Uruguay, de la excepción a la crisis. Autopercepciones de una intelligentzia incómoda.

El presente artículo surge a manera de reflexión sobre el ciclo de Pensadores Orientales impulsado por el Centro de Estudios de Integración Latinoamericana Manuel Ugarte de la Universidad Nacional de Lanús.
Por Emanuel Bonforti *

Para comprender los ejes temáticos y cruces conceptuales que identificamos en la intelectualidad oriental durante el siglo XX proponemos partir, en este primer artículo, de una caracterización de las especificidades del ciclo histórico uruguayo en su fase de modernidad dependiente, aspectos estructurales que impactan en la construcción de una superestructura cultural que se vincula a la edificación de una identidad compleja que es producto de tensiones teórico políticas y representaciones acerca del rol que debería cumplir Uruguay en la cuenca del Plata.

Uruguay ¿la Suiza Americana?

Nos vemos obligados, por cuestiones de espacio y de propósito expositivo, a explicar el desarrollo histórico uruguayo a partir del proceso de modernización excluyente que se origina con el ingreso de este país como proveedor de ganado del imperio británico. Este proceso es contemporáneo al del resto de los países de la Cuenca del Plata y lo podemos ubicar al finalizar la Guerra de la Triple Alianza. Momento en que, en términos institucionales, los principales resortes estatales son ocupados por políticos que tenían vinculación con el Ejército. En el caso argentino a través de Julio Roca; en lo que se refiere a Uruguay el hombre fuerte de este momento político también provenía del Ejército y había participado en la Guerra contra el Paraguay, estamos hablando de Lorenzo Latorre, quien, al tener el respaldo de la Asociación Rural del Uruguay, emprendió un “proceso de modernización” tutelado por Gran Bretaña. Latorre debió construir un adversario, el cual era señalado como la anarquía de la pradera, y a partir de este diagnóstico elaboró una política pública que tenía como objetivo recrear un escenario propicio para la reproducción de un tipo de capitalismo dependiente propio de un régimen semicolonial como el uruguayo. Al igual que en Argentina, el correlato de este proceso de modernización excluyente tuvo como paraguas teórico al positivismo filosófico que enhebró un relato que se extendió a todos los dispositivos culturales, donde la escuela pública cumpliría un rol fundamental, construyendo ciudadanía, lo cual asimilaba a la ola inmigrante, pero renegando del pasado criollo.

Sin embargo, la población de la pradera lejos de aceptar este proceso de modernización siguió dando muestras de resistencia, como en la Revolución del Quebracho en 1886. Los partidos o mejor dicho las divisas rojas o blancas continuaban en este escenario con sus tradiciones, resignificando experiencias del pasado, pero también comenzaban a encontrarse atravesadas por nuevas prácticas producto de un contexto diferente. En ese marco, el Partido Blanco, ya conocido como Nacional a finales de siglo XIX, fue el principal actor en sostener la voz de la pradera ante la avanzada metropolitana. A medida que se desarrollaba la modernización excluyente y las demandas democráticas, crecía la pobreza en el mundo rural. Expresión de esta situación fue el levantamiento de Aparicio Saravia, conocido como la última montonera blanca. Derrotado Saravia, asistimos al proceso en que la modernización se institucionaliza y, con ella, emerge un apellido que marcará la vida política durante los primeros 50 años de siglo XX, Batlle y Ordoñez.

José Batlle y Ordóñez. Fuente: El Observador

El Batllismo, como dicen Nahun y Barrán, nació desde el Estado y construyó una nueva forma de interpelar en política a través de la intervención económica social. El Batllismo se presentaba como un nuevo paradigma civilizatorio, aparecía como refundacional en la vida política, social y cultural uruguaya, y se mostraba como la primera expresión política interventora en asuntos económicos en América Latina, lo que determinaba inicialmente su estatus progresivo y de vanguardia.

Pero el Batllismo, al mismo tiempo, escondía el real vínculo de dependencia que trazaba con la corona británica, al no perforar los marcos del pacto oligárquico imperialista que construyó una estructura económica agro pastoril y evitando el desarrollo de una industria local. De este diagnóstico, observamos que el Batllismo no discutió el latifundio; promovió una sensibilidad cosmopolita apoyándose únicamente en una base social portuaria, edificó una máscara de prosperidad que no hará más que extender una larga crisis. Esa máscara ilusoria fue la forjadora de zonceras como la de “Uruguay Suiza de América”.

El Uruguay aparecía como un país alejado de la problemática sudamericana, mostrando que la aparente debilidad de país chico no era más que la condición de posibilidad de un destino de crecimiento y estabilidad. Esta percepción se construía a partir de que la intelectualidad semicolonial consideraba que el éxito de la prosperidad se encontraba también en el despliegue de las cualidades innatas de un pueblo culto; esto llevo a algunos autores a hablar de sociedad hiperintegrada. Pero el Batllismo fue impulso y freno, como menciona Carlos Real de Azúa. Y está corriente interna del Partido Colorado, en sus diferentes expresiones, promovió una agonía que no logró resolver, la cual se manifestó como una burla de la historia luego de la Segunda Guerra Mundial. Uruguay, a partir de este momento, había dejado de ser la semicolonia prospera británica, de repente los uruguayos debían hacerse cargo de su destino, intentar construir su proyecto de nacionalidad.

La década del 1950 y una crisis en el corazón de la sociedad hiperintegrada

La salida del Uruguay de la influencia británica no solo determinó un impacto en su desarrollo económico sino también en su construcción identitaria. Sin embargo, la orfandad producto de dejar de ser una perla de la corona británica también puede ser vista como condición de posibilidad para algunos sectores. Al menos desde el plano cultural y de las ideas es posible advertir este último movimiento.

Existe un consenso al interior de las ciencias sociales en periodizar la “crisis” uruguaya a partir de la década del 50, esto se explica fundamentalmente por los cambios suscitados al finalizar la Segunda Guerra Mundial, lo que determinó el período de transición imperial. El viejo imperio británico cedía su influencia a los Estados Unidos. En esa transición países como Uruguay se vieron fuertemente afectados ya que se modificaban los parámetros comerciales internacionales. Estados Unidos no era una economía complementaria a la uruguaya y, por otro lado, la modificación del patrón oro por el sustituto del dólar y la instauración del Plan Marshall fueron elementos que generaron un cóctel explosivo para la economía pastoril uruguaya.

La crisis significó el fin de la etapa de la semicolonia prospera, con esto Uruguay dejaba de “ser”, ya que su modernidad se explicaba precisamente por el “ser semicolonial” y por el proyecto británico. No sólo se vería perjudicada la balanza comercial, sino que sobre todas las cosas se rompía una concepción de sentido que había edificado una identidad basada en la excepcionalidad.

En ese marco, la intelectualidad que fue un eslabón del régimen semicolonial tenía dos caminos: fingir seguir siendo semicolonial o repensar al Uruguay integralmente en clave nacional.

La cuestión de las generaciones

De acuerdo a la bibliografía que trabaja el concepto de generación, ésta identifica un grupo de hombres y mujeres que coinciden en un período gestacional y se encuentran atravesados por vivencias comunes y vinculados entre sí a través de instituciones. Estos hombres y mujeres tienen cierto consenso en torno a las ideas de nación, lengua o territorio. Y se encuentran emparentados por lo que se denomina conexión generacional o posición generacional. En esa línea Ortega y Gasset profundizó el concepto sosteniendo que una generación intelectual forma parte de una comunidad de destinos en común.

Parte de esta definición atraviesa a los hombres y mujeres del pensamiento que deciden salir de la jaula de cristal construida durante la semicolonia próspera. En este sentido, nos apoyaremos en la idea de Generación Crítica de Ángel Rama. Una de las características que menciona el autor para describir a esta nueva generación es su imaginación creadora y conciencia crítica, elementos de los que carecía la vieja generación intelectual semicolonial. Ésta última generación impulsó la importación de categorías analíticas, las cuales eran trasladadas de forma mecánica para comprender la realidad nacional uruguaya. En ese ejercicio, quedaba afuera de la comprensión intelectual, fundamentalmente, la vida de la pradera oriental.

Fuente: Fundación Juan March

La semicolonia próspera había moldeado una intelligentzia amante de las formas de la sociabilidad liberal. La nueva generación de intelectuales hereda también en parte las formas adquiridas en las instituciones formativas de la sociabilidad liberal. Es hija de la clase media y arrastra el civilismo y laicismo en sus cosmovisiones, pero es consciente de las limitaciones de la generación precedente. Para acabar con las formas de sociabilidad liberal había que derribar el ideario laico y civilista semicolonial.

De acuerdo al trabajo de Ángel Rama, al interior de esta Generación Crítica identificamos dos promociones, la primera entre 1939-1955, y la segunda entre 1955-1969. Mientras que la primera se esforzó por comprender el escenario internacional, la segunda vuelca su interés hacia lo nacional. Mientras que la primera promoción aún consideraba a Uruguay como un país europeo en América, la segunda comienza a construir un ideario producto de su crítica en la que ya ubica al Uruguay como parte del problema latinoamericano.

El éxito de la Generación Crítica a través de las diferentes disciplinas (música, literatura, cine, artes plásticas, historia, periodismo) radicaba en el cuestionamiento a las formas establecidas por la vieja intelligentzia. El sueño final de esta Generación consistía en que esa masa crítica de producción fuera incorporada a la denuncia política. Así, esta Generación que auto percibe su misión histórica, procurará por todos los medios que la conciencia crítica permee las viejas estructuras partidarias. Al no conseguirlo comprenderá que su destino es la producción crítica y parte de sus integrantes se convertirán con el tiempo en maestros de juventudes.

Por último, mencionar que esta promoción de intelectuales es la primera en comprender la cuestión nacional en el Uruguay. Por tal motivo, va a analizar científicamente la influencia del imperialismo inglés en el Uruguay moderno. En los trabajos historiográficos incorporará la dimensión de las masas en el ciclo uruguayo y reformulará la dimensión de la figura de José Gervasio Artigas. Todos elementos que nos permiten pensar cómo esta Generación Crítica utiliza la cuestión nacional como reingreso a la comarca, es decir, una vuelta a la pradera sin descuidar el puerto. Esta promoción de intelectuales se propuso derrumbar el internacionalismo de la generación precedente, impulsando una forma de acercamiento a la realidad directa del Uruguay. Y de esa comprensión nacional se deriva la siguiente consecuencia, el latinoamericanismo manifiesto. Empezar a conocer la realidad uruguaya era también una forma de acercarse a los problemas latinoamericanos.

* Sociólogo (UBA), Periodista (UAI), Maestría en Historia en proceso (UNSAM). Profesor Adjunto en el Seminario de Pensamiento Nacional y Latinoamericano (UNLa). Coautor del libro Introducción al Pensamiento Nacional (EDUNLA).