Imitar a Europa es conservar un alma colonial
El patriotismo continental que preconiza Rufino Blanco-Fombona1 encuentra tierra fértil en el campo literario. La adhesión de Rufino al ideario bolivariano lo lleva a presentarse como un escritor iberoamericano y no meramente venezolano. Es preciso deshacer el nacionalismo de las Patrias Chicas y plasmar el proyecto de Bolívar también en el plano de la cultura.
Heredero espiritual de las ideas de Bolívar, que tuvo y quiso por patria la América de uno a otro lindero, siempre he sido fervoroso americanista. Literariamente nunca hice la menor diferencia entre mi República y las otras Repúblicas hermanas. Soy compatriota de todos los iberoamericanos. No quisiera que me llamasen nunca escritor de Venezuela, sino escritor de América. Yo no escribo para los cuatro gatos locos de mi país. Escribo para sesenta millones de américolatinos y veintitantos millones de españoles. Mi patriotismo es un sentimiento de raza.2
Blanco-Fombona argumenta que el modelo económico semicolonial implantado en Nuestra América durante el siglo XIX conformó pueblos mineros y pastoriles, encargados de producir materias primas para la exportación hacia los países industrializados de Europa y a los Estados Unidos. Este modelo orientado hacia el mercado exterior no propició la formación de lazos comerciales entre los países de la región, que tuvieron un vínculo mucho más estrecho con sus nuevas metrópolis que con las otras provincias formalmente soberanas de la Nación hispanoamericana deshecha. Sin embargo, Blanco-Fombona sostiene que la evidente desconexión económica puede ser contrapesada a través de la unidad cultural ya que la nacionalidad hispanoamericana se ha puesto en marcha en el terreno literario.3
Rufino Blanco Fombona. Fuente: Ministerio del Poder Popular para la Comunicación y la Información (Venezuela).
La prédica en favor de una literatura bolivariana supone abandonar la copia constante de la literatura europea en la que incurre la intelligentzia, ya que quien imita conserva un “alma colonial”.4
En nuestra América necesitamos crear, en arte, el nacionalismo. Es decir, el arte propio. No lo tenemos; por el camino que vamos no lo tendremos nunca. Somos artistas y espíritus reflejos. Carecemos del pudor de imitar. Nos faltan la decisión y la desfachatez de ser nosotros mismos. Mucho se obtendría ya, si lográsemos sinceridad. Necesitamos arte, no artificio. Personalidades, no escuelas. Americanos, no europeos trasplantados.5
El arte nacional que pregona Blanco-Fombona, quien no cae en el error de adoptar posturas xenófobas, parte de considerar a Hispanoamérica como una nación inconclusa. Vale recordar un principio fundante del pensamiento nacional: las ideas no tienen patria pero tampoco tienen validez universal desarraigadas de la realidad nacional. Al respecto, afirma Norberto Galasso:
Las ideas o pensamientos nacionales no lo son por su lugar de origen, sino por la función que cumplen en la lucha antiimperialista. Si concurren a quebrar el vasallaje son nacionales y si favorecen su consolidación son coloniales, no importando que unas y otras hayan sido elaboradas aquí o en el extranjero.6
Blanco-Fombona se inclina por la circulación libre de ideas en la medida en que los países dominados sean capaces de formular un pensamiento propio y no se transformen tan sólo en reproductores de las ideas emanadas por las naciones dominantes.
Naturalmente, no debemos erigir murallas de China contra nada ni contra nadie. Las ideas vuelan por encima de las murallas. (…) Conozcámoslo todo, sin ceder a nada. (…) De lo contrario, nuestro pensamiento no sería nuestro. De lo contrario, nuestro arte será un arte híbrido, violento, contra natura; y no produciremos sino literatura de artificio, prosa mestiza, poesía descastada, una obra sin arraigo en el suelo de donde surge, planta exótica, pronta a morir. Es necesario, en suma, que obedezcamos a nuestros ojos, a nuestros nervios, a nuestro cerebro, a nuestro panorama físico y a nuestro mundo moral. Es necesario que creemos el nacionalismo en literatura, el arte propio, criollo, exponente de nuestros criollos sentir y pensar. La patria intelectual no es el terruño; pero procuraremos que pueda serlo.7
Blanco-Fombona realiza una aguda crítica al eurocentrismo cultural que abunda en Nuestra América a comienzos del siglo XX.
Los pueblos americanos han podido ser, en la historia, una cosa absolutamente original. Sobre la cultura de Europa –o por lo menos sin desconocerla– han podido fundar una cultura propia, deliberadamente diferenciada. Aún sería tiempo. Pero nadie desea la originalidad, sino la imitación: continuar a Europa, simularla, simiarla. El mono es animal del Nuevo Mundo. Haremos con la cultura lo que hizo con la navaja el orangután que vio afeitarse a un hombre: nos degollaremos.8
El planteo acerca de una literatura autóctona conduce a Blanco-Fombona a tratar el tema de la identidad hispanoamericana. El autor afirma que es inconcebible pensar al hombre americano como puramente español ya que esto borraría de nuestra realidad al mestizaje. La identidad hispanoamericana está conformada por indios, negros y europeos9. Los pensadores que reducen lo iberoamericano sólo a la raíz europea se equivocan tanto como aquellos que promueven un indigenismo hipertrofiado, crítica que Blanco-Fombona le formula al escritor nicaragüense Rubén Darío.
Cuando él (Rubén Darío) quiere recordar a los Estados Unidos las glorias de nuestra América, cita los nombres de Netzahualcóyotl y de Moctezuma: y omite en cambio a los hombres de nuestra raza, a los que han constituido nuestra patria e ilustrado nuestros anales. (…) No, querido poeta; cuando se quiere imponer respeto a los enemigos de América, de nuestra América, no puede prescindirse de Bolívar, de Sucre, de San Martín, de Miranda, de Hidalgo, de Santander, de los Carrera y de Morazán.10
En la obra de Francisco Silva11, aunque en menor medida que en los escritos de Blanco-Fombona, también se puede apreciar el tópico de la creación de un arte nacional. Silva arguye que la provincia de Córdoba permaneció, en gran medida, ajena al proceso inmigratorio que transformó la cultura de Buenos Aires y el Litoral. Esto permitió conservar intacta la tradición hispana e indígena de las que debe nutrirse el arte nacional, alejado del cosmopolitismo y el materialismo que caracteriza a la ciudad-puerto. Este tema aparece con fuerza en los escritores nacionalistas del Centenario como, por ejemplo, Manuel Gálvez quien en su novela El diario de Gabriel Quiroga del año 1910 expresa que el arte vernáculo bebe de las aguas de la tradición colonial. Veamos lo que dice Francisco Silva.
La ciudad colonial, como impropiamente se la llama a diario en Buenos Aires, hállase saturada de recuerdos indígenas y españoles que todavía se sienten. (…) Entre los valles y las cumbres de la sierra vive el espíritu de la montaña, que recuerda algo las divinidades territoriales de las tribus indígenas. Tal surge estupendamente entre hermosos paisajes que por su fuerza se prestan para la creación de un arte nacional puro, sin exotismos extranjeros. Esa orientación hacia el paisaje nativo parece estar señalada a los jóvenes pintores provincianos, y de ella resulta una honrada rectificación contra la desnacionalización que los políticos del puerto de Buenos Aires han introducido en Argentina desde 1810, provocando, por una parte, el desprecio a España, lo cual es ridículo en gentes de su misma raza, y difundiendo, por otra parte, el desdén hacia lo nativo y lo indígena, lo que se me antoja grotesco, porque implica el escarnio de la tradición12.
Libro El Libertador Bolívar y el Deán Funes en la política argentina de Editorial América. Fuente: archive.org
La concepción de Blanco-Fombona acerca de la identidad hispanoamericana se asemeja a la defendida por Manuel Ugarte, quien supo afirmar que en Nuestra América “somos indios, somos españoles, somos latinos, somos negros, pero somos lo que somos y no queremos ser otra cosa”.
La comunidad de ideas y sentimientos entre los escritores iberoamericanos de comienzos del siglo XX se refleja en una carta que Blanco-Fombona le envía a Ugarte el 31 de enero de 1911, en la que acusa recibo del libro El porvenir de la América Latina y destaca que “(…) entre los pueblos de América, hasta hoy, existe un alma común. Me refiero a nuestra América, por supuesto. Escribiría con mucho gusto sobre tu libro, si tuviera en dónde, pero estoy sin tribuna”13.
No debemos pasar por alto que Blanco-Fombona, uno de los grandes escritores de habla hispana, no tiene donde publicar sus escritos. Hace tiempo ya que ha comenzado a recorrer el camino de los malditos sepultados por la superestructura cultural de Nuestra América. Tal vez sea esta carencia la que llevó a Blanco-Fombona a fundar, años más tarde, la Editorial América para recobrar la voz de los pensadores y líderes de la Patria Grande.
2. Rufino Blanco-Fombona. Selección e introducción a cargo de Norberto Galasso, Caracas, El Cid Editor, 1977, p. 251.
3. Ibíd., p. 252-253.
4. Ibíd., p. 107.
5. Ibíd., p. 280.
6. Galasso, Norberto, Imperialismo y pensamiento colonial en la Argentina, Buenos Aires, Roberto Vera Editor, 1985, p. 14.
7. Rufino Blanco-Fombona. Selección e introducción a cargo de Norberto Galasso, op.cit., pp. 280-281.
8. Ibíd., p. 282.
9. Ibíd., p. 253-254.
10. Ibíd., p. 257.
11. J. Francisco V. Silva (1893-1978). Historiador cordobés. Formado intelectualmente en España, donde conoció a Blanco-Fombona, quien le permitió publicar algunos de sus principales trabajos en la Editorial América. Se lo considera uno de los pioneros del revisionismo histórico en la Argentina aunque su obra, en el presente, es desconocida por la gran mayoría de los académicos del país.
12. Silva, Francisco, El Libertador Bolívar y el Deán Funes en la política argentina, op.cit., pp. 56-57.
13. Rufino Blanco-Fombona. Selección e introducción a cargo de Norberto Galasso, op.cit., p. 303.
Imagen de portada: detalle de retrato de Rufino Blanco-Fombona. Fuente: textos.info