La descolonización cultural y la política de la cultura

En el marco del lanzamiento de la obra colectiva “Pensamientos nuestroamericanos en el siglo XXI. Aportes para la descolonización epistémica”, Allá Ité pone a su disposición el artículo escrito por la rectora de la Universidad Nacional de Lanús.
Por Ana Jaramillo *

... el bovarismo es la facultad de concebirse diferente a los que se es. Bovarista es quien niega lo que es, creyéndose otro. Los pueblos también pueden ser bovaristas. Preocupados por ser distintos a sí mismos finalmente terminan imitando modelos y negando su propia realidad.

Antonio Caso

El filósofo mexicano Antonio Caso nos propone «alas y plomo», alas para perseguir los ideales y plomo para aferrarse a la santa realidad, ya que copiando modelos políticos, sociales o económicos se ha conculcado u obstruido la realización del modelo nacional, y concluye «¡Más nos habrá valido saber lo que hay en casa que importar del extranjero tesis discordantes con la palpitación del alma mexicana!» (Caso, 1970). También critica el «bovarismo nacional de los pueblos latinoamericanos».

La filosofía es la búsqueda de sentido, nos decía Norberto Bobbio. La filosofía no es una ciencia suprema ni eterna, es conciencia crítica e histórica, que pone en cuestión los paradigmas surgidos e instituidos con sus valores y sus dudas. Pero quizás, sea la duda la que nos obligue a pensar por nosotros mismos, a interrogamos para elegir el camino que queremos emprender para nuestra realidad, ya que como decía Benedetto Croce, la filosofía nace de la pasión de la vida y por eso tampoco hay una sola verdad para todo lugar y para todas las épocas.

Nosotros seguimos en la creencia de que un mundo más justo es posible, que la soberanía política y la independencia económica todavía está en el horizonte y que debemos seguir transformando la realidad para lograr más justicia y más libertad. Para ello debemos tener soberanía cultural también y no confundir la política cultural que se impone desde el poder, con política de la cultura que como toda cultura y cultivo crece desde el pie en el propio suelo. Y lo debemos hacer sin copiar recetas ajenas, sino a través de un camino propio que en Nuestra América siempre será híbrido o mestizo, pero no copia ni calco. Por eso, debemos modificar nuestra pedagogía, reconocer la colonialidad del saber, la geopolítica histórica del conocimiento, una nueva epistemología de la periferia o situada para lograr que el «continente de la esperanza» se haga realidad.

Sabemos, desde siempre, que el que domina, nomina. El sometimiento por las armas ya sean de fuego, económicas o políticas va acompañado de construcciones de sentido, de ideologías que se pretenden universalizar desde creencias en modelos sociales, económicos, jurídicos, políticos y culturales.

Los poderosos o colonizadores siempre nominaron, pusieron los nombres, bautizaron desde el poder nuestras ciudades, nuestras islas, nuestro territorio, expoliaron nuestros recursos, sometieron a nuestros pueblos y compraron voluntades vernáculas y siguen haciéndolo para decidir qué modelo de desarrollo deberíamos tener para su mayor utilidad y servicio.

Pero algunos europeos, como el historicista Herder en el siglo XVIII, cuestionaba a los filósofos del Iluminismo y nos alertaba también sobre el juicio desde los estándares europeos sobre otras culturas rechazando la razón pura, ya que la razón era lingüística e histórica, por eso sostenía:

¿A dónde no se fundan colonias europeas y a dónde llegarán? En todas partes los salvajes, cuanto más se prestan para nuestra conversión. En todas partes se aproximan, sobre todo por el aguardiente y la opulencia, a nuestra civilización, y pronto serán ¡Dios mediante! Hombres como nosotros, hombres buenos, fuertes, felices (…) En Europa la esclavitud ha sido abolida porque se calculó que los esclavos costaban más y rendían menos que la gente libre. Nos permitimos una sola cosa: utilizar tres continentes como esclavos, comerciar con ellos, desterrarlos en minas de plata e ingenios de azúcar. Pero total no son europeos ni cristianos y en cambio recibimos plata, piedras preciosas, especias, azúcar y una enfermedad secreta, es decir a causa del comercio y en pro de la mutua fraternidad y la comunidad de las naciones (…) Sistema comercial. Lo grande y exclusivo de esa organización es evidente. Tres continentes devastados y organizados por nosotros: nosotros despoblados por ellos, enervados; hundidos en la voluptuosidad, la explotación y la muerte, eso se llama obrar con prodigalidad y felicidad (Herder, 2007).

Obreros, Tarsila do Amaral, óleo sobre tela, 1933.

 

La descolonización cultural

¿Qué pueblo hay en la tierra que no tenga cultura propia? ¿Y el plan de la Providencia no resultaría demasiado estrecho si todos los individuos del género humano hubiesen sido creados para lo que nosotros calificamos de cultura y que a menudo sólo debería llamarse refinada debilidad? Nada más indeterminado que esta palabra y nada más falible que su aplicación a pueblos y épocas enteras.

Johann Gottfried Herder

La batalla cultural para sustituir la importación de ideas en lo pedagógico, en lo cultural, en el poder mediático, en los modelos económicos, jurídicos y políticos que nos quieren imponer, continúa.

Europa tiene un nuevo giro copernicano pendiente. En el siglo XVI, Copérnico descubrió que la tierra no era el centro del universo. Desde la filosofía, se llamó a esta revolución científica: el giro copernicano. Le falta aún a los europeos y a los países centrales o poderosos, salir de su auto-centralidad para poder comprender que las categorías de análisis socio-políticas surgidas de su propia historia, no se adecuan a las historias de otras latitudes, ni a las asiáticas ni a las africanas ni a las latinoamericanas, que tienen otras historias y que deben entenderse con otras categorías. Las categorías de análisis surgen de la propia realidad y no son universales abstractos.

Las teorías occidentales debatieron distintas categorías y metodologías de análisis social, como el positivismo o el racionalismo, entre otras, pero les falta realizar el giro copernicano, y pensar desde el historicismo nuevamente, o de la hermenéutica social situada para dejar de creer en la universalización abstracta de sus categorías sociopolíticas y para entender la realidad latinoamericana.

Leopoldo Zea sostiene que toda la filosofía europea termina en una preocupación política. Los latinoamericanos, en la búsqueda de la libertad que sustituya el orden colonial, deberán proponer como cambiar la sociedad y al hombre, como organizarse, y deberán luchar para hacer realidad sus pensamientos, ya que son filósofos y políticos, hombres de pensamiento y de acción al mismo tiempo.

Por eso, sostenemos que quizás es parte del proceso de autoconciencia entender que estuvimos en la «periferia» de la civilización europea en términos económicos, culturales o políticos, pero el objetivo sería liberarse, con una epistemología que pueda resolver los problemas propios, dejando de ser satelitales o patios traseros.

Por el contario, los europeos que ya saben que no son el centro del mundo, deben entender que para comprender otras culturas, religiones, sistemas políticos, no pueden seguir aplicando las categorías de fascismo, populismo, nacionalismo exacerbado o demagogia, entre otras categorías que intentan describir la intervención del Estado en la organización o redistribución de la riqueza que produce cada comunidad o nación, a fin de lograr una sociedad más justa.

Ricardo Carpani, óleo sobre tela, 1973.

 

Filosofía universal o filosofía que surge de nuestros problemas

¿Por qué no construir en nuestra propia realidad «tal cual es»: las bases de una nueva organización económica y política que cumpla la tarea educadora y constructiva del industrialismo, liberada de sus aspectos cruentos de explotación humana y de sujeción nacional?

Raúl Haya de la Torre

Desde los orígenes de la filosofía, muchos pensadores intentaron darle forma a la sociedad, buscando idealmente cuál sería la morfología más cercana a sus ideales.

Platón imaginó su República con sus Leyes, San Agustín delineó La ciudad de Dios, Campanella pensó La ciudad del sol, Bacon imaginó La Nueva Atlántida como todos los llamados utopistas, delineaban diversas formas sociales en las cuales los valores esenciales eran la libertad humana y la igualdad.

Pero la mayoría de ellos no se plantearon darle un topos o un lugar a sus utopías. Ubicaban sus fantásticos «no lugares» en un «lugar inexistente», en un espacio y tiempo ideal, imaginario. Por esa razón, no tendrían sus utopías un valor político.

En América Latina por el contrario, los pensadores y filósofos originales debían y querían constituir ese sueño en su tierra, conscientes de que era una sociedad en formación. Muchos de ellos fueron pensadores-gobernantes o filósofos-reyes -como quería Platón- para poder gobernar y hacer su República ideal. Pero en Nuestra América en formación se les otorgó sentido y valor político histórico a sus «utopías».

Pero el liderazgo personal de algunos líderes latinoamericanos o el caudillismo, sigue siendo calificado peyorativamente en Europa, que sin embargo, mantienen aún en el siglo XXI, monarquías financiadas por el Estado, sobrevivientes de sangre azul por «decisión divina» que se siguen heredando el poder, desconociendo cualquier elección popular.

Tampoco comprenden lo que Sartre describió en el prólogo a Los Condenados de la tierra de Fanon, que el patriotismo de nuestras latitudes «periféricas» lo creó el propio colonialismo.

Latinoamérica no invade países, no trafica esclavos cazados en el África, no domina a otros pueblos y no lo hizo a lo largo de su historia. Cuando se atacaron en Latinoamérica a los pueblos originarios, después del ataque realizado por los conquistadores europeos, fue de la mano de sus socios vernáculos, cómplices o nordomaníacos como los llamó el oriental José Rodó. Las luchas de los pueblos de América Latina fueron de liberación. Sus movimientos políticos no fueron “terroristas” sino movimientos de liberación nacional.

El pensador peruano, José Carlos Mariátegui, sostenía en 1928: «no queremos ciertamente que el socialismo en América sea calco y copia, debe ser creación heroica. Tenemos que dar vida, con nuestra propia realidad en nuestro propio lenguaje, al socialismo indo-americano. He aquí una misión digna de una generación nueva» (1966).

Arturo Jauretche, en su texto La falsificación de la historia sostiene que se «ha querido que ignoremos cómo se construye una nación, y como se dificulta su formación auténtica, para que ignoremos cómo se conduce, cómo se construye una política de fines nacionales, una política nacional» (2006). No es un problema de la historiografía, sino de la política. Para él «lo que se nos ha presentado como historia» es una política de la historia, en que ésta es sólo un instrumento de planes más vastos destinados a impedir que la historia, la historia verdadera, contribuya a la formación de una conciencia nacional que es la base necesaria de toda política de la Nación. Así pues, de la necesidad de un pensamiento político nacional ha surgido la necesidad del revisionismo histórico» (2006). Dicha falsificación tenía fines económicos y sociales.

Para Arturo Jauretche, el ideólogo cree que la realidad debe someterse a las ideas y no al revés. En la historia argentina se siguió con el esquema de civilización y barbarie, donde los latinoamericanos somos los bárbaros y los revolucionarios con ideas ajenas son los civilizados. Por eso hay que pensar desde la Antártida, invertir el planisferio y pensar desde acá. La intelligentzia en cambio, si la realidad no concuerda con las ideas de moda y de los libros, suprime o es peor para la realidad. La historia falsificada ha sido para él «una de las más eficaces contribuciones» de la intelligentzia, donde la nación deja de ser un fin para convertirse en un medio... para la democracia, para la libertad y no éstas para la nación.

Hernández Arregui sentenciaba en 1973, en su libro Imperialismo y Cultura:

Hispanoamérica revela la presencia de todos los elementos substantivos y adjetivos de una cultura. América Hispánica es una cultura (…) El sino mundial de la América Hispánica no podrá realizarse sin la voluntad de sus grupos nacionales integrantes organizados sobre una conciencia común de los problemas. Tal política debe ser la moral en grande del continente. Hispanoamérica se convertirá en potencia mundial, cuando las energías nacionales de sus pueblos se integren en un plan continental capaz de conferirle la categoría de superpotencia. Las desarmonías que obstaculizan esta unión no se fundan ni en antinomias culturales ni en repulsas históricas, sino en la incomprensión fomentada o en la interferencia de fuerzas ajenas al derrotero de América Hispánica (1973).

Por su parte, el uruguayo José Enrique Rodó se planteaba:

No veo la gloria, ni en el propósito de desnaturalizar el carácter de los pueblos -su genio personal-, para imponerles la identificación con un modelo extraño al que ellos sacrifiquen la originalidad irremplazable de su espíritu; ni en la creencia ingenua de que eso pueda obtenerse alguna vez por procedimientos artificiales e improvisados de imitación. Ese irreflexivo traslado de lo que es natural y espontáneo en una sociedad al seno de otra, donde no tenga raíces ni en la naturaleza ni en la historia.

El boliviano Franz Tamayo en su libro Creación de una pedagogía nacional en 1910, sostiene que la suprema aspiración de los pedagogos bolivianos sería «hacer de nuestros nuevos países, nuevas Francias y nuevas Alemanias, como si esto fuera posible, y desconociendo una ley biológica histórica, cual es la de que la historia no se repite jamás, ni en política ni en nada». Para él, la pedagogía ha sido hasta principios del siglo XX una labor de «copia y calco».

La mirada universal hegemónica, fundamentalmente de los países centrales y colonizadora, fue la responsable de que muchos latinoamericanos se creyeran otros y no reflexionaran sobre su propia realidad, sin mirarse a sí mismos con sus propios problemas para encontrar soluciones propias. Por eso sostenemos que a América Latina le llegó la hora de tomar la palabra, sustituir la importación de ideas y valorizar su propia cultura y su propia historia. Eso es lo que llamamos la descolonización cultural y pedagógica.

Como el diálogo entre los pueblos debe ser social, político y vital, y eso requiere del compromiso y el esfuerzo de varias generaciones, es que coincidimos con Juan Domingo Perón cuando sostiene: 

Sólo podremos tener un continente latinoamericano libre y soberano, si somos capaces de formarlo con países también libres y soberanos. Pero la libertad y la soberanía no se discuten, se ganan. Todo depende de que nos pongamos en el camino de hacerlo con la más firme voluntad de lograrlo.

Descargá la obra completa:

http://www.unla.edu.ar/centros/centro-de-estudios-de-integracion-latinoamericana/publicaciones-ugarte/pensamientos-nuestroamericanos-en-el-siglo-xxi-aportes-para-la-descolonizacion-epistemica?fbclid=IwAR3dAQGvf_WwWHWcoQRHruNe2kF6j4meI-8mv0E1Oxy6qMcWYgTQq41Xuz8

 

 

 

* Doctora en Sociología (UNAM). Rectora de la Universidad Nacional de Lanús (UNLa), ha sido docente de la UNAM y la UNLZ. Entre sus últimas publicaciones se destaca La descolonización cultural, un modelo de sustitución de importación de ideas (2014).
Caso, A. (1970). Discursos a la Nación Mexicana, en Obras Completas. México: UNAM.

Haya de la Torre, R. (2010). El antiimperialismo y el APRA. Lima: Fondo Editorial del Congreso del Perú.

Herder, J.G. (2002). Ideas para la filosofía de la historia de la humanidad. Madrid: Complutense.

Herder, J.G. (2007). Filosofía de la historia para la educación de la Humanidad.
España: Espuela de Plata.

Hernández Arregui, J. J. (1973). Imperialismo y cultura. Buenos Aires: Plus Ultra.

Jauretche, A. (2006). Política nacional y revisionismo histórico. Buenos Aires: Secretaría de Cultura de la Nación.

Mariátegui, J. C. (1966). Antología de José Carlos Mariátegui. México: Costa ACC.

Rodó, J. E. (2010). Ariel. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.

Tamayo, F. (1986). Creación de la pedagogía nacional. La Paz: Universidad Mayor de San Andrés.