Los itinerarios de la unidad latinoamericana

A contrapelo de los estudios especializados que abordan la integración regional desde modelos exóticos, la autora propone revisitar las claves provistas por los grandes impulsores de la unidad latinoamericana a lo largo de su historia.
Por Magalí Gómez *

En Nuestra América hay cierto movimiento. La llegada de gobiernos populares en distintos países de la región y el avance de las luchas y la organización de los pueblos están produciendo virajes significativos para nuestras realidades. Sin embargo, todavía está en debate si nos hallamos en las puertas de una nueva ola de integración regional. Los procesos de transformaciones populares que se están dando en Chile, Colombia, Perú, Brasil, Honduras, México y Argentina -no exentos de tensiones y contradicciones-, más las conquistas sostenidas en Bolivia, Venezuela, Nicaragua y Cuba ¿podrían sentar las bases de una nueva etapa de construcción del proyecto de la Patria Grande? En un contexto de reconfiguración del orden mundial, de disputa entre potencias ¿qué rol tendrá América Latina?

Pero antes de llegar allí, cabe preguntarnos: ¿se debate la integración? ¿Desde dónde y desde qué marcos de pensamiento? ¿Qué tipo de integración queremos darnos los y las latinoamericanas? ¿Para qué? En estos escenarios, vale la pena reactualizar la pregunta que se hacía Norberto Galasso en 1974: “¿todavía vibra el aliento unificador de las gestas heroicas?”; y agregar ¿nos encontramos en un nuevo momento para reconstruir la unidad de América Latina?

El concepto de “integración” muchas veces alude a la puesta en vigor de organismos supranacionales que se conforman entre los países de una región. En el ámbito de las Relaciones Internacionales, en tanto disciplina, se han estudiado profundamente y desde distintas aristas los límites y alcances de los organismos de integración latinoamericanos. En no pocas oportunidades, bajo las lentes europeizantes, se ha definido la experiencia de la Unión Europea cómo la más exitosa, la que ha podido avanzar en diferentes etapas hacia una verdadera integración, principalmente económica, de los países contemplados en su seno. Y bajo esa lupa, esos parámetros, ese “deber ser” de la integración, se ha evaluado a las experiencias de América Latina como fallidas o carentes de grandes aciertos. Empero, la matriz propia del pensamiento popular latinoamericano nos invita a indagar en la originalidad de nuestros procesos para repensar una integración regional con características latinoamericanas, que no copie modelos y que pueda dar respuesta a las necesidades de nuestros pueblos. Esta matriz sostiene que la unidad continental desborda ampliamente la instancia de los organismos internacionales ya que posee raíces históricas, culturales e identitarias profundas. Recorramos, entonces, algunos aspectos del devenir histórico de los proyectos de unidad regional.

 

Los orígenes de la Unidad

 

Tanto en la búsqueda de autonomía o como estrategia para enfrentar las intervenciones extranjeras, las ideas de integración en Latinoamérica poseen una amplia trayectoria (Deciancio, 2016). Diversos autores ubican sus orígenes en los ideales unificadores de los libertadores de las gestas independentistas (Ramos, 1968; Galasso, 1974; Barrios 2012). Una idea de región surgida en el contexto del fin de la colonia y que marca un nacimiento propiamente latinoamericano.

Este ideal unificador originario se remonta a los líderes de las revoluciones de la emancipación como Simón Bolívar, José de San Martín, Manuel Belgrano (con su proyecto de la monarquía Inca), Francisco de Miranda, Bernardo de Monteagudo, José Cecilio del Valle, Simón Rodríguez, entre otros, quienes recuperaban la experiencia compartida durante la Colonia, el pasado común y el lenguaje como aglutinadores de esta unidad, bajo la necesidad de reconocer las características propias de la realidad latinoamericana, la construcción de un pensamiento autónomo, dejando a un lado la imitación de modelos. Es interesante rescatar aquí, a modo de ejemplo, las palabras del venezolano Simón Rodríguez -recordado como el maestro de Bolívar- quien ya en 1828 escribía "La América española es original, originales han de ser sus instituciones y su gobierno, y originales los medios de fundar unas y otros. O inventamos o erramos".

Tal fue así que, durante las guerras de emancipación y hasta avanzado el siglo XIX, tanto quienes dirigían los ejércitos –San Martín, Bolívar, Sucre, Artigas, etc.- como sus soldados, se entendían a sí mismos como americanos y por ello no se consideraban extranjeros en ningún lugar donde accionaban. Con ese espíritu, desarrollaron prácticas militares y políticas tanto en sus tierras de origen como en otras que no lo eran.

 

Simon Bolivar. Fuente: The Art Archive.

 

El proyecto de Simón Bolívar radicaba en buscar una sociedad de naciones hermanas, explicitada en la famosa Carta de Jamaica de 1815, escrita durante su exilio en dicho país y destinada a Henry Cullen, un comerciante jamaiquino, donde reflexiona sobre el proceso político de aquel momento:

Es una Idea grandiosa pretender formar de todo el nuevo mundo, una sola nación con un solo vínculo que ligue sus partes entre sí y con el todo. Ya que tiene un origen, una lengua, unas costumbres y una Religión, debería por consiguiente tener un solo Gobierno, que confederase los diferentes estados que hayan de formarse.

Con estas palabras, Bolívar tallaba los cimientos para lo que sería su idea de confederación americana, que buscaba tomar forma en el Congreso Anfictiónico de Panamá convocado para 1826, una vez alcanzadas las independencias en América Latina. Decía al respecto:

Entablar aquel sistema y consolidar el poder de este gran cuerpo político, pertenece al ejercicio de una autoridad sublime, que dirija la política de nuestros gobiernos, cuyo influjo mantenga la uniformidad de sus principios, y cuyo nombre solo calme nuestras tempestades. Tan respetable autoridad no puede existir sino en una asamblea de plenipotenciarios nombrados por cada una de nuestras repúblicas, y reunidos bajo los auspicios de la victoria, obtenida por nuestras armas contra el poder español. (Convocatoria del Congreso de Panamá, Año 1824).

Bolívar, entonces, convocaba a una asamblea de plenipotenciarios que hiciera de aglutinador para enfrentar los “grandes conflictos” y que funcionara como “punto de contacto en los peligros comunes, de fiel intérprete en los tratados públicos cuando ocurran dificultades, y de conciliador, en fin, de nuestras diferencias” (Convocatoria del Congreso de Panamá Año, 1824). Si bien el ansiado Congreso no logró materializar las ideas unionistas porque, entre otros motivos, el gobierno probritánico de Bernardino Rivadavia decidió no participar, es importante reconocer la valiosa contribución de estos planteos como antecedente fundamental para pensar la integración regional en el presente.

Tal como explica Norberto Galasso (1974), los procesos revolucionarios de las gestas de la independencia, una vez superada la etapa anti absolutista, entendían a Latinoamérica como una nación y no como una sumatoria de patrias chicas. Sin embargo, las burguesías latinoamericanas no estuvieron a la altura de esos planteos y no asumieron el rol histórico como “gran poder unificador”. Por su parte, entre quienes buscaban consolidar un proyecto de unidad, no había sustento económico que los respaldara; fue así que, finalmente, se consolidaron las “veinte derrotas de las patrias chicas”.

Mientras que Bolívar encauzaba sus esfuerzos hacia la construcción de las naciones, el cubano José Martí se preocupaba, algunas décadas más tarde, por el problema de las ideas americanas, la extracción de los recursos naturales y, en el momento en que el antiimperialismo comenzaba a surgir, por la reproducción del sistema de dominación. Podemos ver en el pensador planteos ya presentes en Bolívar, que se actualizaban. En la medida que consideraban que la integración era el paso que seguía a la independencia, ambos buscaban encontrar lo común, lo compartido, la herencia, el lenguaje.

Es así que para fines del siglo XIX y principios del XX comienza a delinearse una idea de unidad, no solo basada en las raíces históricas compartidas, la unidad en la lengua, en la cultura y la continuidad territorial, sino también en la identificación de un enemigo en común (Galasso, 1974) a partir de la denuncia de la injerencia imperialista, ya no solo de Reino Unido, sino también estadounidense. Esta injerencia se materializa en un proceso de balcanización, en palabras de Jorge Abelardo Ramos, que fue despedazando a América Latina, dejándola en una posición periférica como proveedora de materias primas, sometida a la colonización pedagógica y cultural que se expandió en todo el territorio latinoamericano.

Como réplica de este proceso, a inicios del siglo XX pensadores como Manuel Ugarte, José Vasconcelos y José Rodó -integrantes de la Generación del 900- llevaron adelante la tarea de pensar la realidad regional desde marcos propios, cuestionando la presencia imperialista en Nuestra América. Ugarte planteaba, ya en 1901, que las divisiones en la región eran “puramente políticas, por lo tanto, convencionales” y que las diferencias no eran entre los pueblos sino, en todo caso, entre los gobiernos. Es así que llamaba a la unidad en el Sur para “contrabalancear en fuerza a los del Norte”, afirmando que “esa unificación no es un sueño imposible”.

Diferentes movimientos nacionales y populares de la región hicieron propios esos ideales. Luchas populares, nuestroamericanas y antiimperialistas se expresaron en fenómenos tales como la revolución mexicana, la guatemalteca liderada por Jacobo Árbenz, el movimiento sandinista en Nicaragua, los movimientos liderados por Faribundo Martí en el Salvador, Víctor Raúl Haya de la Torre y José Mariátegui en Perú, Getúlio Vargas en Brasil y el peronismo en Argentina. Precisamente Juan Domingo Perón propuso, en el contexto de la Guerra Fría, una política exterior fundada en la tercera posición y planteó las bases del proyecto ABC (Argentina, Brasil, Chile) que perseguía una estrategia económica intrarregional y una alianza estratégica de defensa, como quedó de manifiesto en su discurso del 11 de noviembre de 1953 en la Escuela Nacional de Guerra. En ese marco, llamaba a la defensa de los recursos naturales y alertaba sobre la imperiosa necesidad de alcanzar la unidad, explicitando lo siguiente:

Nosotros tenemos muy triste experiencia de las uniones que han venido por los gobiernos; por lo menos, ninguna en ciento cincuenta años ha podido cristalizar en alguna realidad. Probemos el otro camino que nunca se ha probado para ver si, desde abajo, podemos ir influyendo en forma determinante para que esas uniones se realicen.

Así, Perón planteaba una unidad continental en los ámbitos económicos y de defensa, pero también en el campo de las organizaciones libres del pueblo tales como el movimiento obrero. Prueba de ello fue la creación de la ATLAS -Agrupación de Trabajadores Latinoamericanos Sindicalistas- y la promoción de la figura del agregado obrero en las embajadas argentinas. Una vez más, este proyecto que miraba hacia adentro, hacia América Latina, no logró consolidarse, principalmente por la oposición que Getúlio Vargas tenía en Brasil y, claro está, por el golpe que derrocó al peronismo en septiembre de 1955.

 

Fuente: Internet.

 

La idea de la unidad en el regionalismo y sus límites

 

El ideal unificador lanzado por los libertadores y continuado por algunos de los pensadores y dirigentes políticos que aquí fueron mencionados, ha sido recuperado por los proyectos integracionistas de comienzos del siglo XXI, que pueden estudiarse a través de las conceptualizaciones realizadas en las Relaciones Internacionales de regionalismo post-hegemónico (Tussie, Riggirozzi, 2012 y Legler, 2013) o post-liberal (Sanahuja, 2010). Desde inicios de los 2000, el ideario latinoamericanista que buscaba la autonomía, la construcción de marcos propios y la organización de la región bajo la idea unificadora para hacer frente a intervenciones extranjeras y hegemónicas, fue retomado por los gobiernos populares de algunos de nuestros países, como el de Hugo Chávez en Venezuela, el de Lula Da Silva en Brasil, los de Néstor y Cristina Kirchner en Argentina, el de Evo Morales en Bolivia y el de Rafael Correa en Ecuador, entre otros.

Durante los primeros años del presente siglo, dichos gobiernos realizaron importantes esfuerzos por poner en la agenda la construcción de la integración regional, mediante la creación de organismos regionales como la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA-TCP) y el viraje de objetivos del Mercado Común del Sur (MERCOSUR) mediante la incorporación de otras agendas más allá del intercambio comercial. Estos espacios regionales buscaron alejarse de la hegemonía de los Estados Unidos para volver la mirada hacia América Latina, en tanto espacio de unidad, buscando fortalecerse mutuamente en pos de constituir un bloque sólido. El regionalismo, una vez más, enarboló una defensa frente a la influencia y el intervencionismo de potencias extranjeras.

 

Fundación de la CELAC en el año 2011. Fuente: Internet.

 

Tussie (2009) y Sanahuja (2011) asumen que, a pesar de la diversidad de modelos de regionalismo, se han sostenido las ideas unionistas y fundacionales de la región. En efecto, según Sanahuja (2012) al interior de los organismos post-liberales se expresaron “aspiraciones unionistas y de integración regional” (pág. 21), rasgo histórico en América Latina desde las independencias latinoamericanas. El autor sostiene que el proyecto unionista de Bolívar sigue constituyéndose como un elemento de la identidad latinoamericana, porque es una narrativa compartida, “imagen común de autorepresentación de los latinoamericanos frente al mundo, y guía de las prácticas sociales que dan forma a la política exterior” (Sanahuja, 2012: 21). Refiriéndose en particular al ALBA-TCP y a la UNASUR, este autor plantea que dichos espacios no pueden calificarse como organismos de integración en su calificación “estándar” –estándar a la europea, agregamos – dado que entre sus objetivos no se encuentra la institucionalización de etapas de integración económica tales como zonas de libre comercio, uniones aduaneras o mercados comunes, ni tampoco la construcción de instancias supranacionales. Por el contrario, sí se expresa entre sus objetivos la preponderancia de la política, del rol del estado y la autonomía, entre otros puntos.

Sin embargo, a partir del año 2014 comenzó un proceso de debilitamiento de los organismos mencionados. Tanto la UNASUR como el ALBA-TCP han atravesado la retirada de varios de sus países claves y la CELAC tuvo una reducida actividad e influencia entre 2016-2019. Esta erosión se fue consolidando a partir del ascenso de gobiernos neoliberales en los respectivos países que, una vez más, expresaron el proyecto balcanizador y las fuerzas disgregadoras, orientando sus agendas hacia otras latitudes y no hacia proyectos de integración soberanos latinoamericanos. En 2020 México asumió la presidencia pro tempore de la CELAC, marcando un cambio y dotando de cierto dinamismo al organismo; cambio que, podríamos esgrimir, se va amalgamando con los procesos de transformación popular que vuelven a generarse en la región durante la etapa actual.

En síntesis, desde las guerras por la emancipación hasta nuestros días surgieron, en diferentes momentos históricos, ideas y proyectos de integración regional que tuvieron avances y retrocesos, generando momentos de mayor cohesión regional y otros en donde la desintegración era moneda corriente. Tal como explica Galasso (1974), a lo largo de la historia estuvieron siempre en disputa dos proyectos, uno que mira hacia adentro, para buscar un destino compartido, y otro extranjerizante, impulsado por las oligarquías locales, promotor de la fragmentación de América Latina en un conjunto de patrias chicas y garante de la condición semicolonial de nuestros territorios.

 

Y para adelante ¿qué?

 

Decíamos al comienzo que las formas de integrarnos, de ser región en América Latina poco tienen que ver con modelos importados y poco nos suma mirar hacia otras experiencias extra-regionales como modelos a imitar. Urge cuestionar nuestras bases epistemológicas para descolonizar el conocimiento y pensar la unidad regional desde marcos propios y situados en nuestras realidades, reivindicando las diferentes iniciativas que existieron a favor de la conformación de la Patria Grande. En el campo académico en general y en la disciplina de las Relaciones Internacionales en particular, esta historia y esta originalidad latinoamericanas han sido escasamente exploradas a la hora de pensar la integración.

Sostenemos, junto a Alcira Argumedo (2001), que la producción académica sobre estos procesos debe ser situada, asentarse en la matriz del pensamiento popular latinoamericano, lo que implica comprendernos como una región heterogénea pero con amplios elementos comunes que hacen a nuestra identidad; elementos que nos permiten reconstruir la unidad, bajo el proyecto de la Patria Grande que entiende a la América Latina como una nación (Ramos, 1968). También compartimos los planteos de Methol Ferré (2009) respecto a la necesidad de forjar un Estado Continental para reafirmar nuestra soberanía y detentar un rol vigoroso en la geopolítica global. Un proyecto que aún no pudo imponerse pero que sobrevive en los sueños y aspiraciones de quienes consideramos la unidad de la región como posibilidad de realización de la soberanía de los pueblos.

El proyecto emancipatorio ha estado presente en la región a lo largo de su historia, desde la colonización y las independencias hasta la actualidad. Los diferentes planteos sobre la unidad han sido un instrumento para la defensa de la soberanía y la búsqueda de la autonomía, rasgos claramente presentes en los organismos suscitados durante la preeminencia de los gobiernos populares. Sin embargo, no alcanza con la institucionalidad propuesta por estos organismos para reconstruir la unidad. Los Estados pueden hacer su parte pero, como marca la experiencia, no es suficiente, porque en los momentos de avanzada neoliberal estos espacios fueron los primeros en debilitarse.

América Latina es, actualmente, una región en disputa entre diferentes actores, intra y extra regionales. Además, como decíamos al inicio, nos encontramos en un momento de protagonismo popular en el que se podrían retomar las sendas de la integración. Por ello, en este escenario, sostenemos que los proyectos emancipadores de unidad deberán fortalecer esos lazos identitarios y culturales, tan menoscabados por la balcanización y la colonización pedagógica y cultural, pero que existen en nuestros pueblos y que deberán traducirse en voluntad concreta para alcanzar la unidad.

En esta tarea, las universidades y el campo de producción científica enfrentan un desafío plenamente vigente y que existe desde la conformación misma de los Estados latinoamericanos, tal como lo enunciaba José Martí en 1891:

¿Cómo han de salir de las universidades los gobernantes, si no hay universidad en América donde se enseñe lo rudimentario del arte del gobierno, que es el análisis de los elementos peculiares de los pueblos de América? (…). Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas, con el estudio oportuno y la unión tácita y urgente del alma continental. (Nuestra América, 1891).

* Lic. en Ciencias de la Comunicación (UBA), maestranda en Relaciones Internacionales (FLACSO), docente/investigadora del Centro de Estudios de Integración Latinoamericana Manuel Ugarte de la UNLa.
Textos utilizados:

- Argumedo, A. (2001). Los silencios y las voces en América Latina. Notas sobre el pensamiento nacional y popular. Bs. As.: Ediciones del Pensamiento Nacional.

- Barrios, Miguel Ángel (2012): “Del unionismo hispanoamericano al integracionismo político latinoamericano”. En: Briceño-Ruiz, José/Rivarola, Andrés/Casas, Ángel (eds.): Integración latinoamericana y caribeña: política y economía. Madrid: Fondo de Cultura Económica, pp. 59-78.

- Bolívar, Simón “Carta de Jamaica. Contestación de una americano meridional a un caballero de esta isla” (ediciones varias, disponible online)

- Deciancio, M. (2016). “El regionalismo Latinoamericano en la agenda de la Teoría de las Relaciones Internacionales”. En: Revista Iberoamericana .

- Galasso, N. (2008). América Latina: unidos o dominados. Merlo: Instituto Superior Dr. Arturo Jauretche.

- Legler, Thomas (2013): “Post-hegemonic Regionalism and Sovereignty in Latin America: Optimists, Skeptics, and an Emerging Research Agenda”. En: Contexto Internacional, 35, 2.

- Martí, J. “Nuestra América” (ediciones varias, disponible online)

- Ramos. A. (2011). Historia de La Nación Latinoamericana. Peña Lillo– Editorial Continente.

- Sanahuja, J. (2010). “Del ‘regionalismo abierto’ al ‘regionalismo post-liberal’. Crisis y cambio en la integración regional en América Latina”. En: Anuario de la integración regional de América Latina y el Gran Caribe.

- Sanahuja, J. (2011). “Multilateralismo, Regionalismo en clave Suramericana: El caso de

- UNASUR”. En: Legler /Santa Cruz (Ed), Pensamiento propio.

- Sanahuja, J. A. (2012) “Regionalismo post-liberal y multilateralismo en Sudamérica: El caso de UNASUR” en Serbin et al. (2012) Anuario de la Integración Regional, CRIES Nº9.

- Tussie, D. (2009). “Latin America: Contrasting Motivations for Regional Projects”.En:

- Review of international studies (35)

- Tussie, D., y Riggirozzi, P. (2012): The rise of Post-Hegemonic Regionalism: The case of Latin America. Londres: Ed. Springer

- Ugarte, M. (1978). Manuel Ugarte. Caracas: Biblioteca Ayacucho.

- Methol Ferré, Alberto (2009). Los Estados Continentales y el Mercosur. Buenos Aires, Ediciones del Instituto Superior Dr. Arturo Jauretche.