Religión y política I. El papa, la Virgen y la organización en Villa Albertina

El primero de una serie de ensayos que exploran el vínculo y la divergencia entre los campos de la religión y la política.
Por Aarón Attias *

Paula acostumbra escuchar la radio mientras desayuna. Hoy el papa volvió a hablar en contra del «dios dinero» e invocó a los poderes mundiales a construir un orden global en el que estén garantizados techo, tierra y trabajo para todas las personas. En pocos minutos la radio repasa esta cuestión dentro de un hilo delirante («la actualidad») que incluye a la deuda, al parlamento y a la Copa Libertadores.

Cada vez que habla Francisco se cruzan hebras sociológicas con hebras teológicas. Se refiere a «los pobres» como una realidad autoevidente, como una categoría universal. Su intervención es política, pues no solo habla de ellos sino que también lo hace por ellos... ¿los representa? Habla en su nombre, y el eco de su voz es divino. Habla por ellos ante sus representantes electos por jurisdicción nacional. Lo hace desde el trono de Pedro. ¿Es el papa otro jefe de Estado? Pide por la transformación social. Lo pide ya que su palabra es performativa, no todopoderosa. Debe convencer a sus pares (?) de que ejecuten la obra de Dios en la tierra. A ellos se dirige en nombre de los pobres, pide por tierra, techo y trabajo, que no solo son derechos humanos (emanados de la fuerza de la ley), son derechos sagrados (emanados de la voluntad divina).

Fuente: Diario Jornada.

Las palabras vuelan en el aire y, como sucede con los pájaros, quien quiera (y pueda) las caza. Paula aporta a la bandada y balbucea, para sí, que no tiene más pan rallado. Sale de su casa y de camino al mercadito ve que el local de la organización está abierto y hay gente ordenando. También ve que, para acomodar la mercadería, movieron la Virgen de Luján que les donaron como agradecimiento por la ayuda en la última inundación. «Queda mejor ahí —piensa— y está más segura que en la mesa plegable, la de Quilmes. Siempre me dio miedo que se caiga, sobre todo porque la cabeza es de yeso pintado y no de pvc, como la mayoría. Igual nunca dije nada, por respeto».

No sé qué pasará en los barrios de pobres (las «barriadas», como gustan decir desde el progresismo) de otras partes del mundo. En Villa Albertina, donde está el local por el que pasó nuestra protagonista en su camino a buscar pan rallado, la voz del papa resuena con fuerza. Ahí está Nuestra Señora de Luján, la estatua, y también está ella misma, la Virgen. ¿Estaría presente sin la estatua? En medio de todo esto, pensando en la Virgen, Paula recuerda que hace unos años los ingleses devolvieron otra similar, que habían robado en la Guerra de Malvinas. La habían llevado los soldados argentinos para protección. En la ceremonia de devolución, el obispo castrense de la Iglesia argentina les obsequió una nueva estatua, fue un gesto de comunión. La que le regaló no había estado en Malvinas, pero el papa bendijo a ambas.

En ese local, en el que está la Virgen (y su imagen), se concentran cada año para ir a Luján a presenciar la ceremonia. Estar ahí cuando la cambian es una experiencia extraordinaria. La estatua original mide 38 cm. y está encofrada en plata para proteger la terracota, cuando le quitan el manto aparece casi como una bebé-madre-todopoderosa. Un año Paula pudo entrar a la basílica. Nunca había visto tanta gente llorar como en el momento en que aparece en lo alto con su ropa nueva y limpia, hecha con los colores de la bandera argentina. La última vez que hablé con ella me contó lo siguiente: «Esa es una de mis movilizaciones favoritas, pero la del año que entré fue especial. Solo comparable al funeral de Néstor. Ahí también había mucha gente llorando. Pude ver a Cristina bien de cerca. Me temblaba todo, pero me animé a gritarle que la quería mucho y le prometí que la iba a acompañar siempre. En mi mesa de luz las tengo a las dos, a la Virgen y a Cristina».

Fuente: realeirreal.home.blog

La pregunta por la política y la religión debería centrarse más en la distinción que en el nexo, que en mi opinión es permanente y fácilmente reconocible, tal como intenté mostrar con este breve relato situado en el conurbano sur. Sin embargo, ha corrido mucha tinta y mucha sangre para que religión y política aparezcan como cosas distintas y separadas. Así y todo, por fuera de la claridad de los ordenamientos legales-institucionales, una infinidad de modos de intelección, afección e interacción entrecruzan estos mundos en cada territorio, hacen imposible una cartografía nítida y vuelven absurda la tarea de su construcción.

Este es el primero de una serie de ensayos que buscan explorar esta cuestión, por lo que me contento con dejar anotadas algunas de las preguntas que aparecerán transversalmente a lo largo de las entregas que siguen. ¿Cómo sería una religión no política? ¿En qué consistiría una política que no fuese religiosa? ¿Qué sentido debe tener la palabra «religiosa» para caracterizar a la política? ¿Cómo debe entenderse la política para separarla de las manifestaciones de lo sagrado? ¿Hay valores religiosos que puedan efectuarse en el mundo independientemente de la política? ¿Existen valores políticos que puedan despojarse de toda trascendencia y aun así tener potencia movilizadora? ¿Es posible una distinción clara entre creencias políticas y creencias religiosas? ¿Qué tienen en común? ¿Qué es la religiosidad popular y en qué sentido su existencia es política? ¿Qué sucede con las identidades políticas a la luz de la religión? ¿Cómo ha sido la relación entre la Iglesia y el Estado en la historia argentina? ¿Qué ha pasado entre el catolicismo y el peronismo a lo largo del siglo XX? ¿Qué es la religiosidad popular y en qué sentido su existencia es política?

* Aarón Attias Basso es mg. en Sociología y Ciencia Política. Docente en UNLa y en UBA. Investigador en CONICET-UNLa, FLACSO y en proyectos financiados por UBACyT y FONCyT.