La ley de hierro de la nación: el colonialismo (Saúl Taborda dixit)
El título de este trabajo resultará seguramente un poco enigmático. Y esto por varios motivos: porque no resulta muy claro qué significa “ley de hierro” –aunque podemos conjeturar que se alude a algo inexorable o necesario-; porque no resulta muy clara la relación entre los términos “nación” y “colonialismo” cuando se vincula ambos términos por medio de esa “ley de hierro”; por último, porque no conocemos a este Saúl Taborda mencionado entre paréntesis. Para proyectar un poco de luz sobre estas “oscuridades” escribimos lo que sigue.
Comencemos por el final: Saúl Taborda. Cordobés, nacido en 1885, muere en 1944. Esos meros datos cronológicos y geográficos no dicen mucho pero son suficientes para ubicar nuestras coordenadas conceptuales: la expansión colonial europea entre ambas guerras mundiales -la primera y la segunda- con sus dinamismos previos (al catorce) y sus derivas posteriores (al cuarenta y cinco); visto todo esto desde un lugar relativamente periférico (Argentina) y, a la vez, marginal dentro de la periferia (Córdoba) y, en sentido inverso, heredero de una centralidad perdida (la centralidad de Córdoba dentro del sistema colonial español) y protagonista de una experiencia política llena de futuro por esos años (la Reforma universitaria del dieciocho).
Saúl Taborda. Fuente: Internet.
No haremos aquí una presentación biográfica de nuestro personaje, pero sí una esquematización de su trayectoria intelectual, distinguiendo tres momentos. El primero, un momento juvenil, transcurre entre 1910 (año de su graduación como abogado) y 1923 (año de su viaje de formación pedagógica y filosófica en Europa). Los episodios de la Reforma universitaria de la que Taborda fue protagonista caen dentro de este primer momento. El segundo momento, que podríamos nombrarlo como de primera madurez, se ubica entre 1927 (año de su regreso a la Argentina) y 1935 (año en que Taborda comienza la edición del periódico Facundo). Estamos aquí en el desarrollo pleno de la “década infame”, época de desencanto y confusión (me interesa recordar al respecto que Roberto Arlt publica Los siete locos en 1929 y Discépolo escribe Cambalache en 1935). Finalmente, el tercer momento, segunda madurez, entre 1935 y 1944, año de su muerte. Pareciera que algo de la crisis del treinta se va ordenado dentro de un nuevo mundo aunque sus rasgos definitorios no están suficientemente claros todavía (golpe militar del 43 que cierra el ciclo de la década y 17 de octubre de 1945 que abre un nuevo ciclo).
Completemos ahora el esquema anterior, caracterizando cada uno de esos momentos de acuerdo con un rasgo identificatorio. El primero, con cierto espíritu rebelde de matices anarquistas cuyo centro gravitatorio se ubica, como decíamos más arriba, en torno de la Reforma Universitaria cordobesa del año dieciocho (téngase presente en esto que Taborda había completado su formación secundaria en el Colegio Nacional de Rosario en 1906, lugar y época de fuerte presencia anarquista). El segundo, con cierto espíritu de sobriedad científica, adquirido en Europa, que marca sus publicaciones pedagógicas de 1930 y 1932, las que dieron motivo a un intercambio epistolar polémico con Alejandro Korn (se trata de la discusión en torno del positivismo por parte de las muy variadas corrientes de pensamiento que vienen a renovar el campo intelectual). El tercero, con la plenitud de su aporte intelectual al desarrollo de las ideas en la Argentina: el facundismo como clave de inteligibilidad de nuestra historia1.
Completemos todavía mejor esta esquematización. En un trabajo anterior proponíamos también un esquema de tres momentos, pero le dábamos a esos momentos un sentido diferente: ubicábamos el primero como una etapa de afirmación vital en franco combate con las estructuras que la niegan (Dios y el Estado); un segundo momento caracterizado por esa misma afirmación vital planteada ahora, más en los términos de un flujo de lo irracional que busca una forma adecuada para su desarrollo expresivo, que en los términos de una contraposición o conflicto con las potencias que lo niegan o inhiben; y un tercer momento en el que esa afirmación vital logra reflejarse en el espejo de la cultura cuando se descubre en el enigmático rostro de Facundo2.
Dejemos esta somera presentación esquemática de Saúl Taborda y pasemos a considerar la “ley de hierro” y los textos en donde Taborda se refiere a ella.
Si no hemos buscado mal –la obra publicada de Taborda es extensa y está dispersa- la referencia aparece brevemente y sólo en las Investigaciones pedagógicas que fueron publicadas de modo póstumo por sus discípulos en 1951 (y reeditadas recientemente por Unipe en 2011). El texto está dividido en cuatro partes (cuatro tomos), que enfocan el tema “pedagógico” desde diferentes perspectivas, y probablemente fueron escritas en diferentes momentos y también reescritas varias veces, aunque, como dijimos, Taborda no llegó a publicar el texto completo tal y como ahora lo conocemos (aunque, algunas de sus partes habían sido ya publicadas)3. Como nota marginal, digamos que es muy probable que Taborda haya tomado la expresión la “ley de hierro” de un texto de Robert Michels (“la ley de hierro de la oligarquía”) publicado a comienzos del siglo veinte.
Vayamos pues al encuentro de la “la ley de hierro de la nación”. Tomo III, “El ideal pedagógico”, capítulo XI “El ideal pedagógico inglés”. El parágrafo 5 comienza con la afirmación: “Esta es, según la historia, la ley de hierro de la nación” (p. 409)4. La misma expresión se repite dos veces más -como una especie de mantra- en las pocas páginas con las que concluye este capítulo XI (es interesante tener en cuenta que el capítulo siguiente, el XII, está referido a “El ideal pedagógico de la política escolar argentina”). Un poco antes, en el capítulo VIII (“¿Qué es la nación?”) Taborda hace una referencia –crítica- a la conceptualización hegeliana del Estado (“la suprema realidad viviente”, p. 358) y concluye en que “la suerte de ese Estado se juega en el dilema de hierro de ser absorbido por otro Estado, si es débil, o absorber a otros Estados si es fuerte y capaz de imponerse” (p. 359). La referencia a Hegel es allí el parágrafo 257 de la Filosofía del derecho (“El Estado –sostiene Hegel- es la realidad efectiva de la idea ética…”). En el capítulo IX (“La dialéctica de los ideales”), Taborda hace una similar referencia a Hegel, aunque el foco está puesto en otro lugar: remite al agregado al parágrafo 182 de la Filosofía del derecho (allí, Hegel afirma que “la sociedad civil es la diferencia que aparece entre la familia y el Estado, aunque su formación es posterior a la del Estado”).
Detengámonos un momento en esta parte del camino recorrido. A Taborda le interesa rescatar una idea de “nación” que no esté comprendida desde el Estado y propone interpretarla como “una forma de vida que se realiza en el tiempo” (p. 365). Y, ya que aludimos a la “idea” (“una idea de nación”), exploremos brevemente qué uso y qué interpretación hace Taborda del término “ideal”. Remite a Kant (a la Crítica del juicio, las citas de Taborda corresponden al apartado 17), a su caracterización de la “idea estética” como aquello que “incita a pensar, pero no se deja captar en conceptos” (p. 311). No profundicemos demasiado en estos argumentos de gran complejidad, digamos meramente que la remisión a Kant le permite a Taborda recuperar una interpretación más abierta (y más viva) de la nación luego de que Hegel la hubiese cerrado (y desvitalizado) al interpretarla a partir del Estado.
Demos ahora un paso más y abordemos el tema del “colonialismo” desde la perspectiva de la idea (de nación). Cuando el sistema de ideales que constituye una nación está articulado alrededor de la primacía del ideal de una elite, esa nación resulta “tanto más propensa a la expansión hacia afuera cuanto más armónica es la relación de los elementos humanos que la integran” (p. 409). Taborda encuentra la causa de este expansionismo en el hecho de que “por lo mismo que ese ideal penetra progresivamente en las diferentes capas sociales disminuye en la misma relación la clase productora cuyo trabajo asegura la persistencia incólume de la elite”; de este modo, “cuando la mayoría de los miembros de la comunidad se hace elite, o está en vías de hacerse elite, procura mediante una acción hacia afuera el sustrato económico exigido por las condiciones vitales” (p. 409). Con este argumento, Taborda cierra el apartado 4 y comienza luego el apartado 5 con la referida afirmación: “Esta es, según la historia, ley de hierro de la nación”.
Lord Clive saludando a Mir Jafar tras la Batalla de Plassey. Francis Hayman, Inglaterra, 1757.
Al parecer se trata de la versión tabordiana de la expansión colonialista (inglesa, en este caso) y la explicación, también, del compromiso de las clases trabajadores de esas naciones colonialistas con los intereses de las elites improductivas. De alguna manera está presente también en esto una interpretación tabordiana respecto de la naturaleza del capitalismo hacia los años de la Gran Guerra y una toma de posición respecto del debate político que, por esos años, se había abierto dentro del amplio campo intelectual y político de las izquierdas en torno del conocido texto de Lenin El imperialismo, etapa superior del capitalismo, publicado como folleto en 1916.
Taborda advierte sobre los peligros de un “nacionalismo agresivo e imperialista” (p. 410) frente al cual nada pueden hacer las meras buenas intenciones proclamadas por los principios idealistas del moralismo político: “tarea inútil la de las encíclicas papales que la combaten [a esta ley de hierro de la nación] en nombre de un derecho natural igual para todos los pueblos”; de la misma manera que es inútil el “humanismo de Herder empeñado en impedir el sojuzgamiento de los pueblos salvajes en razón de que en lo esencial son más humanos que los que se dicen civilizados”. Frente a la expansión colonial, el único dique que los pueblos pueden oponer al desborde “radica en la fuerza, el insustituible recurso con el que una nación puede evitar las acechanzas colonizadoras de las potencias foráneas” (p. 410). De aquí parece desprenderse una inevitable situación de guerra como escenario histórico en el que se cumple la ley de hierro.
Taborda toma como ejemplo de la expansión colonial y del sometimiento de una nación por otra y del compromiso de las diferentes clases sociales que la conforman en torno de los intereses de la burguesía capitalista la situación de la India: “la India es la colonia por excelencia”, hasta el punto en que “todos los escritores ingleses están contestes en que jamás puede ser considerada como nación ni merecer la más mínima autonomía ni en el orden social ni en el orden político ni en el orden religioso”; esto explica “el hecho inaudito de que todas las clases sociales inglesas aplaudieran frenéticamente el asesinato en masa de las multitudes hindúes perpetrado por el general Dyer en las calles de Amnstor” (p. 410)5. Puesto que “la colonización es siempre la introducción violenta de una nación en un pueblo débil”, la relación de dominio tiende a acentuar esa debilidad originaria de modo que “el pueblo sojuzgado no puede estructurar los ideales de su etnos y en base a tal sacrificio de la autonomía es que pueblos como la India no pueden recuperar su carácter de nación”. Por ser colonia, la India “sólo existe como fondo económico de Inglaterra”, como una suerte de “extensión” suya “en la medida de sus necesidades vitales y asegura con ella la persistencia incólume de la estructura de ideales que informa su nación” (p. 410). Respecto del imperio colonial inglés, “la India es ahora la plebe” y sobre esa plebe “descansa, como el mundo antiguo sobre la esclavitud, el magnífico edificio del Commonwealth” (p. 411).
La ley de hierro de la nación se cumple sobre la base de un mecanismo encubridor, puesto que, “naturalmente, toda empresa de colonización va acompañada de justificativos elevados” y “las potencias políticas que la acometen se remiten siempre a propósitos escogidos”. Todo el poder de seducción y encubrimiento que disimula las poco nobles intenciones de la expansión colonial descansa sobre el hecho de que “el verbo que da nombre al acontecimiento procede del verbo latino colo, colom, cultum”, según una etimología latina que remite, según Taborda, a que “para el romano colonizar era poner planta, una planta de ciudad en suelo extraño con fines de dominio y de cultura” (p. 410). Con lo cual, el colonialismo es “por su origen etimológico”, tanto como “salida del suelo patrio hacia afuera, hacia suelo foráneo”. Y este movimiento expansivo, colonizador, se da según diferentes razones o pretextos que disfrazan sus verdaderas motivaciones: para algunos, será una misión cultural, como la que esgrimieron “los romanos al dominar a los germanos y los germanos al dominar a los pueblos eslavos”; para otros, se tratará de una misión evangelizadora, como la de “la España conquistadora del Incanato”; otros apelarán a un argumento emancipatorio y educativo, como el de “la Francia empeñada en imponer la civilización ínsita en la libertad y la fraternidad”. Sin embargo, la verdad que se oculta por detrás de estos pretextos culturales-colonizadores responde al “designio de hacer descansar sobre un inferior la arquitectura de sus propios ideales” (p. 411)6.
Ahora bien, lo que caracteriza a una relación colonial de dominación es que la expansión de la nación dominante nunca se opera “hacia pueblos fuertes”. Cuando esto sucede -Taborda menciona el caso de la evangelización de la China- “se trata de empresas misioneras y no de empresas colonizadoras”. De modo que lo que caracteriza a una relación colonial de dominación es, como en toda relación de dominación, una asimetría de los términos relacionados: “la colonización es un fenómeno que alude al sometimiento de un inferior, de un impar, porque comienza afirmando una desigualdad entre colonizador y colonizado”. De allí que, según Taborda lo advierte, la ley de hierro de la nación, lo que hace es instalar, por fuera de las fronteras nacionales, las relaciones de dominación que se establecen hacia el interior de aquellas naciones en las que esa dominación comienza a desdibujarse o a cambiar de sentido: la colonización “se propone reemplazar con nuevos servidores a servidores promovidos a rango superior en el orden jerárquico de la nación” (p. 411).
Liberación, Jorge González Camarena, México, 1963.
El único remedio que Taborda encuentra a estas “desviaciones del nacionalismo” es “la exaltación de un ideal ecuménico que, coordinando todos los ideales particulares, individuales y sociales, valga como un absoluto deber ser propuesto a todos los hombres y las personas morales colectivas”. Se trata de un ideal aún inexistente “porque todavía asistimos a una situación de desintegración inhóspita para la formación de un orden, pero asistimos ya a su advenimiento inminente”7. Dicho en otros términos, la propia naturaleza del orden capitalista basado sobre la atomización del todo y la relación negativa entre las partes impide la formación de un orden ecuménico. Sin embargo, “signos precisos lo anuncian en las múltiples manifestaciones de la realidad inmisericorde en la que se cumple la historia de esta hora decisiva para el destino del mundo”. El nuevo ideal no podrá estar fundado a partir de una relación trascendente con el mundo de la vida, porque la modernidad ha borrado la posibilidad metafísica de la trascendencia: “ese ideal no será, sin duda, el ideal trascendente que presidió con una autoridad universalmente acatada y obedecida por la comunidad de las familias de Europa el orden teocéntrico medioeval”. El nuevo ideal se asentará sobre el plano de inmanencia en el que la vida se realiza espiritualmente: “el ideal bajo cuya vigencia la persona humana se afirmará como creadora del Dios en la generosidad de la obra” (p. 412).
Taborda pone en este ideal del trabajo su única esperanza ya que
si el ideal del trabajo no consigue afirmarse como un absoluto deber ser destinado a dar sello y fisonomía al estilo de una época digna de que se la llame la época de la historia del hombre, la nación seguirá careciendo del freno de una ética de validez universal porque carecerá del sentido de la responsabilidad inherente a la convivencia en una comunidad de pueblos hechos no para el sojuzgamiento de los unos por los otros, sino para el destino del hombre (p. 412).
Taborda muere en Unquillo el 2 de junio de 1944, en vísperas del 17 de octubre de 1945.
2. Cfr. CASALI, C. A., La filosofía biopolítica de Saúl Taborda, Remedios de Escalada (Provincia de Buenos Aires), De la Unla-Universidad Nacional de Lanús, 2012.
3. Remitimos a nuestro apéndice bibliográfico en Saúl Taborda Escritos pedagógicos.
4. En lo que sigue citamos las Investigaciones por le edición de Unipe indicando la página entre paréntesis dentro del cuerpo del texto.
5. Taborda se refiere a la masacre de Amritsar, ocurrida en la India en abril de 1919.
6. No resultará aventurado ver aquí descripto en ciernes el mecanismo de la colonización pedagógica que años más tarde tematizará Arturo Jauretche como presupuesto de todas las restantes formas de la dominación colonial. Taborda aquí no lo dice, pero la idea viene de Spranger.
7. Una idea similar a esta sostendrá Taborda en 1943. Refiriéndose al pensamiento de Deodoro Roca en el primer aniversario de su muerte, sostiene Taborda que “negaba todo nacionalismo, fuese cual fuese el designio que lo animase, porque el nacionalismo significaba para su punto de vista oposición al hombre como ciudadano del mundo”; y aclara que ese concepto de ciudadanía del mundo “no era en Deodoro una mera frase, ni respondía, a mi juicio, a un afán de comunicar dimensiones ecuménicas a un internacionalismo carente de contenido sino a la imagen egregia de un tipo humano engendrado por su fantasía creadora”, “Deodoro Roca”, Argentina Libre, 10/6/1943.