Transición hacia un mundo multipolar

El autor distingue un conjunto de movimientos planetarios que, al tiempo que insinúan un nuevo balance de poder global, colocan a nuestra región frente a desafíos que decidirán su futuro.
Por Carlos Raimundi *

 

Descripción

El mundo atraviesa un momento sumamente delicado, signado por la tensión entre el bloque nor-atlántico que representa al capital financiero globalizado y el eje asiático con centro en China desde el punto de vista económico y comercial y en Rusia desde el punto de vista energético y militar.

Si tomamos como referencia determinados indicadores como la concreción de acuerdos comerciales y de inversión, producción de nuevas tecnologías y nuevos materiales, registro de patentes de invención, derechos de propiedad intelectual, investigación y publicaciones académicas, o graduación de profesionales en ciencias duras, cabe señalar que el primero de los bloques mencionados se encuentra en franca declinación a expensas del segundo.

El avance del eje asiático se expresa, además, en su mayor capacidad para intervenir en procesos de estabilización política tanto en Asia central, como en Oriente medio y en el continente africano. Asimismo, en la creación de nuevas instituciones políticas, económicas y financieras, entre las que se destacan la reciente ampliación de los BRICS (que debe su nombre a sus primeros miembros, Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), la Organización para la Cooperación de Shangai, la Franja y la Ruta de la Seda, el Banco asiático de Inversión en infraestructura, el Nuevo Banco de Desarrrollo.

 

A través de su cancillería, China desempeñó un papel crucial en el deshielo del vínculo entre Irán y Arabia Saudita comenzado en marzo de este año con el anuncio del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre ambos países. Foto: China Daily.

 

Esta disputa expresa una transición que está dejando atrás definitivamente los rasgos del mundo unipolar que hegemonizó la economía, la política, la cultura y la tecnología durante las últimas tres décadas, a partir del derrumbe del campo socialista, y del desplazamiento de la fase industrial del capitalismo hacia su fase eminentemente financiera. Expresada, esta última, por la reducción de enormes contingentes de trabajadores, la exclusión y la desprotección social, la disminución de los atributos regulatorios del Estado y la concentración y tras-nacionalización de los derivados financieros.

El capitalismo financiero globalizado condujo al mundo a una situación lisa y llanamente in-sos-te-ni-ble. A la concentración extrema e irracional de la riqueza y la catástrofe climática, se suma ahora el riesgo de que se multipliquen las contiendas militares en varias áreas del planeta.

Basada exclusivamente en la multiplicación al infinito de la velocidad de reproducción de la ganancia financiera, la globalización se ha topado con el límite de su capacidad de expansión en términos geográficos. Y, a partir de ello, está buscando ampliar su ganancia por vía del ensanche del llamado complejo militar-industrial. La extensión de la OTAN y el intento de controlar las rutas de salida de China al Indo-Pacífico, han generado la guerra de Ucrania en Europa, y la tensión en torno de la isla de Taiwan, en una suerte de rol que podríamos denominar la “Ucrania del Este”,

La guerra en Europa, como respuesta de un país-continente como Rusia a la amenaza de la OTAN de instalarse en sus fronteras, no sólo tuvo por objetivo contener a Rusia desde la perspectiva territorial, sino también ahogarla financieramente. Las sanciones económicas que le fueron aplicadas buscaban, además, consolidar al dólar como la única moneda para las transacciones internacionales, pero no ha logrado ese objetivo. Por el contrario, el dólar cede terreno a favor del yuan y el rublo como monedas de contratación internacional.

Por todo esto, más allá del hecho material de la ocupación de Rusia en territorio ucraniano, la guerra en Europa expresa un fenómeno mucho más profundo que el litigio entre dos Estados, para pasar a ser una manifestación del incontrovertible proceso de reconfiguración del orden internacional.

 

Criterios

A esta altura del análisis cabe preguntarnos si el sistema del capital financiero globalizado y su motor único y excluyente de alimentación la reproducción indiscriminada de la ganancia deviene de una generación espontánea o si es sostenido por un conjunto de instituciones políticas, económico-financieras y militares. Desde luego que me inclino por esta última opción.

Es un conjunto de conglomerados monopólicos vinculado con los grandes laboratorios farmacéuticos, empresas trasnacionales de la tecnología de los agronegocios, cadenas que estandarizan las pautas de la alimentación en detrimento de la producción local, el comercio de armas y los grandes servidores del comercio electrónico y la tecnología digital, junto a otros rubros como el crimen organizado del narcotráfico y la trata de personas en una combinación que torna difícil discernir los límites entre lo lícito y lo ilícito, lo que provee de fondos a las instituciones financieras trasnacionales, a través de fondos de inversión, calificadoras de riesgo, compañías aseguradoras, etc.

 

La City de Londres, uno de los puntos neurálgicos del sistema financiero global controlado por el bloque noratlántico. Fuente: Pixabay.

 

Esos organismos financieros cargan con sus condiciones políticas a nuestros Estados, en apariencia soberanos, pero que en realidad son dependientes de dichas imposiciones. Se trata del universo de las grandes corporaciones que maneja la política, del interés privado que se sitúa por sobre el interés público, cuando desde la perspectiva de nuestros valores debería ser lo contrario.

Se trata, además, de un sistema inconsistente desde el punto de vista teórico, porque consiente la libre circulación de algunos factores de la producción mientras impide la libre circulación de otros. Por una parte, exige suprimir todas las barreras estatales para permitir la circulación del capital, los bienes sean estos físicos o intangibles, los servicios, las patentes y los derechos de propiedad intelectual. A partir de estas políticas neoliberales los pueblos se empobrecen y se ven compelidos a la migración forzada, y entonces, cuando nos encontramos ante el hecho de la libre circulación de personas, allí vuelven a levantarse las barreras del Estado-nación para impedir su ingreso y declarar ilegales a todos aquellos que no sean nacionales de un Estado, cuando en realidad su presencia es el resultado de la trasnacionalización de los restantes factores productivos. Las fronteras entre el mundo del desarrollo y el subdesarrollo, quedan separadas por grandes murallas y convertidas en campos de concentración, cuando no en verdaderas fosas comunes.

Otro interrogante para formularnos como latinoamericanxs o nuestro-americanxs es si podemos seguir sosteniendo el mito de que las Américas somos un todo homogéneo de valores compartidos, o, dicho en otras palabras, el mito del “hemisferio occidental”, a lo cual me resisto conceptualmente.

“Las Américas” conformamos una contigüidad territorial, pero no constituimos una unidad política, desde el momento en que dos de sus 35 Estados concentran el 75% del PBI de la región, financian y por lo tanto manejan las instituciones económicas y políticas como el FMI, el Banco Mundial, el BID y la OEA, y al mismo tiempo integran el G-7 (el grupo de los 7 países más desarrollados del capitalismo globalizado) y pertenecen a la OTAN. Los intereses que representan al Norte global no coinciden con los intereses de la América del Sur global, sus prioridades no son las nuestras, sus rivales no son nuestros rivales. Sus métodos, el despliegue de bases militares, la invasión de países, el comercio de armas, la libre portación de las mismas, el financiamiento de dictaduras, el bombardeo de ciudades, la desestabilización política sosteniendo grupos opositores enmascarados detrás del cartel del oenegeísmo, el híper consumo de una clase privilegiada, no son nuestros métodos.

Un tercer interrogante es preguntarnos qué gobernante de estos países dominantes del Norte global, ya sea conservador, liberal o independiente, estaría dispuesto a comunicarle a sus pueblos que deben reducir su nivel de vida y de consumo de energía y resignar los privilegios con que han contado hasta el presente gracias a la concentración desenfrenada de la riqueza, el aumento de los presupuestos militares, la vejación de los inmigrantes, y al precio del subdesarrollo. Cuál país, cuál gobernante estaría dispuesto a hacerlo en nombre de la preservación del planeta y de la justicia universal.

Como corolario de estas preguntas, ¿podemos esperar la solución a nuestros problemas de los consejos emanados de los mismos pilares que sostienen el sistema que los ha causado?

 

El edificio del Pentágono, sede del Ministerio de Defensa estadounidense, ubicado en Arlington, Virginia. Foto: Andy Dunaway/USAF.

 

Transición

En definitiva, el mundo ha dejado atrás la unipolaridad surgida en los años noventa tras la caída del Muro de Berlín y la desintegración de la Unión Soviética. Pero no podríamos afirmar todavía, que se trata de un mundo multipolar. Hay un polo emergente, el asiático, y una expectativa de multipolaridad en muy difícil y lenta evolución.

Europa ha decidido, no sin costos y discusiones internas, alinearse homogéneamente a la estrategia de los Estados Unidos y la OTAN. No sólo padece una guerra como la de Ucrania, que la ha amalgamado contra Rusia bajo el temor inspirado mediante la prensa occidental de que Putin procederá como Hitler lo hizo hace casi un siglo y la ha hecho poner distancia con China. Sufrió también la voladura del principal oleoducto Nord Stream 2 que le suministraba la energía proveniente de Rusia y eso la obliga a pagar precios mucho más altos a los mercados de relevo. Soporta también un período de recesión económica, alta inflación, y la tensión política y las protestas sociales que se derivan de aquello. Y, por último, se ve obligada a incrementar el presupuesto militar, como requisito para la protección de la OTAN.

Los movimientos revolucionarios anti-colonialistas de Mali, Burkina Faso y Níger son presentados por la prensa occidental como golpes de estado clásicos, cuando en realidad expresan la reacción de sus pueblos frente a la explotación neo-colonialista de sus recursos naturales, y su continuidad pone en evidencia la debilidad de la alianza nor-atlántica para neutralizarlos.

 

Manifestantes nigerinos exigen la salida de las tropas francesas de su país en septiembre de 2023. Foto: AFP.

 

En Asia y Medio Oriente, la presencia chino-rusa ha demostrado contar con más herramientas que los Estados Unidos para acercarse lo más posible a una cierta estabilidad política, a través de sus buenas relaciones con los principales actores regionales.

Por su parte, ha aumentado la tensión militar en la zona del Indo-Pacífico, a través de la competencia entre los bloques en disputa por la tecnología de Taiwán, una isla con óptimas relaciones comerciales con occidente, pero que China reivindica como parte de su territorio.

En este marco, América Latina emerge como una de las áreas del mundo más codiciadas por sus reservas naturales y estratégicas. Además de contar con las fuentes de energía tradicional y de nuevos minerales, y de su capacidad para producir alimentos en abundancia, alberga los tres elementos fundamentales para la producción de energías limpias y sustentables: el sol, el viento y el agua. Y, como factor diferencial, no atraviesa conflictos étnicos ni religiosos, ni guerras limítrofes entre Estados, que amenacen a la brevedad su condición de zona de paz.

Esto la torna una región con toda la potencialidad para erigirse en uno de los polos de poder autónomo de un mundo más equilibrado. Pero, al mismo tiempo, al no haber roto sus lazos de dependencia económica, financiera y cultural con el polo nor-atlántico, hace de América Latina un territorio que los Estados Unidos necesita mantener alineado, para balancear su pérdida de hegemonía en otras áreas del mundo en el marco de la disputa geopolítica.

 

Corolario

Multipolaridad no debe confundirse con multilateralismo. Este último consiste en la asociación de Estados con un fin específico alrededor de una norma o un tratado. Pero, cuando el marco de esa organización multilateral es el intenso desequilibrio entre una potencia dominante tecnológica, cultural, militar o financieramente, no hace otra cosa que cumplir la voluntad de ese poder hegemónico bajo la apariencia de una decisión colectiva.

Para que el multilateralismo exprese algo parecido a un mayor balance de poder en el mundo entre áreas capaces de tomar decisiones autónomas, es necesario avanzar hacia un mundo multipolar.

La mencionada condición de paz de América Latina, entendida como la posibilidad de prescindir de intervenciones militares tanto internas como externas, no depende sólo de la ausencia de guerra en el sentido clásico. La pobreza, la migración forzada, la disconformidad social y la polarización extrema en nuestras sociedades, también las pone en conflicto aunque no se trate de guerras clásicas ya sea inter o intra-estatales.

 

Ecuatorianos protestan en Quito contra el gobierno neoliberal de Guillermo Lasso, en junio de 2022. Foto: Martín Bernetti/AFP.

 

En sociedades ricas en recursos, pero empobrecidas en cuanto a la posibilidad de que las grandes mayorías disfruten de ellos, los Estados, sus instituciones y su capacidad para atender sus funciones esenciales también se empobrecen. Y ese debilitamiento de la estatalidad y el subsiguiente abandono de porciones de territorio cada vez mayores, deja abierto el camino a la incursión cada vez más grave del crimen organizado de alcance internacional. Y esta es una razón más para insistir en la necesidad de la integración de la región.

El primer desafío para un nuevo ciclo de gobiernos progresistas es estabilizar social y políticamente nuestros países antes que tomar medidas radicales que son las preferidas para el autor de estas líneas, pero que podrían exaltar aún más la convulsión política y profundizar la inestabilidad y la debilidad de nuestros Estados. En el contexto descripto, la estabilidad social y política adquiere un valor estratégico.

Pero, al mismo tiempo, se necesitan decisiones soberanas, es decir, tomadas en nombre de los intereses de las grandes mayorías y no de las presiones del poder concentrado. La soberanía es una decisión política. Pero, antes que eso, es una decisión espiritual, un estado del alma. Debemos sabernos y creernos efectivamente pueblos soberanos, para ejercer la soberanía de manera efectiva.

Una cosa es reconocer las enormes acechanzas que tenemos delante, y muy otra es creer que no hay otro modo de afrontarlas que inclinándonos ante ellas. Hay que hacerlo de pie. Porque, como dijo el General San Martín, “el enemigo parece mucho más grande si se lo mira de rodillas”.

 

 

* Abogado y docente universitario. Embajador argentino en la OEA. Ex diputado nacional.