Religión y política IV. Cristina entra a un restaurante

Cuarta entrega de la serie sobre religión y política. ¿Qué pasa cuando se ponen en contacto lo profano y lo sagrado?
Por Aarón Attías Basso *

Entra Cristina a un restaurante, por caso Sottovoce. Alguien de su comitiva le abre la puerta, pues personas de este porte nunca están solas en público y menos aún manipulan picaportes. Está vestida con su habitual elegancia, propia de las clases superiores. Perfumada con Tocade, de Madame Rochas, su pelo cobrizo brilla con las luces y contrasta con el tapado jaspeado que, al llevarlo abierto, permite lucir su collar de perlas. Bastan solo dos pasos desde el umbral para que absolutamente todos los comensales adviertan su presencia.

Aquellos sentados de espalda a la puerta notan que algo pasa, ya que hay una repentina transformación del gesto de quienes los acompañan. Los más discretos preguntan qué está pasando, los más vulgares directamente giran la cabeza apoyando la mano en el respaldar de sus sillas, para luego voltearse de súbito y compartir su sorpresa con el resto de la mesa. Incluso si hubiera algún turista desorientado se daría cuenta que está en presencia de alguien de máxima jerarquía o, para ser más preciso, alguien que ha escapado (por arriba y por abajo) de toda escala jerárquica.

Cristina se aproxima a su mesa y el sonido de sus tacos cataliza un murmullo que rápidamente crece en intensidad. Hay quienes sonríen, sí. Pero en la mayoría hay disgusto, expresado en gestos sobreactuados de indignación e insultos con sordina. Todo hierve y se confunde en el pecho de los espectadores; su ritmo cardíaco se acelera, sus extremidades se inquietan. Se producen miles de movimientos pequeños pero ruidosos; las sillas rechinan, los cubiertos chocan con la porcelana. Se percibe desorientación y temor en este espacio, normalmente considerado seguro, ordenado, predecible, pulcro y servicial.

Cristina Fernández de Kirchner. Fuente: diariofemenino.com

El personal tampoco sabe como reaccionar. Los dos mozos que se ocupan de esa sección se miran, mudos, preguntándose si deberían acercarse a la mesa a servir a Cristina y su entourage, como si fuera una clienta más. Otra moza, regularmente encargada de una sección distinta, no puede evitar una sonrisa. Siente afecto por ella y, si bien está nerviosa, quiere acercarse. Su presencia en el restaurante la fortalece, no es más una empleada sino una trabajadora. Aunque no pueda decirle nada, pues sabe que no está bien visto que el personal de servicio tenga una actitud demasiado afable con los clientes, esta es su oportunidad para estar cerca. Pero está paralizada.

En cuanto Cristina toma asiento, descendiendo a la misma altura del resto, alguien junta coraje y le grita «fuerza Cristina», otro se para intentando comenzar un aplauso y, con temblor en las piernas, solo logra gritar un sentido «viva Perón». De inmediato hay un contrafuego, varios le gritan «chorra», «andate» e «hija de puta», con mucho énfasis en las consonantes. Esto no es La Matanza, sus detractores saben que no pueden permitir que sea aclamada en un lugar como este. «Podrá vivir en Recoleta, pero esta no se la va llevar de arriba», se escucha. El escrache es imperioso para la defensa de la patria (y del estatus).

Quien la aplaudió insulta al agresor, reclama respeto ante la investidura. Uno y otro se aproximan y comienzan a empujarse, sus respectivos acompañantes intervienen. También intenta mediar el encargado, un poco para separarlos y reclamar «civilidad», otro poco para participar de la escena, al menos como personaje secundario. Una señora grita «basta». En el forcejeo pierden el equilibrio y se abalanzan sobre una mesa, rompen la porcelana, vuelcan el vino y manchan sus atuendos. El murmullo ya es un griterío, la conmoción es total. Los afectos están desatados por esta soberana presencia.

Hasta aquí llega la escena imaginaria que he evocado con el fin de ilustrar algunas cuestiones.

En principio, se ha violado una prohibición: aquella que dicta como necesaria la separación de quienes habitan el mundo de lo sagrado y quienes lo hacen en el mundo profano. Los personajes sacros, género del cual Cristina es uno de sus máximos ejemplares, son objeto de adoración por quienes los veneran y de execración por quienes los rechazan, son a la vez atractivos y repulsivos, nefastos y prestigiosos, nunca indiferentes dado el lugar estructurante que ocupan al interior de un conjunto social (Tonkonoff, 2019).

La prohibición de contacto funciona para preservar la sacralidad de estos personajes al impedir su profanación, pero también para proteger a todo el conjunto social de las pasiones violentas —corrientes de amor y admiración pero también de odio y agresividad— que desencadenan, aquellas que en tiempos normales permanecen reprimidas, sublimadas o ritualmente reguladas. Esta separación es necesaria, entonces, porque desata una dinámica de gasto que pone a los individuos en un estado de desubjetivación o comunicación fusional. Puesto que condensan la imaginación colectiva, son por definición individuos excesivos y ardientes.

Cristina Fernándezde Kirchner. Fuente: cfkargentina.com

La lista de personajes de este tipo es particularmente heterogénea, contiene en su interior a Pablo Escobar y a Miley Cyrus, a Muamar el Gadafi y a Elon Musk. Lo que todos tienen en común es que intervienen en la creación de realidad, son quienes con su palabra activan fuerzas colectivas, producen acontecimientos, hacen temblar a los mercados, movilizan comunidades y estabilizan o subvierten identidades.

Pero esto no es todo. La separación que antes postulé como necesaria ahora debe complementarse con su puesta en contacto ritual, de modo tal que sea posible cumplir con una segunda función central: la producción de momentos en los que aquellos que vivimos en el mundo profano podamos tener un acceso fugaz a lo sagrado, una oportunidad para la descompresión y la purga de ciertos modos de sentir, pensar y actuar prohibidos durante el tiempo normal. Es una suspensión reglada de las leyes que ordenan el tiempo de la producción, la acumulación, la sujeción, el encadenamiento de obras útiles. Los personajes sagrados son los protagonistas centrales e irremplazables de estos episodios de frenesí y catarsis, de gasto colectivo, de recreación periódica y espectacular de lo común.

Ante Cristina Fernández solo resulta extraña la apatía, pues es un personaje sagrado. Todo su poder proviene de quienes hacemos de ella la encarnación colectiva de la pureza o de la impureza.

* Mg. en Sociología y Ciencia Política. Docente en UNLa y en UBA. Investigador en CONICET-UNLa, FLACSO y en proyectos financiados por UBACyT y FONCyT.
Textos utilizados
Alexander, J. (2010). The Celebrity-Icon. Cultural Sociology 4(3) 323-336.

Bataille, G. (2003). La conjuración sagrada. Ensayos 1929-1939. Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora.

Tonkonoff, S. (2019). La oscuridad y los espejos. Ensayos sobre la cuestión criminal. Buenos Aires: Pluriverso Ediciones.