Palenqueros y Quilombolas

Los primeros africanos libres de América Latina.
Por Mariano Cabral *

Esclavitud y esclavizados en América

 

La conquista y colonización de América por los españoles atingió a un vastísimo territorio, en el que se desparramaban recursos naturales, poblaciones campesinas tributarias, grandes ciudades comerciales y gubernativas, puertos, caminos y una extensa red de fuertes y posiciones militares que protegían los espacios estratégicos. Era en sí mismo, más allá de los telones jurídicos, un gigantesco imperio colonial, que se basaba en la extracción de riqueza de las colonias y su transferencia a la metrópoli (riqueza que, por cierto, en vez de robustecer la economía española y fundar las bases de su desarrollo, acababa en las arcas holandesas e inglesas, apuntalando el desarrollo de esas dos naciones, fundamentalmente).

En los primeros años de la conquista de este territorio que ensanchaba el imperio, las huestes españolas se encontraron con abundantes tesoros, y se enriquecieron por medio del saqueo y la rapiña. Pero conforme avanzaba el siglo XVI, y a medida que los conquistadores se establecieron en los territorios “descubiertos”, hubo que administrarlos, y eso no implicaba solamente organizar un aparato burocrático, sino organizar la generación, extracción y posterior puesta en circulación de la riqueza. Hacían falta entonces, brazos laboriosos que acometieran la tarea. Los españoles eran relativamente pocos, y aunque no desdeñaban los sacrificios ni titubeaban en embarcarse en las empresas más inciertas, las labores manuales no eran la idea que mayormente tenían sobre cómo enriquecerse en América. Como en toda conquista, la riqueza del conquistador debía ser provista por el trabajo de los conquistados. Pero el uso de la población indígena como mano de obra forzada, presentaba algunos problemas que finalmente fueron resueltos con la introducción de esclavizados, traídos desde África. Esta mano de obra se necesitaba, fundamentalmente para la extracción de metales preciosos y para los grandes cultivos dedicados a la exportación (como la caña de azúcar, y más tarde el cacao).

Fragmento de mural de Diego Rivera

Ya a fines del siglo XV, Isabel La Católica había prohibido esclavizar a los indígenas americanos, pero el problema se presentó debido a que los indígenas, no sólo fueron esclavizados, sino prácticamente extintos en casi todas las islas del Caribe, para mediados del siglo XVI. Evidentemente las duras leyes castellanas se dilataban y ablandaban de manera extraordinaria en las cálidas tierras de la América tropical, centro de la hegemonía española en nuestro continente. La abundante población campesina indígena en tierra firme (México al oeste, Perú al sur) podía ser aprovechada para las grandes explotaciones, pero con ciertos límites. El aprovechamiento de esas poblaciones como mano de obra forzada en las grandes producciones extractivistas, estaba limitado por el propio estatus jurídico que esas poblaciones tenían, así como por la necesidad de no exterminarlas, ya que constituían la base de la economía agraria y tributaria de los “reinos” americanos. Quedaban las poblaciones marginales, de las zonas menos exploradas; pero estas contaban con la ventaja que ofrecía un territorio vastísimo, en el que aún podían sustraerse a la presión de los encomenderos y demás explotadores (en las colonias portuguesas de Brasil la cacería de esclavos, selva adentro, fue una práctica prolongada por varios siglos).

Mamelucos conduciendo prisioneros indios, Jean-Baptiste Debret, Viaje pintoresco e histórico a Brasil (1834)

Extinta o insuficiente la parte de la población que debía producir la riqueza colonial, extractiva, los europeos no dudaron en importar enormes contingentes humanos, enajenando poblaciones enteras de las selvas, llanuras y altiplanos africanos. Una migración forzada que se calcula en unos 11 millones de personas arrancadas, a lo largo de 300 años, de sus aldeas, campos y poblados; encadenadas en las bodegas de barcos acondicionados especialmente para llevar la mayor cantidad posible, y desembarcadas en América, en puertos y mercados “negreros”, donde eran vendidas y finalmente llevadas a su lugar de trabajo, a veces muy distante, incluso de las costas a las que habían arribado. Se calcula que de estos 11 millones, 2,5 fueron ingresados a las colonias españolas en América, y más de 4,5 a las portuguesas, mientras el resto acabaron en las colonias inglesas y francesas, principalmente.

Hacia fines del siglo XVI, el tercer elemento central de la mestización americana ya formaba parte del aspecto cotidiano de ciudades, fincas, plantaciones y minas, a lo ancho de todo el continente. Entre los esclavizados venían personas de todas las layas y todos los saberes. Campesinos, artesanos, herreros, ebanistas, guerreros, caudillos, y hasta nobles y príncipes. Estas personas sostenían, en la medida de sus posibilidades, algunos aspectos de su modo de vida anterior, en los reducidos espacios de socialización a los que podían acceder en el Nuevo Mundo. La veneración de los antiguos dioses sobrevivió hasta nuestros días en las celebraciones sincréticas americanas, emergiendo un conjunto de prácticas religiosas como el candomblé (Brasil), la santería (Venezuela) y los orishas (Cuba). También se sostuvieron algunas jerarquías sociales y antiguas jefaturas tribales de este lado del Atlántico. Esto permitió que ciertas figuras con dotes de mando o con ascendente sobre los demás, lideraran revueltas, alzamientos y fugas masivas de los lugares de esclavitud. Los alzamientos y las fugas fueron una constante de todo el período de la esclavitud africana en América.

Los esclavizados que lograban fugarse de sus “amos”, se internaban en selvas y territorios interiores, donde formaban comunidades libres que reproducían el modo de vida de los tiempos africanos. Estas comunidades tenían que defenderse de las constantes razzias que organizaban los esclavistas para arrasarlas y recapturar a los fugitivos. Por este motivo, solían contar con un intrincado sistema de defensa, que culminaba en las empalizadas de palo a pique que solían rodear las aldeas que, por esto, fueron conocidas como “palenques” en hispanoamérica. Los palenques aparecieron tempranamente en Cuba, primer punto de la América colonial donde los españoles llevaron abundante mano de obra esclava. Pero con el tiempo, surgieron también en México, Nueva Granada (Colombia) y Perú, que fueron los principales puntos de concentración de esclavos en las colonias españolas. El mismo fenómeno se produjo en las colonias portuguesas, donde los palenques fueron llamados por su nombre quimbundu (lengua del África subsahariana occidental, de la gran familia lingüística bantú): quilombo. Esta palabra, si bien se usa con igual sentido que palenque, tiene un contenido más específico, ya que el quilombo era la reunión de varias aldeas (mocambos) y por lo tanto, se identificó en diferentes textos con la palabra “nación”. En las colonias españolas no sobrevivieron las expresiones diferenciadoras como en Brasil, y la palabra “palenque” englobó a todo el fenómeno. Los habitantes de los palenques fueron conocidos como “palenqueros”, y los de los quilombos como “quilombolas”.

Desde la perspectiva de las autoridades coloniales, y de los miembros de la sociedad colonial en general, estos palenqueros y quilombolas eran a su vez esclavos “alzados”, fuera de la ley, personas peligrosas para el orden social, no sólo por lo que representaban simbólicamente, al ser “propiedades privadas” que se habían sustraídos del dominio de sus propietarios, sino porque se los suponía un peligro para la seguridad pública. El africano que no estaba debidamente encuadrado dentro de la sociedad colonial (como esclavo, o más tarde como liberto), era tenido por una persona peligrosa, un potencial delincuente. Se acuñó una expresión marcadamente hostil para señalar a los fugitivos: eran negros cimarrones. La palabra cimarrón señala al animal doméstico que se tornó salvaje, y así como aún en nuestros días son comunes las jaurías de perros cimarrones en las zonas rurales, en los tempranos tiempos coloniales, pululaban por todo el continente grandes cantidades de animales fugados de las casas de los colonos. Los cerdos en las islas del Caribe, así como el ganado mayor (bovino y equino) en las anchas llanuras de norte y sur del continente, son ejemplos clásicos de esta situación. Si el esclavo que huía se transformaba en un “negro cimarrón”, no es de extrañar que se considerara innecesaria cualquier misericordia para con estas personas, a las que ya el lenguaje había equiparado a animales peligrosos.

Palmares y San Basilio

Los palenques y quilombos se asentaban en zonas de difícil acceso, generalmente en territorios boscosos, pantanosos o escarpados. Y muchas veces, en lugares que reunían estas tres características a un mismo tiempo. Algunos llegaron a tener gran fama, y muchos sobrevivieron hasta nuestros días, integrándose de algún modo, a la vida de las repúblicas modernas. Como ya dijimos, los primeros palenques que se registraron fueron en la isla de Cuba, y más tarde el fenómeno fue presentándose en todo el continente, a medida que se extendía el uso de la mano de obra esclava. Pero de entre todas estas comunidades, dos impusieron su nombre propio como sinónimo de la presencia africana en América: el Palenque de San Basilio, en la actual Colombia, y el Quilombo de los Palmares en Alagoas, Brasil.

Augusto Earle 1793 - 1838

El Palenque de San Basilio, ubicado en las cercanías de la ciudad de Cartagena de Indias, en la costa caribeña de Nueva Granada (actual Colombia), y que en nuestros días es una comunidad orgullosa de sus orígenes, se estima que fue fundado en el año 1601, a partir de la reunión de ciertos fugitivos dispersos que deambulaban por la región hacía más de una década. Estos fugitivos se internaron en el territorio; atravesaron selvas, sierras y pantanos, hasta ubicarse, entre unos campos bastante buenos, tras una abrupta pero pequeña elevación que hacía de puerta natural al poblado. Luego de diferentes conflictos, sus pobladores alcanzaron un acuerdo de paz con las autoridades de Cartagena en 1605. Pero esta paz fue frágil, y en el año 1621 se desató una cruenta lucha que duró hasta 1691, cuando las autoridades coloniales accedieron a reconocer el palenque como comunidad libre integrada al sistema colonial, con su regidor y demás funcionarios. Se lo considera el palenque más antiguo de América, no por ser el primero, sino por ser el de más vieja fundación aún existente.

En las colonias portuguesas se dio un fenómeno similar. Estas aldeas de fugitivos, llamadas mocambos, estaban diseminadas al interior del actual Nordeste, en los bordes de toda la zona productora de caña de azúcar, que era la economía que ocupaba más mano de obra esclava en el continente. Cuando se reunían varias aldeas (una suerte de federación), se formaba un quilombo. En tiempos modernos esta palabra pasó a identificar a todas las comunidades, y el vocablo mocambo quedó en desuso. Al sur de Pernambuco se reunió, durante el siglo XVII el quilombo más grande del que se tenga registro en nuestra historia. Fue el Quilombo de los Palmares, una inmensa “república de negros”, un verdadero estado, con todos sus atributos, liderado por una nobleza guerrera que reunía varias aldeas, con una estratificación social claramente marcada (y en el que también regía la esclavitud, tal como había sido en la vida al otro lado del Atlántico, aunque por supuesto no tenía la forma masiva y lacerante de la esclavitud instalada por los regímenes coloniales europeos en América) y con su capital en el mocambo de Macaco, que quedó ubicada en la frontera entre portugueses y holandeses cuando estos últimos ocuparon Pernambuco en 1630. En todo el período de la invasión holandesa, los portugueses celebraron pactos y alianzas con las autoridades de Palmares, para mantener a raya en el norte a los holandeses, que para 1634 ya habían capturado todo el Nordeste, hasta San Luis Marañón. Esta colonia holandesa en América, llevada adelante por la Compañía de las Indias Occidentales, duró hasta 1644, año en que quedaron reducidos nuevamente a Pernambuco, donde resistieron en el foco central de Recife-Olinda hasta 1654.

"Zumbí", óleo de Antonio Perreiras (1927)

Una vez vencidos y expulsados los holandeses, las relaciones entre los portugueses y los quilombolas se volvieron a tensar. Los ataques de los facenderos a las aldeas para recuperar esclavos se sucedían con excursiones de los quilombolas para liberar grupos y aprovisionarse de armas. Hacia 1677 se alcanzó una nueva paz, y el reconocimiento de las autoridades portuguesas por parte de los quilombolas, a cambio de que se entregaran tierras y se reconociera la libertad de aquellos que la habían ganado, además de una gran cantidad de población nacida libre, en Los Palmares. Este acuerdo produjo una división entre los habitantes de Los Palmares, ya que muchos desconfiaron de los portugueses o prefirieron sostener el modo de vida que habían alcanzado. Estos encontraron un liderazgo en la figura de Zumbí, un príncipe sobrino de Ganga Zumba, el histórico soberano de Palmares que había conducido esta comunidad durante largas décadas y había llevado adelante el acuerdo con los portugueses. La larga resistencia de Zumbí (1680 - 1695) le dio forma a su leyenda hasta convertirla en nuestros días en la figura más emblemática de la resistencia afro-brasileña. Aunque debilitados y aislados, la resistencia de algunos mocambos que habían integrado el gran Quilombo de los Palmares se extendió hasta el año 1710.

* Integrante del Centro de Estudios de Integración Latinoamericana “Manuel Ugarte” de la UNLa.