Raúl González Tuñón: Poesía Y Política

El autor revive la trayectoria de Raúl González Tuñón, y a través de ella, las derivas de un escritor que abandonó las posturas nacionales de su juventud para poner “su fina sensibilidad poética al servicio de la musa staliniana”.
Por Juan Carlos Jara *

Hace muchos años —años que a veces parecen segundos y otras veces una eternidad— solíamos leer sus libros en los ociosos atardeceres de un barrio suburbano. Raúl González Tuñón fue uno de los poetas preferidos de nuestra juventud. Habíamos conseguido por entonces una reedición hecha por José Luis Mangieri de sus dos primeros libros: El violín del diablo (1926) y Miércoles de ceniza (1928), correspondientes en el tiempo a su etapa de simpatizante del radicalismo yrigoyenista. Recordemos que Raúl, al igual que su talentoso hermano Enrique, Borges, Marechal, Nicolás Olivari y varios escritores más, integró el Comité Yrigoyenista de Intelectuales Jóvenes que propiciaba la candidatura del caudillo radical para las elecciones presidenciales de 1928.

En el primero de esos libros, notoriamente influido por Baudelaire y especialmente por Héctor Pedro Blómberg, a quien llamaban “el poeta de los mares y los puertos”, Raúl le cantaba a Buenos Aires, sobre todo a sus rincones más sórdidos, y a los personajes que pululaban en ellos: prostitutas, músicos ambulantes, marineros, cocheros, vagabundos, ladrones y demás seres estrafalarios y funambulescos perdidos en la bruma nocturna de la ciudad de los ‘20. También, en la línea de Carriego y de su admirado Carlos de la Púa, le cantará al “cosmopolitismo abigarrado” del conventillo, a los “veteranos del circo” y al Puente Alsina, “comité de la ciudad al cual no entran / los que no son amigos de sus caudillos: / la furca, el tango y el cuchillo”.

En Miércoles de ceniza, en cambio, se entrelazan poemas de la ciudad con otros dedicados a paisajes y personajes del interior profundo, que visitó en su adolescencia errabunda y luego como corresponsal del diario “Crítica”1. Aquí también, y en sintonía con su colega y amigo Jorge Luis Borges2, exalta las figuras de Rosas (“hoy la injusticia sopla sus cenizas”) y “San Juan Facundo”, y aun va un poco más allá cuando apunta, en un poema sobre el museo de Luján: “El péndulo del reloj de Beresford / guillotina al deseo inglés/ todavía extendido en los rieles que hieren / todos los horizontes de mi patria”.

Pero llegó el golpe del ‘30 y todo cambió. Así como Borges sustituirá el yrigoyenismo y la poesía de los arrabales por la narrativa fantástica y el partido Conservador, Raúl huirá de la realidad argentina buscando inspiración en ajenos paisajes y poniendo su fina sensibilidad poética al servicio de la musa staliniana.

Con los 500 pesos del premio municipal de poesía obtenido por su segundo libro, costea (para él y su amigo Sixto Pondal Ríos) el anhelado viaje a París. De esa estada en la Ciudad Luz nacen los poemas de “La calle del agujero en la media” (1930), inspirados casi todos en el París “canalla” de la época. Ya para entonces su simpatía por el yrigoyenismo se ha diluido totalmente. En 1933, en su poema “Las brigadas de choque”, que le valió cinco días de prisión y un largo proceso judicial, se pronunciará en forma tajante

 

Contra el radicalismo embaucador de masas

-fuente de fascismo-

Dopado con el incienso de vagas palabras

-sufragio libre, democracia, libertad-

Ellos, los masacradores de la semana de Enero,

Ellos, los metralleros de Santa Cruz3.

 

Años después, en diálogo con Horacio Salas, atenuará algo su crítica: “Hipólito Yrigoyen fue un buen hombre pero que no cambió nada”.

Cabe reconocer que, desencantado del radicalismo, Raúl no optó como Borges por cobijarse en el seguro refugio de la revista “Sur” o en el suplemento dominical de “La Nación”, pero de todos modos el camino elegido, afiliarse al Partido Comunista, terminará esterilizando en buena parte su talento y entrampándolo en el dogmatismo seudomarxista de un internacionalismo meramente prosoviético. Aquellos son los años de El otro lado de la estrella (1934) y Todos bailan (1935), en los que comienza a alternar lo lírico con lo social, dualidad que desde entonces será característica de su poética.

 

PARIS, 1937. Neruda, Amparo Mom (primera esposa de Tuñón), Emile Savitry, Delia del Carril, Tuñón en el Segundo Congreso Internacional de Escritores Antifascistas. Fuente Clarín.

 

Entre 1935 y 1939 su espíritu andariego lo llevará una vez más a Europa. Su tarea periodística como corresponsal de “Crítica”, pero también y sobre todo su militancia en el Partido Comunista, le permitirán vivir en París, Barcelona y Madrid, donde trabará estrecha amistad con Miguel Hernández, César Vallejo, Federico García Lorca, León Felipe y Pablo Neruda, entre otros. Allí escribe los poemas de La rosa blindada (1936)), sobre el levantamiento de los mineros de Asturias, y ya desatada la Guerra Civil Española, Las puertas del fuego (1938) y La muerte en Madrid (1939), dedicados ambos a ese acontecimiento, precursor de la Segunda Gran Guerra. Esos libros serán celebrados por sus colegas como una revelación. “Raúl fue el primero de nosotros que blindó la rosa”, dirá Pablo Neruda. Octavio Paz, por su parte, lo calificará de “Rubén Darío de la poesía social”. Y Miguel Hernández, camarada en Madrid, le dedicará este soneto:

 

Raúl, si el cielo azul se constelara

sobre sus cinco cielos de raúles

a la revolución sus cinco azules

como cinco banderas entregara.

 

Hombres como tú eres pido para

amontonar la muerte de gandules,

cuando tú como el rayo gesticules

y como el rayo al rayo des la cara.

 

Enarbolado estás como el martillo,

enarbolado truenas y protestas,

enarbolado te alzas a diario.

 

Y a los obreros de metal sencillo

invitas a estampar en turbias testas

relámpagos de fuego sanguinario4.

 

Poco antes de que la guerra mundial se desencadene, regresa a Buenos Aires e, invitado por Neruda, viaja a Chile, con la intención de permanecer “sólo 15 días”. Finalmente, se quedará cinco años. En Santiago funda y dirige el diario “El Siglo”, ligado al P. C. [Partido Comunista] chileno, y publica un nuevo libro: Himno de pólvora (1943), selección de artículos y poemas publicados en dicho periódico. Antes, en Buenos Aires, la editorial Problemas, propiedad del P. C. A. [Partido Comunista de Argentina], le publica Canciones del Tercer Frente (1941). Allí, al lado de logrados y celebrados poemas como “La señorita del museo de cera”, “Los ladrones” y “El poeta murió al amanecer”, incluye una desafortunada necrológica de León Trotsky, quien había sido asesinado en Coyoacán, México, por un sicario de Stalin, en agosto del año anterior.

Luego de tratar al creador del Ejército Rojo de “hombre pequeño, traidor al Partido Comunista y viejo resentido”, y de exaltar al instigador del crimen como “expresión suprema de nuestra causa y de nuestro Partido”, “fantasma del fascismo y del imperialismo”, el poeta vuelve a encararse con la figura de Trotsky y exclama: “Atrás, atrás, pequeño hombre. La tierra generosa hará con tus cenizas lo que hace con las cenizas de todos los hombres: algo ágil a la tierra. Recién ahora tu pobre carne torturada de envidia y fiebre oscura, tendrá un sentido, una función, pero los pueblos y el Partido no olvidarán que hubo un traidor… Atrás, pequeña sombra de lúcida maldad. Silencio sobre la tumba del pobre León Trotski, cuidador de conejos, esposo y padre… Que su ceniza tenga paz, pero no su memoria”5.

En el mismo libro, según recuerda Jorge Abelardo Ramos, el poeta “entona un himno grotesco a Rodolfo Ghioldi, al que ve como a un ‘dulce niño’ mientras escucha ‘su voz transparente’; la mano de Ghioldi es ‘de pálida arcilla iluminada’ y su apellido ‘dice gloria cuando digo su nombre’”6.

En su crítica retrospectiva, pues la hace en un libro de historia publicado un par de décadas después, Ramos califica a Raúl de “poeta eunuco”, “lacayo”, “servil de raza” y “poetastro insignificante con tendencia al lodo”. Sin embargo, más allá de tan amables calificativos (para decirlo en el estilo del propio Ramos) éste no deja de reconocer que en las palabras del poeta “se retrataba una generación y una época”7.  

  Fuente:Clarin.

 

Como era de esperarse, estos ácidos conceptos del fundador del F.I.P. [Frente de Izquierda Popular] son leídos con desagrado por González Tuñón, quien le responde desde la revista “Cuestionario” calificando a aquél de “canallesco” y a sus escritos de “cosas lamentables”. Al mismo tiempo se defiende afirmando: “Yo ataqué cruelmente a Trotsky porque lo consideraba un provocador: conocía sus artículos en las revistas más reaccionarias de Austria, de Holanda, de Copenhague; no contra Stalin sino contra la Revolución Rusa. Conocía su campaña —de él y los trotskystas— que contribuyeron al suicidio de Maiacovsky (decían que la poesía revolucionaria de él ya no se comprendía). Eso, unido a una neuritis muy aguda y a un amor imposible, hizo que Maiacovsky se pegara un tiro. Eso no quiere decir que yo deseara la muerte de Trotsky, así como murió, con un pico de hielo; pero no me retracto de lo que escribí aunque ahora lo pueda considerar exagerado”8.

La contrarréplica de Ramos no se hará esperar. En el N° 25 de la revista partidaria “Izquierda Nacional”, con su habitual mordacidad, el Colorado contraataca: “Ahora en ‘Cuestionario’, el versificador se atreve a recordar el episodio. Agrega que su heroico ataque a Trotsky obedecía a que ‘conocía’ sus artículos en revistas de Austria, Holanda y Copenhague. González Tuñón desconoce la lengua alemana, la holandesa y la danesa. También inspira dudas su relación con la lengua castellana, si hemos de juzgarlo por la calidad de los productos verbales que expende. Mucho menos ha conocido nada de lo escrito por Trotsky. Miente, lo que en un stalinista veterano es ya una primera naturaleza, del mismo modo que su fábula sobre el suicidio de Maiakovsky no puede creerla ya ni siquiera un lector de ‘Nuestra Palabra’. Bastará leer ‘Literatura y Revolución’ de Trotsky para advertir la agudeza de su juicio sobre los grandes poetas revolucionarios que como Maiakovsky, Essenin y Alejandro Block, se mataron o enmudecieron en el crepúsculo stalinista. Parece que Tuñón no deseaba que asesinaran a Trotsky ‘con un pico de hielo’. Lo hicieron con un zapapicos de montaña. Es de esperar que esta rectificación tranquilice sus escrúpulos por completo”9.

En la misma polémica González Tuñón había enrostrado a Ramos sus colaboraciones periodísticas en el diario “Democracia”, firmadas como Víctor Almagro, durante la época del primer peronismo. Esa acusación, de tono personal, en realidad, estaba dirigida al sector de la izquierda, pequeño en número pero ideológicamente vigoroso, que había brindado su apoyo crítico al movimiento liderado por el coronel Perón en 1945 y que en 1973 se hallaba representado por el Frente de Izquierda Popular. Otro había sido, en cambio, como nadie ignora, el posicionamiento del Partido Comunista Argentino al que seguía perteneciendo el poeta. Éste, en conversaciones con Horacio Salas, describía así, 28 años más tarde, su visión del 17 de octubre: “(Ese día) vi pasar cerca de mi casa una multitud camino a Plaza de Mayo. Advertí que la mayoría eran obreros, pero advertí también la presencia de personas de clase media y de algunos jóvenes nacionalistas, como pude ver por lo que decían y por la forma apitucada de vestir, y también marchaban algunos elementos visiblemente desclasados, el lumpen, ¿sabés?10 Y algo me chocó enormemente: un grito que jamás había oído, ni en mi infancia, en las grandes manifestaciones obreras que partían desde la plaza Once, ni mucho después: ‘Viva la policía’… Luego supe que la marcha a la Plaza de Mayo no fue espontánea sino planeada y organizada por el coronel Mercante después de la supuesta caída en desgracia del coronel Perón”. Y concluye: “la verdadera revolución nunca se hizo. No se respondió plenamente al mandato, aunque un tanto vago, confuso de aquel día, a la gran ilusión de aquel día”11.

Esa ilusión no la habían tenido, demás está decirlo, González Tuñón y sus camaradas codovillistas, unidos en la ocasión, en su lucha contra el nazijapofasciperonismo, a dudosos representantes de la “verdadera revolución” como Antonio Santamarina, Américo Ghioldi, Ernesto Sammartino o… ¡Spruille Braden!

Precisamente en 1945, el poeta, de nuevo en Buenos Aires, publicará su Primer Canto Argentino, suerte de recorrida poética a través de hechos y personajes históricos exaltados tanto por la historiografía de cuño liberal como por aquella a la que Jauretche bautizó “mitromarxista”. Por el libro cruzan, desde Echeverría, Sarmiento, Mármol y Moreno, soñando todos con “la Libertad” —así con mayúsculas— hasta “la blusa de Garibaldi”, “Víctor Hugo rugiendo en París”, la pampa, “grande y verde como la pampa”, “los colores del alba victoriosa”, San Martín, el “Verdadero Libertador”, y los menospreciados Bolívar, “a quien siempre veré entregando a Miranda” y Rosas, “siervo al fin de Londres y de Viena”. Perón, cuyo nombre —muy en la línea de Stalin— será prolijamente omitido del libro, se transparenta sin embargo en obvias alusiones al “heredero de Rosas”, “el pequeño coronel” o “la herencia de Hitler”.

Durante la etapa del primer peronismo González Tuñón seguirá colaborando en publicaciones del partido y dará a conocer Hay alguien que está esperando (1952), recopilación de poemas datados en distintos ámbitos y fechas, y Todos los hombres del mundo son hermanos (1954), homenaje a lugares, hechos y personajes vislumbrados en un viaje que el poeta hiciera por entonces a la URSS y Checoslovaquia. De este volumen copio los dos últimos tercetos de un poema a Leningrado: “Adiós, adiós, te dejo recordando. / Vuelvo a Moscú para partir, mas queda / aquí en la Unión Soviética, cantando, / suave voz, claro verso, pie de seda, / lo mejor de mi alma, divagando, / lleno de amor, por entre la arboleda”.

A partir de la caída de Perón, y ante el desencanto producido por los diversos gobiernos que se suceden, una nueva camada de intelectuales comienza a revalorar el fenómeno peronista. El Partido Comunista, casi inmune a esos y otros cambios, sufrirá por esa causa continuas sangrías, pese a lo cual Raúl permanecerá fiel a los postulados y consignas tradicionales de la agrupación. Por esos días, ya asentado definitivamente en Buenos Aires, aunque en su carnet de viaje esa fidelidad le posibilitará seguir inscribiendo nuevos destinos como Suecia, Holanda, Bélgica, Cuba o Uzbekistán, dará su respaldo generoso a Juana Bignozzi, Juan Gelman, Julio César Silvain, Héctor Negro y otros jóvenes poetas que en 1955 fundan el grupo “El Pan Duro” y posteriormente la editorial “La rosa blindada”, así bautizada en su homenaje.

 

Fuente: Ministerio de Cultura de Argentina.

 

Entretanto él sigue produciendo. Ahora realzará los aspectos líricos, intimistas de su poesía y relegará, aunque sin borrar nunca del todo, su faz de “poeta civil”. En A la sombra de los barrios amados, publicado un año después de los fusilamientos de José León Suárez y a dos de los bombardeos a Plaza de Mayo, hechos absolutamente ausentes de ése y de libros posteriores, González Tuñón se dedicará a evocar en un tono otoñal de nostalgia y melancolía la vieja Buenos Aires que conoció y por la que vagabundeó desde chico. Por ese mismo cauce poético discurren Poemas para el atril de una pianola (1965), en el que incluye un “Elogio de la nostalgia”, El rumbo de las islas perdidas (1969), inspirado en un verso de Hölderlin (“preguntar a las islas fragantes hacia donde fueron”) y La veleta y la antena (1971), su último libro, de retórica ya un tanto envejecida, en el que vuelve a alternar lo lírico nostálgico con la poesía de resonancias políticas universales.

Raúl González Tuñón falleció en Buenos Aires en agosto de 1974, apenas un mes y medio después que Juan Domingo Perón. Ese mismo año morían, de muerte más o menos natural, Arturo Jauretche y Juan José Hérnandez Arregui y, bajo las balas homicidas de la “Triple A”, Silvio Frondizi, Atilio López, Julio Troxler, Carlos Mugica y Rodolfo Ortega Peña. Jorge Abelardo Ramos lo llamó “el año de la peste”. También una Argentina sin retorno moría con todos ellos.

* Historiador, poeta y ensayista.
1. En este libro introduce a su personaje de “Juancito Caminador”, “alter ego” del poeta, inspirado en un prestidigitador al que conoció en Ingeniero White. Juancito Caminador es “el que descubre el encanto de los archipiélagos y el mercado de pulgas, de los baldíos, de los sueños, del barquito en la botella, de las señoritas antiguas, de las catedrales, de las historias de Jack el Destripador, de Los Seis Hermanos Rápidos Dedos en el Gatillo, de Los negros de Scottsboro” (Pedro Orgambide, “El hombre de la rosa blindada. Vida y poesía de Raúl González Tuñón”, ed. Ameghino, 1998; p. 99).

2. La referencia, se entiende, hace alusión al primer Borges, el de libros ensayísticos como Inquisiciones (1925), El tamaño de mi esperanza (1926) o El idioma de los argentinos (1928) y poemarios como Fervor de Buenos Aires (1923), Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín (1929), repudiados luego por su autor cuando no fríamente enmendados en sus hallazgos más originales o “mitigados en sus excesos barrocos”, como se justificará pudorosamente Borges. Entre esos mitigados excesos se destaca la dedicatoria de Luna de enfrente: “Para el otro poeta suburbano / Raúl González Tuñón/ Jorge Luis”, omitida en ediciones posteriores.

3. Raúl González Tuñón, “Las brigadas de choque”, en “Contra. La revista de los franco-tiradores”, N° 4, agosto de 1933. Al decir de Sylvia Saitta, esta publicación fundada y dirigida por Raúl “fue el primer programa estético-político colectivo que vinculó vanguardia estética con vanguardia política en Argentina”. Perduró cinco números (el último secuestrado por la policía), entre abril y septiembre de ese año.

4. En Raúl González Tuñón, “La veleta y la antena”, Buenos Aires Leyendo, 1969; p. 55.

5. Raúl González Tuñón, en “Canciones del Tercer Frente”, Problemas, 1941; p. 97.

6. “La era del bonapartismo”, Plus Ultra, 1973; p. 55.

7. Ídem; p. 56.

8. Raúl González Tuñón, en revista “Cuestionario”, N°3, julio 1973.

9. Jorge Abelardo Ramos en “Izquierda Nacional” N° 25, agosto de 1973.

10. Es curiosa esta referencia negativa al lumpen, viniendo de un poeta que hizo de estos ex hombres, “los fracasados de la aventura”, protagonistas predilectos de un sector relevante de su obra.

11. En Horacio Salas, “Conversaciones con Raúl González Tuñón”. La Bastilla, 1975; pp. 124 y 125.