Colonización, colonialidad y cultura
Un mar de pappers y tomos recopilatorios han sido publicados en las últimas dos décadas acerca de la colonialidad y la decolonialidad. Sobre todo a partir de la creciente popularidad que desde inicios de los 2000 el concepto de colonialidad del poder (1992) fue adquiriendo en los ámbitos académicos y particularmente en algunas universidades norteamericanas, aunque siempre de la mano de profesionales de las ciencias sociales o la filosofía de origen latinoamericano (argentinos, colombianos, peruanos, puertorriqueños, venezolanos). Una lógica que lejos de caer tras la línea de lo paradójico o contradictorio —se puede argumentar— puede ser leída por sí misma como prueba de la existencia del fenómeno al que las categorías en cuestión refieren. Quizás tenía razón Fernández Retamar cuando, medio siglo atrás, sentenciaba que “el colonialismo ha calado tan hondamente en nosotros, que solo leemos con verdadero respeto a los autores anticolonialistas difundidos desde las metrópolis” (2003, p. 51).
Acaso como reacción a esa mancha en el expediente de la perspectiva decolonial que comenzaba a ganar espacio, pero sin duda como parte del correlato de las trasformaciones políticas y sociales latinoamericanistas ocurridas en los primeros lustros del siglo XXI; desde América del Sur, sobre todo, las categorías de colonización y descolonización fueron reanimadas y una vez más ejercitadas en los análisis y discursos tanto académicos como políticos luego de varios años de ostracismo. Las últimas décadas del siglo XX vieron concentrada la reflexión, por un lado, en los procesos de retorno y construcción de las democracias nacionales en la región y, por otro, en los procesos de globalización neoliberal. En ese marco, el discurso de las ventajas de un mundo cada vez más interconectado cuyo fin era el derrame de una riqueza que no conocería fronteras, llevaba de suyo relegar las categorías cuyo foco eran precisamente las características de las relaciones entre países dominantes y países dominados, entre el centro y la periferia del sistema mundial.
No buscamos por ahora diseccionar las duplas colonización-descolonización y colonialidad-decolonialidad, ni discutir sus puntos de contacto o desencuentro. Nos interesa —dado el peso que los análisis en torno a la cuestión han cobrado tanto dentro como fuera del ámbito académico1— iniciar una búsqueda por comprender cómo es interpretada la dimensión cultural en dichas propuestas, en tanto la consideramos el carril principal por el que discurren tales binomios. Una dimensión que, a diferencia de otras latitudes, pareciera nunca haber abandonado las inquietudes teóricas e intelectuales en América Latina.
Colonización-descolonización y cultura
En el tiempo, las categorías colonización y descolonización en relación a la cultura preceden a las de colonialidad y decolonialidad. Aquellas fueron desarrolladas con cierta precisión en los trabajos de Arturo Jauretche a mediados del siglo XX2, particularmente en Los profetas del odio. Y la yapa, la colonización pedagógica (1957). En dicha obra —que al menos en Argentina es ineludible al hablar de colonización cultural— Jauretche evade la parcialidad de las miradas del objetivismo y el subjetivismo en el análisis de la realidad social al ver integradas en un mismo patrón de dominación las dimensiones material y cultural, buscando acceder por dicha ruta a las problemáticas de la sociedad argentina de la época. Señala el autor en este sentido que
la colonización económica –el progreso como afirmación del país incluido en la división internacional del trabajo y su correspondiente negación como integración del todo nacional- se integra con la colonización pedagógica, pues todo el instrumental del pensamiento, desde la alfabetización al periodismo, el libro, la cátedra y la universidad, irradian hacia el seno de la sociedad las características culturales presupuestadas ideológicamente (1957, p. 290).
Y si Jauretche parte del concepto de colonización pedagógica que toma del filósofo alemán Eduard Spranger, lo hace para visibilizar lo que considera un ámbito privilegiado para la reproducción de la colonización cultural: la educación. No obstante, en el desarrollo de su planteo, el argentino trasciende ese espacio de análisis para formular algunas nociones en torno de la cultura que van más allá de lo meramente educativo. Para Jauretche, existe una realidad que se expresa culturalmente, una forma de ser social producto del propio medio que se ve objetivada:
la preferencia por la montura inglesa del sanjuanino, olvidando que el recado era una creación empírica nacida del medio y las circunstancias, así como lo había sido la montura inglesa en su propio medio. Los dos productos de una cultura elaborada vitalmente (…) (1957, p .172).
Pero, para Jauretche, el problema no será la circulación de elementos culturales de otras latitudes lo que configure una situación de colonización cultural sino la negación de la realidad misma, de la cultura vivida por una sociedad a la que, con su negación, busca imponerse otra como verdadera:
No es que la realidad y sus expresiones culturales, a las que la “intelligentzia” niega como tales, hayan dejado de existir, pero quedan privadas de modos de expresión y es como si no existieran.
La política del progreso puesta en marcha funciona, se diría ahora, como una tecnocracia. Los objetivos no están constituidos por el país como es, que se da por liquidado, sino por el país como tiene que ser y es tarea de la clase principal y pensante realizarla hasta la hora en que, creado un pueblo a la medida de la “civilización”, advenga la hora de su presencia (ídem, p. 290 y 291).
Por otra parte, a inicios de los años 70, el filósofo mexicano Leopoldo Zea desarrolla las categorías de colonización y descolonización refiriéndose específicamente a la dimensión cultural en un trabajo presentado en el III Congreso Latinoamericano de Escritores, celebrado en Venezuela en 1970. En Colonización y descolonización en la cultura latinoamericana (1974), Zea plantea los problemas culturales derivados de lo que, casi dos décadas después, el economista de origen egipcio Samir Amin sintetizó en el concepto de eurocentrismo3 (Amin, 1989). Para Zea, lo que también denomina como colonialismo mental ha llevado a la conciencia de una supuesta e infranqueable inferioridad de la cultura latinoamericana respecto de la cultura subordinante, la occidental. El filósofo mexicano identifica una de las principales aporías para la descolonización cultural en el uso exclusivo de los valores de la cultura occidental para evaluar las expresiones culturales de las sociedades latinoamericanas:
En todo caso, los juicios que llevaban a repudiar la imitación o la elusión de la cultura subordinante venían, precisamente, de esa cultura. Era ella [la cultura occidental] la que establecía los cartabones que permitían juzgar toda cultura (…). Cartabones que hacían de sí misma el único modelo de acuerdo con el cual deberían ser juzgadas todas las producciones de cultura no occidentales (1974, p. 50).
No obstante el uso puntual de las categorías colonización y descolonización cultural, o la preconcepción de la categoría de eurocentrismo por parte de Zea, existe en el trabajo aquí presentado una comprensión estrecha de la cultura. A lo largo del texto, el autor hace referencia solamente a la producción literaria y a los desafíos de alcanzar una literatura y una filosofía latinoamericana original, es decir ni copia ni imitación de la occidental.
Ilusión, Lino Enea Spilimbergo, 1931. Fuente: Museo Nacional de Bellas Artes.
La cultura en el planteo primigenio de la colonialidad
La aparición de la categoría de colonialidad (aún sin su contraparte, la decolonialidad) se da en el marco del V Centenario de la conquista de América. Es el sociólogo Aníbal Quijano quien en 1992 acuñó el término en un conciso artículo aparecido en la revista Perú Indígena bajo el título de Colonialidad y modernidad/racionalidad. Con el neologismo, el peruano buscaba dar cuenta del proceso por medio del cual, a pesar de la independencia política y del fin del colonialismo —entendido como un sistema de dominación política formal de una sociedad sobre otra— la relación entre la cultura occidental y las no occidentales continúa siendo una relación de dominación colonial (Quijano, 1992, p. 11-12).
Si bien el sociólogo peruano volverá con el tiempo sobre el tema de la dimensión cultural en artículos como Colonialidad del poder, cultura y conocimiento en América Latina (1998), existe ya una prefiguración de dicha dimensión y de los elementos que el autor considera que la configuran en aquel artículo seminal. El recorrido de Quijano por la disciplina sociológica latinoamericana abarcó unas seis décadas —algunas de sus contribuciones datan de inicios de la década del cincuenta y sus últimos escritos fueron publicados alrededor del 2011—, lo que se ve reflejado en la constante actualización a lo largo la segunda mitad del siglo XX de los supuestos sobre los que fundan su teoría y herramientas analíticas. No es de extrañar, entonces, que la concepción de cultura del autor refleje el influjo de lo que Grimson considera una “bocanada de aire fresco” en el estudio de la cultura que tuvo lugar en las décadas de los años setenta y ochenta. Se trata, para el antropólogo argentino, de la irrupción en el análisis de los fenómenos sociales de “la historicidad, el poder, la subjetividad, la construcción y la deconstrucción”, elementos estos que “abrieron nuevos horizontes o reabrieron perspectivas con extensas tradiciones que hasta entonces habían quedado desplazadas” (2018, p. 21).
De tal forma, al hablar del proceso mediante el cual se produce la colonización de las culturas no occidentales por parte de la cultura occidental, Aníbal Quijano incorpora distintos productos de la intersubjetividad social en su comprensión del ámbito de la cultura. Creencias, ideas, imágenes, símbolos y conocimientos, aparecen en su propuesta en un primer momento y como objetos privilegiados de la represión por parte de la cultura dominante al inicio del proceso de colonización cultural. A su vez, aunque sin desarrollar ninguno de ellos, el sociólogo delimita los procesos que, en tanto parte de la cultura, contribuyen a la reproducción de la misma. De tal forma, Quijano sostiene que los ámbitos donde recayó con mayor fuerza la represión como camino hacia la colonización cultural fueron “ante todo, sobre los modos de conocer, de producir conocimiento, de producir perspectivas, imágenes y sistemas de imágenes, símbolos, modos de significación; sobre los recursos, patrones e instrumentos de expresión formalizada y objetivada, intelectual o visual” (1992, p. 12).
Es necesario señalar, a manera de cierre, que la tradición teórica que emplea las categorías de colonización-descolonización cultural en América Latina está lejos de agotarse en los desarrollos de Jauretche o Zea, lo que hace necesaria la tarea de revisar otras acepciones de cultura presentes en otros autores, a fin de no caer en reduccionismos. Por otro parte, señalar que, por sí mismas, las categorías —creencias, ideas, imágenes, símbolos o conocimientos—, y procesos —modos de conocer, producir conocimientos y perspectivas o sistemas de imágenes, símbolos y modos de significación— empleados por Quijano para referirse a la cultura, son insuficientes para comprender qué son y cómo llegan a constituirse, formalizarse y a operar dichas categorías y procesos al interior de la cultura, sea esta la que coloniza o la que sufre dicha colonización. Por lo que, para profundizar en la comprensión de cultura del sociólogo peruano, es igualmente necesario dilucidar cuál es el sentido con el que tales categorías y procesos son empleados.
1. A tal punto que la categoría de descolonización ha quedado plasmada como parte de los principios, valores y fines del Estado en la constitución política de la plurinacional Bolivia.
2. Otros autores latinoamericanos se refirieron al fenómeno de la colonización cultural con anterioridad a Jauretche empleando otros conceptos. Nordomanía será el término usado por el uruguayo José Enrique Rodó en 1900; colonialismo virtual dirá en 1929 el argentino Manuel Ugarte y europometrismo cultural será el término empleado por el nicaragüense Julio Ycaza en 1952.
3. Un concepto que será central para la concepción del análisis desde la perspectiva de la colonialidad del poder en la obra del peruano Aníbal Quijano y que también atraviesa la obra del filósofo argentino-mexicano Enrique Dussel.
Textos utilizados:
- Amin, Samir (1989). Eurocentrismo. Crítica de una ideología. D.F., México: Siglo XXI.
- Fernández Retamar, Roberto (2003). Todo Calibán. San Juan, Puerto Rico: Ediciones Callejón Inc.
- Grimson, Alejandro (2018). Los límites de la cultura. Crítica de las teorías de la identidad. Buenos Aires, Argentina: Siglo XXI.
- Jauretche, Arturo. (1957) Los profetas del odio. Y la yapa, la colonización pedagógica. Buenos Aires, Argentina: Peña Lillo.
- Quijano, Aníbal. Colonialidad y modernidad/racionalidad. Perú Indígena. 13(29) p. 11-20, 1992.
- Zea, Leopoldo (1974). Dependencia y liberación en la cultura latinoamericana. D.F., México: Joaquín Mortiz, S.A.
Imagen de portada: Ignacio Iturria, Uruguay. Soplando estrellas, 2015, acrílico sobre tela, 163 x 363 cm.