El nuevo siglo y la inteligencia artificial ¿Solo una mutación del capitalismo?

Por Sebastián Sanjurjo *

Introducción

En general, hay cierto consenso en torno a las dos variables determinantes para el surgimiento y consolidación del capitalismo: la cosmovisión humanista y la revolución científica. Pero estas dos variables han ingresado en una flagrante contradicción, en tanto el vigoroso avance científico no solo ha doblegado a la naturaleza, sino que comienza a disputar la vigencia del histórico y fundante antropocentrismo.

En algún punto, el propio Marx se anticiparía a esta situación:

“En cuanto que el hombre se pudo considerar como un demiurgo, como el amo cuyas manos modelaban la naturaleza, su imagen estaba salvada. Pero cuando la máquina, o el objeto técnico individual, estuvo disponible no solamente como instrumento de trabajo, sino bastándose a sí mismo como un individuo separado, para el hombre esto significó de golpe la pérdida de una parte esencial de su legado”1.

Esta predicción de Marx, reflejo y proyección del avance técnico-industrial de su época, hoy día se encuentra cuanto menos rebasada a manos de la revolución tecnológica.

De la revolución digital a la inteligencia artificial

Durante la década del '70 comienza a “conectarse” el mundo mediante localizadas inversiones en informática y telecomunicaciones, volviéndolo de a poco susceptible de ser registrado y codificado, por ejemplo, dentro de una computadora. Además, se “inventa” el internet, es decir la posibilidad de compartir esa información a través de redes interconectadas (Internet: interconnected networks). Luego en la década del '80 se perfeccionan estos sistemas de redes, pero aun sin ser generalizados para el gran público. La computadora, que hasta entonces se limitaba al almacenamiento y procesamiento de información, comenzaba a funcionar como embrionario instrumento de conexión entre personas y distancias.

Pero ante la pregunta premonitoria de su inventor, Alan Turing, sobre si la computadora podía pensar, la respuesta continuaba siendo un consensuado “no”. Aunque asistiéndonos cada vez en mayor cantidad de situaciones, se mantenía aun la facultad central y constitutiva de la Modernidad: la autonomía del pensar. La informática operaba en su función de herramienta/instrumento y la idea de la inteligencia artificial, entrevista en teoría desde antaño, aún distaba de ser una realidad.

Es cierto que ya había mostrado sus primeros indicios de posibilidad en los años '60, con la paradigmática inauguración de los sistemas de pilotaje automático de los aviones2. Luego en las décadas siguientes tuvo su mayor expectativa con la creación de los “sistemas expertos”3, pero al sumar algunos fracasos en este terreno, como el proyecto japonés de computadoras de “quinta generación”, el progreso se mantuvo sin grandes avances durante los '80.

La verdadera revolución llegó con la década del '90, al propagarse Internet. Las computadoras comenzaron a reproducir las novedosas páginas web y a multiplicar las comunicaciones instantáneas entre las partes más distantes del globo. Estas asombrosas mutaciones fueron abriendo paso a sus consecuentes necesidades de infraestructura: también fue la década en que crecieron exponencialmente las inversiones, tanto privadas como estatales, y resultado de ello fue el trazado de millones de kilómetros de fibra óptica y de cables submarinos que permiten el mundo velozmente conectado que concebimos hoy4. Esta transformación, construida en paralelo a los avances en la electrónica, pudo presentarse como la base necesaria para el posterior imperio de las tecnologías de la información y la comunicación (TICs).

Con esta nueva realidad, la tecnología de los '90 comenzaba un incipiente proceso de independencia del ser humano al construir(se) una realidad paralela: un mundo digital capaz de registrar y reproducir al instante la información disponible sin depender de la observación o la presencia “in situ”. Es en este contexto que la Inteligencia Artificial definitivamente “despega”: los sistemas expertos comienzan a generalizar exitosamente sus facultades “interpretativas” con base en la deducción y se avanza hacia la emulación enteramente automatizada de razonamientos cognitivos. El corolario emblemático de este proceso llega hacia el año 1997, cuando el programa Deep Blue, ideado por IBM, le gana una partida de ajedrez a Garry Kasparov, el entonces mejor jugador del mundo.

Espectadores atentos a una partida de ajedréz entre Garri Kaspárov y la computadora Deep Blue, de IBM, en 1997. 

En general, lo medular del cambio consistía en que una computadora pudiera no solo almacenar y procesar información, sino también deducir y proyectar escenarios. Algo muy similar al “pensar” humano. Una transición de la “computadora-procesador” a la “computadora-intuitiva”, de la incipiente informática a la cibernética o, lo que es lo mismo, de la revolución digital a la inteligencia artificial. Un fenómeno de larga data, con avances y retrocesos aquí solo esbozados, pero que se afianza decididamente hacia finales del siglo pasado. Este proceso tuvo su resultado en el imponente crecimiento de las empresas tecnológicas con base en la comercialización del Internet, fenómeno que en pleno imperio del capital financiero se tradujo rápidamente en un boom especulativo. La burbuja finalmente estalló en el año 2000, con la estrepitosa caída del índice bursátil NASDAQ, también conocida como la “crisis punto-com”.

Con el nuevo siglo, y con la infraestructura de un mundo digitalizado ya disponible, la inversión en mecanismos de inteligencia artificial se profundiza y marca la tendencia generalizada para el sector tecnológico. Tras ella se cobija un nuevo modelo de negocios, ya no basado en la comercialización del internet, sino todo lo contrario: apuesta a la “universalización” del internet como medio de acceso a los datos de la sociedad civil. El nuevo patrón apuntará en más a la extracción y procesamiento constante de datos personales y empresariales. Ya no más –o no solo- una computadora de escritorio, sino una presencia acuciante de la tecnología como forma de registrar la mayor cantidad de datos posible. 

Este fenómeno se consolida hacia la segunda década de nuestro siglo, con plataformas perfeccionadas que estimulan relaciones adictivas y obsesivas, siempre para la producción ininterrumpida de datos. En este sentido, Eric Sadin identifica en la “universalización del Smartphone” un elemento clave, mientras que Nick Srnicek, al hablar del “internet de las cosas”, refiere a un proceso de penetración más amplio consistente en la colocación de chips y sensores sobre infinidad de dispositivos y electrodomésticos5. Cuestiones como la individualización y miniaturización de los objetos tecnológicos, su geolocalización y transportabilidad, y el predeterminado acceso a redes sociales y plataformas son manifestaciones de esta tendencia irrestricta al registro constante y sonante de cada movimiento humano a lo largo y ancho del planeta. Un tránsito crecientemente virtual de nuestras existencias.

Los fines son y pueden ser múltiples. En lo relativo al plano económico, puede sopesarse la monetización de los perfiles de usuarios/consumidores a través de la interconexión de redes sociales, medios y tiendas online, ámbito en donde destacan plataformas típicamente publicitarias como Facebook o el software de Google6. Pero en lo vinculado a lo político, en cambio, puede hablarse de estrategias de espionaje o, más terminantemente, de un capitalismo de vigilancia7. De aquí la dimensión geopolítica que se expresa actualmente en la carrera por el liderazgo de la Inteligencia Artificial entre China y EEUU8, o en lo que constituye su nueva base de operaciones: la tecnología 5G, promisoria red de banda ancha móvil diseñada a la medida de los servidores inteligentes9. Se incorpora así el ciberespacio como un componente decisivo en las relaciones internacionales, sobre el cual se registra cierto consenso al considerarlo el “quinto dominio de la guerra”, junto con las clásicas dimensiones de la tierra, el mar, el aire y el espacio10.

Fuente: Pixabay

En todos los casos la pérdida de la privacidad se convierte en requisito para el nuevo paradigma, lo que se expresa en una notable capacidad de intrusión de la tecnología sobre nuestras vidas cotidianas; vale decir, de un puñado de empresas tecnológicas. Manipulando enormes cantidades de datos, y procesándolos a velocidades exponenciales mediante mecanismos de inteligencia artificial como el algoritmo11, comienza a trabajarse sobre la predicción y/o direccionamiento de nuestras conductas y emociones. Para ello se utiliza todo tipo de dato disponible: consumos con tarjetas, desplazamientos vía GPS, trámites virtuales, movimientos bancarios, registros de huellas digitales y hasta reconocimientos faciales, que en Rusia y China ya son una impactante realidad12.

Hay aquí un cambio de paradigma respecto de la revolución digital originaria, y refiere a la lisa y llana captación de nuestras subjetividades. Por ello es que tanto Éric Sadin como Nick Srnicek asocian al nuevo siglo con el “fin de la revolución digital”: mientras que el primero conceptualiza una nueva “antrobología”, suerte de acoplamiento híbrido humano-maquínico, el segundo opta por hablar de un capitalismo de plataformas.

La inteligencia artificial, ¿una ruptura definitiva?

Muchas veces se ha hablado de nuevas etapas del capitalismo, o de fases de la revolución industrial, al considerar distintos modos de dominación políticos y económicos. El nuevo siglo no podía ser la excepción, cuando se verifica una hegemonía inusitadamente corporativa y un nuevo patrón de acumulación del gran capital: los datos. Esto es efectivamente así, y para notarlo no solo basta con dimensionar el tamaño relativo de las Big Tech13, sino que también puede advertirse que se apoderan del último eslabón de la cadena de valor: los usuarios o consumidores, que son los datos.

Son cambios significativos, es cierto, pero que respetan –y profundizan- las lógicas de concentración y privatización inherentes al capitalismo. En una ilustrativa analogía, Esteban Magnani afirma: “La materia prima es nuestra inteligencia, los medios de producción los algoritmos y nuestras búsquedas el trabajo que permite transformarlos en servicios monetizables. La variable ausente es el salario correspondiente por ese trabajo, algo que ayuda a entender que algunas empresas se enriquecieran tanto y tan rápido”14. Más allá de las discusiones en torno a si nuestras interacciones sociales o búsquedas son propiamente “trabajo” –con Srnicek diríamos que no-, lo cierto es que, con Shoshana Zuboff, puede al menos hablarse de una apropiación del “excedente producido por el comportamiento”15. En este sentido, nada nuevo bajo sol del capitalismo.

Pero quiero referirme a algo más. Con estos cambios del nuevo siglo, no identifico solo una mutación del capitalismo, como tantas otras, sino la posibilidad de una nueva era, un nuevo modelo civilizatorio. A esta dimensión me refiero cuando afirmo que están puestas en duda, como nunca antes, las capacidades autonómicas del ser humano, el antropocentrismo, su libre determinación para pensar y actuar. Una situación que Daniel Crevier, ya a principios de los '90, pudo divisar con asombrosa claridad: “¿Qué pasará con los humanos si triunfan los investigadores en inteligencia artificial, obligándonos a compartir el mundo con entidades más hábiles que nosotros mismos? ¿Tendremos que esperar un nuevo Renacimiento o la aparición de especies que nos reemplazarán? ¿Y debemos descansar sobre esas creaciones para que tomen decisiones por nosotros, no solamente económicas o científicas, sino también legales, sociales o morales?”16.

Un ejemplo gráfico y ficcionado de representación de este fenómeno podría ser el documental de Netflix, El dilema de las redes sociales, en tanto ilustra cómo los algoritmos de las redes sociales pueden llevar a una persona por el rumbo que desean, manipulando en extremo sus pensamientos y conductas. Pero en lo concreto de la realidad, puede recordarse el emblemático caso de la empresa tecnológica británica Cambridge Analytica, que estuvo detrás de las elecciones del Brexit en Reino Unido y del triunfo de Donald Trump en EEUU, y cuya gestión consistió en utilizar minuciosamente el data mining para crear mensajes políticos personalizados según el perfil de cada votante17.

Fuera de la influencia propiamente electoral, puede hablarse de las decisiones de inversión, y de cómo nuestra capacidad de análisis viene siendo reemplazada por la inteligencia artificial. En lo que refiere al mercado financiero, por ejemplo, emerge ya con fuerza el denominado trading algorítmico: según una encuesta, ya en 2011 Inglaterra confiaba un tercio de sus inversiones a la inteligencia artificial, mientras que en EEUU esta modalidad superaba las tres cuartas partes18.

Este fenómeno de la inteligencia artificial resulta incluso más pernicioso cuando se proyectan sus lógicas hacia la planificación y/o ejecución de políticas públicas; suerte de profundización del new public management inaugurado por el neoliberalismo anglosajón en los 80's que, en su intento incesante de suplantar a la política, denota una creciente y preocupante deshumanización de las relaciones sociales. Al respecto, puede referirse el reciente –y fallido- proyecto piloto entre el gobierno argentino y Facebook para implementar el programa Facebook At Work, o a la firma de un memorándum de entendimiento con Amazon Web Services para probar durante un año el sistema de cloud computing sobre dos bases de datos del Estado19.

Silicon Valley, epicentro del desarrollo tecnológico estadounidense. Fuente Pixabay

Es la comprensión tendencial de este proceso la que permite entender por qué las grandes empresas tecnológicas dedican la mayor parte de sus inversiones a la Inteligencia Artificial: “Google es el mayor inversor en esta área, pero Amazon, Salesforce, Facebook y Microsoft también están invirtiendo mucho en IA”20. De aquí que cada tanto se escuchen noticias de “emprendedores” que producen un algoritmo para esto, un algoritmo para lo otro… La total supremacía que ejercen hoy día los gigantes tecnológicos se desplaza hegemónicamente hacia abajo y hoy una pyme “exitosa” es aquella que logra automatizar alguno de sus aspectos decisionales. Es lo que permite a Eric Sadin hablar de la “silicolonizacion del mundo”, en referencia ingeniosa a la colonización absoluta ejercida por el paradigma Silicon Valley sobre el mundo (al menos el Occidental).

Esta influencia se reproduce particularmente a través de icónicos carismáticos millonarios, del tipo Elon Musk, tan “influencer” entre los “millennials”. En referencia a este magnate, puede hablarse de Tesla y su actual producción de automóviles autónomos21, es decir vehículos absolutamente computarizados que pueden prescindir de conductores humanos. Hasta qué punto esto excede a un proyecto personalísimo de elite puede ilustrarnos el hecho de que Uber ya implementa este tipo de vehículos22, o el acuerdo que Ford acaba de celebrar con Google para incorporar el sistema Android y servicios de la nube a sus autos23. En este sentido, tampoco debieran desatenderse las pruebas de Amazon para entregar sus pedidos a través de drones robóticamente programados24, toda vez que se trata de la mayor empresa logística del mundo.

Pero la “sustitución humana” no se circunscribe a los asuntos de transporte o logística, sino que también apuesta a la neurociencia. Nuevamente con Elon Musk, puede referirse a su empresa Neuralink y a una de sus apuestas más audaces: la producción de chips para el cerebro humano. Su concepción rectora es que debemos incorporar la inteligencia artificial para no ser desplazados por ella, y así que desde hace años trabaja en un chip para conservar los recuerdos25, aunque recientemente ha anunciado su último logro: un chip que permite a un mono jugar videojuegos26. Delirante pero real.

"Los creadores de Sophia planean un 'ejército' de robots en el 2021", títuló Reuters un reportaje de inicios de este año. Fuente: Hanson Robotics.

Más aún, debe destacarse la reanudación en la producción de robots humanoides domésticos, revitalizada a razón de la pandemia y de la “soledad de la gente grande”, evidentemente aislada. La empresa norteamericana Hanson Robotics, que ya en 2016 había presentado a su creación “Sofía”, anunció hace unos días que “tiene planeado producir cuatro modelos en serie”, y que el mundo de la pandemia "necesitará cada vez más automatización para mantener a las personas seguras". Cualquier similitud con Terminator u otras ficciones hollywoodenses por el estilo quedan a cargo de quien lee, pero lo cierto es que la propia empresa se jacta de que sus productos son "únicos por ser tan parecidos a los humanos"27. Tenebroso.

Conclusión

Para finalizar, y tomar real dimensión de toda esta situación, debe considerarse que la Inteligencia Artificial lleva consigo la posibilidad del autoaprendizaje, es decir la capacidad de los algoritmos de incorporar permanentemente nueva información y perfeccionar automáticamente sus recursos para analizarla, lo que permite a las máquinas generar su propio capital cognitivo y sofisticarlo hasta niveles inconcebibles. Considerando esto es que resulta imperiosa su regulación por parte de los Estados. Al menos en este sentido parecieran apuntar las recientes preguntas de Putin, en el foro de Davos: “¿En qué medida el monopolio de los gigantes tecnológicos corresponde a los intereses públicos? ¿Dónde está la línea entre negocios globales exitosos, servicios y servicios bajo demanda, la consolidación del big data y los intentos de manejar la sociedad con rudeza, a su propia discreción? ¿Dónde la de reemplazar instituciones democráticas legítimas, de hecho, usurpar o restringir el derecho natural de una persona para decidir por sí misma cómo vivir, qué elegir, qué posición expresar libremente?”28.

* Licenciado y profesor en Sociología (UBA). Miembro del Centro de Estudios Históricos, Políticos y Sociales Felipe Varela.
Notas
1. Marx, Karl, El Capital, Tomo I, Volumen I.

2. Hoy día, ya todos los aeropuertos del mundo funcionan con sistemas automatizados que permiten una optimización y coordinación casi perfecta de tiempos y destinos.

3. Los “sistemas expertos” fueron los primeros intentos de aplicar las capacidades de deducción y proyección para simular el funcionamiento del cerebro humano.

4. Entre 1995 y 2000, la inversión en infraestructura y tecnología de las telecomunicaciones registró su record histórico. Tanto en el centro como en los países periféricos.

5. Desde el conocido Smart TV hasta heladeras, desde la inversión de Google en Nest, un sistema de calefacción para hogares, hasta el nuevo dispositivo de Amazon, Echo, que se instala en los hogares y permanece encendido las 24 horas.

6. A este respecto debe destacarse la ley pionera que acaba de aprobar Australia, que exige a Facebook y Google que paguen a los medios nacionales por la reproducción de sus noticias. Se trata de una clara señal de combate a la relación de dependencia que de facto ejercen las grandes plataformas, en este caso sobre los medios de comunicación. https://elpais.com/sociedad/2021-02-25/australia-aprueba-una-ley-pionera-para-que-facebook-y-google-paguen-a-los-medios-por-las-noticias.html

7. Shoshana Zuboff, socióloga experta en Harvard, es quien ha popularizado este concepto. Respecto al espionaje constante, pocas exposiciones tan ilustrativas como la siguiente: https://www.youtube.com/watch?v=NPE7i8wuupk

8. https://mundo.sputniknews.com/20191217/china-vs-eeuu-quien-gana-la-lucha-por-la-inteligencia-artificial-1089670467.html

9. https://www.infobae.com/america/mundo/2019/05/11/la-guerra-por-el-5g-enfrenta-a-estados-unidos-y-china/

10. Concepción que recientemente han sintetizado dos estadounidenses con vasta experiencia pública como Richard Clarke y Robert Knake, en su libro “The fifth domain” (2019). También puede destacarse el discurso de Obama de 2009, donde define a la ciberdefensa como un asunto estratégico de Estado y deja entrever su pedido de alianza urgente con Silicon Valley: https://www.youtube.com/watch?v=wjfzyj4eyQM.

11. Es interesante destacar que el algoritmo, cuantos más datos tiene, más efectivamente funciona. De allí la tendencia natural de estas plataformas hacia la monopolización y el necesario/urgente arbitraje de parte de los estados nacionales en este sentido. El derrotero de Facebook en la última década ilustra claramente sobre la tendencia monopolista (compra de Instagram en 2012; compra de Whatsapp en 2014), mientras que la reciente demanda del gobierno de EEUU para que desinvierta muestra cómo estos gigantes acaban por afectar el orden público. https://www.infobae.com/america/eeuu/2020/12/09/eeuu-demando-a-facebook-por-monopolio-y-pidio-que-desinvierta-en-instagram-y-whatsapp/

12. https://www.youtube.com/watch?v=n1uzg_4kO_c y https://mundo.sputniknews.com/20191022/rusia-entre-los-lideres-mundiales-del-reconocimiento-facial-nadie-se-escapara-video-fotos-1089063275.html

13. Para dimensionar este hecho con algunos ejemplos: el valor bursátil de Apple alcanzó el año pasado la histórica cifra de 2 billones de dólares, más de cuatro veces el PBI argentino (449.000 millones) y alrededor del 10% del PBI de EEUU, la primera economía del planeta: https://www.lanacion.com.ar/el-mundo/hito-apple-supera-valor-us2-billones-mas-nid2425535/. A la vez, de los cinco mega ricos del mundo, cuatro de ellos son empresarios de Silicon Valley, y siete de las diez mayores empresas globales por capitalización bursátil en el mundo son megaempresas tecnológicas, que superan en general a los estados en inversión científica.

14. Esteban Magnani, La jaula del confort: Big data, negocios, sociedad y neurociencia. Editorial Autoría. Buenos Aires, 2019.

15. El término exacto es “behavioral surplus”, y también aparece traducido como “plusvalía de comportamiento privatizada” o “excedente conductual privativo”. Tales traducciones no resultan las más exactas, pero la aclaración es necesaria porque se trata de un término troncal en su libro: The age of surveillance capitalism: The fight for a human future at the new frontier of power (2018). Su historización propuesta identifica a Google como el iniciador de este modelo; al captar el excedente, genera luego un mercado cuyos “futuros” son también predicciones, pero no en torno a cotizaciones financieras sino sobre conductas, consumos, pensamientos… Una ilustración ejemplificadora del funcionamiento de este “mercado” puede hallarse en el siguiente link: https://bryanalexander.medium.com/reading-the-age-of-surveillance-capitalism-chapters-3-and-4-beb89e7036a8

16. Daniel Crevier, Inteligencia Artificial (1993), Madrid, Acento, 1996.

17. Desde ya que los resultados finales de estas elecciones no dependieron exclusivamente del accionar de Cambridge Analytica, y siempre media la política, pero sí podemos considerar una influencia considerable.

18. Sadin, Eric: La humanidad aumentada. La administración digital del mundo. Caja Negra, Buenos Aires, 2019.

19. Para un mayor desarrollo de los casos mencionados, puede consultarse el trabajo de Federico Llumá, Gobierno (político) vs Gobernanza (corporativa), publicado en Cuadernos del CEL, Nº 5, año 3.

20. Srnicek, Nick: Capitalismo de plataformas. Caja Negra, Buenos Aires, 2018.

21. https://www.tesla.com/es_ES/autopilot

22. Esto que pareciera ser un proyecto futurista lejos está de serlo, y así es que Uber ha retomado sus pruebas en EEUU, luego de que fueran suspendidas a razón de un accidente fatal de tránsito, cuyos motivos se encuentran bajo estudio. https://hipertextual.com/2020/03/uber-coches-autonomos-san-francisco

23. https://www.ambito.com/negocios/ford/y-google-firmaron-acuerdos-incorporar-android-y-servicios-la-nube-los-vehiculos-n5166840

24. https://www.youtube.com/watch?v=Le46ERPMlWU

25.https://www.bbc.com/mundo/noticias-53955394

26. https://www.rt.com/usa/514262-elon-musk-monkey-brain-chip/

27. https://www.pagina12.com.ar/319800-el-robot-sofia-y-otros-humanoides-se-empezaran-a-producir-en

28. https://www.elpaisdigital.com.ar/contenido/discurso-completo-de-putin-en-davos/29854