometido4. Al extremo de que, a veces, reconoce el propio Bauso, “el autor, para terminar y redondear el párrafo vuelve casi 170 páginas atrás para encontrar la idea adecuada” (p. 130, Nota 38). Otra pregunta que cabría formular en este caso es ¿por qué un o unos intrigantes preocupados en que “nadie llegara a sospechar del engaño” (p. 119) perderían de tal modo toda actitud precautoria y se dedicaran a transcribir literalmente esas largas parrafadas notoriamente tomadas de una obra de ficción? ¿Podría tratarse de agregados del copista Alvarez de Toledo5 con el objeto de desprestigiar a los patriotas? ¿Necesitaban los supuestos destinatarios del apócrifo texto que alguien los desprestigiara todavía más a sus ojos? En algún momento (p.140) Bauso parece inclinarse por esta hipótesis, defendida por Groussac y Levene, para desestimarla más adelante, burlándose de paso de quienes antes habían cuestionado la lógica de la misma. También asegura nuestro autor que en 1896, cuando Piñero publicó el Plan de Operaciones, el libro de Regnaut ya estaba completamente olvidado. Y aventura: “pocos habrán leído ambas publicaciones. Vicente F. López falleció algunos años más tarde sin llegar a relacionarlas” (p. 100). Pero en 1826, cuando el historiador español Torrente cita párrafos del Plan, buena parte de los miembros de la Primera Junta aún vivían (Matheu, Paso, Larrea, Azcuénaga, el mismo Saavedra) como así también los secretarios de Moreno: su hermano Manuel y Tomás Guido, fallecidos en 1857 y 1866, respectivamente. Pese a lo cual, ninguno de ellos —verosímiles lectores del libro de Torrente— salió a desmentirlo.

En síntesis, aquí solo resta preguntarnos si un autor que necesitó rebuscar en el texto plagiado una idea o un giro expresivo a lo largo de varias decenas de páginas habría sido capaz de concebir el articulado del Plan, ese “aceptable documento doctrinario”, que es donde realmente radica la importancia y trascendencia del mismo. Dicho de otro modo, si el o los autores del documento fueron personajes tan torpes como para copiar ideas, muchas veces elementales, con las mismas palabras del novelista, lo más lógico sería creer que en lugar de un “aceptable documento doctrinario” o la obra de “un talento político extraordinario”, como la calificara Enrique de Gandía, el resultado hubiera sido un pastiche grotesco, un adefesio ilegible. Y sin embargo, según algunos, sirvió para embaucar a un rey, a una princesa y a varias generaciones de eruditos historiadores…

En efecto, los enigmáticos autores parecieron contar con la suficiente astucia, siempre según Bauso, como para lograr “que la ficción fuera aceptada sin objeciones por los gabinetes de Río de Janeiro y de Madrid” (p. 139). Pero más aún, consiguieron engatusar a “la opinión mayoritaria” (p. 140) durante más de un siglo entero, lo que, a juicio del mismo Bauso, demostraría que “esta historia no ha perdido su eficacia” (Ídem). Lejos de preguntarse el porqué de esa duradera cualidad —detalle crucial que discutiremos más adelante—, Bauso continúa tratando de demoler, a lo largo de casi 500 páginas, toda posibilidad de que el Plan no haya sido otra cosa que un documento falsificado por un espía o un grupo de ellos a sueldo de la princesa Carlota, con la intención de “exacerbar la ira del rey (Fernando VII) contra los patriotas de Buenos Aires” y convencerlo de la necesidad de enviar una escuadra al río de la Plata con el fin de reconquistar sus posesiones.

Lo irrefutable es que Bauso demuestra palmariamente el plagio en dos lugares del Plan: la introducción y el epílogo. En otros casos, en cambio, extrema su análisis llegando a señalar afinidades en expresiones tan comunes como “captar la voluntad”, “por mejor decir”, “gran proyecto”, “despotismo de los reyes”, “miras particulares”, “allanar dificultades”, etc., presentes en el articulado del Plan y en diferentes pasajes de la novela. Por otra parte, bajo el título “Los deslices” dedica un capítulo a repetir y profundizar muchos de los argumentos que desde Groussac en adelante se esgrimieron para declarar la inautenticidad del Plan. Pero lo que en verdad queda sólidamente en pie de su argumentación sigue siendo el plagio, evidente, en el exordio y la conclusión.

Es sabido que la conjetura del plan apócrifo obra de enemigos de la revolución, la inaugura Groussac en su réplica a Piñero (La Biblioteca N°1, 1896) y es refrendada años más tarde por Ricardo Levene al descubrir que uno de los copistas del documento había sido Álvarez de Toledo. Esa y otras hipótesis son las que analizaremos a continuación.

 

Hipótesis 1: Moreno plagiario

Si, como dice Piñero en su prólogo a los Escritos de Moreno, este escribió siempre buscando “la consecución de un fin práctico”, ¿sería un despropósito pensar que él o algún copista comedido haya considerado valioso incluir fragmentos de una novela francesa en el prefacio y en la conclusión del trabajo?

Abonando esa hipótesis, existen numerosos ejemplos de escritos morenianos en los que se insertan pasajes de otros escritores sin mención de sus nombres. En su crítica a la edición del Plan realizada por Norberto Piñero, sostiene Paul Groussac:

 

En los escritos reimpresos, pululan las citas anónimas y transcripciones o reminiscencias de sus autores favoritos. Era deber del editor (…) restituir a cada cual lo que legítimamente le pertenece, para que supiéramos lo que en realidad constituye el caudal propio de Moreno: ardua tarea, sin duda alguna…

 

Y en nota al pie, asegura que Moreno “no cita sino a Rousseau, Filangieri, Legendre (de Saint-Aubin) y Jovellanos; y eso, no tantas veces como debiera”.

Un poco más adelante, insiste en la incidencia de Filangieri sobre Moreno, “sin que las más de las veces se cite al autor”. Y prosigue, sosteniendo que en sus artículos de la Gaceta la imitación es constante “y casi continua la transcripción de conceptos”. Pero además de estas “asimilaciones a granel”, como las llama el biógrafo de Liniers “sucédele a Moreno transcribir íntegro un pasaje y hasta páginas enteras de sus libros de cabecera” apenas indicando su procedencia “con uno o varios epítetos”. Y concluye: “Estas citas descomunales y que suelen concluir algunos artículos, no eran probablemente sino rellenos con que el periodista secretario, urgido por otras atenciones de gobierno, ‘justificaba’ el pliego de la Gaceta”6.

 

Detalle de retrato a lápiz de Mariano Moreno, realizado por Juan de Dios Rivera (circa 1808). Fuente: Clarín.

 

Es evidente que, si aceptamos el criterio del polígrafo francés, según el cual la transcripción anónima de textos ajenos es explicable en función de la inmediatez periodística o de las urgentes necesidades de la actividad política, con más razón podríamos admitir que esa disculpa se amplía y se hace más factible cuando se trata de un documento que no estaba destinado a ver la luz pública. Por otra parte, afianzando aún más la hipótesis del Moreno plagiario, resulta notorio que estas “asimilaciones a granel” se encuentran a cada paso en el corpus general de escritos inequívocamente morenianos. El investigador Agustín Mackinlay, también adicto a las “humanidades digitales”, las rastreó minuciosamente y ha detectado una gran cantidad de ellas. Se pueden encontrar, verdaderamente “a granel”, en la página en Internet del autor mencionado. Pero un caso más extremo, revelado en su momento por la historiadora platense Daisy Rípodas Ardanaz, es el del célebre artículo de Moreno “Sobre la Libertad de Escribir” (Gazeta de Buenos Aires, N° 3, 21 de junio de 1810), cuya estrecha vinculación con el escrito de su contemporáneo Valentín de Foronda “Disertación presentada a una de las sociedades del Reino”, publicada en 1789 en el Espíritu de los mejores diarios, resulta incontestable. Transcribimos a continuación dos de las similitudes más patentes:

 

Foronda

 

...abramos las historias y las

relaciones de los viajeros, examinemos

con imparcialidad los delirios

de los hombres, fijemos la vista

en los errores adoptados en las

naciones como verdades infalibIes.

 

Moreno

 

Consúltese la historia de todos

los tiempos, y no se hallará en ella

otra cosa más que desórdenes de la razón

y preocupaciones vergonzosas.

¡Qué de monstruosos errores

no han adoptado las naciones co-

mo axiomas infalibles [...]!

 

Foronda

 

Desengañémonos y convengamos

de buena fe que mientras no haya

libertad de escribir (a excepción

de los asuntos que miran a las verdades

reveladas, a los puntos de

nuestra Santa Religión, que no

admiten discusiones, y a las determinaciones

del Gobierno, acreedoras

a nuestro respeto y silencio)

[...] permanecerán siempre los Reinos

en un embrutecimiento vergonzoso.

 

Moreno

 

Desengañémonos al fin, que los

pueblos yacerán en el embrutecimiento

más vergonzoso, si no se

da una absoluta franquicia y libertad

para hablar en todo asunto

que no se oponga en modo alguno

a las verdades santas de nuestra

augusta Religión, y a las determinaciones

del Gobierno, siempre

dignas de nuestro mayor respeto.7

 

Es harto innegable que para un revolucionario menos importa la forma que el contenido, el origen de una idea que la idea misma, o como diría el propio Foronda: “No se pare Vmd. en que sea yo u otro el autor de lo que diga. Para el que quiere beber es indiferente que el agua venga de solo un manantial ó de ciento, como ella sea de buena calidad”8. Todo lo cual, sin embargo, no nos autoriza a aseverar que en la confección de sus artículos —o el mismísimo Plan de Operaciones— Moreno se haya dedicado a rebuscar entre sus libros desde expresiones más o menos usuales como las enumeradas por Mackinlay, hasta los párrafos citados del texto de Foronda o las extensas tiradas de Regnault descubiertas por el historiador Bauso. Que sea factible no quiere decir que sea indisputable. En primer lugar porque los amplios conocimientos y versación del “sabiecito del Sur”, unánimemente reconocidos, lo desmentirían. Pero también porque habría que demostrar asimismo que Moreno había leído la novela de Regnault que, como bien acota Bauso, se publicó entre 1800 y 1801 en francés mientras la versión castellana apareció en 1810 llegando a América, según discurre el historiador, recién a fines de ese año. Se podrá argüir, es cierto, que un conocedor del idioma francés como Moreno podría haber leído la obra en su versión original. Sin embargo, el argumento pierde consistencia cuando observamos que los fragmentos plagiados coinciden literalmente con la traducción española de 1810, lo que probaría que los mismos fueron extraídos de esa edición presumiblemente desconocida por Moreno. Si se llegara a demostrar que la misma llegó al Río de la Plata antes del 30 de agosto la hipótesis del plagio por Moreno podría alcanzar mayor entidad. En ese caso podríamos aseverar: que no sea indisputable tampoco quiere decir que no sea factible…

 

Hipótesis 2: La obra de un “partidario terrible y exaltado”

Esta posibilidad la incorpora Groussac en su segunda réplica a Piñero (1898): “Es posible que el Plan sea el aborto de un patriota desconocido y que el enigma sea indescifrable porque no tiene sentido”. Se desdecía de este modo de su primera convicción en el sentido de que el autor del Plan había sido un enemigo de la revolución. Pero, además, como perspicazmente lo advirtiera Ruiz Guiñazú, al hacerlo, Groussac reconocía la pertinencia de atribuirle el Plan a un partidario de los revolucionarios, transparentando así “la afinidad de la mente del autor cualquiera fuese, con los conductores de esa revolución”9. Resulta interesante esta apreciación dado que, fuera o no el autor un ignoto y exaltado patriota, es evidente que este se ciñó a un canon creíble. Pero de ello hablaremos en la segunda parte de este trabajo.

Ahora bien, nos preguntamos, ¿pudo existir un patriota rioplatense que no fuera Moreno capaz de concebir el articulado del Plan en aquellos días de la Revolución? Se habló de Belgrano como posible colaborador en materia económica, pero pudo haber otros. Luego de desestimar algunos nombres (Cavia, Álvarez, Agrelo), Groussac aventura los de Manuel Moreno, Tomás Guido y Bernardo Monteagudo, a quienes termina también descartando para inclinarse finalmente por algún anónimo integrante de la Sociedad Patriótica “y parroquiano asiduo del café de Mallco”. Miguel Angel Scenna, por su parte, asevera que “en las copias conocidas abundan los elementos de juicio para considerarlo producto de alguien íntimamente vinculado al primer gobierno argentino y conocedor del panorama que abarca la Junta, al tiempo que muchos decretos disposiciones y actitudes de ésta coinciden visiblemente con algunas prescripciones del ‘Plan’”10. Retengamos este último concepto.

Ahora bien, a los nombres citados y descartados por Groussac podemos añadir algunos más. Por ejemplo Manuel de Lavardén. En 1955 el profesor Enrique Wedovoy, especialista en historia económica del Río de la Plata a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX, publicó un texto del autor de Siripo en el cual éste ofrece un programa económico que, según otro autor, Jorge Enea Spilimbergo, es “el programa de la revolución nacional burguesa lanzado desde el Río de la Plata en la década del pronunciamiento de Mayo”11.

 

Manuel de Lavardén. Fuente: SEPA Argentina

 

Lavardén había sido miembro de la Sociedad Patriótica fundada por Cabello y Mesa, a la que estuvieron vinculados, por lo menos dos futuros integrantes de la Junta: Belgrano y Azcuénaga. Lavardén murió en 1808 o 1809, pero sus ideas y las de otros partícipes del mismo grupo podrían haber pervivido en el o los patriotas autores del Plan. Así, como presume David Viñas, el Moreno autor del Plan no sería a la postre más que un "emergente grupal" de ese sector ilustrado12. La plausibilidad de esta hipótesis se afirma cuando observamos que los fragmentos notoriamente plagiados no quitan ni agregan al contenido del Plan, por lo menos en sus principios esenciales. De cualquier modo, siguiendo a Rodolfo Puiggrós, digamos tentativamente:

 

Si el “partidario terrible y exaltado” no es Mariano Moreno, honremos igualmente al autor del Plan, llámese Andrés Álvarez de Toledo o como se quiera, pero no busquemos en la apocricidad un pretexto barato para negar a los patriotas todo vuelo revolucionario y hacer olvidar que procuraban, por cuantos medios tenían a su alcance, levantar a las poblaciones en masa contra sus antiguos mandones.13

 

 

Hipótesis 3: El escrito de un enemigo de la Revolución

Tanto Groussac, en su primera réplica a Piñero, como luego Levene en sus profusos escritos sobre el tema, afirman que el Plan de Operaciones fue una superchería pergeñada por un enemigo de la revolución con el fin de desacreditar la lucha de los patriotas. Piñero en primer lugar y Puiggrós más tarde refutarán de plano esa aserción señalando la incongruencia de pretender lograr dicho objetivo con un documento cuya principal característica fue el secretismo. La férrea lógica de esa impugnación llevó a los partidarios de la apocrificidad a corregir su hipótesis: ahora el auténtico fin de el o los simuladores habría sido la intención de convencer e instar a Fernando VII (con lo que el texto ya no sería de 1811 como aseguraba Levene sino de 1813 o 1814) a poner en vereda a los revolucionarios de Mayo o como también asegura el doctor Bauso, “de que la corte de Río de Janeiro se involucrara todavía más en los problemas del Plata a favor del bando realista” (p. 309). No son pocas las preguntas que surgen instantáneamente al analizar ese planteo. Aquí subrayamos solo algunas: ¿sorprendería a Fernando VII que el fin último de los patriotas, por lo menos de los más “exaltados y terribles”, haya sido la independencia si ya lo sugiere Moreno en su artículo “Sobre las miras del Congreso…” publicado sin título en gacetas de noviembre y diciembre de 1810, para no hablar de la Asamblea del año 13 que en su fórmula de juramento excluye la fidelidad a Fernando VII , declarándose independiente "de toda autoridad eclesiástica existente fuera del territorio, ya fuese de nombramiento o de presentación real”?14 ¿Acaso no leían los fogosos artículos de Monteagudo en Mártir o Libre? ¿Tan mal informados estaban en las cortes de Madrid y de Río?

Por otra parte, ¿por qué llamar explícitamente naciones “amigas o neutrales” a Inglaterra y Portugal si se pretendía despertar la ira de la corte portuguesa (Art. 2, inciso 14)?

Otra incógnita: ¿con qué fin anunciar una obra que el supuesto Moreno estaría preparando y llevar la comedia hasta la invención de un título y su próxima aparición (Art. 1, inciso 20)? ¿Torpes plagiarios capaces de esbozar tan sofisticada burla?

Otra: ¿por qué atribuir el Plan —que no estaba destinado a ser difundido públicamente— a un miembro desaparecido tres años antes de una también desaparecida Junta de Gobierno y no a alguno de los personajes influyentes en el escenario político rioplatense de ese momento?15

Y, entre muchas preguntas más, la que se nos ocurre capital: ¿se verificaron en los hechos, como afirmaba Scenna, o en las palabras de los protagonistas todos o algunos de los planteamientos propuestos en el Plan?

En resumen, si bien es cierto que el hallazgo de Bauso parecería tornar irrefutable el título de su libro, no son escasas las puntualizaciones que se les pueden hacer al mismo. A profundizar en algunas de ellas dedicaremos la segunda parte de este trabajo.

 

 

 

*El presente escrito es un resumen de un texto más extenso que será publicado en 2024.
 

* *Historiador, poeta y ensayista.
Notas

1. Diego Javier Bauso, “Un plagio bicentenario.El ‘Plan de operaciones atribuido a Mariano Moreno. Mito y realidad”, Bs. As., Sudamericana, pp. 11-12.
2. Las citas delk libro de Bauso las incluiremos a continuación con el número de página entre paréntesis.
3. Tan palurdos parecen haber sido, a juicio de Bauso, los autores del “aceptable documento doctrinario”que hasta la idea de pergeñar un plan apócrifo y secreto la habrían tomado de la novela de Regnault (Ver p. 143 y ss.).
4. También habrían utilizado fragmentos de la carta de Saavedra a Viamonte del 27 de junio de 1811, en lo que Bauso sigue a Patricio Clusellas. Por ejemplo cuando Saavedra escribe “me rebajaría de mi carácter y Moreno en el Plan “me rebajaría a mí mismo” (¿?) (p. 127).
5. Andrés Alvarez de Toledo, espía español cercano a Felipe Contucci y al círculo que intentaba influir sobre la princesa Carlota Joaquina, hermana de Fernando VII y esposa del rey de Portugal.
6. Ídem; p. 264 a 265.
7. Cfr. Daisy Rípodas Ardanaz, “Foronda como fuente del articulo de Moreno ´Sobre la libertad de escribir´”, Revista del Instituto de Historia del Derecho, pp. 132-133.
8. Cartas sobre los asuntos más exquisitos de la economía política y sobre las leyes criminales, por Don Valentin de Foronda de la Real Academia de Ciencias y Bellas Artes de Burdeos, Tomo I, Madrid, MDCCLXXXIX, en la Imprenta de Manuel Gonzalez, Tomo II, Madrid, MDCCXCIV.
9. Enrique Ruiz Guiñazú. “Epifanía de la Libertad. Documentos secretos de la Revolución de Mayo”, Bs. As., Nova, 1952; p. 248.
10. Miguel Angel Scenna. “Plan de Operaciones de Mayo”, en revista “Todo es Historia”, N° 42, Octubre 1970.
11. Ver Manuel José de Lavardén, “Nuevo aspecto del comercio en el Río de la Plata”, con estudio preliminar de Enrique Wedovoy. Bs. As., Raigal, 1955, y Jorge Enea Spilimbergo, “La economía virreinal y las ideas proteccionistas en el Río de la Plata”, en “El revisionismo histórico socialista”, Bs. As, Octubre, 1974.
12. “Moreno. Entre el dilema y el don”, en David Viñas, “Trastornos en la sobremesa literaria. Textos críticos dispersos”, Bs. As, FCE, 2023; p. 49 y ss.
13. Rodolfo Puiggrós. “La época de Mariano Moreno”, Bs. As., Sophos, 1960; p. 346.
14. Cfr. Noemí Goldman, Nueva Historia Argentina, Tomo 3, Bs. As., Sudamericana, 1998; p. 52.
15. Esta incógnita ya la había expuesto Mirror (Enrique Hurtado y Arias), en un artículo de La Nación del 13 de noviembre de 1921.