Cuando “los otros” somos nosotros (II). Leer a Karl Marx bajo la Cruz del Sur.

Segunda entrega de la serie que reflexiona en torno a la categoría de modo de producción en nuestra América.
Por Facundo Di Vincenzo y Fernando Stratta *

 

 

“Existe una especie de obsesión por la racionalidad que impide ver cualquier otra posibilidad”. 

Rodolfo Kusch

 

I. Los distintos modos de producción estudiados por Karl Marx

 

En su conocido “Prólogo”, el filósofo, economista y militante Karl Marx (Tréveris, 1818-1883) señala la existencia de “otras tantas épocas de progreso en la formación económica de la sociedad” que suceden a la comunidad primitiva, como son “el modo de producción asiático, el antiguo [esclavismo], el feudal y el moderno burgués”1.

Habitualmente, y sin tener en cuenta que en aquel escrito de unas breves páginas Marx sólo intentaba trazar el esquema de un plan de trabajo de largo aliento, los manuales de divulgación extendieron la idea de que la historia evoluciona de un modo de producción a otro, marcando una linealidad progresiva que establece la secuencia: comunidad primitiva – esclavismo – feudalismo – capitalismo, como una secuencia válida universalmente.

Consideramos que lejos de este esquematismo, el análisis propuesto por Marx, que más tarde será identificado como “del materialismo histórico”, no radica en un compendio de leyes generales aplicables de manera unívoca a una (supuesta) evolución universal de las comunidades humanas, sino en comprender las distintas formas de organización social a partir de la manera en que estas se organizan para garantizar su reproducción material. Esto es, son las distintas formas de organización del trabajo y la producción las que brindan las claves para comprender a una sociedad en su conjunto. “[La forma] de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social, política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”2; aquello que en la primera entrega de nuestro trabajo3 explicamos como cosmovisión o cosmovisiones, las formas de ver, comprender y “estar-siendo”4 en el mundo.

Como afirma el filósofo, crítico literario y ensayista Walter Benjamin5 (Berlín, 1892-1940), hay que evitar que el materialismo histórico se convierta en un “muñeco autómata” dispuesto a ofrecernos de antemano todas las respuestas, que reemplace el análisis por una mera teleología. En tal sentido, el estudio de los diferentes modos de producción no viene a aportarnos “modelos” aplicables en cualquier momento y lugar, sino trazos generales a partir de los cuales comprender las particularidades históricas de cada sociedad. Nos interesa tener elementos de análisis para dar cuenta de las diferentes especificidades históricas, particularmente en Latinoamérica y el Caribe.

No hay, por lo tanto, una evolución de los modos de producción que nos conduzcan, en una línea progresiva, hasta el actual modo de producción capitalista; sólo este sesgo eurocéntrico explica que se anulen o invisibilicen las particularidades históricas del “resto del mundo”, en donde anidaron –y anidan– elementos de otras formas de organización social que es necesario revisar. Por eso, siguiendo al político, ensayista y al teórico marxista boliviano, Álvaro García Linera (Cochabamba, 1962), reafirmamos que:

el contenido ‘multilineal’ de la historia que precede al capitalismo, o mejor, semejante a la de un espacio continuo orientado, donde el devenir de los pueblos iniciados en un punto común, la ‘comunidad ancestral’ o ‘arcaica’, ha avanzado por múltiples y distintos caminos hasta un momento en que el curso de uno de ellos, el desarrollo capitalista, comienza a subordinar al resto de cursos históricos a sus fines, disgregándolos, subsumiéndolos e imponiéndoles su propio devenir6.

Solo con fines didácticos presentamos a continuación un cuadro con los principales elementos de estos distintos modos de producción:

Fuente: elaboración propia.

 

II. El carácter no lineal de la historia

 

Para remarcar el carácter “multilineal” del desarrollo histórico, es menester recuperar el análisis que el propio Marx realiza en las Formen (“Formaciones sociales precapitalistas”), en donde busca identificar las formas que preceden a la producción capitalista señalando la existencia de distintas variantes en relación a la propiedad de la tierra.

La primera de estas es la comunidad originaria, una forma en la que la propiedad de la tierra aparece ligada a la comunidad. La colectividad tribal se presenta como un supuesto de la apropiación colectiva del suelo y su utilización. Se trata de sociedades ligadas a la vida pastoral o el nomadismo, dedicadas a la producción para el autoconsumo. “En la primera de estas formas la propiedad de la tierra aparece, ante todo, como primer supuesto de una entidad comunitaria resultante de un proceso natural”7.

La segunda forma, producto de las modificaciones de las tribus originarias, es aquella en donde la ciudad se torna sede de la organización de vida de las sociedades agrícolas. El único obstáculo que encuentran las comunidades proviene de otras comunidades que hayan ocupado previamente la tierra. Por eso, la guerra se convierte en un elemento necesario para ocupar “las condiciones objetivas de la existencia vital” o bien defender los lugares de asentamiento fruto de una vida sedentaria. En estas sociedades comienza a desarrollarse la división social del trabajo, así como también se constituye una distinción por linajes a partir de la organización tribal. Aquí también la comunidad aparece como supuesta propietaria del suelo, aunque no se comporta ni se expresa con las formas de propiedad que rigen en el capitalismo, además el usufructo de las tierras utilizadas para el cultivo y las zonas aledañas (bosques y espacios no cultivables) aparecen en muchos casos mediadas por la conformación de un Estado. “La comunidad compuesta de familias se organiza en primer término para la guerra –como organización militar y guerrera– y ésta es una de las condiciones de su existencia como propietaria. La concentración de las viviendas en la ciudad es la base de esta organización guerrera”8.

Marx distingue al menos cuatro caminos distintos a través de los que se transformó y desarrolló la comunidad originaria; estas son la comunidad eslava, la germánica, la asiática y la antigua. De las distintas formas de desarrollo y disolución de la comunidad original, sólo una, la comunidad antigua, generó los elementos desde donde surgiría el esclavismo.

Fuente: elaboración propia.

 

 

Como afirma el historiador británico Eric Hobsbawm (Alejandría, 1917-2012): “el sistema asiático no es todavía una sociedad de clases, o por lo menos, lo es en su forma más primitiva. Marx parece considerar que las sociedades mexicana y peruana pertenecen al mismo género, como también ciertas sociedades celtas”.9

Nos interesa señalar, entonces, el carácter totalmente propio que adquirió en nuestro continente el desarrollo y disolución de la comunidad original, dando lugar, por ejemplo, a la comunidad incásica, un modo de producción que no es la comunidad originaria, ni mucho menos esclavismo o feudalismo, sino

una forma de desarrollo-disolución de la comunidad arcaica que da paso a otra formación económica social basada en un nuevo tipo de comunidad en donde se conjugan una elevada división del trabajo, una forma de control comunal de la tierra, asociación para el trabajo junto al trabajo individual, unión de la manufactura y el trabajo agrícola, la existencia de un Estado como personificación de la unidad de las comunidades, pero en cuyo seno han de manifestarse y desarrollarse diferencias sociales y relaciones de dominación.10

 

III. La Revolución del Neolítico pero no en el Neolítico, sino hace 8.000 años y en América

 

Los primeros habitantes del continente que hoy llamamos “América” llegaron a estas tierras cruzando el estrecho de Bering hace unos 20.000 años11. En América, la llamada “Revolución del Neolítico”, en donde la especie humana pasa de una economía recolectora a otra agrícola, no se produjo hace 9.000 años como en África12; tampoco nos vimos afectados por estas comunidades africanas sino que los recolectores y cazadores que cruzaron el estrecho de Bering desarrollaron hace unos 8.000 años antes del presente (AP), de un modo propio y original, su “Revolución del Neolítico”13.

Específicamente, las/os arqueólogas/os hallaron vestigios de comunidades sedentarias en el Valle de Tehuacán14. Algunos/as especialistas de la cultura Mesoamericana encuentran que las particularidades de la organización político económica de la comunidad ejidal mexicana (Ejido: tierra que no se labra, sino que es de uso común de la comunidad) radican en el proceso de transformación surgido de esta original revolución del Neolítico americano.

Por otra parte, en la cordillera de los Andes, también las comunidades andinas lograron la domesticación de plantas y animales bajo formas inéditas para la humanidad, tanto por las relaciones de producción como por las características del vínculo entre los humanos y sus medios de producción, llamado ayllu (una unidad familiar, económica, espiritual, religiosa y social en donde todos sus integrantes cumplían las funciones políticas, económicas, militares y religiosas necesarias para la subsistencia; de allí por ejemplo, el movimiento hacia otras regiones para obtener recursos necesarios)15.

Los estudios de arqueólogos/as y antropólogos/as, calculan que hace 5.000 años las sociedades aldeanas de los valles de México ya disponían de especies de maíz híbrido, en otras palabras, ya utilizaban técnicas para mejorar y diversificar la producción de alimentos. Con el desarrollo de estas mejoras en la agricultura, los estudiosos suponen que los asentamientos habitacionales se volvieron más estables, y varios de estos académicos plantean que la agricultura se complementaba con la caza y recolección. Los yacimientos arqueológicos hacen suponer que con mayor disposición y alimento, aumentó la población y la integración entre las aldeas antes alejadas y desconectadas entre sí. Algunos pueblos desarrollaron tres tipos de producción tecnológica de gran importancia: la cerámica, los textiles y una incipiente metalurgia para elementos de ornamentación personal. En este mismo contexto, como parte de los cambios registrados, aumentan las evidencias de diferenciación de estatus dentro de los grupos, llegando en algunas regiones a constituirse centros administrativos y de culto. En términos occidentales, estaríamos hablando de los primeros Estados del continente, en el sentido de ser espacios de distribución y redistribución de recursos y servicios (desde sociales y asistenciales, hasta espirituales), centros urbanos que los estudiosos señalan, surgen hace 1.700 a 1.100 años AP, mientras que las organizaciones estatales centralizadas políticamente en grandes extensiones territoriales, como los Aztecas, Mayas e Incas, aparecen hace 1.100 años.

La lógica académica occidental eurocéntrica ponderó y se detuvo principalmente en aquellos pueblos que ellos consideraron más cerca de la civilización europea, en otras palabras, se ocupó de las grandes aglomeraciones humanas que encontraron al llegar los europeos o destacaron a los pueblos que dejaron grandes vestigios materiales, de allí los estudios y difusión de las llamadas civilizaciones Aztecas, Incas y Mayas. Sin embargo, se considera que al momento de la llegada de los españoles había más de 3.000 culturas con más de 2.000 lenguas diferentes. Al mismo tiempo, a la diversidad lingüística y cultural se suma el problema ya advertido de las clasificaciones.

Uno de los principales estudiosos del marxismo en Argentina, el historiador Horacio Tarcus (Buenos Aires, 1955), supone que la obra de Marx con toda su batería de conceptos, nociones y categorías llega al Rio de la Plata entre 1870 y 1873, dando inicio a un complejo proceso de interpretación, aplicación y difusión de sus ideas. Tarcus señala que el concepto de “recepción intelectual” remite “a un proceso mayor de producción/difusión intelectual en el que es necesario discriminar (analíticamente) a productores, difusores, receptores y consumidores de ideas, aunque estos procesos se confundan en la práctica y estos roles pueden ser asumidos en forma simultánea por un mismo sujeto”16. Consideramos que a pesar de los más de 150 años de lectura de la obra de Marx bajo la Cruz del Sur hay aún temas profundos, fundamentales, para trabajar y reinterpretar, principalmente sí, como decía el pensador nacional Arturo Jauretche (Lincoln, 1901-1974), “miramos a la teoría desde el país y no desde la teoría al país”17.

En nuestro continente los estudios arqueológicos, históricos y antropológicos demuestran que el desarrollo y disolución de la comunidad original no siguió la misma línea evolutiva que en otras regiones del planeta (antiguo oriente, norte de África). En América los grupos de cazadores y recolectores que aprendieron a ser también agricultores y criadores de animales crearon otras formas de producción de alimento específicas: El ayllu andino, el ejido mesoamericano o las formas particulares de nomadismo de los guaraníes en la Cuenca del Plata, por mencionar algunos ejemplos de formaciones inéditas para la historia de la humanidad. En pocas palabras, observamos que la forma de ver el mundo, lo que nosotros llamamos “cosmovisión”, aquello que el filósofo y antropólogo Rodolfo Kusch (Buenos 1922-1979) llama “el estar siendo”, atraviesa, envuelve y desenvuelve la categoría de modo de producción empleada por Marx.

 

Fuente: elaboración propia.

 

Estudiosos y estudiosas de la historia de los pueblos aborígenes de nuestra América como Raúl Mandrini18, León Cadogan (guaraníes)19, Jhon Murra (Incas)20, María Rostworowski (Incas)21 y Miguel León Portilla (Aztecas)22, por mencionar tan sólo algunos, consideran que sería un grave error afirmar que hubo propiedad privada en las Américas antes de la llegada de los europeos al continente.

En Mesoamérica, por ejemplo, la comunidad primitiva no derivó en la forma palatina o en el modo de producción asiático del que hablaba Marx, sino que en esta región surgieron otras formas de explotar la tierra como, por ejemplo, la comunidad ejidal. En este tipo de explotación, como se dijo más arriba, la tenencia de la tierra es comunitaria, en otras palabras, es la comunidad de campesinos quienes colectivamente poseen los derechos al uso de la tierra. Este tipo de tenencia existió antes de la consolidación de Imperio Azteca, durante y luego de su caída, sobrevivió tras la llegada de los españoles y se interrumpió recién en 1854, cuando las Reformas liberales emprendidas por los presidentes mexicanos Miguel Lerdo de Tejada y Benito Juárez (1856-1857) eliminaron la propiedad “comunal” estableciendo que en México la única forma de propiedad debía ser la privada.

En el ejido, la comunidad establecía por medio de asamblea (a veces de ancianos, otras de jefes de familia) qué hacer sobre determinadas cuestiones en común (tipos de cultivo que sembrar, canales de riego a construir, zonas de pastoreo de animales, etc.). En ese sentido, quienes pertenecían a la comunidad se sentían acompañados y resguardados por los otros habitantes de la misma comunidad. No prima la redistribución. No llega a un centro y ese centro redistribuye desde sus criterios, más bien observamos que es la reciprocidad aquello que determina las relaciones sociales de producción. En otras palabras, es la reciprocidad la forma que se constituye como elemento mediador, puente y eje articulador para que los hombres y mujeres de una comunidad o de un pueblo se comprometan unos con otros para realizar actividades en conjunto o establecer redes de intercambio duraderas. Probablemente por ello, antes de la llegada de los europeos, no hubo un medio de intercambio económico que permitiese establecer relaciones de tipo impersonal. No existió el dinero en ninguna de las regiones (Mesoamérica, los Andes, el Caribe, la Amazonia, las tierras bajas o la Patagonia).

Las relaciones de producción, como las sociales y las religiosas, estuvieron signadas por el principio de reciprocidad. Estar ahí, estar siendo, en términos kusheanos, “estar yecto” en medio de elementos cósmicos que ligan la existencia de los/as hombres/mujeres con los otros/otras, con la naturaleza, con el más allá y con el más acá, o como dice Kusch, “con una economía de amparo y agraria” […] “aferrado a la parcela cultivada, a la comunidad y a las fuerzas hostiles de la naturaleza”23.

Por otra parte, un elemento que contribuye a la existencia comprendida siempre como “la existencia en comunidad o dentro de la comunidad” es el vinculado con la realización interior/exterior a partir del trabajo. Uno de los principales estudiosos de los pueblos mesoamericanos, Miguel Portilla León (Ciudad de México, 1926-2019), afirma que “la ligazón del hombre con la tierra, basada en la necesidad de vivir de sus frutos, trajo consigo, dentro de la mentalidad azteca, el concepto de que era obligatorio, para quienes poseían la tierra, el trabajarla. En función del mismo principio de ‘lo conveniente, lo recto’, se consideraba que quienes no trabajaban la tierra, perdían el derecho a poseerla”24.

El historiador mexicano recopila varios textos escritos en lengua náhuatl, como el caso de los Huehuetlatollis, que significa en náhuatl "Los dichos de los antiguos". Eran extensos libros que, en forma de relato, describían las normas de conducta, la visión moral, las celebraciones y las creencias del pueblo de los Nahuas. Fueron recopilados después de la conquista por los misioneros franciscanos Andrés de Olmos (Oña, Burgos, 1485-1571) y Bernardino de Sahagún (Sahagún, 1499-1590). En uno de ellos se detallan los pasos a seguir para disponer de lo necesario para la subsistencia. Dice: “Lo conveniente, lo recto: ten cuidado de las cosas de la tierra, haz algo, corta leña, labra la tierra, planta nopales, planta magueyes, así tendrás qué beber, qué comer, qué vestir. Con eso estarás en pie, con eso andarás”25.

Ahora bien, en este punto observamos que los cuatro elementos mencionados: la cosmovisión de los pueblos precolombinos, la reciprocidad como forma constituyente de las relaciones entre hombres/mujeres, el “estar siendo” en (la) comunidad y el trabajo como realización del ser, re definen y/o complican la aplicación de la categoría de modo de producción para nuestra América antes de la llegada de los europeos, ¿y después no?

Filósofos iberoamericanos como el peruano Alberto Wagner de Reyna26 y los argentinos, Alberto Buela27 y Enrique Dussel28, afirman que al arribar los europeos al nuevo continente, trajeron, al menos, dos nuevas formas de comprender “el universo”. Una cosmovisión: mercantil, racionalista e individualista (la espada), que se manifestó en una explotación abusiva y extrema de los indígenas convertidos en mano de obra de las haciendas, minas de oro y plata y demás emprendimientos; y otra cosmovisión: humanista, comunitaria y espiritual (la cruz), presente en ciertas congregaciones como la de los franciscanos y los jesuitas, que motivaron un sincretismo, mestizaje y transculturación sin precedentes en la historia de la humanidad. Justamente esta cosmovisión humanista, comunitaria y espiritual que afecta y es afectada por las cosmovisiones que pre existían en las Américas, es la que ocasiona nuevos trastornos al intentar la aplicar, en la época colonial, de la categoría de modo de producción: ¿Qué ocurrió en la colonia? ¿Hubo capitalismo o feudalismo? ¿Qué modo de producción fue el que se desarrolló desde 1492 hasta 1824? Sumando unas preguntas más, que abren toda una dimensión de análisis para nuestra región, ¿los países coloniales o neo coloniales deben ser analizados de la misma forma que aquellos que no sufren el imperialismo? ¿Qué tipo de capitalismo sufren los países dominados por otros países? ¿Qué modo de producción –insistimos– fue el hegemónico durante la época colonial en nuestra América?

En la primera parte de este trabajo29, mencionamos que el obstáculo que encontramos sobre la categoría de modo de producción, se vincula con las múltiples cosmovisiones que existen y existieron en el planeta Tierra. Observamos que Marx y Engels no se reconocían como parte de una cosmovisión, en consecuencia, no consideraban la existencia de las otras cosmovisiones, que a nuestro entender determinan el funcionamiento de los pueblos en nuestra región. Esto revierte en un problema crucial para comprender la historia de Nuestra América antes y después de la conquista, ya que la región no vivió el florecimiento del mercado en el Mediterráneo, la Revolución Industrial, las revoluciones burguesas (Inglaterra, Francia, Holanda, Estados Unidos), las Reformas Religiosas, tampoco se lanzó al mar para conquistar y colonizar otros pueblos. Mientras que, como dice Alberto Buela, nuestros pueblos hospedaron a “los otros” que vinieron de lejanos continentes, y resistieron y se mezclaron (mestizaje) con los que llegaron, los occidentales del Atlántico Norte actuaron bajo otros preceptos, pues, como sostiene Kusch, “la cultura occidental […] es la del sujeto que afecta al mundo y lo modifica y es la enajenación a través de la acción, en el plano de una conciencia naturalista del día y de la noche, o sea que es una solución que crea hacia fuera, como pura exterioridad, como invasión del mundo, como agresión del mismo y, ante todo, como creación de un nuevo mundo”30.

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* Facundo Di Vincenzo es Profesor de Historia (UBA), Doctor en Historia (USAL), especialista en Pensamiento Nacional y Latinoamericano (UNLa), docente e investigador del CEIL “Manuel Ugarte”, Inst. de Problemas Nacionales y del Inst. de Cultura y Comunicación de la UNLa.
** Fernando Stratta es Sociólogo y Magíster en Investigación en Ciencias Sociales. Docente de las Universidades de Lanús (UNLa), San Martín (UNSAM) y Buenos Aires (UBA). Integra el Grupo de Estudios sobre Movimientos Sociales y Educación Popular. Investigador del Departamento de Estudios Políticos del Centro Cultural de la Cooperación.


Notas

1. MARX, KARL, “Prólogo”, en Contribución a la crítica de la economía política, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1986, p. 385.

2. Ibídem.

3. DI VINCENZO, FACUNDO y STRATTA, FERNANDO, “Cuando “los otros” somos nosotros. El problema de los eurocéntricos. Reflexiones en torno al concepto de modo de producción en nuestra América, Remedios de Escalada, Universidad Nacional de Lanús, Revista Allá Itté, Centro de Estudios de Integración Latinoamericana Manuel Ugarte, en: https://revistaallaite.unla.edu.ar/117/cuando-los-otros-somos-nosotros-el-problema-de-los-euroc-ntricos-

4. KUSCH, RODOLFO, América profunda, Buenos Aires, Biblos, 1999.

5. BENJAMIN, WALTER, Sobre el concepto de historia. Tesis y fragmentos, Ediciones Piedras de papel, Buenos Aires, 2007.

6. GARCÍA LINERA, ALVARO, “Introducción”, en MARX, KARL, Comunidad, nacionalismos y capital. Textos inéditos, La Paz, Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia, 2018, p. 22.

7. MARX, KARL, Formaciones económicas precapitalistas [Formen], México, Siglo XXI, p. 68.

8. Ibídem, p. 71.

9. HOBSBAWM, ERIC, “Introducción”, en MARX, KARL, Formaciones económicas precapitalistas, op. cit., p. 33.

10. GARCÍA LINERA, ALVARO, A., op. cit. p. 28.

11. MANDRINI, RAÚL, América Aborigen. De los primeros pobladores a la invasión europea, Buenos Aires, siglo XXI, 2010.

12. LIVERANI, MARIO, “Introducción y caracteres originales” y “La Revolución urbana” e n El antiguo oriente. Historia, sociedad y economía. Crítica, Barcelona, pp. 20?61 y 97 a 122.

13. JARAMILLO, ANA (dir.), “Los orígenes”, en Atlas Histórico de América Latina y el Caribe, Remedios de Escalada, UNLa, 2016. pp. 42?130.

14. MC CLUNG de TAPIA, EMILY y CHILDS RATTRAY (eds), Teotihuacan, Nuevos datos, nuevas síntesis, nuevos problemas, México, IIA-UNAM, 1987.

15. GARCÍA LINERA, ALVARO, Hacía el gran Ayllu universal. Pensar el mundo desde los Andes, México, Altepeti Editores, 2015.

16. TARCUS, HORACIO, Marx en la Argentina. Sus primeros lectores obreros, intelectuales y políticos, Buenos Aires, Siglo XXI, 2013, p. 30.

17. JAURETCHE, ARTURO, “Entrevista en la Revista Extra”, Agosto/Septiembre 1970.

18. MANDRINI, RAÚL, América Aborigen. De los primeros pobladores a la invasión europea, Buenos Aires, siglo XXI, 2010.

19. CADOGÁN, LEÓN, CAROBENI. Apuntes de Toponimi Hispano Guarani, Asunción, Impresora Paraguaya, 1959.

20. MURRA, JHON, La Organización Económica Del Estado Inca, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1999.

21. ROSTOWOROWSKI de DIEZ CANSECO, MARÍA, Historia del Tahantisuyu, Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 1988.

22. LEON PORTILLA, MIGUEL, Imagen de México antiguo, Buenos Aires, Eudeba, 1963.

23. KUSCH, RODOLFO, América profunda, Buenos Aires, Biblos, 1999, p. 90.

24. LEON PORTILLA, MIGUEL, Imagen de México antiguo, Buenos Aires, Eudeba, 1963, p. 90.

25. Huehuetlatolli, recogido por Fray Andrés de Olmo. El manuscrito en náhuatl se encuentra en la Biblioteca del Congreso de Washington, fol. 116. El texto completo fue rescatado y divulgado en el libro: LEON PORTILLA, MIGUEL, Literatura indígenas de México, México D.F., Fondo de Cultura Económica, 1992.

26. WAGNER DE REYNA, ALBERTO, Crisis de la Aldea Global. Ensayos de Filosofía y fe cristiana, Ediciones del Copista, Córdoba, 2001

27. BUELA, ALBERTO, El sentido de América (Seis ensayos en busca de nuestra identidad), Buenos Aires, Theoría, 1990.

28. DUSSEL, ENRIQUE, Hipótesis para el estudio de Latinoamérica en la Historia Universal, Editorial Las Cuarenta, Buenos Aires, 2018.

29. DI VINCENZO, FACUNDO y STRATTA, FERNANDO, “Cuando “los otros” somos nosotros. El problema de los eurocéntricos. Reflexiones en torno al concepto de modo de producción en nuestra América, Remedios de Escalada, Universidad Nacional de Lanús, Revista Allá Itté, Centro de Estudios de Integración Latinoamericana Manuel Ugarte, en: https://revistaallaite.unla.edu.ar/117/cuando-los-otros-somos-nosotros-el-problema-de-los-euroc-ntricos-

30. KUSCH, RODOLFO, América profunda, Buenos Aires, Biblos, 1999, p. 91.


* Imagen de portada: detalle de "Pelando caña de azúcar" (1952), Gramajo Gutiérrez, Alfredo.