El camino al Perú

En el 200° aniversario de la Independencia peruana, la historiadora Daniela D’Ambra recompone los trazos fundamentales de la campaña sanmartiniana.
Por Daniela DAmbra *

El Perú había sido a lo largo de todos esos años el más poderoso bastión del poder absolutista. En su territorio no se habían formado juntas revolucionarias y el Virrey siguió gobernando mientras a su alrededor vientos de cambio sacudían toda la región. Sin embargo, la tradición de lucha de tantos años seguía presente y hubo numerosos intentos de conspiraciones, el más importante de ellos en 1814, con la rebelión que se produjo en Cuzco bajo la conducción de Vicente y José Angulo, Gabriel Bejar y Mateo Pumacahua. El levantamiento se inició en defensa de la Constitución de Cádiz y consiguieron tomar la ciudad y apresar a sus autoridades. A medida que crecía el movimiento, avanzaron sobre el Alto Perú y hacia el oeste, tomando numerosas ciudades, y cambiaron su posición hacia un planteo separatista. Las fuerzas del virrey lograron organizar el ataque contra los insurrectos hacia fines de 1814 y después de algunos meses de enfrentamientos, el 11 de marzo de 1815, los derrotaron definitivamente.

El poder de los sectores aristocráticos del Perú era muy fuerte y la centralidad política que había tenido durante todo el período colonial hacía de Lima el núcleo de resistencia de los realistas, que concentraban un porcentaje altísimo de sus recursos militares en esa zona. San Martín lo sabía: ya había experimentado la imposibilidad de derrotar esas fuerzas desde el frente del Norte y había dejado en manos de referentes regionales como Güemes y Azurduy la contención de esa frontera mientras se organizaba la estrategia del Ejército de los Andes. 

Teodoro Géricault, Litografía, 1819.

Con la victoria en Chile, San Martín puso todos sus esfuerzos en conformar la fuerza militar para atacar en Perú por el Pacífico, generando un juego de pinzas con las milicias irregulares que sostenían la frontera del Alto Perú y las provincias del norte de la actual Argentina. Pero otra vez, la visión localista de la burguesía comercial porteña, ahora asentada en el poder central de Buenos Aires, se apartará del proyecto hispanoamericano de San Martín y buscará detenerlo incluso.

El Directorio con sede en Buenos Aires no sólo negaba la financiación que pedía para preparar la escuadra que pudiera derrotar a un poder tan enquistado como el de los absolutistas en Perú, sino que además pretendía que el Ejército de los Andes, que había sido preparado para luchar por la liberación de nuestros pueblos, se enfocara ahora en dirimir la guerra civil y utilizarlo para reprimir las montoneras del litoral comandadas por Artigas, Estanislao López y tantos otros caudillos populares.

San Martín sostuvo su objetivo principal y si bien buscó intervenir diplomáticamente para llegar a acuerdos con las montoneras del litoral, en ningún momento aceptó blandir su espada contra quienes consideraba compañeros y compañeras de una misma lucha. El General consideraba que su tarea debía estar enfocada a la libertad y unión de los pueblos de América porque como había dicho alguna vez “yo soy, sobre todo, del Partido Americano”. Entonces, a pesar de las presiones que recibió para trasladar el Ejército a su mando para reprimir bajo las órdenes de Buenos Aires y habiendo conseguido la financiación necesaria del gobierno de Chile, la campaña al Perú dio inicio en medio de profundas dificultades. San Martín se encontraba muy afectado en su salud, pero igualmente fue nombrado Brigadier General del ejército chileno y lanzó desde Mendoza una de sus más famosas proclamas: en ella reivindicaba la lucha histórica de los pueblos del sur, la causa por la que luchaban y proponía: “Seamos Libres, que lo demás no importa nada”.

Orden general del 27 de julio de 1819 al Ejército de los Andes.

Por esta campaña San Martín fue difamado, acusado de traidor a la Patria, hasta se dijo que se había “robado un ejército”. El poder porteño no le perdonaría su convicción y lo seguiría persiguiendo con estas acusaciones varios años después. En los hechos, la visión continental de la causa y el carácter hispanoamericano del ejército explicarían el apoyo de sus tropas y el acompañamiento para el inicio de la campaña. El Ejército de los Andes pasó a llamarse Ejército Libertador del Perú y se organizó para enfrentar una de las batallas finales. En el Manifiesto a los limeños y habitantes del Perú con fecha del 13 de noviembre de 1818, vemos recogido el espíritu de su empresa:

Los acontecimientos que se han agolpado en el curso de nueve años os han demostrado los solemnes títulos con que ahora los Estados independientes de Chile y de las Provincias Unidas de Sudamérica me mandan entrar en vuestro territorio para defender la causa de vuestra libertad: ella está identificada con la suya y con la causa del género humano, y los medios que se me han confiado para salvaros son tan eficaces como conformes a objeto tan sagrado (...). La unión de los tres Estados Independientes acabará de inspirar a la España el sentimiento de impotencia y a los demás poderes, el de la estimación y del respeto. Afianzados los primeros pasos de vuestra existencia política, un congreso central, compuesto de los representantes de los tres Estados, dará a su respectiva organización nueva estabilidad y la constitución de cada una, así como su alianza y federación perpetua se establecerán en el medio de las luces, la concordia y de la esperanza universal. Los anales del mundo no recuerdan revolución más santa en su fin, más necesaria a los hombres, ni más augusta por la reunión de tantas voluntades y brazos.

San Martín zarpó con el Ejército desde el Puerto de Valparaíso el 20 de agosto de 1820 y luego de 18 días de navegación inició el desembarco de la Expedición Libertadora en la bahía de Paracas en donde logró hacer retroceder al ejército realista. Luego de varios intentos de una salida diplomática a través de negociaciones con el Virrey de la Serna, San Martín ocupó Lima y reunió un cabildo abierto el 15 de julio de 1821, para el 28 declarar la independencia y el Protectorado del Perú con autoridad civil y militar. Dispuso la eliminación de la servidumbre de los pueblos indígenas, terminando con los servicios conocidos como mita, encomienda y yanaconazgo, pero los intereses que estaba afectando eran demasiado poderosos. Los sectores dominantes de Perú se encontraban fuertemente ligados a la iglesia, a los latifundios e incluso poseían títulos nobiliarios, por lo que no tenían intenciones de ceder sus privilegios. El poder de San Martín estaba circunscripto a Lima, el virrey De La Serna mantenía su poder en el interior y en el Alto Perú avanzaba la ocupación de una fracción realista.

Grabado por Alcides d´Orbigny, hombres de los alrededores de la campaña de Santiago, Chile, s/f.

Ese mismo julio, dirigiéndose a los pueblos indígenas del Perú, el libertador proclamaba:

Compatriotas, amigos descendientes de los Incas:

Ya llegó para vosotros la época venturosa de recobrar los derechos que son comunes a todos los individuos de la especie humana y de salir del horrible abatimiento a que os habían condenado los opresores de nuestro suelo… Nuestros sentimientos no son otros, ni otras nuestras aspiraciones, que establecer el reinado de la razón, de la equidad y de la paz sobre las ruinas del despotismo, de la crueldad y la discordia. Guiado por estos mismos sentimientos, yo os ofrezco del modo más positivo hacer todo cuanto esté a mi alcance, para aliviar vuestra suerte y elevaros a la dignidad de hombres libres; y para que tengáis más fe y más promesas, declaro que desde hoy queda abolido el tributo, esa exacción inventada por la codicia de los tiranos para enriquecerse a costa de vuestros sudores, y para degradar vuestras facultades físicas y mentales a fuerza de un trabajo excesivo. ¿Y seréis insensibles a los beneficios que yo a nombre de la Patria trato ahora de proporcionaros? ¿Olvidaréis también los ultrajes que habéis recibido sin número de manos de los españoles? No, no puedo creerlo: antes bien me lisonjeo de que os mostraréis dignos descendientes de Manco Cápac, de Guayna Cápac, de Túpac Yupanqui, de Paullo Túpac, parientes de Túpa Amaro, de Tambo Guacso, de Puma Cagua, Feligreses del Dr., Muñecas y que cooperaréis con todas vuestras fuerzas al triunfo de la expedición libertadora, en la cual están envueltos vuestra libertad, vuestra fortuna y vuestro apacible reposo, así como el bien perpetuo de todos vuestros hijos. Tened toda confianza en la protección de vuestro amigo y paisano el General José de San Martín.

Ante las múltiples adversidades que lo rodeaban, el yapeyuense decidió unir fuerzas con Simón Bolívar que acababa de vencer en Carabobo, comandando desde el norte la misma causa que San Martín llevaba adelante por la libertad de Nuestra América. Los Libertadores se reunieron en Guayaquil, en una entrevista que duró alrededor de dos días. Aún cuando San Martín no consiguió el apoyo que necesitaba, lejos estuvo ese encuentro de representar la enemistad que en la gran mayoría de los relatos históricos se planteó al respecto. Fiel a su convicción de que la causa americana era mucho más importante que los laureles personales, el protector del Perú dejó en manos del ejército bolivariano la conquista de la victoria final, declinando su investidura ante el Congreso reunido el 20 de septiembre de 1822. Simón Bolívar, Libertador y Presidente de la Gran Colombia, continuó la guerra de emancipación y logró finalmente la expulsión de los ejércitos realistas con las batallas de Junín y Ayacucho en 1824.

* Profesora en Historia (UBA), docente del Seminario de Pensamiento Nacional y Latinoamericano (UNLa), investigadora del CEIL.