Cultura, identidad y política en Iberoamérica: Notas para el siglo XXI
Uno de los desafíos latentes en la concepción de las políticas internacionales de nuestros Estados latinoamericanos, ha sido históricamente el de consolidar una soberanía, arraigada en la construcción de una identidad iberoamericana. Curiosa convergencia al tratarse de unidades políticas independientes unas de otras pero en las que sin embargo, subyacen tendencias de arraigo a una unidad política y cultural integradora. Desde las conformaciones de los bloques económicos en los procesos de reestructuración del orden en la globalización, y los procesos de integración regional decurrentes, la dimensión cultural e identitaria ha sido uno de los factores fundamentales para consolidarlos y orientarlos en su proyección política institucional.
En el caso del Mercosur (tal vez el ejemplo histórico más consolidado de experiencia de integración regional en Iberoamérica), la cultura regional -desde esta perspectiva- ha sido un aspecto contenido en la propia Acta fundante del Mercosur en el Tratado de Asunción (1991) considerada fuente del proceso en curso. Y su centralidad se corrobora luego con el Acta de la Cultura de 1992 y desde 1995 la Red de Ministros de Cultura del Mercosur o Mercosur cultural, que con políticas culturales regionales reafirma esta centralidad estratégica como factor integrativo.
Fuente: Mercosur.
Es la cultura como producto de actores que confieren sentido al mundo material, desde la propia concepción del espacio tiempo donde la producción de procesos de entendimiento y sentir colectivo constituyen prácticas sociales. Prácticas situadas que definen al mismo tiempo identidades como construcciones colectivas desde y sobre la propia realidad vivenciada. La cultura se produce y subyace en estos procesos. Las identidades se constituyen en interacción con los contextos de producción de sentido y de prácticas materiales del desarrollo existencial de las personas. En Iberoamérica, una de las distinciones de estos procesos radica en advertir a la cultura como fuente de una amalgama de identidades que se conforma a partir de componentes culturales subyacentes históricos, pero en los que estos necesariamente interactúan con la dinámica objetiva de los procesos del presente.
Esta tensión conduce a consolidar a esa cultura iberoamericana como diversa y única al mismo tiempo, productora de identidades y de identidad. Es en este punto que un viejo interrogante cobra mayor sentido en el presente: si la identidad colectiva iberoamericana es autoafirmación y fuente de construcción de soberanía regional. En contextos como el actual, donde la crisis de un sistema de relaciones interestatales multipolar gira hacia una tendencia de la configuración de una sistema bipolar, con profundización de las asimetrías entre las tendencias culturales y las economías globales hegemónicas; el debate sobre la identidad como fuente de construcción de políticas de soberanía y autonomía tiene un profundo valor heurístico y político.
Por tanto, en un contexto de transformación estructural del orden global, estas consideraciones acerca de la identidad como factor de autoafirmación y soberanía tornan así mismo los procesos de construcción de estas prácticas colectivas de autoafirmación. Los alcances de las políticas de construcción de una identidad colectiva desde la institucionalidad del Mercosur son un claro ejemplo de la sobredeterminación de los gobiernos como constructores de esta cultura y de la conformación de una política internacional de los Estados que arraigue en esa pertenencia cultural común.
Otro problema conexo al que se expone es que a la fragmentación estatal de Iberoamérica como totalidad, cada Estado ha promovido la construcción de una identidad nacional particular, promovidas centralmente por el sistema colonial. Tendencialmente, en Iberoamérica en la contemporaneidad, la falta de ese poder de afirmación integral es fruto al mismo tiempo de un retroceso del propio proceso de integración regional, particularmente en el Mercosur. Pero de esto se sigue el debilitamiento del posicionamiento político de la región en el escenario internacional por la continuidad de un sistema de dominación global anglosajón, lo que retroalimenta la imposibilidad de la reemergencia de aquellas fuentes identitarias de construcción de soberanía en el continente.
Fuente: Celag.
Estas fragmentaciones y la pérdida de capacidad identitaria que mengua las posibilidades de construcción política en el escenario internacional han tenido recientemente una demostración de la imposibilidad de conformación de bloques en los foros multilaterales. El 12 de diciembre de 2020, en el seno de la OEA los estados de Brasil, Estados Unidos y Colombia promueven la anulación de las elecciones en Venezuela estableciendo un cisma entre treinta y cuatro Estados que adhieren a esa posición y veintiuno en contra. Es decir, la construcción identitaria iberoamericana como fuente de cohesión y disputa de poder frente a terceros Estados.
Es desde este punto de vista que se enfatiza que la identidad no solo implica construcciones culturales sino también políticas y en sentido inverso a la identidad individual, la colectiva además refleja y fundamenta las acciones humanas y las relaciones de poder. Por ello es que la tensión entre la identidad como fuente y la conformación de los procesos políticos instituyen convergencias de prácticas y construcciones de sentido de colectividades que más allá de los propios Estados, procuran reafirmar su identidad en el marco de la búsqueda de una construcción de autoafirmación frente a colectividades de otras regiones. En suma, la precarización de las políticas de identidad iberoamericana y las fracturas intergubernamentales en la región siguen constituyéndose en obstáculos para consolidar el núcleo constitutivo del proceso de integración: la identidad común en la diversidad de nuestra Iberoamérica.
La vigencia de la identidad como génesis de autoafirmación política y soberana de la región
Desde lo expuesto es posible concluir con algunas reflexiones en torno de la centralidad de la identidad iberoamericana en la política exterior de nuestros Estados y la incidencia de las transformaciones estructurales del último lustro.
Desde los procesos independentistas en el siglo XIX hasta la década de los sesenta del siglo XX las concepciones políticas fundantes de la política exterior de los países sobre todo suramericanos, se centraron en contenidos propios, productos de construcciones identitarias decurrentes de esos mismos procesos. Por ejemplo, ha sido notoria la influencia de los Congresos Hispanoamericanos en el plano de constituirse como los espacios de construcción de los marcos axiológicos de las relaciones entre los Estados iberoamericanos y de estos con terceros países ajenos a la región1.
Congreso Hispanoamericano de 1900. Fuente: Wikipedia.
La traducción de esos procesos de una identidad común en la política regional desde los setenta hasta el presente, se desarrollará desde la emergencia de nuevas identidades subsumidas en los períodos anteriores. La emergencia de una pluralidad de identidades: la América indigenista, el crisol de migraciones, la América hispánica como matrices de esa diversidad, a partir de los primeros años del siglo XXI se consolida en una remozada fuente de construcción de procesos de soberanía regional anclada en la autoafirmación identitaria común.
Contradictoriamente a la diagnosticada “pérdida de la identidad” iberoamericana en el siglo XXI por las organizaciones multilaterales2, el incesante proceso de culturización que construye una identidad producida por esas atribuciones de sentido que arraigan en las propias particularidades de los pueblos iberoamericanos, se constituyen en uno de los escasos reaseguros de la reconstrucción social, política y económica tendiente a un desarrollo autónomo para la región.
Las identidades pasadas y presentes fundantes de políticas convergentes de los Estados iberoamericanos, aún hoy en latencia, conservan lo construido históricamente y en el acervo de aquellas siguen subyacentes como fuente de soberanía.
La discusión acerca de la transhistoricidad de las culturas y la concepción dialéctica de las culturas en permanente transformación conforme al desarrollo histórico de los pueblos, encuentra una síntesis en el propio proceso de culturización de los pueblos iberoamericanos. Sus propias prácticas significantes y constructoras de identidad dan por tierra ese debate eurocéntrico y su análisis deviene en una ruptura epistémica. Es en aquellos procesos productores y reproductores de la unidad diversa de la identidad iberoamericana en la que arraigan las posibilidades de proyectos de autoafirmación y desarrollo, en el contexto de transformación estructural y geopolítica de la segunda década del siglo XXI.
2. BID (Banco Interamericano de Desarrollo) América Latina a principios del siglo XXI, Buenos Aires, PNUD, 2001.