Alpargatas y libros
No se trata de exaltar la ignorancia o el analfabetismo, pero ¡cuánta razón tenía Martín Fierro cuando afirmaba aquello de que “es mejor que aprender mucho el aprender cosas buenas”!
A cada paso uno se encuentra en los medios de difusión, en ámbitos de la literatura, de la política, del saber en general, ejemplos a carradas de personajes llenos de erudición, expertos en bizantinismos de toda laya, insufribles “pedantones al paño” como diría Machado, que nos hacen recordar aquella sentencia de Hernández o esta otra de Leonardo Castellani con las que Jauretche abre su libro “Los profetas del odio y la yapa” (Peña Lillo, 1967). Decía el padre Castellani:
Qué gente que sabe cosas
la gente de este albardón;
qué gente que sabe cosas,
pero cosas que no son.
Se puede argüir que los autores que citamos (Cooke, Jauretche, en menor medida Castellani), más allá de sus diferencias, se inscriben en una línea política largamente execrada por la parte “más sana y culta” de la población. Pero para quienes opinan así, les podemos traer este pensamiento de Esteban Echeverría, notorio “civilizado” -si nos atenemos a páginas como las de “El matadero”, “La cautiva” o el mismo “Dogma socialista”-, hombre ligado a la emigración unitaria, que sin embargo decía en 1837, en una de sus disertaciones en la librería de Marcos Sastre, donde se reunía la gente de la Asociación de Mayo:
Más vale ignorancia que ciencia errónea, pues el que ignora puede aprender; y es difícil olvidar errores para adquirir verdades.
Casi estaríamos por creer que en Echeverría se inspiraron los creadores de aquel estribillo popular que hizo bramar de indignación a las almas de cristal veneciano en las jornadas previas a octubre del ‘45: “Alpargatas sí, libros no”, y que le hizo decir a John William Cooke (revista “De Frente, 1955), con no poca exactitud:
Un día se oyó en las calles de Buenos Aires el grito de “Libros no, alpargatas sí”. Muchos se escandalizaron. Primero que nadie, los que habían escrito libros que valían menos que una alpargata. Pero la mayoría comprendió: con ese grito se estaba repudiando a una clase intelectual que vivía de espaldas al país y a su hombre.
Entre los muchos que se escandalizaron se hallaban los hombres del socialismo juanbejustista, destinatarios principales de aquella consigna popular, la que constituía en realidad una respuesta al slogan “Libros, sí, botas no”, impuesto por los manifestantes de la Federación Universitaria Argentina, durante la Marcha de la Constitución y la Libertad (septiembre 1945), en abierta oposición “democrática” a los militares de la revolución de junio y muy particularmente al más esclarecido de ellos.
Sin embargo, la frase tenía una data más lejana, muy anterior a Perón, y notoriamente ligada a la disyuntiva sarmientina que, según Jauretche en otro libro célebre, parió a todas las zonceras con que el aparato cultural de la oligarquía nos ha venido abrumando durante cerca de dos siglos: civilización o barbarie.
En un volante de 1916 del Partido Socialista, rescatado y transcripto por Norberto Galasso en el primer tomo de sus “Aportes críticos a la historia de la izquierda argentina” (Nuevos Tiempos, 2007), se lee esta crítica al aumento en el arancel aduanero a la importación de zapatos:
¡Enemigos de los botines! Un par de botines pagaba término medio, tres pesos de impuesto aduanero. Ahora pagará seis. Si usted es enemigo de la alpargata y amigo de la civilización, vote por el Partido Socialista.
Imposible patentizar con mayor claridad el significado de ambas expresiones: las alpargatas, vistas como sinónimo de incuria, barbarie, criollaje indolente en última instancia, frente a la civilización -de signo europeo, “of course”-, a la que debemos aspirar aún a costa de nuestra propia indefensión y descastamiento.
Si fuera necesaria una respuesta a semejante zoncera, vaya este agudo aforismo del viejo José Néstor Lencinas:
Las montañas se suben en alpargatas.