Scalabrini Director de Qué
Perón, Sacalabrini y la batalla cultural
Sin lugar a dudas, Raúl Scalabrini Ortiz fue una de las figuras intelectuales más significativas e influyentes de la resistencia popular al régimen de facto instaurado en septiembre de 1955. Es más, el propio Perón supo reconocerlo en carta fechada en Caracas el último día de 1957, no sólo al adjuntarle su libro Los Vendepatria, integrado en más de una cuarta parte por artículos periodísticos de Scalabrini, sino también al proponerle “propiciar y encabezar un movimiento que tienda a aunar la inquietud de liberación de los intelectuales que no desertan del hombre y de la tierra argentinos”.
En su respuesta, el autor de El hombre que está solo y espera rehusará el ofrecimiento —luego de expresar su emocionada gratitud— por considerarse incapaz de abordar una tarea de ese género. “He sido siempre un trabajador solitario y obstinado —sostendrá— y me parece un poco tarde para cambiar y reeducarme”.
No se trataba, ciertamente, de rehuir la lucha, sino de conocer a fondo lo que él consideraba sus propias limitaciones, en este caso la de convivir con “la minucia de la táctica”. Reconocía que podía constituirse en “un buen oficial de Estado Mayor” pero “un mal conductor de tropas en el terreno”. Y añadía, resignado: “¿Para qué cambiar?”.
Perón —que en tanto líder verticalista no requería un buen oficial de estado mayor, ya que esa función estaba a su exclusivo cargo— aceptará las razones de Scalabrini y, en carta del 18 de marzo de 1958, ahora datada en Ciudad Trujillo, le dirá: “Usted ejerce una jefatura espiritual innegable. No le pido que la transforme en un mandato político sino que la emplee para nuclear esfuerzos, para evitar dispersiones que no responden a la realidad”.
Y agregaba estas palabras que, pese al olvido de muchos, siguen teniendo candente vigencia: “En el campo intelectual, como en los demás frentes de lucha, se han ido conformando bloques antagónicos e irreconciliables que libran batallas enconadas y continuarán combatiéndose implacablemente”. Después, acota: “Nosotros no queremos apaciguamientos ni transacciones, ni eclecticismos de conveniencia con los que representan intereses antinacionales y antipopulares”. Y hace esta salvedad que amengua sin contradecir lo expresado anteriormente: “jamás ahondaremos divisiones con quienes están en la línea de pensamiento que sobrepone los intereses de la Patria a toda consideración de otra índole. Lo que sobran son puestos para esta lucha, que nadie se aleje de ellos por incomprensión, por suspicacia, por plantear mal las cuestiones. En esa obra de persuasión es que reclamo su concurso, para que aclare panoramas que algunos no ven con nitidez, para que termine con fricciones o antagonismos artificiales”.
La misión de esclarecimiento (político, económico, cultural, historiográfico) en realidad ya la venía cumpliendo Scalabrini desde la década del ‘30 y, luego de un impasse paradójicamente involuntario durante los años dorados del peronismo1, la prosiguió sin tregua a partir del día inmediatamente posterior al golpe de Lonardi. Primero, con sus colaboraciones en “El Líder”, “El Federal” o “De Frente” —el semanario de Cooke—, y más tarde, cuando se vio privado de esas tribunas, a través de sus notables artículos en la segunda época de la revista “Qué”, dirigida a la sazón por el empresario Rogelio Frigerio.
Raúl Scalabrini Ortiz. Fuente: Museo Nacional Ferroviario.
Según relata Norberto Galasso en su biografía de Scalabrini2, el puente con el futuro “monje negro” del presidente Frondizi lo había tendido Arturo Jauretche, su amigo y ex compañero de FORJA. Don Arturo ya aparecía citado en “Qué”, en el Nº 97, del 21 de agosto de 1956. Allí se transcriben fragmentos de una carta suya a Alfredo Palacios, esbozo de lo que luego sería su célebre Medio pelo, pero recién se convertirá en columnista habitual del semanario —aunque menos asiduo que Scalabrini— a partir de julio de 1957. Para ese entonces ya hacía un año que Raúl venía dictando su cátedra patriótica desde la revista de Frigerio.
Recordemos que ésta, cuyo nombre completo era “Qué sucedió en siete días”, había sido fundada en 1946 por Baltasar Jaramillo con la intención explícita de “informar sin juzgar ni tomar partido”, pese a lo cual pronto tomaría un sesgo crítico que va a determinar su clausura por parte del gobierno peronista al llegar a su edición número 57 (septiembre de 1947).
Volverá a aparecer ocho años más tarde, ya fallecido Jaramillo, y ahora bajo la orientación de Frigerio. En los primeros números de esta segunda etapa, “Qué” se alinea con las diversas publicaciones políticas o “de interés general” dedicadas a denostar al “tirano prófugo” y a sus silenciados seguidores. “Pero a poco, y más señaladamente a partir de la incorporación de Raúl Scalabrini Ortiz como columnista, esa tendencia decae y comienza a revertirse, hasta tomar un rumbo acentuadamente crítico del gobierno ‘libertador’, y a propugnar una política de frente nacional, recreadora y superadora a la vez del que llevara al poder a Perón en 1946”3.
Lo destacable es que, como antes había sucedido con el clausurado diario “El Líder”, la participación de la dupla Scalabrini – Jauretche elevó sustancialmente la tirada de la revista de 30.000 a 200.000 ejemplares. Para entonces ya se había convertido en un trampolín para el ascenso a la presidencia de Arturo Frondizi.
Obviaremos relatar, por conocido, lo ocurrido después, es decir: la capitulación de Frondizi y Frigerio, la consiguiente furia y alejamiento de Jauretche y el desencanto final de Scalabrini, lo que sin duda apresuró su muerte, a los 51 años, el 30 de mayo de 1959. Todo ello ha sido relatado acabadamente en el citado libro de Galasso, al que remitimos al lector interesado.
Lo cierto es que tras el alejamiento de Scalabrini y Jauretche la revista “Qué” sufrió una acelerada sangría de lectores y entró en una decadencia paralela a la del gobierno que había ayudado a entronizar. Ahora, los editoriales de la revista iban a estar a cargo de su nuevo director, el nacionalista Mariano Montemayor. Como diría un conocido humorista: ya “no era lo mismo”.
Scalabrini director de "Qué"
En la breve etapa —menos de una decena de números, entre el 10 de junio y el 5 de agosto de 1958— en que es elevado a la dirección de “Qué”, amén de continuar su prédica de recuperación nacional a través de sus aleccionadores artículos —los que, como hemos dicho en otro lugar4, deberían ser de lectura obligatoria en todas las universidades argentinas y particularmente en nuestras facultades de periodismo—, Scalabrini supo cumplir con el mandato de Perón acogiendo en sus columnas a diversas figuras del pensamiento nacional, notoriamente acalladas por el régimen y unidas por el común denominador de saber sobreponer —como decía el General— “los intereses de la Patria a toda consideración de otra índole”.
Así durante la efímera conducción scalabriniana, desfilarán por las páginas de “Qué” las firmas de nacionalistas clericales como el padre Leonardo Castellani y Mario Amadeo (ya de vuelta de su aventura “libertadora”); historiadores revisionistas como José María Rosa y Roberto Tamagno; economistas heterodoxos como Juan Pablo Oliver; escritores nacionales como Armando Cascella o José Luis Muñoz Aspiri y hasta pensadores ligados, en un sentido amplio, a posiciones de izquierda nacional como Rodolfo Puiggrós, Juan José Hernández Arregui y John William Cooke.
Curiosamente, en ninguno de los nueve números dirigidos por Scalabrini —y tampoco en los anteriores y posteriores de “Qué”, seamos justos— aparecerá ninguna firma ligada a la Izquierda Nacional (IN) propiamente dicha. Ni Jorge Abelardo Ramos, ni Jorge Enea Spilimbergo, ni Esteban Rey o Enrique Rivera, figuras prominentes de la IN de entonces, fueron convocados por el autor de La manga para publicar algún artículo o someterse a algún reportaje en su revista. Y conste que, para entonces, ya era Ramos, sobre todo él, un intelectual de prestigio dentro del movimiento nacional, autor de incontables artículos periodísticos y de tres libros polémicos pero insoslayables como América Latina, un país (1949), Crisis y resurrección de la literatura argentina (1954) y la primera edición de Revolución y contrarrevolución en la Argentina (1957), obra que sí había sido comentada in extenso y elogiosamente por Jauretche en el número de “Qué” del 24 de septiembre de 1957.
Puede existir una serie de explicaciones circunstanciales para esta omisión —entre ellas la mera casualidad o la brevedad de la experiencia directriz de Scalabrini en “Qué”— pero se nos ocurre una de mayor peso que tiene que ver con que la Izquierda Nacional, más allá de algunas disensiones menores entre sus integrantes, jamás abrigó ilusiones en la política “de integración y desarrollo” auspiciada por Frondizi. Con diáfana claridad lo dice Jorge Enea Spilimbergo en el Nº 4 de “Política”, periódico de los izquierdistas nacionales que comienza a publicarse, bajo su dirección, en octubre de 19585, es decir pocas semanas después de que, abatido por la enfermedad y la política claudicante de Frondizi, Scalabrini abandona la dirección de “Qué” y se sume en el silencio, obviando con esa actitud acrítica hacerle el juego a la oposición gorila, siempre pronta para asestar el zarpazo golpista que los devolviera a los primeros planos como en septiembre del ‘55.
En respuesta a un lector que defiende el posibilismo frondizista como la única opción para una política nacional, reclamando la creación de “una conciencia de apoyo a cuanto intente Frondizi a favor de nuestra industria pesada, por más teñido de repugnante burguesía que esté el proceso”, Spilimbergo responde que “en las presentes condiciones históricas es inevitable el divorcio entre industrialización burguesa y antiimperialismo”. Y aclara, luego de pasar factura “al ‘antiimperialismo petrolífero’ de Frondizi, como coautor del golpe del ’55”, y por lo tanto generador de “nuestra actual penuria económica”, que “no vamos a repetir nosotros con Frondizi la política facciosa de Frondizi contra Perón, es decir, no atacaremos frontalmente su industrialización proyanqui para favorecer de hecho el ruralismo proinglés”. La crítica de “Política” —sigue Spilimbergo— va en otro sentido y tiene que ver con negar el determinismo “que presenta como inevitable la entrega a los norteamericanos”, ya que si es cierto que faltan capitales en el país, lo que no falta es riqueza6.
Por consiguiente, cuando se pretende mostrar como inevitable el ‘chaparrón de dólares’, nosotros respondemos: será inevitable como alternativa a la abstinencia de los ‘antiimperialistas’ burgueses, que nada pueden ofrecer en las actuales circunstancias. Pero hay un camino que resuelve de un modo simultáneo las exigencias de la soberanía económica y de la industrialización. Consiste en expropiar toda riqueza parasitaria, en movilizar íntegramente nuestro potencial económico; en democratizar la economía y planificarla con la intervención de los obreros y los técnicos, aunque se respete en distintos grados la propiedad privada productiva. Medidas como éstas, que en sí mismas no son socialistas, no puede realizarlas la burguesía ni acaudillarlas la pequeñoburguesía, porque exigen una movilización revolucionaria de gran envergadura y proyecciones continentales.
El artículo es extenso, y no es el caso de reproducirlo aquí íntegramente. Pero no resistimos la tentación de transcribir un fragmento más, tan edificante para la circunstancia argentina contemporánea:
Como nos lo revela la experiencia —sostiene Spilimbergo— ha llegado el momento de no confiar ya en la industrialización burguesa, de plantearnos un nuevo objetivo que nos impedirá caer en la órbita de esa burguesía poltrona, venal y cobarde que reclama nuestro apoyo para tareas ‘nacionales’ de las que abdica, vendiéndonos a la vuelta de la esquina. (…) Mientras Frondizi (del brazo de los yanquis) desarrolla (o no desarrolla) la siderurgia y el petróleo sentando ciertas premisas objetivas que facilitan una revolución popular victoriosa, nosotros, con la ayuda del propio Frondizi (con la experiencia que él aporta) promovemos la aparición de otra no menos indispensable condición objetiva: una conciencia de masas acerca del abismo entre la industrialización burguesa por un lado, y las necesidades y posibilidades del país, por el otro.
Seríamos injustos y nos alejaríamos de la verdad histórica si dijéramos que Scalabrini disentía de plano con el razonamiento de Spilimbergo. No, por lo menos en su desconfianza a la posibilidad de desarrollar el país en base al capital imperialista, que fue, en definitiva, lo que planteó el frondizismo apenas salido del triunfo del 23 de febrero. “El verdadero capital que necesitamos es la movilización de la iniciativa y el trabajo argentino”, escribía Scalabrini el 15 de abril de 1958 y, en su último editorial como director: “confieso que tengo un ánimo predispuesto en contra de lo que usualmente se denomina capital extranjero (…). El capital no fue entre nosotros un simple factor de los fenómenos financieros o económicos. Fue esencialmente un arma de dominio que permitía anteponer a los pueblos sujetos a una conducta predeterminada sumergidos en una especie de marasmo muy parecido a una especie de estupidización colectiva” (“Qué”, N° 193).
Tapa de Qué. N° 145. 27 de agosto de 1957. Fuente: CEDINPE.
Tampoco difería en su prevención hacia comerciantes e industriales que en la caída de Perón entrevieron “una posibilidad de disminuir las exigencias de empleados y obreros”. (“Qué”, N° 188). En lo que no creía, empero, seguramente por percibirlas no viables en esa coyuntura, era en soluciones drásticas como las que propugnaba entonces la IN, que bueno es recordarlo, por entonces seguía filiada a la tradición política del trotskysmo. “Qué”, por lo menos en la etapa dirigida por Scalabrini, propiciaba la imprescindible necesidad de construir una industria pesada. La diferencia, más allá de las prevenciones expuestas, era que aún confiaba en que la pequeña burguesía y el sector de la burguesía industrial representados por Frondizi y Frigerio, respectivamente, podía hacerlo negociando con el capital extranjero sin dejar de resguardar la soberanía del país.
Si estas posturas estratégicas son debatibles a la luz de la experiencia histórica, lo que no se puede discutir, en cambio, es la independencia de criterio ?siempre y cuando ésta no facilitara el juego del enemigo común? demostrada por Scalabrini en sus días en la dirección de “Qué”. Solo dos ejemplos. Uno: mientras Frondizi, en su afán maquiavélico de quedar bien con Dios y, sobre todo, con el Diablo, promueve los ascensos de Aramburu y Rojas, Scalabrini los “degrada” simbólicamente desde las páginas de “Qué”. “Desde el punto de vista nacional, es lo único que se les podía agradecer: que se hayan ido” ?asevera en su editorial del 1° de julio. Y agrega: “No es ésta una manifestación partidaria ni sectaria. Es una expresión de indignación argentina por la obra antinacional cumplida desde el gobierno por esos dos señores”.
Otro ejemplo: el fuerte cuestionamiento, no exento de ironía, al rector de la UBA, Risieri Frondizi (hermano del Presidente) por su proyecto de edificar una suntuosa Ciudad Universitaria, “especie de Brasilia científica a erigirse en terrenos de la Costanera Norte”. “La cultura general ?sostiene Armando Cascella, autor de la nota, con la obvia anuencia de Scalabrini? no resultará incentivada, ni tangenciada en lo más mínimo por ese faraónico despliegue de opulencia universitaria” (“Qué”, N° 193).
Él ya lo había dicho alguna vez: si le hubieran ofrecido un periódico en los tiempos del peronismo hubiera hecho uno opositor marcando los errores y desvíos del movimiento al que sin embargo apoyaba.
Por otro lado, más allá de las críticas matizadas pero concretas al oficialismo, si algo resalta Scalabrini en sus editoriales y en las columnas que la revista incluye en esta etapa es la gestión depredatoria y probritánica del gobierno de facto, al tiempo que a través de notas que apelan a la memoria popular (Sección “¿Recuerda Ud.?”), reivindica el perfil nacional del gobierno peronista y rinde homenaje a sus mártires como los fusilados del 9 de junio, no sin hacer hincapié en la necesidad de abjurar de todo espíritu revanchista.
Por eso, sin abandonar la línea de la revista, de apoyo al frente electoral que elevara a Frondizi a la presidencia de la Nación, Scalabrini auspiciará la consolidación de ese frente, transformándolo de mera alianza para llegar al poder en un verdadero Frente Antiimperialista que propicie la confluencia, detrás de un programa de liberación, de los sectores nacionales oprimidos por la vieja Argentina sumida en el “primitivismo agrario”. Para ello abogará por la restitución de oficiales y suboficiales expulsados de las Fuerzas Armadas por la Revolución llamada Libertadora y la posterior reestructuración de aquellas en base a la capacidad profesional de unos y de otros. En el mismo sentido, urge a los legisladores por la pronta sanción de la Ley 14.455 de Asociaciones Profesionales que, entre sus puntos más salientes le otorgará la personería gremial al sindicato más representativo por rama de producción al par que creará un consejo nacional de relaciones profesionales con representación obrera, estatal y empresarial. Con ello se procuraba el fortalecimiento de dos de las principales columnas que habían sostenido el frente nacional durante la década del ‘45 al ‘55.
Scalabrini asume la dirección de “Qué” cuando el tema petrolero ?“la batalla del petróleo” como la presenta el oficialismo? se encuentra en su momento más álgido. Ella consistía, según el discurso de Frondizi del 24 de julio de 1958, en la firma de diversos contratos con compañías extranjeras, norteamericanas en su mayoría, que cooperarían con sus capitales para lograr el autoabastecimiento en materia de combustibles sin desmedro de la participación rectora de YPF ni mucho menos de la soberanía del país. Al mismo tiempo anuncia que enviará al Congreso un proyecto de nacionalización de los hidrocarburos. Scalabrini confía en la palabra del presidente y lo felicita personalmente pues “tras tantos años de pesadumbre y desaliento, tenemos derecho a respirar una ráfaga de optimismo” (“Qué”, 29-7-58). Poco después de escrita esa nota, sin embargo, se da a conocer la letra chica de los contratos y la fe de Raúl en el gobierno se derrumba. Lo que se creía eran contratos de locación de obra se convierten en concesiones notoriamente lesivas para el dominio soberano de nuestra riqueza energética. Al número siguiente anuncia su renuncia a la dirección de “Qué”. Ese último número dedica su editorial al análisis pormenorizado de los acuerdos, llegando a la conclusión de que si algunos están “en el margen de lo aceptable”, otros, especialmente el logrado con la banca Loeb, “merece en cambio serias objeciones”. Finalmente, tras reproducir entusiastas declaraciones de Américo Ghioldi (al que no por nada Jauretche llamaba “Norteamérico”) en favor de los acuerdos alcanzados con el capital extranjero, Scalabrini brinda su toque de atención al presidente: “programas de gobierno que hubieran merecido el apoyo del profesor Ghioldi no hubieran obtenido el apoyo de cuatro millones de votos” (“Qué” N° 193, 5-8-1958).
Ahora, otra vez en el llano, Scalabrini se encuentra entre la espada y la pared. La opción es enfrentar la política claudicante del tándem Frondizi-Frigerio y unirse al bando de los gorilas que añoran a la Libertadora o practicar un seguidismo oficialista que repugna a sus convicciones. No le queda pues, otra alternativa que el silencio. Luego vendrán la Ley de radicación de capitales extranjeros, la aplicación del Plan Conintes, los acuerdos con el FMI y el encumbramiento en el área económica de Álvaro Alsogaray con su programa “de estabilización y desarrollo”. La “traición de la burguesía industrial”, como diría Esteban Rey, ya estaba consumada. Cuántas veces, podemos imaginar, en aquellos amargos días en que decepcionado y ya en trance de muerte se repliega en la biblioteca de su casa de Estación Borges, habrá recordado Raúl la frase de Bolívar: “he arado en el mar”. Ahora se multiplican los cuestionamientos de quienes sin saber lo grave de su enfermedad lo consideran un traidor porque no se expide críticamente sobre la claudicación del gobierno. En este punto nada mejor que el propio Perón para poner las cosas en su lugar:
Scalabrini era un sincero patriota que anhelaba, por sobre todo, el bien del país (y) no dudó en prestar su colaboración para todo lo que fuera el bien de la patria. Cuando en 1958 el Gobierno de Frondizi anunciaba su política en consonancia con los postulados nacionales coincidentes en resistir la entrega que se había venido realizando durante la dictadura de Aramburu, Scalabrini estuvo al lado de Frondizi y cuando en 1959 su gobierno se apartó de esa política, Scalabrini, fiel a los principios que habían reglado su vida se apartó de inmediato. Recuerdo perfectamente este hecho que él me comentaba en sus cartas porque el peronismo tuvo en la emergencia una conducta similar a la de él. Estábamos decididos a apoyar al gobierno en cuanto éste respetara los compromisos contraídos. Coincidentemente con la conducta que Scalabrini Ortiz siguió en el año 1959 hasta su renuncia de la dirección de ‘Qué’, el Movimiento Justicialista denunciaba el pacto y se apartaba, negando todo apoyo al frondizismo7.
2. Norberto Galasso, “Vida de Scalabrini Ortiz”, ed. Del Mar Dulce, Buenos Aires, 1970. Hay edición más reciente.
3. Ver Juan Carlos Jara y Marco A. Roselli, “Jauretche visto por sus contemporáneos”, Ediciones Instituto Superior Arturo Jauretche, Merlo, Pcia. De Bs. As., 2021; p. 118.
4. Juan Carlos Jara. “Brizna de multitud. Vida y pensamiento de Raúl Scalabrini Ortiz”, Ediciones Instituto Superior Arturo Jaretche, Merlo, Pcia de Bs. As., 2009.
5. Además del periódico citado pueden verse: Esteban Rey. “¿Es Frondizi un nuevo Perón?”, ed. Lucha Obrera, Bs. As., 1957 y Enrique Rivera, “Peronismo y frondizismo”, ed. Patria Grande, Bs. As., 1958.
6. En consonancia con ese pensamiento había dicho Manuel Ugarte años antes: “necesitamos capitales”, dicen algunos. “¡Como si la riqueza no fuera capital!”. En: “La reconstrucción de Hispanoamérica”, Bs. As., Coyoacán, 1961; p.82.
7. Carta del General Perón a Norberto Galasso (7-11-1967).