Manuel Ugarte, pensador de la Nación Latinoamericana

Un ensayo sobre la vida y la obra de Manuel Ugarte, quien, en razón de sus ideas políticas, pasó de ser uno de los más célebres escritores de habla hispana a un pensador desdeñado por la cultura oficial.
Por Marcos Mele *

 

Al rendir justicia histórica a la lucha de Manuel Ugarte, no perseguía un simple propósito de vindicación personal, por más legítima que fuese. Ugarte resumía en su largo exilio el infortunado destino del pensamiento nacional y yo veía en su peripecia individual reflejarse la suerte que corrían los disconformistas y rebeldes de su tiempo. Exilados en el espacio o en el tiempo, en la geografía o en la historia, cubiertos por el espeso velo del silencio, el olvido, la desfiguración o la pura difamación, comprendía bien que todos los revolucionarios (…) corríamos un poco la misma aventura que Ugarte.

Jorge Abelardo Ramos

 

I. De literato a escritor nacional

La Argentina de la segunda mitad del siglo XIX comienza a torcer su cerviz frente a la penetración del imperialismo británico, que actúa contando con la plena connivencia de la oligarquía nativa. El aniquilamiento de las montoneras federales y la masacre del pueblo paraguayo en la Guerra Guasú son los últimos episodios del triunfo de la barbarie letrada de la ciudad-puerto sobre las resistencias populares.

El país de las guerras civiles comienza a perderse en el tiempo y la nueva realidad semicolonial emerge de la mano de la inmigración europea, los capitales británicos, los bancos extranjeros y el tendido de la red ferroviaria dirigida hacia el puerto de Buenos Aires.

En este contexto, en 1875 nace Manuel Baldomero Ugarte en el seno de una familia ligada a la clase terrateniente. Su padre, Floro Ugarte, tiene importantes vínculos con los hombres más ricos del país e integra los círculos políticos de la Argentina oligárquica. A nadie puede extrañarle que el joven Manuel curse sus estudios primarios en un colegio de élite como el Nacional Buenos Aires y que en 1889 viaje a París, junto a sus padres, a celebrar los cien años de la Revolución Francesa. Para la oligarquía terrateniente, Francia era la patria cultural así como Inglaterra la patria económica. La Argentina tan sólo era una inmensa estancia donde pastaban las vacas y los toros.

En 1893, respaldado por el holgado bolsillo paterno, Manuel Ugarte publica su primer libro de poemas y comienza a frecuentar a los principales escritores argentinos de la época como Lucio Mansilla, el autor de Una excursión a los indios ranqueles. También conoce al poeta Carlos Guido y Spano, quien fuera un firme opositor a la guerra contra el Paraguay.

Inmerso ya en los círculos intelectuales, Ugarte funda en 1895 la Revista Literaria, que lo pone en contacto con escritores de distintos países latinoamericanos como el venezolano Rufino Blanco Fombona, el uruguayo José Enrique Rodó, el nicaragüense Rubén Darío, y los peruanos Ricardo Palma y José Santos Chocano. De la mano del renombre que alcanza con esta publicación, en 1897 Ugarte regresa a París. Las obras que reflejan este momento de su vida son Paisajes parisienses de 1901, prologado por Miguel de Unamuno; Crónicas del Boulevard, con prólogo de Rubén Darío; y La novela de las horas y los días, con las palabras introductorias de Pío Baroja. No quedan dudas que Ugarte camina a paso firme entre los principales literatos del momento.

Es precisamente en las tertulias literarias y en las noches de bohemia parisina, donde Ugarte estrecha su amistad con otros escritores latinoamericanos y se sorprende por la honda afinidad lingüística, cultural, religiosa e histórica que predomina entre ellos. Ugarte admira todo lo que tiene en común con los peruanos, cubanos o venezolanos, y a su vez todo lo que separa a los escritores franceses, italianos o alemanes entre sí. A partir de esta experiencia, Ugarte se pregunta si estos escritores latinoamericanos pertenecen a naciones diferentes o si, en realidad, todos integran una misma nación inconclusa.

Esta pregunta lo va a acompañar a lo largo de toda su vida. El problema de la balcanización de América Latina constituirá uno de los núcleos de su reflexión teórico-política:

Supongamos que la América de origen español es un hombre. Cada república es un miembro, una articulación, una parte de él. La Argentina es una mano. La América Central es un pie. Yo no digo que porque se corte un pie deje de funcionar la mano. Pero afirmo que después de la amputación el hombre se hallará menos ágil y que la mano misma, a pesar de no haber sido tocada, se sentirá disminuida con la ausencia de un miembro necesario para el equilibrio y la integridad del cuerpo1.

Al mismo tiempo en que denuncia la mutilación de América Latina, Ugarte comienza a alertar acerca del Peligro yanqui, tal como titula a una de sus más importantes conferencias. Nuestro autor observa que frente a los Estados Unidos de Norteamérica se encuentran los Estados desunidos de América del Sur. Ugarte considera que el poderío estadounidense no se debe a una falsa superioridad cultural o racial sino que se desprende de la unidad política y territorial que este país logró conservar luego de su independencia. Al respecto, Ugarte se pregunta:

Si la América del Norte, después de 1776, hubiera sancionado la dispersión de sus fragmentos para formar repúblicas independientes, si Georgia, Maryland, Rhode Island, Nueva York, Nueva Jersey, Connecticut, Nueva Hampshire, Maine, Carolina del Norte, Carolina del Sur y Pensilvania se hubieran erigido en naciones autónomas, ¿comprobaríamos el progreso inverosímil que es la distintiva de los yanquis?

La fragmentación latinoamericana es la puerta de entrada del imperialismo norteamericano. El avance neocolonial de los Estados Unidos sobre la región sólo se realiza por la vía militar como un recurso extraordinario. Antes bien, la dominación se asegura por medios pacíficos y sigilosos que Manuel Ugarte describe de la siguiente manera:

No es indispensable anexar un país para usufructuar su savia. Los núcleos poderosos sólo necesitan a veces tocar botones invisibles, abrir y cerrar llaves secretas, para determinar a distancia sucesos fundamentales que anemian o coartan la prosperidad de los pequeños núcleos. La infiltración mental, económica o diplomática puede deslizarse suavemente, sin ser advertida por aquellos a quienes debe perjudicar, porque los factores de desnacionalización no son ya, como antes, el misionero y el soldado, sino las exportaciones, los empréstitos, las vías de comunicación, las tarifas aduaneras, las genuflexiones diplomáticas, las lecturas, las noticias y hasta los espectáculos3.

A partir de descubrir la cuestión nacional latinoamericana y el problema del imperialismo, la literatura pasa a un segundo plano y la vocación de Ugarte se consagra al ensayo político y a las conferencias en las que denuncia nuestra realidad oculta. Por estos años, abraza la causa socialista, a la que llama Las ideas del siglo. De esta manera, Ugarte afirma que así como admitimos la existencia de clases dominantes y clases dominadas, también estamos ante el deber de reconocer que hay naciones dominantes y naciones dominadas. Por esta razón, Ugarte va a proponer un socialismo que sepa conjugar la lucha por la cuestión social con la defensa nacional de los países oprimidos frente a los imperios que los oprimen. Al respecto, Ugarte sostiene: “Yo creo que en los momentos que atravesamos el socialismo tiene que ser nacional. El internacionalismo es un ideal tan hermoso como distante que está en su verdadero plano en el fondo de los horizontes”4.

En un contexto donde las élites intelectuales importan la filosofía positivista para explicar por medio del prejuicio racial el vasallaje de nuestros pueblos, Manuel Ugarte refuta el  racismo imperante y reafirma la identidad latinoamericana: “¡Somos indios, somos españoles, somos latinos, somos negros, pero somos lo que somos y no queremos ser otra cosa!”

II. Patria Grande, revisión histórica y nacionalismo económico

Empuñando las banderas de La Patria Grande, el antimperialismo y el socialismo nacional latinoamericano, Manuel Ugarte inicia en 1911 una campaña de divulgación de sus ideas por toda la región. En su itinerario visita Cuba, República Dominicana, México, El Salvador, Guatemala, Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile, Brasil, Paraguay, Uruguay, hasta que en 1913 regresa a la Argentina. En esta campaña, Ugarte se encuentra con dos realidades: por un lado, el público masivo de estudiantes y obreros que asiste a sus conferencias para conocer estas ideas que nadie se anima a proclamar en voz alta. Por el otro, el permanente sabotaje que los Estados Unidos instrumentan por medio de su diplomacia para impedir que Ugarte hable. Entre las maniobras que padece, se encuentra la clausura de los teatros donde debe disertar o hasta trabas legales que llevan a que no pueda desembarcar en algunos países.

Por entonces, Manuel Ugarte publica sus libros más importantes: El porvenir de la América Latina; Mi campaña hispanoamericana; La Patria Grande; y El destino de un continente. En este último libro, Ugarte recuerda las agresiones imperialistas que padeció América Latina bajo la máscara de empresas civilizadoras:

Desde que las antiguas colonias españolas dispersaron su esfuerzo, los gobiernos imperialistas no vieron en el confín del mar más que una debilidad. Así se instalaron los ingleses en las islas Malvinas o en la llamada Honduras Británica; así prosperó la expedición del archiduque Maximiliano; así nació Panamá; así se consumó la expoliación de Texas, Arizona, California y Nuevo México. Estamos asimilados a ciertos pueblos del Extremo Oriente o del África Central, dentro del enorme proletariado de naciones débiles, a las cuales se presiona, se desangra, se diezma y se anula en nombre del Progreso y de la Civilización5.

Este doloroso recorrido por las agresiones imperialistas en La Patria Grande, lo llevan a Ugarte indefectiblemente a revisar cómo se escribió nuestra historia. Lo primero que descubre es que, una vez producida la fragmentación de la región, en cada uno de los países se escribió y oficializó un relato histórico en la clave de las Patrias Chicas, que borró de nuestra memoria cualquier reminiscencia al origen común. Nuestra historia oficial es la justificación histórica de la balcanización, de los pedazos dispersos de la América Latina desgarrada.

La Historia de la América Latina no ha sido escrita aún. Hemos tenido desde luego brillantes historiadores que han sabido referir de manera maravillosa a veces, algunos de los trances o escenas de nuestra vida nacional, que han trazado de una manera insuperable la monografía de nuestros héroes, que han logrado reflejar en páginas durables un instante del pensamiento, o el sentimiento de una zona de nuestra América Latina; pero no ha surgido todavía el sintetizador que abarque el conjunto de todo el movimiento hispanoamericano y lo refleje en su continuidad, en su amplia significación, desde el momento de la Independencia hasta nuestros días; quiero decir con esto que falta en la historia latinoamericana la concreción final, la orquestación suprema que podría permitirnos abarcar en una sola visualidad todo el horizonte y todos los horizontes6.

Fuente: Biblioteca Virtual Cervantes.

Ugarte también nota que en esta historia falsificada se buscó destruir para las generaciones futuras la figura de aquellos que bregaron por la soberanía territorial, económica y cultural de nuestro suelo. Los próceres condenados por el relato histórico dominante deben ser revisados, redescubiertos. Es el momento de quitarles el mote difamatorio de bárbaros para encontrar en el pasado la clave de las luchas futuras.

Rosas y Artigas, hombres apasionados y violentos, no hubieran levantado tantas resistencias en una época que precisamente pertenecía a los hombres violentos y apasionados, si no hubieran vivido en lucha con las pequeñas oligarquías locales. Dueñas éstas de los medios de publicidad, e inspiradoras de los pocos que por aquel tiempo podían servirse eficazmente de una pluma, se defendieron con entusiasmo, y los dictadores rojos tuvieron que sucumbir ante el ataque de los que, apostados en las cuatro esquinas de la opinión, les hacían una guerra insostenible. Pero esos gauchos bravos habían nacido en momentos en que Europa ardía en la llama de la Revolución, y a medio siglo de distancia, con las modificaciones fundamentales que imponía la atmósfera, sintetizaban de una manera confusa en el Mundo Nuevo el esfuerzo de los de abajo contra los de arriba. No eran instrumentos de la barbarie. Eran producto de una democracia tumultuosa en pugna con los grupos directores7.

A diferencia de la gran mayoría de los escritores de su época, Ugarte fue un encendido promotor del nacionalismo económico, la necesidad de la industrialización y la nacionalización de los recursos naturales que estaban en manos de compañías extranjeras. El modelo agromineroexportador mantenía a nuestros países en la condición de semicolonias. Sostiene Ugarte:

Intérpretes de las aspiraciones de la enorme masa ajena a los partidos, propiciaremos ante todo el desarrollo de las industrias nacionales, fomentaremos el florecimiento de las iniciativas argentinas y ayudaremos todo empuje que tienda a revelar o desarrollar fuerzas propias, subrayando el nacionalismo político con el nacionalismo económico y haciendo que las iniciativas que nacen, evolucionan y quedan en el país sustituyan por fin a las fuerzas económicas que vienen del extranjero y vuelven a él, llevándose gran parte de nuestra riqueza. (…) Los que sólo exportan materias primas son, en realidad, pueblos coloniales. Los que exportan objetos manufacturados son países preeminentes8.

Manuel Ugarte, a la par en que promueve nuestra independencia económica, sostiene que es imperioso alcanzar nuestra emancipación intelectual. Es imprescindible construir una epistemología propia, pensar la realidad latinoamericana considerando sus particularidades y no meramente importando doctrinas e ideas de los países dominantes.

Lo que nos ha perjudicado hasta ahora en la América del Sur ha sido precisamente el teoricismo que nos induce a resolver nuestros problemas con fórmulas importadas y a calcar nuestra vida sobre otras vidas, sin tener en cuenta que si todos los grupos se desarrollan de acuerdo con las mismas leyes, en cada región existen causas que intensifican o acentúan su ejecución o su eficacia. Además, los mismos principios no convienen indistintamente a todos los casos, y así como la historia no se repite y no encontramos dos veces en el curso de los siglos iguales situaciones y conflictos idénticos, tampoco podemos pretender que dos países de diverso origen, sin más lazo de unión que la solidaridad humana, se ajusten exactamente a la misma manera de ver y al mismo paso9.

Por su desinteresada prédica en favor de la unidad latinoamericana, Ugarte se convierte en un maldito para la cultura oficial a la que combatió en sus pilares fundamentales. Las editoriales ahora le cierran las puertas a un escritor que a comienzos de siglo publicó en las grandes editoriales europeas, prologado por los principales literatos de la época. En su campaña por América Latina, Ugarte consume íntegramente la riqueza familiar y para ganarse la vida necesita escribir artículos periodísticos, pero los grandes diarios también le dan la espalda.

Durante la década de 1930, cuando algunos amigos escritores, como Manuel Gálvez y Alfonsina Storni, levantan la candidatura de Ugarte para recibir el Premio Nacional de Literatura, el jurado se lo niega argumentando que todos sus libros se publicaron fuera de país. Ugarte siente en carne propia el dolor de escribir, título que lleva uno de sus libros de memorias.

III. La Generación del 900

En el libro Escritores Iberoamericanos del 900 Ugarte escribe la historia de su generación literaria. La suya fue una camada de escritores que recogieron la lucha por la unidad latinoamericana que había sido prácticamente abandonada desde los tiempos de la Guerra del Paraguay. Allí Ugarte recuerda con amargura:

Voy a hablar de una generación malograda, de una generación vencida. Ninguno (…) alcanzó lo que esperaba. La mayor parte de ellos murió prematuramente. Unos tuvieron la constante zozobra de atender ante todo a la subsistencia, defendiéndose con ayuda del periodismo. (…) Otros conocieron la amargura de verse expatriados por razones políticas (…) Ninguno fue feliz, ninguno alcanzó la paz propicia que ayuda a emprender la obra verdaderamente durable. Obligados a luchar contra fuerzas hostiles, se dispersaron en cambios de residencia o en preocupaciones accesorias. Pero de esta derrota de la primera germinación auténtica de un ideal continental, queda algo más que el recuerdo de un sacrificio10.

Durante el primer gobierno de Juan Domingo Perón, Ugarte obtiene cierto reconocimiento por su ideario latinoamericano al ser nombrado por un breve tiempo como diplomático en México, Nicaragua y Cuba.

De regreso en Francia, el lugar donde descubrió las ideas por las que renunció a todo prestigio literario y solidez económica, Manuel Ugarte muere el 2 de diciembre de 1951. Se presume que se ha suicidado a causa de emanaciones de gas. Al poco tiempo, un grupo de escritores y políticos, entre los que se encuentran Manuel Gálvez, Jorge Abelardo Ramos y John William Cooke organizan un comité para repatriar sus restos. En 1953, dos años después de su muerte, por primera vez una editorial argentina publica un libro suyo. Las razones del ocultamiento que pesa al día de hoy sobre la vida y las ideas de Manuel Ugarte son extraliterarias.

 

* Lic. en Ciencias Políticas y Gobierno (UNLa). Mg. en Historia (UNTREF). Docente de la UNLa y Coordinador Académico de la Especialización en Pensamiento Nacional y Latinoamericano del siglo XX y de la Especialización en Estudios en China Contemporánea
1. Manuel Ugarte, La Nación Latinoamericana, pág. 11.
2. Idem, p. 16.
3. Manuel Ugarte, La Patria Grande, pág. 46
4. Manuel Ugarte, Mi campaña hispanoamericana, pág. 74
5. Manuel Ugarte, El destino de un continente, pág. 33-34
6. Manuel Ugarte, Mi Campaña hispanoamericana, pág. 142
7. Manuel Ugarte, El porvenir de la América Latina, pág. 125-126
8. Manuel Ugarte, La Patria Grande, pág. 58-59 y 65.
9. Manuel Ugarte, El porvenir de la América Latina, pág. 41-42
10. Manuel Ugarte, Escritores iberoamericanos del 900, pág. 11.