La soja en la relación Argentina – China

El autor posa el microscopio sobre el alimento más comercializado del planeta; un caso testigo respecto al modo en que las grandes potencias despliegan estrategias de control y apropiación.
Por Martín Burgos *

En este artículo quisiéramos volver sobre los aspectos internacionales de un producto que para Argentina es de primera relevancia. Como lo sabemos, la particularidad de la relación entre Argentina y China es que la soja es el principal producto exportado desde 2001, lo que diferencia a nuestro país del resto de los socios comerciales del gigante asiático. El análisis de esta relación bilateral no puede obviar que existe un socio oculto, que es Estados Unidos, presente en la determinación de los precios de la soja, en los eslabones claves de la cadena de valor de la soja, en la forma de producir y la tecnología utilizada, en la infraestructura y las inversiones que permiten el tránsito de la oleaginosa, en la conformación de las instituciones necesarias para el buen funcionamiento del régimen alimentario.

De esa manera, tanto China como Argentina se encuentran en los eslabones débiles de la cadena de valor de la soja, aunque por razones diferentes. En el caso de China, la importación de soja se convierte en un elemento de dependencia cuantitativa de primera relevancia ya que es el único de los grandes cultivos del cual no es autosuficiente. Este producto, además, se concentra fundamentalmente en tres países: Argentina, Brasil y Estados Unidos, lo cual le da un carácter especial, que se reveló durante la Guerra Comercial sino-estadounidense de 2018. En ese momento, China cerró sus compras a Estados Unidos y reorientó su política de aprovisionamiento. El lugar de Argentina en ese escenario fue el de transformador del poroto de soja estadounidense en aceite al interior de sus fronteras para poder exportarlo luego hacia China.

Esa dependencia importadora de la soja debe entenderse dentro del equilibrio poblacional interno de China, que no puede dar vía libre a un incremento de la productividad del sector agrícola sin generar un éxodo rural de consecuencias sociales imprevisibles (Chaumet & Pouch, 2012). En efecto, el límite de tierras cultivables y el resguardo de cierto equilibrio entre población urbana y rural fue objeto de numerosas políticas orientadas al arraigo campesino, siendo las más importante el hukou y la reforma agraria.

El ingreso de China a la OMC en 2001 fue un momento clave en la tendencia de apertura a las importaciones de alimentos, generando compras en grandes proporciones en función del crecimiento del consumo y la modificación de sus pautas. El lugar de la soja en ese proceso es fundamental ya que fue un producto “sacrificado” a la importación y a merced de la regulación del mercado mundial, pero que hizo entrar en crisis la política de soberanía alimentaria de China y, en particular, su objetivo de 95% de autoabastecimiento.

Dentro de esa tendencia de apertura a largo plazo, las autoridades fueron tomando acciones que morigeraron los efectos sociales, geopolíticos y económicos de esas importaciones masivas de soja, junto al impulso de las empresas transnacionales que controlan el negocio a través de diversas políticas de contrapeso, pero que no cuestionan la apertura a las importaciones. Entre esas políticas se destacan la prohibición del cultivo transgénico de soja que funciona como una protección para el mercado local, la creación de Sinograin como empresa pública de acopio de granos y, más recientemente, los subsidios guiados al cultivo de soja.

Silos para soja de la empresa pública china Sinograin. Fuente: The Economist. 

En ese sentido, la definición política más importante se dio en la generación de empresas públicas como Sinograin y la entronización de las Dragon Head como empresas nacionales que, junto a COFCO y otras empresas públicas existentes, empezaron a disputar en China las cadenas de alimentos crecientemente concentradas.

La dinámica de la industria aceitera en China deja en claro los deseos del gobierno de quedarse con esa porción de la cadena de valor ante la necesidad de recurrir a las importaciones. En ese sentido, el crecimiento de las inversiones de empresas nacionales chinas en el sector aceitero son un caso concreto del formato de concentración económica capitalista que acepta China con sus empresas jugando un papel principal. De esa forma, las empresas chinas fueron desplazando a las empresas transnacionales de su posición hegemónica en ese sector, en el marco de una competencia donde el margen de molienda de soja para harina y aceite muestra fuertes indicios de sobreinversión.

A nivel internacional, la soja se fue imponiendo como el producto alimenticio que produce el mayor volumen de mercado, con muchas particularidades respecto a los demás productos como su fuerte concentración en pocos países exportadores e importadores. La velocidad en el crecimiento de su comercio se explica porque utilizó los mismos cauces que dejaron otros cultivos como el trigo, a saber, las empresas, las instituciones y los principales países oferentes, además de la fuerte demanda asiática de un producto muy representativo en la dieta de las personas y animales de consumo humano. El crecimiento de la soja se dio en un marco institucional donde se fueron liberalizando los mercados nacionales y se incorporaron los países del bloque del Este y de China al comercio mundial.

En cuanto al modelo de negocio y de producción estadounidense de la soja, fue éste el que se impuso en Sudamérica. En efecto, el incremento de la oferta se explica en parte por mejoras tecnológicas difundidas por las empresas multinacionales y los gobiernos durante los años noventa. Pero otra parte del incremento de la oferta de soja se explica por la agregación de hectáreas cultivadas en los últimos 20 años principalmente en Argentina y Brasil que tienen numerosos impactos económicos, sociales y ambientales en esos países (Burgos, 2016).

De esa forma, en el esquema del mercado mundial de la soja, Argentina figura como país dependiente debido a que no controla los eslabones clave de la cadena de valor. Los elementos de la dependencia no pueden escindirse de la forma en que se acumula capital a nivel global, y del rol que tienen los actores económicos en esa acumulación de capitales.

Cosecha del grano de soja en Brasil. Fuente: Pixabay.

En ese sentido las empresas transnacionales tienen una presencia apabullante en las exportaciones de porotos de soja, pero además están insertas en la cadena en la industria aceitera de los países exportadores (Pierri & Orlando, 2014). Los datos indican que tanto para las exportaciones como para la capacidad de molienda, las empresas transnacionales fueron concentrando mercados hasta la crisis financiera de 2008, año a partir del cual se reduce el proceso de concentración.

En cuanto a los eslabones de la cadena de valor de la soja que hacen al paquete tecnológico utilizado en la plantación de la soja, se lo puede caracterizar como un esquema de dependencia tecnológica (Amaya Guerrero, 2016). En ella se destacan la presencia de las empresas multinacionales occidentales en la periferia, tanto en los insumos agroquímicos como en las semillas transgénicas y la maquinaria utilizadas, que en su gran mayoría se componen de partes importadas desde los países centrales.

Se puede analizar la evolución del comercio de soja en los últimos 20 años estableciendo dos tendencias diferenciadas: una primera entre 2001 y 2011 donde el comercio bilateral creció tanto por la expansión de la producción de soja argentina como por el incremento de la demanda de parte de China. En la segunda década analizada, Argentina parece haber perdido posiciones en el comercio de poroto de soja que quedó en manos de Brasil y Estados Unidos, mientras que China sustituyó las importaciones de aceite. Al mismo tiempo, el estancamiento de la soja en Argentina marcó un freno a sus exportaciones hacia el mundo, pero sobre todo una reducción de las exportaciones hacia China, la locomotora actual del crecimiento económico mundial.

Este problema se refleja en la balanza comercial bilateral de Argentina con China, donde el déficit es reciente debido al estancamiento de nuestras exportaciones (Girado & Burgos, 2015). En contraste, Brasil tiene una balanza comercial positiva con el gigante asiático, debido a su incremento de venta de soja y una mayor diversificación de sus exportaciones. En contraposición, las inversiones de las empresas públicas chinas se multiplicaron en lugares claves de la cadena de la soja: los insumos agroquímicos y la plataforma de exportación aceitera-puerto. Sin dudas esta disputa en el interior de la cadena de la soja proviene de un proceso de más largo plazo de empoderamiento de las propias empresas de China en los sistemas agroalimentarios en su propio territorio nacional que redunda en tomas de posición en los lugares claves de la cadena global.

Estos últimos elementos nos permiten preguntarnos si no está surgiendo una nueva forma de acumular capital en el sector de alimentos que se acompañe de un cambio en los esquemas institucionales que lo rigen en la actualidad, donde la presencia de China sea cada vez más fuerte a través de sus empresas públicas y las Dragon Head ya definitivamente transnacionalizadas. En ese sentido, se reproduce la historia de las grandes empresas, que primero consolidan el mercado interno para luego expandir su poder económico hacia la periferia. Pero quedan muchas incógnitas respecto del formato que tendría ese control del mercado internacional de los alimentos de parte de las empresas chinas, dado que los formatos de articulación productiva de las empresas que llevan adelante la disputa global dependen del contexto y de las políticas públicas que lo hacen posible.

En este caso, es posible que las cadenas de valor global en el sector de alimentos entren en crisis, como está ocurriendo con las empresas industriales productos del reshoring occidental, pero sobre todo porque la forma de producir y tener rentabilidad de las empresas chinas es muy distinta, siendo más vertical y con un vínculo directo con el Estado nacional. La reconfiguración de esa forma de organizar el mercado mundial de los alimentos es una posibilidad que debemos tener en cuenta. Para eso nos parece que el caso de la soja es relevante ya que se constituyó en el principal alimento comercializado a nivel global, e involucra las principales potencias mundiales, China y Estados Unidos, en distintos eslabones de la cadena de valor.

El propio hecho de que la soja haya superado al trigo como principal alimento comercializado nos parece un elemento de importancia para pensar el surgimiento de un nuevo régimen alimentario (Dabat & Segura, 2014), ya que implica un cambio de dirección de los intercambios comerciales y un cambio en las pautas de consumo y en la forma de producción que, aunque aún conviven en las instituciones de fines del siglo XX, podría entrar en un impasse, como lo vemos en el caso de la OMC (Paz, 2012). Las disputas entre China y Estados Unidos sobre las instituciones globales continuarán de manera más o menos velada y, en el caso particular de la soja, la mayor presencia de las empresas chinas puede transformarse con la imposición de nuevas normas fitosanitarias o la actuación en torno a instituciones consolidadas.

En ese sentido, la soja es un producto especial que deberíamos definir de una forma más satisfactoria que un commodity, que solo remite a la estandarización que facilita su comercialización. Sus implicancias son mucho mayores a las meramente comerciales, ya que tiene una relevancia geopolítica en las relaciones entre China y Estados Unidos. Asimismo, dentro de los territorios involucrados en su cadena implica la explotación de tierra cultivable y la disputa por la renta de la tierra, con secuelas sociales y ambientales que fueron ampliamente debatidas en los últimos años. Para dar cuenta de la carga conceptual de ese producto sería más apropiado el término de mercancía global, que remite tanto a la literatura marxista sobre la forma social que adoptan los bienes comercializados en el marco capitalista, como a la literatura estructuralista donde se hace hincapié en los impactos sociales, ambientales, políticos y económicos de la explotación de un producto que se exporta al mundo y terminan influyendo en la formación socioeconómica peculiar que tienen los países periféricos.

Renova Timbúes, ubicada en localidad de  Timbúes, en el departamento de San Lorenzo, provincia de Santa Fe, Argentina. Es la planta de producción de harinas y aceites de mayor escala en el mundo. Fuente: https://renova.com.ar

Una mercancía global es la llave de la inserción subordinada de los países periféricos en la economía global, ya que históricamente se realizó sobre la base de un recurso natural que tiene oferta limitada. Esta situación permite que la relación entre dos países sea dominada por el que tiene mayor cantidad de mercancía para ofrecer, a pesar de la evolución de los términos del intercambio. De esa forma, como lo describieron los estructuralistas y dependentistas latinoamericanos, los países del centro instalan relaciones comerciales con la periferia por su tierra cultivable (o sus minerales) que les interesa para resolver los problemas de renta local que afectan su competitividad industrial. En esos casos, los límites cuantitativos de la extracción del recurso natural por su carácter geográfico y biológico son suficientes para generar una situación de desigualdad sin que se requieran deterioros de términos del intercambio. Esa situación es la que parece haber ocurrido para Argentina, que forjó su relación con China sobre la base de la exportación de soja y sus derivados, pero que se encontró rápidamente con una balanza comercial bilateral negativa, a pesar de los buenos precios internacionales, debido a la cantidad de productos industriales importados desde China. Esa situación se traduce en elasticidades de exportaciones e importaciones distintas que llevan a ajustes típicos de reducción de importaciones mediante recesión.

A ese problema estructural se le agregan varios problemas en el sector aceitero argentino que podrían transformarse en una crisis estructural. En efecto, la sustitución de importaciones de aceite llevada adelante por el gobierno chino desplazó las exportaciones argentinas hacia ese destino y no pudo mejorar sus exportaciones desde 2010. Esa competencia se solapa con los problemas de abastecimiento que está teniendo el sector por el elevado stock que mantienen los productores locales y los límites a la expansión de soja hacia otras áreas del país. De esa forma, el estancamiento de la plataforma de exportación instalada en los alrededores de Rosario pone en crisis el conjunto de la estrategia de inserción internacional argentina.

Pareciéramos estar ante un límite territorial a la expansión sojera en Argentina, pero también ante un límite estratégico para el comercio argentino que la política pública debe resolver. En ese sentido, parece lógico que Argentina apueste a escalar en la cadena de valor de alimentos y pase de exportar soja a vender carnes hacia China. Sin dudas, las empresas aceiteras transnacionales podrán tener resistencias, pero la reorientación de la industria de crushing hacia el mercado interno es lo que sucedió en Brasil, y pareciera que es lo que necesita Argentina. Si nos remitimos a los datos de Brasil, además de la expansión sojera continua hacia las zonas del cerrado, el balance comercial positivo con China se explica también por la multiplicación de sus productos de exportación hacia las carnes y el mineral de hierro, entre otros. Aunque queda claro que este tipo de inserción a través de los recursos naturales no favorecen el desarrollo per se, la holgura en el sector externo permite generar las condiciones para redistribuir el ingreso y realizar políticas públicas que posibiliten el desarrollo económico.

* Lic. en Economía (UBA) y Mg. en la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales ( París, Francia). Doctorando en Desarrollo Económico en la Universidad Nacional de Quilmes (UNQ). Coordinador del Dpto. de Economía Política del CCC Floreal Gorini.
Textos utilizados

- Amaya Guerrero, R. (2016). El paquete tecnológico de la soja transgénica en Argentina: autonomía tecnológica y comercio internacional. En G. Dabat, & S. Paz, Desafíos de la Argentina sojera: tecnología, comercio y territorio. Bernal: CCC-UNQ.
- Burgos, M. (2016). Geopolítica de la Soja. En M. Burgos, La Soja: Entre el monocultivo y las necesidades de divisas. Buenos Aires: CCC.

- Cardoso, F., & Faletto, E. (1969). Dependencia y desarrollo en América Latina. Buenos Aires: Siglo XXI.

- Chaumet, J.-M., & Pouch, T. (2012). La chine au risque de la dépendance alimentaire. Oilseed and Fats, Crops an Lipids Journal 19-5.

- Dabat, G., & Segura, L. (2014). La concentración mundial de la producción y el comercio internacional de maíz, soja y trigo entre 1960 y 2010. En G. Dabat, & S. Paz, Commodities agrícolas: cambio técnico y precios. Buenos Aires: CCC- UNQ.

- Dussel Peters, E. (2012). Chinese FDI in Latin America: Does ownership matter? Medford: Working Group on Development and Environment in the Americas, Discussion Paper, Global Development and Environment Institute, Tufts University.

- Girado, G., & Burgos, M. (2015). Veinte años de relaciones comerciales entre China y Argentina. Buenos Aires: CEFIDAR DT Nº77.

- Mora, S. (2019). El Going Out agrícola de China. Un análisis de su desarrollo en Argentina. Si somos americanos 19-2.

- Oviedo, E. (2015). El ascenso de China y sus efectos en la relación con Argentina. Estudios Internacionales 180. Universidad de Chile.

- Paz, S. (2012). Poder normativo de la OMC en el comercio de commodities agrícolas. En G. Dabat, & S. Paz, Paradoja de la soja argentina: modernización hacia el monocultivo. Quilmes: Universidad Nacional de Quilmes.

- Pierri, J., & Orlando, E. (2014). Evolución económica de la producción de granos, 1980-2010. En J. Pierri, Producción y comercio de granos 1980-2012. Políticas públicas, grandes empresas y dependencia. Buenos Aires: Biblos.

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