Crónica de un viaje a Saldungaray

El historiador Facundo Di Vincenzo narra su visita a Saldungaray, un pueblo del sudoeste bonaerense donde dejó su huella Francisco Salamone.
Por Facundo Di Vincenzo *

 

En el sudoeste de la provincia de Buenos Aires, en el partido de Tornquist, se encuentra la localidad de Saldungaray, lugar en el que estuvimos un par de días con la familia. Estadía que nos convierte en turistas, palabra que deriva del latín tornus, que quiere decir “vuelta” o “movimiento”; en realidad, el diccionario de la Real Academia Española nos dice que este término no nos llega directamente del latín, sino del francés: tour, que quiere decir “gira” o “vuelta”.

Siendo esto así, lo que digamos expresa únicamente lo que vimos en esos días que estuvimos por aquellos pagos. Nuestra “gira” o “vuelta” por Salgungaray. La aclaración viene a cuento de un problema que puede observarse en las crónicas de viajeros en donde quien visita un lugar parece descubrir para él o ella, pero también para el resto del mundo, el lugar que visitó. Parafraseando al historiador italiano Carlo Ginzburg, probablemente sean los restos o las huellas de una tendencia propia de los pueblos del Atlántico Norte sobre los otros pueblos del mundo, en donde el comportamiento del que visita un territorio ajeno consiste en una doble acción de exclusión y ocultamiento de la historia y tradiciones de la población que allí habitó y habita, conducta a la que se le suma una suerte de revelación o invención de ese lugar a partir de la llegada del visitante.

Saldungaray, según nos contaron en una panadería incrustada en una de las obras del ingeniero y (según él) también arquitecto, Francisco Salomone es “una tierra fundada por vascos, de allí su nombre”. Luego, observando la oficina de informes turísticos de Sierra de la Ventana, otra localidad, acaso la más grande de la zona, pudimos encontrar más datos. Según una lámina colgadita en la pared, Saldungaray fue fundado por emigrantes españoles, para ser más precisos por Petra Fernández Malda, de Zamora, España. Petra se casó con Pedro Saldungaray, de origen vasco francés, ambos vinieron de la península ibérica en la década de 1860. Supongo, por otros pueblos que hemos visitado e indagado en sus orígenes, que el nombre deriva de este apellido. Recordemos que durante el siglo XIX había más territorio sin nominar que nominado, de allí que probablemente estas tierras sean consideradas como “las tierras de Saldungaray” y, tras unos años, por costumbre quizás, haya llegado a instalarse en los mapas y en los registros de la provincia lisa y llanamente como “Saldungaray”.

En nuestra “gira” o “vuelta” nos gustó el campo, verde e infinito; con alambrados, claro, pero extensísimo, sólo limitado por el horizonte y por las sierras, no tan bajas para nuestro asombro. Pero a esa pintura campestre la acompañan un fortín y las monumentales y extraordinarias obras de Francisco Salomone, “el arquitecto de Las Pampas”.

 

Fortín Pavón, en Saldungaray. Fuente: Internet.

 

Empecemos por el fortín construido en 1862. De nombre Pavón, en homenaje a la victoria porteña sobre el resto de las provincias producida en la batalla de Pavón del 17 de septiembre de 1861, pero también porque en las instalaciones existía una pieza de hierro que fue extraída del campo de batalla de Pavón. La fortificación, que se nos presenta prácticamente como en aquella época, evidentemente ha sido reconstruida o remodelada. Cuenta con los edificios para la tropa, la comandancia y el mangrullo. Todo ello se encuentra dentro de un perímetro, como si fuese un corral, delimitado por una empalizada de palo a pique que sobresale cerca de tres metros del suelo, con sólo un acceso al recinto a través de un puente levadizo que permite el ingreso.

Pero lo verdaderamente hermoso es el entorno, con un río que pasa unos metros más abajo, con cantidad de añosos árboles y las sierras al fondo. Se imaginan que la razón de ser de este fortín fueron dos: por un lado, la avanzada del Estado Nacional “hacia el sur”, hacia las tierras de los indios mapuches; por otro, la protección de una región asolada por los malones, principalmente de la localidad de Bahía Blanca. Como nos cuenta nuestro José Hernández, la vida en los fortines no era agradable, y según dice la historia de este fortín, el 16 de marzo de 1863 la tropa se sublevó, se cree que por el excesivo rigor disciplinario aplicado por el teniente David Peña como por el atraso en el pago (seis meses) y la comida escasa (dos galletas y algo de carne por día). En fin, dejemos el fortín y pasemos a Salamone.

Según un completo y muy bien escrito libro de Luis Traversa, Fabián Iloro y Graciela Molinari, titulado “La obra de Francisco Salamone en el Sudoeste de la Provincia de Buenos Aires” (1936-1940), editado en formato digital por la Universidad Provincial del Sudoeste1, Francisco Salamone nació el 5 de junio de 1897 en Leonforte, en la región de Sicilia, Italia. Emigró a la Argentina entre 1903 y 1906 y junto a su familia se radicó en Buenos Aires. Cursó sus estudios secundarios en la Escuela Técnica Otto Krause donde se graduó como maestro mayor de obras, y continuó su formación en la Universidad Nacional de La Plata y en la Universidad de Córdoba. En aquella ciudad fundó, junto a su hermano Ángel, una empresa constructora dedicada a la obra pública, en particular a la pavimentación urbana. En el año 1920 se recibió de ingeniero y en 1922 de ingeniero civil, ambos títulos otorgados por la Universidad Nacional de Córdoba. El título de ingeniero le permitió proyectar y dirigir obras de arquitectura, por lo cual en las obras se identificó como Ing. Arq. Francisco Salamone. Ahora bien, ¿cómo llegan las obras de Salamone a Saldungaray?

 

El Palacio Municipal. Fuente: Internet.

 

El 6 de septiembre de 1930, el Gral. Félix Uriburu (Salta, 1868-1932) derrocó al gobierno democrático de Hipólito Yrigoyen (Buenos Aires, 1852-1933). Tras varias intervenciones de facto de la provincia de Buenos Aires y una elección que terminó siendo anulada, el hacendado Federico Martínez de Hoz (Buenos Aires, 1866-1935) asumió como gobernador en octubre de 1931. Durante su mandato favoreció la construcción de una serie de obras en su partido, Castelli, como la construcción de canales de desagüe. El principal de estos canales favorecía en especial a su estancia, por lo que fue acusado por malversación de fondos públicos. Estos problemitas más otros conflictos partidarios internos lo acorralaron, viéndose instado a dejar el gobierno de la provincia. Pero Martínez de Hoz se negó a dimitir, motivando entonces la intervención de la provincia de Buenos Aires por el gobierno nacional. En marzo de 1935 Martínez de Hoz fue sucedido por el vicegobernador Raúl Díaz, que poco después fue confirmado en su cargo como interventor federal hasta el llamado a nuevas elecciones. El 3 de noviembre de 1935 se impuso la fórmula Fresco-Amoedo.

El médico y político Manuel Fresco (Navarro, 1888-1971) propuso como eje para su mandato la modernización del Estado por medio de la ejecución de obras públicas impulsando la construcción de escuelas, hospitales y caminos. Concentró su actividad gubernamental en la ejecución de un proyecto que al mismo tiempo que generaba empleo, permitía enfrentar la crisis económica mundial que afectaba a la Argentina. Edificó municipalidades, portales de cementerios, escuelas y gran cantidad de caminos y rutas pavimentadas. La ley 4.017 de Bonos de Obras Públicas fue el instrumento que posibilitó la concreción de estas obras. Los municipios que no contaban con equipos técnicos podían contratar profesionales y empresas constructoras para la ejecución de sus obras públicas mediante el llamado a licitación. En este marco, Francisco Salamone aparece dirigiendo y proyectando, junto a otros destacados arquitectos, edificios municipales, plazas, portales de cementerios. Durante esta etapa de modernización, Salamone organizó una estructura técnica-administrativa, ganando muchas de las licitaciones. Realizó 72 obras en 33 localidades de 18 partidos: en total construyó 11 palacios municipales, 15 delegaciones municipales, un matadero, seis portales de cementerios, dos portales de parques públicos y dos escuelas. En Escobar proyectó —aunque no se ejecutó— un edificio municipal con una torre reloj de gran altura.


Cementerio de Saldungaray. Foto: Roberto Alejandro Sambuchi, tomada de Infobae.

 

En Saldungaray, Salamone dejó su sello con cuatro obras: el cementerio, el mercado, el Palacio Municipal y el matadero. Tuvimos una tarde salamonica y visitamos las cuatro obras, quedando impactados particularmente con el cementerio. A tres cuadras, entre el campo y las sierras, se nos apareció un portal de 18 metros de diámetro, con un Jesucristo de formas geométricas en el centro del portal. Llegamos al mediodía, el portal era azul, le pegaba el sol y reflejaba no brillaba o al menos no parecía brillarla luz solar, que le daba una especie de profundidad mística, convirtiéndolo en un portal hacia el otro mundo. Sobre el mismo escriben Luis Traversa, Fabián Iloro y Graciela Molinari:

 

Representa una rueda, originalmente translúcida, de aproximadamente 18 metros de diámetro, que enmarca una cruz en la cual ubica, exclusivamente, la cabeza de grandes dimensiones, la cual es copia de la del Cristo Crucificado del Portal de Laprida. La rueda, según los planos existentes, es hueca por lo cual puede suponerse que se ha empleado para su ejecución un sistema de dovelas ensambladas in situ y construidas posiblemente en el mismo obrador que el mobiliario urbano empleado por Salamone en varias localidades. La cruz también es hueca por lo cual el peso propio que transmite a las fundaciones de la estructura es mínimo. La rueda se encuentra revestida con cerámicos de color azul intenso y, según algunos bocetos existentes en el museo de la localidad, debía contener estrellas en bronce en una representación figurativa del cielo. La alternativa de emplear un disco de hormigón y mampostería parece haber sido adoptada frente a problemas estructurales que se presentaron durante la construcción, ya que la idea original era utilizar una rueda translúcida a través de la cual pudiera visualizarse el cielo.

 

Luego visitamos el Palacio Municipal, que si bien no es inmenso como el portal del cementerio, se impone firme frente a todos los edificios y casas vecinas. Es la expresión del Estado, y de un Estado fuerte, que gobierna y manda. Luego Salamone construyó un mercado donde, como ya dijimos, ahora se encuentra una panadería (con muy ricas facturas por cierto). Un espacio productivo y de sociabilidad. Como dice la canción de Jaime Roos, “lo más lejos que hay, es el fondo del mar, y lo más cerca que hay es la panadería”. Averiguando, supimos que tiempo atrás, allá por los años treinta, también en ese mercado había una panadería. Por último, el matadero, otro espacio productivo, que ya no es municipal sino que es de propiedad privada. Lo encontramos muy descuidado, aunque extraño, como contemplando la decadencia que lo rodea. Ajeno al descuido de sus propietarios, con la dignidad de sus formas, como diciendo: “yo fui parte de un proyecto serio, profundo e imponente”.

 

Matadero de Saldungaray. Fuente: Wikipedia.

 

 

* Dr. en Historia, Esp. en Pensamiento Nacional y Latinoamericano, Prof. de Historia (USal, UNLa, UBA). Docente de la UNLa e investigador del CEIL Manuel Ugarte y del IIH (UNLa). Columnista de Malvinas Causa Central y Esquina América de Megafón FM 92.1
Notas

1. Disponible en https://www.upso.edu.ar/wp-content/uploads/2019/11/LA-OBRA-DE-SALAMONE-EdiUPSO-SOB.pdf