El Tribuno del Pueblo

Semblanza en clave presente de Jorge Eliécer Gaitán.
Por Henry Cruz *

El rumor corrió como pólvora por las calles de Bogotá hasta convertirse en grito: ¡Mataron a Gaitán!, ¡mataron a Gaitán! A través de las ondas de radio, esas mismas que transmitían los vibrantes discursos del Jefe, se extendió a todos los rincones de Colombia. ¡Mataron a Gaitán!, ¡mataron a Gaitán! Es el 9 de abril de 1948, pasan las 13 horas. El cadáver semidesnudo de Juan Roa Sierra, el supuesto asesino, es arrastrado por la multitud enardecida hasta el Palacio Presidencial y abandonado allí como advertencia al presidente conservador Mariano Ospina Pérez. Había iniciado lo que el escritor José Antonio Osorio Lizarazo llamó con exactitud en su novela: El Día del Odio1.

Al decir del sociólogo colombiano Alfredo Molano2, el día y la hora del asesinato quedaron marcados en el calendario vital de sus contemporáneos, detuvieron sus relojes por un momento eterno, todos saben exactamente qué estaban haciendo en el momento de la noticia. Se convirtió además en el acontecimiento que partió en dos la historia colombiana. Punto de llegada de un violento proceso de confrontación civil que había iniciado en el siglo XIX, y punto de partida de su agudización.

El comienzo del fin es 1945. En este año Jorge Eliécer Gaitán participó como candidato disidente por el Movimiento Popular del Liberalismo (MPL), confrontando al candidato oficial Gabriel Turbay y a Mariano Ospina Pérez por el conservatismo. Esta división del liberalismo permitió el retorno conservador al poder, después de 15 años de haber perdido una hegemonía de más de cuatro décadas, y fue síntoma de los cambios que se fraguaban en la vida política y social colombiana. El pueblo, encarnado en Gaitán, desplazaba a las elites que ejercían el control político del liberalismo.

Pero el objetivo de Gaitán no era solamente desplazar a la dirigencia liberal, era reorganizar el mapa político y social colombiano, desnudando un sistema de oligarquías partidistas que compartían los mismos intereses y que se turnaban en el poder según su color político. Estos mismos colores políticos (azul para los conservadores y rojo para los liberales) eran una marca con la que se nacía en Colombia. Desde la cuna los ciudadanos ya venían inscriptos en alguno de los dos partidos, y debían defenderlo y acatarlo a muerte. Gaitán hábilmente reconocía lo artificial de esta división social y manifestaba: “El hambre no es ni liberal ni conservadora”.

El pueblo lo adoptó en carne y alma, esperanzado en que el caudillo lo llevara a una segunda independencia, esta vez de las elites y castas sociales que se habían instalado en el poder al costo de la sangre, solo para el usufructo privado de la cosa pública.

Jorge Eliécer Gaitán había iniciado su vida política dentro del Partido Liberal casi en los años 30 del siglo XX, fue parte de la generación de Los Nuevos que hizo su aparición durante la segunda década, etiqueta con la que se identificaron los jóvenes de la época que pretendían la renovación de la vida política y social colombiana. Hijo de una maestra y un librero, resumió en sí mismo los valores y anhelos de los sectores populares. Graduado en Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Nacional con la tesis titulada Las Ideas Socialistas en Colombia, marchó a Italia para especializarse en Derecho Penal en la Real Universidad de Roma en 1926, ambiente en el que conoció de primera mano las estrategias del fascismo de Mussolini para captar la simpatía de las masas, clima acorde con lo que se vivía en el mundo acerca de la irrupción de ese nuevo actor político que empezaba a exigir su lugar como constituyente primario y recipiente de la soberanía: el pueblo. Las heridas de la Primera Guerra Mundial aún estaban abiertas en Europa, así como los rastros del proceso de colonización en Asia y África y de la Revolución Rusa, marcando la marcha del periodo de entreguerras.

América Latina se sacudía asimismo en sus propias tensiones expresadas en la Revolución Mexicana, la fundación del APRA por Haya de La Torre, los trabajos de José Carlos Mariátegui, la lucha de Augusto César Sandino en Nicaragua, las intervenciones norteamericanas en el Caribe y la Reforma Universitaria de Córdoba. Eran tiempos de formación para la generación que buscaría afectar durante la segunda mitad del siglo XX los rumbos políticos de las naciones latinoamericanas como Colombia. Pero Gaitán no llegaría a hacerlo. Su vida quedó truncada en 1948, dislocando las posibilidades de transformación para el país.

Gaitán fue representante a la cámara, rol en el que brilló por llevar adelante el debate contra la United Fruit Co. en 1929 por la Masacre de las Bananeras que había sacudido al Caribe colombiano un año antes, y que terminó de erosionar la hegemonía conservadora representada en el gobierno de Miguel Abadía Méndez (1926 – 1930). Este acto le valió el calificativo de Tribuno del pueblo. En 1931 es presidente de la cámara de representantes. Su febril actividad política y profesional le dejó tiempo para conformar en 1933 la Unión Nacional de Izquierdas Revolucionarias (UNIR), movimiento político en el que desenfundó sus postulados de reforma agraria, y que fue disuelto en 1935 para integrarse en el oficialismo por algunas concordancias con el gobierno de López. En 1936 fungió como alcalde de Bogotá y entre 1936 y 1939 se desempeñó como catedrático de su alma máter. 1940 lo encuentra como Ministro de Educación del gobierno de Eduardo Santos (1938 - 1942) y 1944 a cargo de la cartera de trabajo en el segundo periodo de Alfonso López (1942 – 1945).

Es precisamente este último gobierno de López el que sella el fin de la llamada República Liberal, debiendo renunciar por una sucesión de escándalos de corrupción fogoneados por la prensa conservadora, que puso en entredicho la solvencia moral de los liberales para ejercer el poder, e incluso afrontó una intentona de golpe de estado en 1944. Este gobierno debió ser completado por Alberto Lleras Camargo (1945 – 1946) tras la renuncia de López. La suerte estaba echada para los liberales. Las fuerzas telúricas comandadas por Gaitán estaban sacudiendo desde sus bases al partido pidiendo la renovación, la inclusión del pueblo en la política, la apertura democrática de la sociedad que contenida durante décadas buscaba poder filtrar tanta presión, Y además, como lo manifestaría el propio Gaitán en su discurso del Teatro Municipal de 1946, pedían la restauración moral de una república atravesada por la violencia bipartidista, la corrupción, la desigualdad social y el imperialismo, dominada al antojo de las oligarquías. 

Su carrera subía meteóricamente pese a sus orígenes plebeyos y mestizos, lo que en una sociedad racista y clasista como la bogotana le valió los epítetos en sentido denigratorio de El Indio y El Negro, y la caricaturización de su figura en las páginas de los medios hegemónicos. Sus detractores a la izquierda lo llamaron fascista y los de la derecha comunista. Fascista porque había puesto en práctica las tácticas de movilización que había visto en Italia; comunista porque levantaba las banderas de la justicia social dentro del liberalismo y por su valorización de las ideas socialistas. Si bien había resultado tercero en las elecciones de 1946 su poder ya era indiscutible, y en junio de 1947 es nombrado jefe único del Partido Liberal. El 7 de febrero de 1948 sellaría su destino atándolo a las masas en una comunión silenciosa e introspectiva, en la que miles de cuerpos desfilaron en absoluto silencio comandados por su líder para lograr el efecto sobrecogedor de disciplina y obediencia, y como gritando hacia adentro por sus muertos. Esa fue la famosa Marcha del Silencio. Este acto fue el que terminó de convencer a las elites de la fuerza latente que podría desbordarse en esa chusma. Silencio que dos meses más tarde se convirtió en estruendo. En un grito de rebelión.

Los métodos de Gaitán no solo se limitaron a ganar las calles por medio de los actos masivos. En pleno conocimiento de que los medios de comunicación eran fundamentales para la disputa de las ideas y los consensos. Gaitán no solamente capitalizó el uso de la radio, también vio la necesidad de hacerlo con el cine, y gracias al trabajo de los hermanos Acevedo quedaron registros de sus concentraciones masivas, sus discursos y su campaña política. En el campo de la prensa escrita, la formación del semanario Jornada en 1944 sirvió como plataforma para su candidatura presidencial y como contrapeso a los medios hegemónicos ligados al bipartidismo como los periódicos El Tiempo y El Siglo. Jornada era sostenido por las donaciones de los gaitanistas y por los modestos aportes de las bases populares. En palabras de Darío Samper3, gaitanista de primera línea y director del semanario: “El medio se sostenía por la contribución de sirvientas, mozos de cordel, los tipos de los restaurantes, los emboladores y las putas (…) la gente del pueblo en general (…) los artesanos, los obreros, la clase media de los bajos ingresos, la barriada”.

Barriadas populares como las de Los Mártires, La Perseverancia y Las Cruces, barrios obreros de Bogotá enteramente gaitanistas, de los que desfilarían las multitudes que bajaron de las lomas hacia el centro de Bogotá, unas veces para asistir a las movilizaciones convocadas por el caudillo, y una sola vez enardecidas para vengar su muerte.

Llegamos de nuevo al 9 de abril. Los disturbios tomaron tres días en ser aplacados. Con momentos épicos como la toma de la radiodifusora nacional o la adhesión a la revuelta de unidades militares y de la policía; y con otros episodios turbios como el apostamiento de francotiradores civiles en los techos de las casas y las torres de las iglesias que disparaban contra todo lo que se movía. Es bastante recordada también la traición de los militares quienes parecieron sumarse a los reclamos del pueblo, solamente para abrir fuego de ametralladora contra la multitud que segundos antes los vitoreaba. Según estimaciones, en dos jornadas hubo entre 3000 y 5000 muertos, saqueos, incendios de edificios y la muy conocida quema de los tranvías que surcaban las calles de Bogotá. El levantamiento no pudo ser revolución porque adolecía de líderes autónomos y de organización disciplinada de las bases. Sin embargo, en muchos lugares de Colombia se llegaron a conformar juntas revolucionarias que depusieron alcaldes y autoridades, y que aguardaron expectantes la toma del poder por el Partido Liberal... algo que nunca sucedió. Es necesario destacar el caso de Barrancabermeja, en donde la resistencia fue mucho más organizada gracias a la experiencia de los obreros petroleros del sindicato de la Tropical Oil Company y a la alta presencia de cuadros políticos de variadas tendencias.

Resulta paradójico que en el mismo instante de su asesinato se decidía en Bogotá la suerte de la futura OEA, en la  IX Conferencia Panamericana. La guerra fría estaba en sus albores y los EEUU de Norteamérica estaban decididos a consolidar su dominio sobre el continente, asegurándose de no ceder territorio al avance de la Unión Soviética. Un año antes, en 1947, se había acordado el Tratado de Asistencia Recíproca (TIAR) como pacto de defensa interamericana a conveniencia de los intereses yanquis (sí, el mismo que se pretende activar actualmente contra Venezuela). A Gaitán ni lo invitaron al encuentro. En él actuó como representante por Colombia el jerarca conservador Laureano Gómez y contó con la presencia del Gral. Marshall. Paralelamente, y para comprobar que los destinos se cruzan de formas que en el instante no podemos dimensionar pero que en retrospectiva nos maravillan, se llevaba a cabo una reunión de juventudes latinoamericanas en la que participó el joven de origen cubano Fidel Castro.

La vida y obra de Gaitán, su legado, su asesinato y el 9 de abril en sí mismo fueron los temas transversales de la historiografía del siglo XX colombiano. Si seguimos la clasificación propuesta por José David Cortés en 20084, encontramos que la producción bibliográfica, documental y audiovisual disponible se divide entre coetánea y posterior, y dentro de ella entre producciones apologéticas, opositoras y de producción académica. Algunas de ellas conservan el valor de las fuentes primarias como las producciones del mismo Gaitán (Las Ideas Socialistas en Colombia5 o el debate sobre la Masacre de las Bananeras6), así como su producción para medios escritos de comunicación. También encontramos los escritos posteriores al 9 de abril de Osorio Lizarazo7, y otras investigaciones rigurosas para el acercamiento al tema, entre las que están los trabajos de Arturo Alape8, Jacques Aprile9, Herbert Braun10 y Gonzalo Sánchez11. También artículos de Darío Betancourt12 y Pierre Gilhodes13. El tema, lejos de terminarse, conoció una renovación a través de los estudios del historiador norteamericano John Green14. No podemos agotar todas las referencias y se quedan por fuera otros trabajos de igual valor. Vale mencionar que en 2008 la Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá, a través de un equipo de profesores, investigadores, profesionales y estudiantes llevó a cabo la Cátedra de Sede Jorge Eliécer Gaitán y el Simposio internacional Mataron a Gaitán: 60 años, que dio como fruto la colección de la memorias de los dos eventos y la producción de una copiosa base de datos disponible como recurso electrónico15, además de impulsar la renovación generacional sobre el tema con investigadores como Sven Schuster16, Adriana Rodríguez Franco17, Cristian Acosta Olaya18 y David Antonio Pulido19, entre otros.

Muchos creen que la violencia en Colombia empieza con su asesinato, una imprecisión histórica que se ha repetido muchas veces. En realidad Gaitán es una víctima más de la violencia. Los reclamos de la Marcha del Silencio lo confirman, así como los centenares de muertos que había dejado la guerra bipartidista desatada en los campos colombianos antes de su muerte. La confusión tal vez radica en cierta historiografía, lo cierto es que también pervive en la memoria y el recuerdo, que hacen equivalente su asesinato con el asesinato de la esperanza popular. Al desaparecer Gaitán se desencadenaron procesos de resistencia y lucha que desembocaron en la conformación de guerrillas como las del Llano, o aquellas que con variaciones y sin ser procesos lineales terminarían conformando las FARC o engrosando las bases del ELN ya entrados los años 60. Sin el asesinato de Gaitán probablemente Gustavo Rojas Pinilla no hubiese llegado al poder como una opción popular de alianza entre el pueblo y las Fuerzas Militares, y sin Rojas Pinilla no hubiera existido el M19, pero eso hace parte de otra historia, o mejor dicho, de otro capítulo de la misma historia.

La figura de Gaitán ha sido usada y además abusada. Todos los políticos inscritos en su tradición (o los que han querido estarlo) han tomado de él sus tácticas y sus métodos. Muchos de ellos en coherencia cierta con sus ideales, pero otro tanto de forma mimética y camaleónica para beneficiarse de sus legados simbólicos. Incluso narcotraficantes bajo el disfraz político como Pablo Escobar o Carlos Lehder, o casos aberrantes y extremos como uno de los brazos armados del Cartel del Golfo, que se autodenomina Autodefensas Gaitanistas de Colombia, pero que no son más que una mafia al servicio del narcoparamilitarismo.

Todo ha cambiado desde entonces, pero también todo continúa. Colombia se ha convertido en sinónimo de guerra, de narcotráfico y corrupción. La sociedad es hoy más desigual que la de ese entonces, y la violencia arrasa los campos y las provincias sin dar respiro a contradictores políticos. De los viejos partidos solamente quedan cadáveres vivientes, cuyas alas derechas se plegaron al proyecto del hoy preso Álvaro Uribe Vélez. El asesinato de Jorge Eliécer Gaitán inauguró la práctica del magnicidio que azotó a Colombia durante todo el siglo XX, solo que ejecutados por el narcotráfico que penetró y corrompió a la política.

Paradójicamente el 9 de abril fue elevado por ley como Día Nacional de la Memoria y la Solidaridad con las Víctimas del conflicto armado colombiano, sin embargo la sociedad está lejos de encontrar el sosiego del resarcimiento y el perdón. En cada líder y lideresa social asesinados cae de nuevo Gaitán, haciendo que todos los días se renueve el clamor del mismo grito: ¡Mataron a Gaitán!, ¡mataron a Gaitán! Pero también se renuevan esas palabras con las que el caudillo cerró su más famoso discurso, la Oración por la paz:

¡Malaventurados los que en el gobierno ocultan tras la bondad de las palabras la impiedad para los hombres de su pueblo, porque ellos serán señalados con el dedo de la ignominia en las páginas de la historia!20

Páginas de la historia que la justicia colombiana ha empezado a reescribir. 

* Licenciado en Historia de la Universidad Nacional de Colombia y educador popular. Ha sido becario, investigador y editor en distintos proyectos. Sus temas de estudio son la historia política, cultural e intelectual latinoamericana y la decolonialidad
1. Osorio Lizarazo, J. A. El día del odio. Buenos Aires: Ediciones López Negri, 1952. 286 p.

2. Valencia Gaitán, María. 9 de Abril 1948 [videograbación] Bogotá: Instituto Colombiano de la Participación Jorge Eliécer Gaitán, Gobernación de Cundinamarca; O Production Cityzen TV, 2001.

3. Alape, Arturo. El Bogotazo. Memorias del olvido. Bogotá: Pluma, 1983. 653 p.

4. Cortés Guerrero, José David. Gaitán y el gaitanismo en la historiografía colombiana. Miradas desde una experiencia monográfica. En: Mataron a Gaitán: 60 años / editores César Augusto Ayala Diago, Oscar Javier Casallas Osorio, Henry Alberto Cruz Villalobos. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2009. 650 p.

5. Gaitán, Jorge E. Las ideas socialistas en Colombia. Bogotá: Ed. Minerva, 1924. 171 p.

6. Gaitán, Jorge Eliécer. La masacre en las bananeras: 1928. Medellín: Editorial Pepe, 1929. 140 p.

7. Op Cit, El día del odio.

8. Op cit, El Bogotazo. Y El cadáver insepulto. Bogotá: Editorial Planeta Colombiana, 2005. 320 p.

9. Apriel Gniset, Jacques. El impacto del 9 de abril sobre el centro de Bogotá. Bogotá: Centro Cultural Jorge Eliecer García, 1983. 223 p.

10. Braun, Herbert. Mataron a Gaitán: vida pública y violencia urbana en Colombia. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia. Centro Editorial, 1987. 385 p.

11. Sánchez G. Gonzalo. Los días de la revolución: Gaitanismo y 9 de abril en Provincia. Bogotá: Centro Cultural Jorge Eliécer Gaitán, 1984. 162 p.

12. Betancourt Echeverry, Darío. El 9 de Abril en Cali y en el Valle. En: Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia. No. 15 (1987). Pp. 273-285.

13. Gilhodes, Pierre. El 9 de Abril y su contexto internacional. En: Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia. No. 13/14 (1985-1986). Pp. 239-260.

14. Green, John. Vibrations of the Collective: The Popular Ideology of Gaitanismo on Colombia’s Atlantic Coast, 1944-1948. The Hispanic American Historical Review 76, No. 2: (1996) Pp. 283-311. y Green, John. Gaitanismo, Left Liberalism, and Popular Mobilization in Colombia. Tallahassee: University Press of Florida. 2003. 384 p.

15. Ayala Diago, César Augusto. Casallas Osorio, Oscar Javier. Cruz Villalobos, Henry Alberto. (Ed.) Mataron a Gaitán: 60 años. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2009. 560 p.

16. Schuster, Sven. El 9 de abril como lugar de memoria: ¿último recuerdo de la violencia ?. En: Op Cit, Mataron a Gaitán: 60 años. Pp. 275-281.

17. Rodríguez Franco, Adriana. El gaitanismo y los gaitanistas de Jornada (1944-1948). En: op cit, Mataron a Gaitán: 60 años. Pp. 107-122.

18. Acosta Olaya, Cristian. Jorge Eliécer Gaitán y el dique frente a las aguas turbulentas. Identidades políticas, populismo y violencia en Colombia (1928-1948) (Tesis doctoral inédita), Facultad de Ciencias Sociales. Universidad de Buenos Aires. 2019.

19. Pulido García, David Antonio. De estudiantes a políticos: el tránsito del movimiento estudiantil en Colombia y Venezuela, 1928-1936, una aproximación comparada. En: Op cit, Mataron a Gaitán: 60 años. Pp. 55-69.

20. Gaitán, Jorge Eliécer. Oración por la paz: Oración por los humildes. Selección de discursos y notas de José Félix Castro. Bogotá: Editorial Publicitaria. 1972. 38 p.